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Demogorgón

Artículo donde se explica quién es el extraño dios llamado Demogorgón, con el que Boccaccio comienza el De genealogia deorum gentilium.

Demogorgón

En un artículo muy intersante de Jan, autor de Fragmentalia, sobre la pasión por los jeroglíficos egipcios durante el Renacimiento y su influencia en la iconografía alquímica, se menciona a un dios clásico muy extraño, el Demogorgón, cuya historia quizás esté relacionada con una errata. Vamos a conocerlo…

Las cárceles del olvido

Tras la caída del imperio romano, en Occidente los dioses de la Antigüedad clásica fueron olvidados o, en el mejor de los casos, adaptados a la cultura cristiana a modo de alegorías evemeristas sin casi relación alguna con su identidad original. Durante los primeros siglos de la Edad Media, mientras los pueblos bárbaros formaban una nueva Europa a golpe de espada, la cultura solo se conservó en los monasterios, donde el pasado pagano estaba muy mal considerado. Aún así, como el lenguaje oficial de la Iglesia era el latín, Virgilio, Ovidio y otros grandes literatos del mundo clásico siguieron estudiándose al ser referencia ineludible para profundizar en el idioma.

A principios del siglo XIV, con el resurgimiento de las ciudades y la consolidación de una burguesía mercantil que dejaba atrás el sistema feudal eclesiástico, en el norte de Italia surgió una generación de intelectuales, encabezada por Petrarca y Boccaccio, apasionados por la Antigüedad

Durante siglos, el pasado grecolatino había permanecido enterrado en el bosque del cristianismo. Algunos autores, como Aristóteles, habían seguido siendo una referencia durante la Edad Media, pero tan adaptada al pensamiento cristiano que hacía tiempo que habían perdido gran parte de sus contenidos originales. Las ruinas romanas apenas eran una cantera de mármol y piedra para las catedrales cristianas y mil años de literatura grecolatina languidecía en las «cárceles de olvido y polvo» de unas bibliotecas monacales que ni siquiera consultaban los propios monjes. La metáfora de las cárceles es de Guarino Veronese, uno de los varios intelectuales que acompañó a Petrarca en su emocionante empeño por recuperar a los autores clásicos para Occidente.

Y esta generación, pionera del humanismo, sentía un interés inmenso por el mundo clásico. No era apetito, sino hambre insaciable por saber quiénes habían sido de verdad Julio César, Escipión el Africano o, su ídolo, Cicerón, que encarnaba un modelo político, la república romana, que pronto había de convertirse en inspiración de poetas y estadistas.

Roma, Virgilio, Ovidio, Séneca… Son nombres que explotan en la mente de una generación que se lanza arrebatada sobre cualquier libro antiguo que encuentran en su camino. Y en cuanto descubrían un nuevo texto, más allá de nacionalidades y demás miras estrechas, lo compartían enviándoselo unos a otros en lo que se ha terminado por denominar «la república literaria italiana».

Boccaccio y Demogorgón

En este contexto, entre 1350 y 1370, el escritor florentino Giovanni Boccaccio escribió un tratado mitológico monumental titulado De genealogia deorum gentilium, en español, Genealogía de los dioses gentiles, término este último que a veces se sustituye por «paganos»1.

A partir de las fuentes disponibles ―Homero, Apolodoro, Virgilio, Cicerón, Ovidio, Macrobio, etcétera―, Boccaccio abordó en quince libros los mitos clásicos a partir de cuadros genealógicos. En el primer libro trata del linaje de un tal Demogorgón, el primer dios de todos, del cual cuenta lo siguiente:

«[…] Quienes pretendieron que la Tierra era la creadora de todas las cosas, como dice Teodoncio, que tenía dentro de ella una mente divina, la llamaron Demogorgón. Al que efectivamente yo considero el padre y principio de los dioses paganos, puesto que he descubierto, según las ficciones poéticas que éste no ha tenido ningún padre y porque he leído que éste ha sido no sólo padre de Eter, sino abuelo, y de otros muchos dioses de los que éstos han nacido, de los cuales ya se hizo mención antes.

»Así pues, examinados todos, separados algunos como cabezas superfluas y llevados a los miembros, tras pensar haber encontrado el principio del camino haciendo a Demogorgón no el padre de las cosas sino de los dioses paganos, con la ayuda de Dios entraremos en el escabroso camino a través del Ténaro o el Etna descendiendo hasta las entrañas de la tierra y surcando antes que otros los vados de la laguna Estige.

»Descrito con gran majestad el árbol de las tinieblas, a mí, que andaba errante en medio de las entrañas de la tierra, se me apareció el inactivo antepasado de todos los dioses paganos, rodeado por todas partes de nubes y sombras, Demogorgón, horrible por su mismo nombre, cubierto de una cierta palidez musgosa y por una descuidada humedad; exhalando un repulsivo y fétido olor a tierra y confesándose el padre del desgraciado origen más con palabras ajenas que con las suyas propias, se detuvo ante mí, artífice del nuevo trabajo.

»Me reí, lo confieso, al verlo, recordando la locura de los antiguos que pensaron que aquél había nacido eterno de nadie y padre de todas las cosas y que se ocultaba en las entrañas de la tierra. Puesto que esto realmente concierne poco a la obra, dejémoslo en su miseria, avanzando nosotros hacia lo que deseamos. Pues Teodoncio dice que la causa de esta necia credulidad tiene su origen no en los hombres de ciencia sino más bien en los antiguos campesinos de Arcadia. Estos, al ser hombres de tierra adentro, montaraces y semisalvajes y como vieran que la tierra, por su propio impulso, producía bosques y toda clase de arbustos, hacía brotar flores, frutos y simientes, que alimentaba a todos los animales y finalmente recibía en sí misma cualquier cosa que moría y, todavía más, que los montes vomitaban llamas, que el fuego se arrancaba del duro sílice, que los vientos soplaban desde lugares cóncavos y valles y se dieran cuenta de que ella, la tierra, se movía alguna vez e incluso emitía rugidos y de sus propias entrañas vertía fuentes, lagos y ríos, como si salieran de ella el fuego etéreo y el aire más puro y, totalmente empapada, derramase aquella enorme extensión de agua del océano, y como y como si pequeñas chispas que volasen a lo alto procedentes del choque de los incendios produjesen los globos del sol y de la luna y se clavaran como estrellas sempiternas desordenadamente en lo más alto del cielo, neciamente lo creyeron.

»Pero quienes siguieron después de éstos, que tenían el pensamiento algo más profundo, no llamaron simplemente a la tierra la autora de estas cosas, sino que había ímplicita en ella una mente divina con cuyo pensamiento y voluntad se producían las cosas. Y pensaron que esa mente tenía su morada en lugares subterráneos.

»Aumentó la credibilidad en este error entre los campesinos el haber entrado en los antros y profundísimos recovecos de la tierra alguna vez, porque en ellos, al avanzar con una luz cada vez más mortecina, parece que se agranda el silencio, la superstición se acostumbró a penetrar en las mentes con el horror natural de los lugares y la sospecha de la presencia desconocida de alguna divinidad que, conjeturada como tal divinidad por aquellos, no la consideraban otro que Demogorgón, por el hecho de que se creía que su mansión estaba en las entrañas de la tierra, como se ha dicho.

»Así pues, éste, al ser tenido entre los más antiguos Arcadios en alto honor, considerando que se aumentaba la majestad de su divinidad manteniendo en silencio su nombre, o pensando que no era decoroso que un hombre tan elevado corriese de boca en boca entre los mortales, o quizá temiendo que al ser nombrado se irritara contra ellos, se prohibió, con el consentimiento popular, que fuera nombrado por alguien sin castigo. Lo que ciertamente parece atestiguar Lucano cuando describe a Ericto invocando a los Manes diciendo [VI, 744-747] “Obedecéis o ha de ser llamado aquél que, al ser invocado, la tierra tiembla sin ser nunca sacudida, el que mira abiertamente a la Gorgona y castiga a Erinis temerosa de sus golpes, etcétera”.

»Así también Estacio, cuando el anciano ciego Tiresias por orden de Etéocles escudriña el resultado de la guerra de los Tebanos dice [IV, 514-517]: “Pues lo conocemos y tenéis miedo de que algo se diga y se conozca y de turbar a Hécate si yo, Timbreo, no te temiera a ti y al más importante del triple mundo al que es nefasto conocer; a él, pero callo, etcétera”. Este, del que los dos poetas hablan no expresando su nombre, dice claramente Lactancio, hombre insigne y docto, que comenta a Estacio, que es Demogorgón, el más importante y el primero de los dioses paganos.

»Y nosotros incluso podemos aceptarlo en el caso de que queramos conceder valor a las palabras de los poemas. Pues en Lucano dice la mujer hechicera [Ericto] y pagana, para demostrar su preeminencia y su mansión subterránea, que la tierra tiembla al ser invocado aquél, cosa que nunca hace en otras ocasiones a no ser sacudida. A continuación de esto dice él mismo que, puesto que ve a la Gorgona, esto es a la tierra desnuda, es decir, en su plenitud, porque habita en las entrañas de la tierra; nosotros por nuestra parte, con respecto a él, solo vemos la superficie de arriba. O contempla abiertamente a Gorgona, ese monstruo que convierte en piedra a quienes la miran, y no por ello se convierte en piedra, para que ello aparezca como un signo más de su preeminencia.

»En tercer lugar, muestra su poder también en los Infiernos al decir que éste castiga con azotes a Erinis, en lugar de Erinies, esto es las Furias, a saber reprimiéndolas e irritándolas con su poder.

»Por otra parte, Estacio dice que éste es conocido por los dioses celestiales, de modo que demuestra que aquél es subterráneo y el primero de todos e invocado puede doblegar a los »Manes a los deseos de los mortales, cosa que ellos no querrían. Dice también que es nefasto conocerlo, porque conocer los secretos de un dios no concierne a todos; pues si fueran conocidos, el poder de la divinidad se convertiría en una insignificancia.

»A éste [a Demogorgón], además, para que no se angustiara en el tedio de la soledad, la antigüedad generosa y que todo lo ve, como dice Teodoncio, le dio como compañeros a la Eternidad y el Caos y a continuación un importante batallón de hijos; pues ellos entre varones y hembras sostuvieron que habían sido nueve, como más adelante aparecerá con todo detalle.

»Este era el lugar de la revelación si hubiese algo escondido bajo una ficción poética. Pero, dado que está al descubierto el significado de esta divinidad errónea, tan sólo resta explicar qué parece significar su áspero nombre. Demogorgón en griego significa en latín, según pienso, dios de la tierra. Pues demon es dios, como dice Leoncio, pero Gorgón se interpreta como tierra. O mejor aún, la sabiduría de la tierra, puesto que se presenta como el dios que sabe o la sabiduría. O, como agrada más a otros, un dios terrible, lo cual se lee del Dios verdadero que habita en los cielos: Su Santo y terrible nombre. Pero éste es terrible por otra causa, pues aquél, por la rectitud de su justicia es terrible en su juicio para los que obran mal, éste en cambio para los que piensan neciamente».

Pero, ¿quién es Demogorgón?

El tratado mitológico de Boccaccio gozó de gran popularidad durante el Renacimiento. Sirvió de referencia para muchos artistas y escritores y el Demogorgón descrito por Boccaccio ―un dios de la tierra primigenio, feroz y terrible, padre de todos los demás dioses― fue retomado por otros autores. Así, por ejemplo, aparece mencionado por León el Hebreo en uno de sus Diálogos de Amor, en El Orlando furioso de Ariosto, en Los Siete libros de Diana de Jorge de Montemayor o en Las Trescientas de Juan de Mena. Incluso en la actualidad hay un personaje de un juego de rol llamado Demogorgón.

Ahora bien, lo desconcertante del asunto es que ni Homero ni Hesíodo ni Apolodoro ni Ovidio ni ningún otro mitógrafo relevante de la Antigüedad menciona a un Demogorgón por lado alguno. ¿De dónde dedujo entonces Boccaccio la existencia de este dios?

En 1930, un profesor de literatura latina de la Universidad de Palermo llamado Carlo Landi abordó esta cuestión en un ensayo delicioso que lleva por título Demogòrgone (Remo Sandron. Palermo, 1930)2. Según Landi, Boccaccio manejó tres fuentes principales para describir al dios Demogorgón y sus hijos. La primera y más importante fue un tratado mitológico de un tal Teodoncio (Theodontius), cuya existencia aún hoy se sigue cuestionando.

Con argumentos de peso, Landi sostiene que Teodoncio sí que existió, que fue algún autor bizantino que vivió en el siglo VIII y que escribió en latín un tratado mitológico que estuvo al alcance de Boccaccio, aunque no se ha conservado en la actualidad. Además, sospecha que, para narrar el papel de Demogorgón en la creación del Universo, Teodoncio se inspiró en la tríada de Zas – Chronos – Ctonia del filósofo presocrático Ferécides de Siros.

La segunda fuente sería un poema bizantino titulado Protocosmos de un tal Pronapide de Atenas, que Landi piensa que podría haber sido escrito por el propio Tedoncio:

«Io ardirei congetturare che, se non fu proprio lo stesso Teodonzio a inventare di sana pianta quel tale poemetto, si servisse dell’autorità di Pronapide “poeta” {g. d. l 3, 1. 5) a coonestare i suoi ingegnosi trovati press’a poco nel modo che l’Ariosto e gli altri autori di poemi cavallereschi si giovarono dell’autorità di Turpino».

Y la tercera fuente es un pasaje del comentario de Lactancio Plácido a la Tebaida de Estacio3 (IV, 516), donde se habla de un dios que crea el cosmos, el cual, quizás podría haber sido la fuente que inspirase a Teodoncio para escoger el nombre de Demogorgón4. Y lo más interesante es que, en los distintos códices donde se ha conservado el comentario, el nombre del dios aparece de forma distinta: demoirgon, emoirgon, demogorgona súmmum, demogorgon, demogelgunta, demogerontem, etcétera.

Esto, como habrá advertido el lector familiarizado con el mundo clásico, permite sospechar que el término Demogorgón podría tratarse de alguna corrupción bizantina de una palabra mucho más familiar en la Antigüedad: el «Demiurgo», una entidad divina que popularizó Platón en el siglo IV a.C. y que fue utilizada por numerosos autores y sectas para designar al dios artífice del universo, ya fuera el principio de todo, ya fuera un intermediario entre unas fuerzas trascendentes y la realidad material, como pensaban los valentinianos.

Así pues, podemos sospechar que Boccaccio recogió algún texto de Teodoncio, el cual se inspiró a su vez en una larga tradición clásica que hacía del Demiurgo el creador del universo y, más concretamente, dadas la referencias siguientes de Boccaccio a la Eternidad y otros conceptos similares, a una tradición neoplatónica y, quizás, gnóstica; tema este último que dejo para otro día.

Notas

1. No conozco ninguna edición on line contemporánea de La genealogía en español. En papel, la mejor es la edición preparada por María Consuelo Álvarez y Rosa María Iglesias (Editora Nacional. Madrid, 1983).

En español antiguo, se puede leer la traducción de Martín de Ávila, muy bien analizada por Esperanza Gómez en su tesis doctoral:

Gómez Sánchez, Esperanza Macarena (2002) Boccaccio en España : la traducción castellana de Genealogie Deorum por Martín de Ávila: edición crítica, introducción, estudio y notas mitológicas. Ver.

En italiano hay algunas copias en Google Book y una traducción moderna en Liberliber. Ver.

2. Disponible en Archive.org. Ver.

3. Se puede leer una edición on line de La Tebaida de Estacio, traducida por Juan de Arjona, en la web de la Universidad de Valencia. Ver.

4. 516-517. Et triplicis mundi summum (quem scire nefastum / illum sed taceo) dicit [autem] deum δημίουργόυ, cuiuis scire non licet nomen. Infiniti autem philosophorum [et] magorum [Persae] etiam confirrnant [aut] reuera esse praeter hos deos cognitos qui coluntur in templis  alium principem et maximum dominum, ceterorum numinum ordinatorem, de cuius genere sint soli Sol atque Luna, ceteri uero, qui circumferi a sphaera [astra] nominantur, eius clarescunt spiritu. [maximis in hoc auctoribus Pythagora et platone et ipso tagete] sed dire sentiunt qui eum interesse nefandis artibus actibusque magicis arbitrantur.

Lactantii Placidi in Statii Thebaida commentum. Ver.

(Escrito en mayo de 2011)

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