Cessolis y el juego del ajedrez
En El juego del ajedrez, Jacobo de Cessolis estableció una analogía entre la sociedad y este juego tan rico en metáforas.

Durante la Edad Media, se estableció una analogía entre el ajedrez y la sociedad. Un ejemplo muy interesante al respecto es El juego del ajedrez, un libro escrito por el monje dominico Jacobo de Cessolis a principios del siglo XIV en Génova.
«Lo primero que hay que observar en el juego del ajedrez –dice Cessolis– es que se ponen dos filas de peones alineados unos contra otros, a manera de batalla, pues se oponen y contradicen.
»Uno de esos haces representa un conjunto de males o tentaciones, donde quien lleva el juego es el Diablo. Bajo las falsas apariencias de las cosas mundanas, éste intenta elevar a los suyos a la altura de la soberbia y de los otros vicios, para precipitarlos después al suplicio sin fin.
»El segundo haz representa el ejército de los buenos, que pelea con la bondad, la verdad y la misericordia bajo el mando de Cristo, que se esfuerza en elevar a los suyos hasta el bien de la gloria celestial» (1) .
Así, ya sea bajo las órdenes de Cristo o del Diablo, en cada lado del tablero se disponen las piezas, cada una de las cuales representa un oficio. Cessolis las va analizando una a una mientras expone, con abundantes referencias clásicas, cuáles son los vicios y virtudes de cada oficio. Además, como si fueran figuras realistas y no piezas estilizadas, describe los distintos elementos simbólicos por los que se reconoce cada profesión, lo cual le confiere un gran valor iconográfico a la obra.
El rey se representa sentado en una silla, vestido de púrpura y con una corona de oro. En la mano derecha lleva un cetro que simboliza el poder, la piedad y la clemencia; en la izquierda, una bola o pella, señal de su dominio en el mundo. Seis son las virtudes que ensalzan a los reyes: la bondad con sus súbditos, el vestir con nobleza, la generosidad, la prudencia, la caridad y alegría y, por último, el ser fructuoso y aumentar su reino.
También sentada, a la izquierda del rey se sitúa la reina, que lleva una corona de oro y un manto de diversos colores. Acorde con el espíritu misógino de la época, «la reina debe ser casta, de buenas costumbres, nacida de padres honestos, que ponga cuidado en la educación de sus hijos, que su sabiduría se transparente no sólo en sus actos, sino en sus palabras y sobre todo que, en contra de lo que es costumbre en las mujeres por naturaleza, sepa guardar las cosas en el secreto de su corazón y se resista a hacerlas públicas».
A continuación vienen las figuras que forman parte del Consejo del rey. Los primeros son los dos alfiles, que representan a los jueces y asesores, como muestra el libro abierto que tienen ante sus ojos. «El primer juez se ocupa de las condenas y penas afligidas a quienes causan daño y el segundo de discernir las causas en los pleitos sobre posesiones y bienes». Los jueces deben ser incorruptibles y, lo que resulta más llamativo, ecuánimes. En general, Cessolis reivindica en más de una ocasión cuestiones sociales que resultan sorprendentes para la época, como esta afirmación sobre la necesidad de que la ley sea igual para todos:
«Hoy todavía puede decirse de los jueces lo que comentaba Anacarso: “Hacen leyes semejables a las telarañas, porque así como pasan por ellos bichos grandes como avispas y tábanos, en cambio, animales más pequeños, como las moscas, que no pueden tanto, quedan allí presos y retenidos”.
»De la misma manera las leyes atan a los del pueblo, que poco pueden, pero no apremian a los poderosos de mayor condición, y así nacen en los pueblos las luchas civiles. La discordia de los corazones suscita robos y exacciones sobre el pueblo menudo, sirviéndose de ellos por fuerza, y no es maravillar, porque a quien no retiene el amor ni retrae el temor de la pena, puesto que ley establecida no le castiga, éste necesariamente caerá en toda suerte de maldad. Cuando la ley estorba por su dureza, los poderosos perseveran en el delito, mientras se castiga a la gente menuda sin dilación».

alfiles
Vienen luego los dos caballos, sobre los que montan sendos caballeros coronados con el laurel de la victoria. Siguiendo la premisa de que en la sociedad cada uno debe cumplir su función, Cessolis destaca la protección del pueblo entre las virtudes que deben cumplir los caballeros:
«Han de gozar los caballeros de todas esas virtudes: sabiduría, fidelidad, liberalidad, fortaleza y clemencia. Protejan al pueblo y tengan celo por las leyes».

caballero
Por último, en los extremos de esta hilera se encuentran las torres o, como las llama Cessolis, los roques, los gobernadores.
«Está montado sobre un caballo, como el caballero, pero sin estar armado, ni el caballo enjaezado. Viste un hábito de varios colores y lleva en la mano derecha una vara a manera de esceptro. Es hombre prudente, sabio y discreto.
»Como el rey no podía estar presente en persona en todas las partes del reino, fue necesario que la autoridad que de él emana pasara a sus gobernadores o vicarios, y que ellos visitasen el reino para manifestar a todos los sujetos la jurisdicción real. Como se extiende el reino, quiero decir, como unos pueblos están muy apartados de otros, para que no nacieran novedades en una parte del reino sin saberlo la otra, hubo que poner dos gobernadores, uno a la derecha del rey y el otro a su izquierda».
Delante del Consejo se sitúan los peones, los oficios populares. Cessolis los describe de derecha a izquierda empezando por el que está delante de la torre del rey, el labrador. Tras aclarar que pertenece a la especie humana, Cessolis explica que el labrador debe ser trabajador y muy fiel a su señor, sobre todo a la hora de pagar los impuestos. Se representa con una azada para cavar la tierra en la mano derecha, una vara para guiar al ganado en la izquierda y, en el cinto, una hoz para podar viñas y árboles. «Estas tres herramientas representan a las tres labores a las que se reduce toda la agricultura».
El segundo peón por este orden de derecha a izquierda personifica al carpintero y al menestral, es decir, el que trabaja un oficio con las manos, como los herreros y los canteros. Se les reconoce porque llevan un martillo en la mano derecha, un cepillo en la izquierda y una paleta en el cinturón. Su posición en el tablero no podría resultar más lógica para Cessolis:
«Con razón están situados y tienen su asiento a la derecha del rey delante del caballo, porque los caballeros tienen necesidad de frenos y espuelas, bolas de hierro y demás municiones de castillos y fortalezas, para quienes las quieren tomar o defender».

carpintero
También el tercer peón está bien situado, delante del alfil, del juez, pues representa oficios de los que «nacen discusiones y pleitos». Representa al gremio de lostrabajadores de la lana, como tejedores, tintoreros y tundidores; a pellejeros, carniceros y matarifes; a zapateros y curtidores y, por último, a los escribanos o notarios. «Por tanto, pintamos la figura de este tercer peón popular de la siguiente manera: es un hombre que tiene en la mano derecha unas tijeras, en la izquierda, un gran cuchillo para desollar, en la cintura, unas escribanías y una pluma encima de la oreja derecha.
Cubriendo al rey está el cuarto peón, imagen de los mercaderes de paños y los banqueros (prestamistas y cambistas). Los primeros están simbolizados por una vara de medir y los segundos por una balanza y, en la cintura, una bolsa de dinero. Sus mayores virtudes son las honradez y la generosidad.

mercader
El quinto peón encarna a médicos y boticarios. Deben ser estudiosos, sabios y diligentes, así como evitar discutir entre ellos delante del paciente. «El médico está sentado delante de la reina en señal de castidad, porque castos han de ser quienes deben atender a las enfermedades de las reinas y de otras mujeres, y a veces mirar y tocar partes pudendas y secretas». En la mano izquierda llevan un frasco de esencias, símbolo de los boticarios y especieros, en la cintura un estuche con los instrumentos, y en la derecha un libro que simboliza los conocimientos que debe tener un buen médico:
«Por el libro se designa a los filósofos, y también a los gramáticos, lógicos, retóricos, geómetras, músicos y astrólogos. Porque el perfecto médico o físico ha de saber gramática, así como conocer las proposiciones y conclusiones de la lógica, la belleza y elegancia de la retórica, y las dimensiones de la geometría. Debe llevar también el cálculo de las horas y días críticos, y aplicar la armonía de la música a la de los pulsos. Finalmente, para recetar medicinas, es necesario conocer detalles y particularidades de la astrología».
Taberneros y mesoneros están representados en el sexto peón, que con la mano derecha hace una señal de invitación y con la izquierda sostiene un pan y un jarro de vino. En este oficio lo más importante es ser cortés, honrado y practicar la templanza para no incurrir en la gula.

tabernero
El séptimo peón representa a los guardas de las ciudades, entre cuyas funciones están mantener el orden y recaudar los impuestos. Deben ser solícitos y proteger el bien común. En la mano derecha llevan unas llaves y en la izquierda una vara de medir.
El octavo y último peón son los jugadores, los ribaldos y los ganapanes o mensajeros. Están representados por una figura con los cabellos crespos cubiertos por una caperuza. En la mano derecha llevan unas monedas, en la izquierda, tres dados, y del cinturón una burjaca llena de cartas. Estas burjacas eran bolsas grandes características de los mendigos y los vagabundos, pero se ve que también las utilizaban los carteros.
Curiosamente, Cessolis no asocia ninguna pieza con el clero y eso que los alfiles solían identificarse con los obispos. Quizá la razón fue que, por entonces, la Iglesia mantenía una dura disputa con los señores feudales y la realeza por ver quién debía gobernar y, en el ajedrez, todas las piezas están supeditadas a proteger al rey, la única imprescindible. Admitir que los alfiles simbolizaban el clero suponía admitir que la Iglesia estaba por debajo del rey. Esto explicaría también el tono social de algunos comentarios en contra de los abusos de poder por parte de la nobleza y las clases adineradas.
Notas
1. Las citas provienen de la cuidada edición de Marie-José Lemarchand: Jacobo de Cessolis, El juego del ajedrez o Dechado de Fortuna. Siruela. Madrid, 2006.
2. Las imágenes se corresponden a una edición italiana de 1409, que forma parte de la Lawrence J. Schoenberg Collection de la Universidad de Pennsylvania (Manuscript Number: ljs267).
3. Este texto forma parte de un antiguo blog que estoy trasladando aquí llamado La casa de Asterión y fue escrito el 3 de marzo de 2009-
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