El códice Boturini: 4. Chichimecas
Análisis de la cuarta lámina del códice Boturini
Seguimos con esta serie dedicada a la Tira de la Peregrinación. En capítulos anteriores hemos visto cómo se contaba que los aztecas habían salido de la legendaria Aztlán guiados por el dios Huitzilopochtli y, tras dejar atrás Teoculhuacan, llegaron a un sitio relacionado con un árbol truncado que quizás podía ser Tamoanchan, un lugar divino con un reflejo terrenal, donde los dioses crearon a los seres humanos y les consiguieron maíz. Fuera cual fuera aquel sitio del árbol truncado, allí se separaron los 9 calpulli que habían salido juntos desde Teoculhuacan. Los aztecas se quedaron los últimos apesadumbrados por la separación.
Vamos con el siguiente capítulo de esta historia, que también está sembrado de enigmas complicados de resolver. Serán más las preguntas que las respuestas que quedarán al final, pero espero que las líneas que siguen resulten interesantes.
Lámina 4
La lámina está formada por tres escenas. En la primera vemos a los cuatro teomamaque, los portadores del tlaquimilolli, el bulto sagrado donde llevan al dios y sus reliquias. En otra se encuentran tres personajes tumbados sobre una especie de plantas y al jefe de los aztecas que está haciendo algo. Encima de ellos se sitúa la tercera escena: un señor con un arco relacionado con un ave por una línea de puntos. Vamos a tratar de desembrollar este lío.
La Crónica Mexicáyotl
En la primera escena se encuentran los cuatro teomamaque que ya conocemos. Sus nombres suelen coincidir con el resto de las fuentes, menos el caso de Quetzalapanecatl, que suele reducirse a Apanecatl. En el pictograma se advierten pequeñas variantes iconográficas respecto a la segunda lámina, por ejemplo, la serpiente de Cuauhcoatl está estirada en lugar de enroscada, pero sospecho que son irrelevantes, meros accidentes del propio proceso artístico, igual que cuando escribimos a mano a veces hacemos las letras más o menos redondeadas.
Lo interesante empieza en la segunda escena, la de las tres personas tumbadas sobre arbustos. Una vez más, la escena es demasiado compleja para interpretarla por sí misma, pero por fortuna contamos con varias fuentes que nos pueden ayudar a entender qué está sucediendo. Comenzamos por la Crónica Mexicáyotl, una obra preparada por un descendiente de los emperadores aztecas (1).
Fernando de Alvarado Tezozomoc fue un cronista que vivió aproximadamente entre el año 1520 y el año 1610 y su obra es muy interesante, pues era descendiente de la casa real de México-Tenochtitlan, por lo que tuvo acceso a la versión oficial de la corte mexica, ya fueran códices o narraciones que se iban transmitiendo de generación en generación.
Escribió dos obras donde recogía la historia de la migración mexica: una en español, la Crónica Mexicana, y otra en náhuatl, la Crónica Mexicáyotl, que es más extensa e interesante para el momento que nos ocupa, la salida de Chicomoztoc. La narración de toda esta parte se la atribuye a un mestizo anciano llamado Alonso Franco, que murió en el año 1602.
Según cuenta la crónica, los aztecas vivían en Aztlán, donde rendían pleitesía y adoración al dios Tetzahuitl Huitzilopochtli. El muy pillo «les aconsejaba, vivía entre ellos, y se hacía amigo de los aztecas; y por ello se perdían tantísimas almas que se llevaba al infierno».
Los aztecas llevaban muchísimo tiempo viviendo en Aztlán, unos 1.014 años si he entendido bien, y era el año 1 pedernal cuando se produjo una crisis. Por entonces reinaba el llamado Moctezuma, que tenía dos hijos: el menor se llamaba «Mexi, era de nombre Chalchiuhtlatonac» y era jefe de los aztecas; del mayor no se dice el nombre, sino solo que era jefe de los cuextecas.
Harto de su hermano por razones que desconocemos, Mexi-Chalchiuhtlatonac, después de hacer penitencia en un sitio denominado Quinehuayan-Tzotzompa, seguramente Chicomoztoc, depositando allí hojas de abeto o acxoyates (recuérdese el templo de ramas de Huitzilopochtli de la primera lámina), le dijo a su pueblo los mexicanos [aztecas] que debían ponerse en marcha y todos le obedecieron: «Venían, pasaban en canoas cuando colocaban allá sus “acxoyates”; de allá del mencionado lugar llamado Quinehuayan, la cueva, Chicomoztoc, fue de donde salieron los siete “calpulli” de los mexicanos».
Mexi-Chalchiuhtlatonac llevó a su pueblo hasta Chicomoztoc la roca, que tiene siete partes agujeros, «un lugar espantoso, puesto que allí predominaban las innumerables fieras ahí establecidas: osos, tigres, pumas, serpientes; y está repleto de espinos, de magueyes dulces, de pastales». Y de ahí fueron hasta Colhuacan guiados por cuatro teomamaque: Iztac Mixcoatzin, Apanecatl, Tetzcacoatl y una mujer llamada Chimalma.
En Colhuacan llegaron hasta un sitio donde se alza un árbol muy grueso, un ahuehuete, donde levantaron un altar pequeño en el que asentaron al dios Tetzahuitl Huitzilopochtli. Pasados varios días, le ofrendaron sus provisiones y cuando iban a comer oyeron una voz que les decía desde lo alto del árbol: «Venid acá quienes ahí estáis, no sea que caiga sobre vosotros, ya que mañana se derrumbará el árbol». Los aztecas se asustan, dejaron de comer, se alejaron del árbol, que cuando amaneció se desgajó y rompió sobre ellos, y luego se quedaron allí descansando al pie del árbol durante 4 años. Como comentaba en el análisis de la lámina anterior, este acontecimiento podría ser el eco de una leyenda más compleja.
Los aztecas estuvieron un tiempo en el sitio donde se rompió el árbol y luego volvieron a ponerse en marcha «y después, cuando vinieron acá, cayeron sobre de ellos en el camino los demonios, que vinieron a caer junto a la biznaga, y algunos al pie del mezquite, los llamados «mimixcoa»; ocho de ellos, el primero de nombre Xiuhneltzin, el segundo de nombre Mimichtzin, el tercero, mujer, su hermana, de nombre Teoxahual, y no se sabe bien los nombres de los otros cuatro».
Entonces Huitzilopochtli llamo a los temoamaque y al rey de los aztecas y les dijo:
«—Asid a aquellos que están al pie de la biznaga; ellos serán quienes primeramente paguen el tributo de su vida.
»Según cuentan los ancianos, cuando los aztecas vinieron de Aztlan no se llamaban todavía mexicanos, sino que aún se llamaban todos aztecas, y hasta después de esto que relatamos fué cuando tomaron el nombre, y se denominan mexicanos. Según esto, entonces se les dio dicho nombre: como dicen los ancianos, quien les dio el nombre fue Huitzilopochtli».
Después de cambiarle el nombre a los aztecas por mexicanos, por razones que no explica, Huitzilopochtli «les embizmó [emplumó] las orejas, y también allá les dio la flecha, el arco y la redecilla con que lo que veían a lo alto lo flechaban muy bien los mexicanos».
En síntesis, según esta crónica, parece que después de salir de Chicomoztoc, se pelearon con unos demonios cuando estaban al lado de unas biznagas y unos mezquites. Aquellas criaturas eran ocho, se denominaban mimixcoa y entre ellas se encontraban un hombre llamado Xiuhneltzin, otro llamado Mimichtzim y una mujer de nombre Teoxahual. Siguiendo las órdenes del dios Huitzilopochtli, los aztecas los mataron al pie de la biznaga y así se convirtieron en mexicas.
Veamos si esta historia cuadra con nuestro códice.
Xiuhneltzin, Mimichtzin y Teoxahual
Según la Crónica Mexicáyotl, al salir de Chicomoztoc cayeron sobre los azteca ocho «demonios» llamados mimixcoa entre los que se encontraban tres personajes denominados Xiuhneltzin, Mimichtzin y Teoxahual. ¿Se corresponden estos nombres con lo que estamos viendo en la Tira de la peregrinación?
El pictograma del señor del primer arbusto está representando una piedra turquesa, esa especie círculo rayado coronado por cuatro cuadraditos, por lo que podría corresponderse con el mimixcoa que denominan Xiuhneltzin en la Crónica Mexicáyotl, un nombre que se descompone en xiuitl, «turquesa», nel, «verdadero» y la partícula reverencial tzin, «el señor de la verdadera piedra turquesa» o algo similar. Lleva una especie de antifaz oscuro en los ojos, una nariguera en el tabique nasal, un plumón en la cabeza y quizás un pendiente. El vestido con rayas probablemente indica que fueran pieles, una vestimenta rústica y primitiva característica de los chichimecas.
El segundo lleva por pictograma un pez. En náhuatl mimichma significaba pescador y michin, pescado, por lo que su nombre podría estar relacionado con los peces o similar, pero en cualquier caso también está en consonancia con la Crónica Mexicáyotl. Al igual que su compañero, lleva el antifaz, la nariguera, el plumón y viste con pieles.
El tercer personaje es una mujer, como se advierte por el pelo largo y la línea que tiene en la cintura que separa la parte de arriba de su vestido con la inferior; quizás se trate de un huipil. No lleva la nariguera y, en vez del antifaz, tiene la parte inferior del rostro decorada con una banda. No se indica su nombre con ningún pictograma, pero quizás esté relacionado con este adorno, tal y como indica Patrick Jonnshon (2), y podría tratarse de Teoxahualli, un nombre que derivaría de xahualli, «afeite, adorno, y teo, «divino».
Por lo tanto, parece seguro que estos tres personajes guardan relación con con esos «demonios» de la Crónica Mexicáyotl denominados mimixcoa, pero ¿quiénes eran estos personajes y qué relación tienen con la historia de nuestros aztecas?
Una generación rebelde
Los mimixcoa son un grupo de personajes legendarios muy complejo que protagoniza diversos mitos de los mexicas y sus vecinos (3). En distintas fuentes aparecen protagonizando con pequeñas variantes este mito que acabamos de ver y que en esencia viene a contar que primero nacieron 400 mimixcoa con el mandato divino de alimentar al Sol con el corazón y la sangre de presas conseguidas en guerras y cacerías. Sin embargo, estos 400 no cumplieron con lo encomendado y, en lugar de ofrendar al Sol lo que cazaban, se dedicaron a emborracharse y acostarse con mujeres. Como consecuencia, los dioses crearon otros 5 mimixcoa que mataron a los primeros 400 menos a 2 o 3, entre los que se encontraban Xiuhneltxin y Mimichtzin.
Y también son varias fuentes que corren paralelas a la tradición que se refleja en la Tira de la peregrinación en las que el papel de los mimixcoa buenos está desempeñado por los aztecas, como la Crónica Mexicayotl que acabamos de ver o el Códice Aubin (4), que en el texto que acompaña los dibujos según una traducción de Guilhem Olivier vendría a decir algo así:
«[…] Después cuando [los aztecas] partieron por el camino vinieron a llegar sobre ellos los “hombres búhos” [los brujos, los mimixcoa]. Entre las biznagas estuvieron cayendo, y algunos estuvieron cayendo al pie de los mezquites.
»A estos los llamaban mimixcoa: el primero de nombre Xiuhneltzin, el segundo de nombre Mimichtzin, el tercero, mujer, su hermana mayor. Otra vez allá les llamó el diablo Huitzilopochtli; les decía:
»—Tomad los que están entre las biznagas. Ellos serán el primer tributo.
»Y enseguida, allá, les cambió su nombre a los aztecas. Les decía:
»—De aquí en adelante ya no es vuestro nombre aztecas, vosotros sois ya mexicas.
»Allá les embizmó [emplumó] las orejas, así que tomaron los mexicas su nombre. Y allá les dio la flecha y el arco y la redecilla. Lo que subía a lo alto lo flechaban bien los mexica».
En conclusión, parece que de alguna manera se entremezclan los mitos. Debía de existir un mito, quizás de origen chichimeca, en el que se contaba que los dioses crearon una primera generación de 400 mimixcoa díscolos que no cumplieron la misión cósmica de cazar y hacer la guerra para alimentar al Sol con ofrendas y sacrificios. La segunda generación, formada por unos 5 mimixcoa, en cambio, les salió mejor. Estos mimixcoa se cargaron a los primeros y luego siguieron alimentando al Sol con corazones y sangre. Y sobre este mito se entrecruza el del origen y la migración de los aztecas, que pasan a desempeñar el papel de los mimixcoa buenos una vez que han pasado del plano supraterrenal, legendario y divino de la existencia -Aztlan, Chicomoztoc, ¿Tamoanchan?- al plano de los seres humanos.
Y en todo este embrollo hay un dios que se insinúa de forma más o menos evidente según cada fuente: Mixcoatl, el dios de los chichimecas.
Serpiente de Nube
El antifaz y el plumón que llevan los mimixcoa de la escena inferior de esta lámina de la Tira, así como el arco y la red que sujeta el personaje superior, son elementos característicos de Mixcóatl, que en Tlaxcala se conocía como Camaxtli. El investigador y profesor Guilhem Olivier ha estudiado en profundidad a este dios en un ensayo delicioso que lleva por título Cacería, sacrificio y poder en Mesoamérica. Tras las huellas de Mixcóatl, “Serpiente de Nube” (5). Como explica Olivier, Mixcoatl era un dios de la caza que «aparece claramente como antepasado, verdadero “padre de los pueblos” del México antiguo».
Fundador de la ciudad de Tula según algunos mitos, padre de los mimixcoa según otros, Mixcóatl solía representarse con una especie de antifaz negro en torno a los ojos, lo que le daba cierto aspecto de búho, a veces con la boca coloreada de rojo, y con el cuerpo pintado con rayas blancas y rojas. Llevaba una nariguera y plumones de águila en las orejas y la cabeza. Podía ir armado con arco y flechas, armas características de los chichimecas, o con un atlatl, que era un propulsor de proyectiles muy habitual en Mesoamérica desde tiempos antiguos. Además, solía contar con una bolsa de red llamada chitahtli, otra herramienta característica de los chichimecas, que servía para transportar las presas capturadas y otros fines domésticos.
Venerado como dios la caza y por lo tanto de la guerra entendida como la caza de los seres humanos, tal y como indicaba Graulich, Mixcóatl era el dios patrón de la fiesta de quecholli que se celebraba en Tenochtitlan, Cuauhnáhuac, Coyohuacan y el señorío de Tlaxcala otros lugares. No está claro exactamente cuándo se organizaba, quizás entre octubre y noviembre, pero sí que duraba varios días y tenía como colofón una gran cacería ritual y el sacrificio de esclavos.
En la Historia general de Sahagún se cuenta que en el mes que llamaban quecholli, en Tenochtitlan, «hacían fiesta al dios llamado Mixcóatl, y en este mes hacían saetas y dardos para la guerra; mataban a honra de este dios muchos esclavos».
Durante los primeros cuatro días hacían flechas, se herían las orejas y con la sangre se untaban las sienes. En estos días, dice la crónica, ningún hombre se echaba con su mujer ni los viejos ni las viejas bebían pulque porque hacían penitencia. Al quinto día ofrendaban a los difuntos unas saetas pequeñas y dos tamales y al décimo iban «todos los mexicanos y tlatelolcas a aquellos montes que llaman Zacatepec y dicen que es su madre aquel monte». Y el día que llegaban se pasaban la jornada haciendo fuegos y «cabañas de heno».
Al amanecer, almorzaban todos y salían al campo donde cazaban venados, liebres y otros animales después de acorralarlos formando círculos cada vez más cerrados. «Acabada la caza , mataban cautivos y esclavos en un templo que llaman Tlamatzinco; los ataban de pies y manos y los llevaban por la escalinata templo arriba como quien lleva un ciervo por los pies y por las manos a matar». Entre los sacrificados había un hombre y una mujer que representaban a Mixcóatl y su mujer, a los que mataban en otro templo que se llamaba Mixcoateupan.
En síntesis, según cuenta Sahagún, en esta fiesta presidida por Mixcóatl se celebraba una gran cacería y a continuación se realizaban diversos sacrificios humanos. Esta conexión entre Mixcóatl, los mimixcoas, la caza y el sacrificio nos está indicando hacia dónde debemos dirigir nuestras pesquisas para descifrar esta lámina y en este sentido es muy interesante que dos de nuestros mimixcoas estuvieran recostados sobre biznagas.
La biznaga es un cactus que crece en ambientes áridos y desérticos, como los que hay en norte de México, desde donde salieron los chichimecas. Pueden alcanzar un gran tamaño y, como señalaba Olivier, están muy relacionadas con el sacrificio. Se utilizaban durante la fiesta de quecholli para sacrificar a los cautivos y es probable que se usasen en otros rituales similares, tal y como demuestra un monolito de piedra representando una biznaga que se ha encontrado cerca del templo mayor de México (la llamada Piedra de la Librería Porrúa).
Recapitulando, debía de existir un mito muy antiguo que hablaba de mimixcoa buenos que luchaban contra unos mimixcoa malvados a los que sacrificaban para alimentar al quinto Sol. Los aztecas se identificaron con aquellos mimixcoa buenos y toda esa historia que explicaba su fuerza como grandes cazadores y guerreros chichimecas. Y de alguna manera aquella historia entremezclada se recreaba durante la fiesta de quecholli, presidida por el dios de la caza Mixcoatl, padre de los mimixcoa, y una de las divinidades relacionadas con la guerra en tanto que se concebía también como la caza de seres humanos.
La identidad de los sacrificados, por lo tanto, parece bastante clara, pero ¿quién los está sacrificando?
El jefe de los aztecas
En un extremo de la escena volvemos a encontrarnos con el jefe de los aztecas. Aunque María Castañeda defiende una interpretación un tanto diferente (6), en general los especialistas suelen coincidir en que está sacrificando a los mimixcoa, a pesar de qye el jefe de los aztecas no lleve ningún cuchillo en la mano. En palabras de Guilhem Olivier:
«Ahora bien, es importante precisar que el tlacuilo no representó de manera explícita el acto sacrificial, tal como lo podemos ver en muchas otras representaciones en las que aparecen un sacrificador con su pedernal y la víctima con una hendidura en el pecho, de donde brota un flujo de sangre. Sin embargo, desde Eduard Seler y Francisco del Paso y Troncoso, la mayoría de los especialistas han considerado que la escena representaba el sacrificio de los Mimixcoa.
»Si bien es cierto que el personaje que se inclina sobre la mujer Mimixcoa no lleva ningún cuchillo, no olvidemos que en algunos manuscritos coloniales tempranos —como es el caso del Códice Boturini— no se representaron sacrificios humanos de manera explícita».
Sin embargo, no está nada claro quién era este jefe de los aztecas Como hemos visto en capítulos anteriores, María Castañeda de la Paz asociaba este pictograma con Amímitl, «flecha de agua», un dios muy relacionado con Mixcóatl, quizás un avatar del mismo. El fundamento principal de esta hipótesis es el pictograma que indica el nombre de nuestro personaje:
«Como señaló Barlow muy acertadamente, el glifo del agua (a-atl) y la flecha (mi-tl), con valor fonético reduplicado, no eran otra cosa que una referencia al dios Amimitl (“flecha de agua”)».
Entre los argumentos que expone a favor de esta interpretación se puede destacar que Mixcóatl está relacionado con Chimalma, la mujer que aparece con seguridad debajo del templo de la primera lámina y luego entre los teomamaque. Chimalma debía de ser una diosa muy antigua, relacionada quizás con la fertilidad y la vida, y en algunas versiones figura como esposa de Mixcóatl.
Sin embargo, esta interpretación también presenta algunos problemas. El más importante quizás sea que Amimitl no se menciona en ninguna fuente mexica como caudillo de los aztecas, donde más bien se suele hablar de Mexi y de derivados de Huitzilopochtli, como Huitzilópoch, Huitziltzin, Huitzilihuitl o Uichilogos.
El segundo problema es que nuestro amigo no es solo un caudillo, sino el sumo sacerdote del templo que aparece en Aztlan, por lo que se estaría diciendo en un códice mexica que el dios principal de los aztecas no era Huitzilopochtli, sino Amimitl o Mixcoatl. La propia María Castañeda reconocía esta dificultad.
«Sé que hablar de Mixcóatl, dios de los chichimecas, de su sacerdote y del templo de Amímitl es una interpretación que parece contradecirse con la “historia oficial mexica” y por ello con el papel de Huitzilopochtli como divinidad principal de los aztecas. Sin embargo, no podemos negar que el documento y su pictografía reflejan muy claramente la importancia de este templo en Aztlan, así como la de su sacerdote y dirigente al principio de la migración».
Se podría contrargumentar que la Tira podría estar recogiendo una versión donde se hacía a Mixcoatl dios de los chichimecas y que Huitzilopochtli aparece después con claridad como verdadero guía de los aztecas. Esto cuadraría con una de las ideas fuerza de la Tira que es mostrar el origen común chichimeca de los aztecas, tal y como veremos en el siguiente capítulo.
Por no extenderme más, menciono solo otro problema y es que había muchas maneras de referirse a las flechas según su uso, como ácatl, mitl, tlacochtli y tlaxichtli, que Olivier traduce respectivamente como caña, flecha, dardo y saeta (8).
En la Tira se advierten dos grandes tipos de flechas. En uno, ligado al concepto chichimeca, se muestran de manera más rústica, sin adornos, con la punta lisa (1) o aserrada (2). En otro, más noble, las flechas están adornadas con plumones, como sucede con el nombre de nuestro personaje (3), la flecha del águila (4) y la que se usa en la fiesta del fuego nuevo (5, 6) que veremos más adelante.
En el Códice Florentino de Bernardino de Sahagún hay una representación clara de Amimitl, la única que yo conozca, y aparece representado con un dardo rústico y dentado y la red de caza, dos atributos característicos de Mixcoatl. ¿No debería de ser de este tipo la que indica el nombre del caudillo azteca si fuera Amimitl, sobre todo si está relacionado con lo chichimeca?
Se podría contraargumentar, sin embargo, que es lógico que se utilice una flecha noble para designar a alguien tan importante como el caudillo legendario de los caudillos. Es el caso por ejemplo del glifo que acompaña a Moctezuma Ilhuicamina, el flechador del Cielo, en el Códice Mendoza.
En síntesis, igual podría tratarse efectivamente de Amimitl, lo que contribuiría a enmarcar el relato de la Tira en el discurso identitario que se advierte en otras versiones, el pueblo cazador de orígenes chichimecas que irá progresando cada vez más, tal y como veremos en el siguiente capítulo. Sin embargo, no contamos con pruebas contundentes que demuestren esta hipótesis más allá de cualquier duda, por lo que creo que la cuestión sigue abierta (8).
En cualquier caso, ya se trate de Amimitl o de cualquier otro personaje, parece claro que se produce una transformación y en este proceso aparece un nuevo enigma.
Un águila misteriosa
En la tercera escena de la lámina se encuentra un hombre que, suponemos, representa a nuestros aztecas. Ha cambiado de apariencia y luce el plumón y el pendiente de pluma que llevaban los mimixcoa, además tiene un antifaz, que en este caso es de color blanco. Sujeta una flecha y un arco del que salen dos líneas punteadas. Una lleva hasta la cesta de red chichimeca y otra hasta un águila en la que podría estar clavada una flecha.
En general, la escena se interpreta en la línea argumental que estamos viendo: cuando los azteca salieron del sitio del árbol truncado se toparon con los mimixcoa, a los cuales dieron muerte y sacrificaron. Como resultado o recompensa por esta matanza, dicen las crónicas, los dioses le dieron una nueva identidad a los aztecas y obtuvieron el arco y la red de caza. Se convirtieron en mexicas, un pueblo cazador digno de los dioses. Sin embargo, el pasaje plantea a su vez dos enigmas.
El primero, menos importante, es entender qué está representando el águila. Hace años, los especialistas solían coincidir en que se trataba de Huitzilopochtli, que por numerosas fuentes sabemos que podía mostrarse como un águila. Así, por ejemplo, Michel Graulich (9) sostenía que:
«Los mexitin recibieron de Huitzilopochtli, quien se les apareció bajo la forma de un águila (animal solar), un arco y unas flechas, así como un nuevo nombre, el de mexicas. Sellaron su pacto con él, inmolando a los mimixcoa en su honor. Desde entonces, harían la guerra para nutrir al Águila-Sol con corazones humanos y asegurar, de este modo, el buen curso del mundo».
Sin embargo, sospecho que aquellas interpretaciones estaban condicionadas por la mala calidad de las imágenes disponibles, pues viendo la escena en grande se advierte mejor que el águila lleva la flecha clavada y parece raro que los aztecas quisieran flechar a su dios principal. Por lo que es probable que deba interpretarse sencillamente como lo que vemos, que han cazado un águila, tal y como ya apuntaba Olivier relacionando la escena con el mismo pasaje narrado en el Códice Aubin:
«Otra vez allá les llamó el dios Huitzilopochtli; les decía:
»—De aquí en adelante ya no es vuestro nombre azteca, vosotros sois ya mexica.
»Allá les embiznó [emplumó] las orejas, así que tomaron los mexica su nombre. Y allá les dio la flecha y el arco y la redecilla. Lo que subía a lo alto lo flechaban bien los mexica.
Emparentado con este enigma se encuentra el segundo. Varias fuentes coinciden en que los aztecas pasaron por aquel gran proceso de transformación por haber dado muerte a los mimixcoa malos y se convirtieron en mexicas o mexitlin por obra de un dios misterioso llamado Mexi. Y no está nada claro quién era este dios.
Volveré sobre este tema en el siguiente capítulo, que este está quedando ya demasiado extenso y es mejor que sigamos analizando las implicaciones de aquel sacrificio legendario. Pero antes recordemos cómo era la sociedad mexica en su pleno apogeo, en el siglo XV, cuando se formaron las grandes historias sobre su origen e identidad.
Una sociedad militar
Entre los siglos XI y XII, las tribus chichimecas del norte se fueron desplazando hacia el sur, mucho más rico en recursos, y entre ellas es probable que se encontrasen los aztecas-mexicas, que al final terminaron en una zona lacustre de subsistencia complicada, el lago de Texcoco, donde fundaron Tenochtitlán, quizás en el año 1325. Pasaron décadas malviviendo en aquel territorio pantanoso, pero con el tiempo fueron prosperando, ganaron una guerra tras otra, forjaron alianzas poderosas y para principios del siglo XV, Tenochtitlán se convirtió en uno de los altepetl más poderosos del territorio. Con Texcoco y Tlacopan formó la llamada Triple Alianza, liderada de facto por los tenochcas, que a principios del siglo XVI dominaba gran parte del centro de México.
Gracias al botín de guerra y un torrente de tributos cada vez mayor, los mexicas pudieron hacer de Tenochtitlan una metrópoli espléndida, con grandes obras de ingeniería, casas lujosas, templos espectaculares, como el que presidía el centro de la ciudad en honor de Huitzilopochtli, el llamado Templo Mayor, o un mercado con cabida para miles de personas donde llegaban productos de todas las partes del imperio como plumas de águila y de halcón, maíz, frijoles, cacao, chile, pavos, liebres, patos, frutas, vestidos de algodón, herramientas de cobre, cuchillos de pedernal y de obsidiana, madera, carbón o esclavos.
Pero no era fácil controlar un territorio tan grande en una época donde cualquier desplazamiento podía llevar jornadas y jornadas por caminos intransitables, así que los mexicas fueron abandonando las labores productivas del campo para dedicarle cada vez más tiempo a la guerra y el aparato militar. Así, aquel entramado fue consolidando una sociedad militarista muy jerarquizada en cuya cúspide se encontraba el huey tlatoani, el gran señor, rodeado de un aparato burocrático muy estratificado que estaba formado por los tecuhtli, una especie de nobleza que ocupaba los altos mandos militares, administrativos, judiciales y religiosos.
Y todo aquel aparato se sostenía en última instancia en el poder de las armas, en las que eran instruidos los mexicas desde chicos. Como explicaba Jaques Soustelle en La vida cotidiana de los aztecas en víspera de la conquista, un clásico delicioso:
«Desde su nacimiento, el varón está consagrado a la guerra. El cordón umbilical del niño se entierra junto con un escudo y unas flechas en miniatura. Se le dirige un discurso en el cual se le anuncia que ha venido al mundo a combatir. El dios de los jóvenes es Tezcatlipoca, también llamado Yaotl “el Guerrero”, y Telpochtli “el joven”. Es el que preside las “casas de jóvenes”, telpochcalli, que reciben en cada barrio a los adolescentes desde la edad de seis oo siete años. La educación que se imparte en esos colegios es esencialmente militar, y los jóvenes mexicanos no sueñan más que en distinguirse. Desde los diez años se les cortan los cabellos dejando crecer solamente un mechón, piochtli, sobre la nuca, que sólo podrán cortar el día en que hayan hecho un prisionero en combate, aunque para ello hayan tenido que unir sus esfuerzos dos o tres jóvenes.
»El guerrero que ha realizado esta primera hazaña lleva desde entonces el título de iyac. “Yo soy un iyac”, proclama Tezcatlipoca; así el joven guerrero se iguala a su dios. Corta entonces su mechón de cabellos y deja crecer su cabellera en un nuevo mechón que irá a dar sobre su oreja derecha. Pero con esto sólo ha salvado un escalón; cuando se suceden dos o tres combates sin que haya llegado a distinguirse, se verá obligado a retirarse y a renunciar a las armas […].
»A medida que los guerreros se elevan en jerarquía, aumenta su renombre y al mismo tiempo reciben, con el derecho de llevar el atuendo, y los ornamentos cada vez más lujosos, regalos en especie y el producto de algunas tierras. No sólo no están obligados, como el ciudadano común y corriente, a cultivar su propia parcela, sino que hasta se les regalan otras, la mayor parte de las veces de país conquistado, las cuales son cultivadas para ellos. Tienen bellas mansiones, con numerosa servidumbre, vestidos y joyas espléndidos, abundantes reservas en sus graneros y en sus cofres; son ricos».
Y es en este contexto de expansionismo militar en el que debemos encuadrar la interpretación de esta lámina: los sacrificios humanos como herramienta ideológica de un poder imperial cada vez más belicista.
Dioses hambrientos
El sacrificio humano fue práctica habitual en muchas culturas de Mesoamérica desde tiempos antiguos y durante la dominación mexica, a partir de 1430 aproximadamente, fue a mayores, ya que se convirtió en una de las herramientas de las élites gobernantes para justificar su poder totalitario y militarista, así como sus guerras de expansión. En palabras de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján (10):
«Durante el Posclásico Tardío, la guerra de conquista estuvo sancionada como la vía idónea para que el hombre cumpliera su sagrada misión de perpetuar la existencia del mundo. Bajo esta lógica, los ejércitos mexicas y los de sus aliados emprendían ambiciosas campañas militares, de las cuales debían retornar victoriosos y con abundantes cautivos para las grandes festividades sacrificiales. Dichas festividades tenían como uno de sus propósitos hacer alarde del poderío militar de Tenochtitlan, infundiendo terror entre sus enemigos».
Es tema de debate si el número víctimas fue más o menos grande, pero no cabe duda de que el sacrificio humano formaba parte esencial de las creencias y costumbres de los mexicas, sobre todo relacionado con la guerra y los prisioneros capturados durante la contienda. De hecho, se llegaron a desarrollar fórmulas sofisticadas de batallas rituales entre los mexicas y sus enemigos del Valle de Puebla-Tlaxcala. Fueron las llamadas «guerras floridas», las xochiyáoyot, guerras periódicas cuyo objetivo principal era conseguir cautivos.
Michel Graulich escribió un resumen muy claro sobre las guerras floridas en su ensayo Moctezuma: Apogeo y caída del imperio azteca. Según Graulich, se podrían haber iniciado a raíz de una gran hambruna que asoló Tenochtitlan desde 1450 hasta 1454. Los sacerdotes mexicas no tardaron en asociar la carestía con un castigo divino por sus pecados. No se les había ofrecido suficiente alimento y había que apaciguarlos con sacrificios humanos a mansalva.
El problema, indica Graulich, es que «las víctimas eran en su mayoría prisioneros de guerra. Pero las guerras eran intermitentes y lejanas, los cautivos sólo llegaban de vez en cuando y para colmo muy flacos y debilitados, si es que llegaban, pues la mayor parte moría en el camino. Para remediar eso, se decidió organizar la “guerra florida” (xochiyaóyotl), vale decir, batallas periódicas en la que la Triple Alianza se oponía a Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula (antes Cholollan), ciudades las tres del valle de Puebla».
Cada 20 días las ciudades entraban en combate por turnos, sigue explicando Graulich: “tal mes, Tenochtitlan contra Tlaxcala; el siguiente, Texcoco contra Huexotzinco, y así sucesivamente”. En estas batallas no se conquistaban ciudades, no se saqueaban los campos, solo se enfrentaban dos ejércitos y en busca de cautivos que más adelante eran sacrificados.
Los mexicas obtenían varios beneficios de estas batallas ritualizadas. Entre otros, así reforzaban la preparación militar de los nobles y los guerreros, debilitaban a sus vecinos sojuzgados, se aseguraban un suministro periódico de alimento humano a los dioses, que al menor descuido entraban en cólera, y de paso para ellos mismos, que también se comían a las víctimas. Pero sobre todo lo que me interesa destacar es que de esta manera reforzaban ideológicamente un sistema militarista y expansionista que necesitaba grandes dosis de terror y verborrea bélica para mantenerse en funcionamiento.
Y es aquí donde se encuentra en última instancia la clave de la interpretación de esta lámina y el mito de los mimixcoa malos. Los mexicas se identificaban con los mimixcoa buenos, los que obedecen las órdenes cósmicas y se preocupan de alimentar a los dioses siempre hambrientos. Ellos son el pueblo elegido, los encargados de alimentar al Sol para que no se detenga, por lo que deben hacer la guerra y «cazar» seres humanos constantemente, tal y como les fue encomendado cuando salieron de aquel lugar legendario representado por Aztlan, Chicomoztoc y Tamoanchan. Ellos son, por lo tanto, el pueblo que tiene el derecho y el deber de conquistar a sus vecinos gracias a una organización muy jerarquizada en cuya cúspide se encuentran el tlatoani, los grandes nobles y los sacerdotes, los mismos que escribieron la historia del origen y la migración de los aztecas.
Bueno, me falta hablar de la relación entre los mimixoca y los hermanos de Huitzilopochtli, de la identidad de Mexi y de una miríada de temas más, pero de momento vamos a dejarlo aquí.
Posible lectura de la lámina
Después de separarse del resto de calpullis, los aztecas siguieron su camino y se toparon con los mimixoca, entre los que se encontraban Xiuhneltzin, Mimichtzin y, quizás, Teoxahual.
Les dieron muerte y como consecuencia se convirtieron en mexicas y obtuvieron dos herramientas muy poderosas, el arco y le cesta de red, con las que pudieron cazar animales tan poderosos como el águila.
Continuará…
Notas y referencias
1. El Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM ha publicado online una traducción formidable de Adrián León directamente del náhuatl de la Crónica Mexicáyotl de Fernando de Alvarado Tezozomoc. Lo bueno es que tiene dos versiones, una libre -más comprensible y es la que cito aquí- y otra más espesa, literal, para especialistas. Consultar.
Además, si alguien está interesado en profundizar sobre esta obra, le recomiendo leer la tesis doctoral de Gabriel Kruell: La historiografía de Hernando de Alvarado Tezozómoc y Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpáin Cuauhtlehuanitzin a la luz de un estudio filológico y una edición crítica de la Crónica mexicáyotl. Consultar.
2. Patrick Johansson K. La fundación de México-Tenochtitlan, el mito y la historia. El historiador frente a la ciudad de México, 41-79, 2016. (pág. 65). Consultar.
3. Como indicó Graulich, los mimixcoa a veces tienen un papel negativo, es decir, son enemigos del héroe, y otras positivo. Entre las obras donde cumplen un papel negativo, Graulich destaca la Leyenda de los Soles y La Historia de los mexicanos por sus pinturas; en cambio son positivos en los Anales de Cuauhtitlán, el Popol Vuh, algunos pasajes de la Leyenda y la Historia de Tlaxcala. Es interesante destacar un par de pasajes de las dos primeras para terminar de entender algunos detalles de esta escena que estamos analizando.
En la Leyenda de los Soles, escrita probablemente por alguien de ascendencia mexica, se cuenta que hubo cuatro soles antes que el actual y todos acabaron destruidos por diversas razones. Pero los dioses crearon un quinto sol. Fue en Teotihuacán y gracias al sacrificio de Nanáhuatl, el más humilde de los dioses, que se arrojó al fuego para convertirse en Sol. Le siguió Nahuitécpatl, que se lanzó sobre las cenizas y se convirtió en la Luna.
Sin embargo, el nuevo Sol no se movía, ya que carecía de alimento, así que en un año ce tecpatl, curiosamente el mismo año en que comenzaron la migración nuestros aztecas, nacieron los primeros 400 mimixcoa y luego su madre, Íztac Chalchiuhtlicue, dio a luz a otros cinco dentro de una cueva. Estos cinco Mimixcoa que nacieron después se llamaron Cuauhtlicoauh, Mixcóatl, Cuitlachcíhuatl, que era mujer, Tlotópetl y Apantecuhtli. Esta segunda generación fue amamantada por Meçitli, el Señor de la Tierra. Por eso hoy, añade el autor, «somos mexicanos; pero no mexica, sino meçitin».
El Sol le dio a los primeros 400 mimixcoa rodelas y flechas preciosas encañonadas con plumas de quetzal y de garza y les ordenó que le sirvieran, que le dieran de beber y de comer. Sin embargo, los mimixcoa no le hicieron ni caso. Cazaron aves en un sitio llamado Totómitl y luego un jaguar, pero no se lo ofrecieron al Sol y, además, se emborracharon con vino de tzihuactli (maguey) y tuvieron sexo con mujeres.
Al Sol no le sentó nada bien que aquellos mimixcoa descuidaran sus deberes cósmicos y ordenó a los cinco mimixcoa que habían nacido después que matasen a sus hermanos, para lo cual les dio flechas de tzihuactli y escudos fuertes.
Estos mimixcoa se subieron a un árbol de mezquite para sorprenderlos, pero sus hermanos les descubrieron, así que se escondieron cada uno en un lugar: Cuauhtlicoauh dentro de un árbol; Mixcóatl, debajo de la tierra; Tlotópetl en un cerro; Apantecuhtli bajo el agua y Cuitlachcíhuatl en la cancha de un juego de pelota. Sus hermanos seguían por ahí despreocupados cuando de repente crujió el árbol, se desgajó sobre ellos y de dentro salió Cuauhtlicoauh, tembló la tierra y salió Mixcóatl, reventó el cerro y apareció Tlotópetl, hirvió el agua y surgió Apantecuhtli. Sorprendieron así a sus 400 hermanos, les dieron muerte y se los dieron de comer y beber al Sol.
Luego sigue un pasaje que no está claro, pero parece que sobrevivieron a la matanza al menos dos mimixcoa de la primera generación, el primero llamado Xiuhnel y el segundo llamado Mimich. Estos dos mimixcoa le dijeron a los cinco que marcharan a la cueva de Chicomoztoc, que pasaba a ser suya, y ellos se quedaron cazando dentro del valle.
En la Historia de los mexicanos por sus pinturas, una obra anónima del siglo XVI se relata una leyenda parecida. Quetzalcóatl decidió que su hijo se convirtiese en el quinto sol y lo arrojó a una hoguera, de donde salió convertido en el Sol. Lo mismo decidieron Tlalocatecuhtli y Chalchiuhtlicue con el suyo y lo arrojaron a las cenizas de aquella hoguera, donde se convirtió en la Luna, que por eso es cenicienta y oscura.
Sin embargo, también en este caso, el Sol necesitaba comer corazones y beber sangre para moverse. Así que Camaxtli-Mixcóatl fue al octavo cielo y crió a cuatro hombres y una mujer para que hubiera guerra y así hubiera sangre y corazones para el Sol. Pero estos se cayeron al agua y luego volvieron al cielo y no hubo guerra, así que se puso de nuevo en marcha y golpeó con un bastón en una roca y de ahí salieron los 400 chichimecas [mimixcoa] que poblaron la tierra antes de que los mexicanos.
Pasado el tiempo, los primeros cinco bajaron con la misión de matar a los chichimecas para que el Sol tuviese corazones para comer. Se pusieron en unos árboles donde les daban de comer las águilas y aguardaron. Mientras tanto, Camaxtli-Mixcóatl había inventado el vino de maguey y los chichimecas se pasaban el día borrachos; asï fueron sorprendidos por los cinco hermanos que estaban encima de los árboles, que bajaron, fueron por ellos y los mataron a todos menos a Xiuhnel, Mimich y Camaxtli, que se volvió chichimeca, sea lo que sea que significase eso.
Dos referencias bibliográficas al respecto:
- Michel Graulich. Las peregrinaciones aztecas y el ciclo de Mixcóatl. Estudios de cultura Náhuatl, 11, 1974. Consultar.
- Mercedes de la Garza Camino. Análisis comparativo de la “Historia de los mexicanos por sus pinturas” y “La leyenda de los Soles”. Estudios de cultura Náhuatl, 16, 1983. Consultar.
4. Es muy interesante cotejar este pasaje entre la Tira de la peregrinación y el Códice Aubin pues, aunque el texto parece ir en el mismo sentido, presenta varias diferencias iconográficas en las dos láminas relacionadas con el episodio.
En la primera se muestran a los tres mimixcoca a los pies de un árbol que igual está representando un mezquite. En la segunda hay tres teomamaque o al menos seguro Chimalma. Los dos hombres van con pieles chichimecas, el plumón de Mixcoatl, arcos y la bolsa de red. Parece que están recibiendo instrucciones de una serpiente de la que sale un rostro humano. No sé si se trata de Cihuacoatl, tengo pendiente investigarlo en detalle.
5. Guilhem Olivier Cacería, sacrificio y poder en Mesoamérica. Tras las huellas de Mixcóatl, “Serpiente de Nube”. México, 2015.
Este ensayo de Olivier no está publicado online, aunque se pueden leer fragmentos en google books. Es una delicia por el fondo y la forma, por lo que recomiendo comprarlo si está al alcance. En caso contrario, además de los fragmentos de GB, se pueden consultar sus teorías en algunos artículos sueltos que sí están publicados online:
El simbolismo sacrificial de los Mimixcoa: cacería, guerra, sacrificio e identidad entre los mexicas. El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana, 453-482, 2010. Consultar.
De flechas, dardos y saetas. Mixcóatl y el simbolismo de las flechas en las fuentes nahuas. De historiografía lingüística e historia de las lenguas. Siglo XXI. México DF, 2004. Consultar.
El simbolismo de las espinas y del zacate entre los mexicas. Jornadas académicas en honor a Eduardo Matos Moctezuma. México, 2003. Consultar.
6. María Castañeda de la Paz también relacionaba esta escena de la Tira con los mimixcoa, pero en su lado positivo, aunque mezclando algún detalle del negativo. Así, según Castañeda, la escena que representa la Tira estaría relacionada con el momento en que los mimixcoa buenos o, mejor dicho, obedientes, estaban a punto de cargarse a los díscolos aguardando en los árboles mientras eran alimentados por águilas.
«La imagen que recoge la Tira y la información escrita que añade el Códice Aubin no es más que aquella en la que el dios exige ser alimentado con la sangre y los corazones de los hombres búhos, mientras que los que yacen sobre las plantas espinosas – Xiuhnel, Mimich y la mujer – no son otros que los encargados de llevar a cabo dicho sacrificio.
»Para ello el dios les dará los instrumentos necesarios y con ellos estos mimixcoas se prepararán para la batalla (esta entrega de instrumentos es la que relata el Códice Aubin más adelante). La Leyenda de los Soles (1992, p. 123) nos dice que cada uno se escondió en un lugar, y que fue el llamado Quauhtliicohuauh el que lo hizo dentro de un árbol. En el momento en que éstos se vieron cercados por los otros 400 mimixcoas, cada uno salió de su escondite […]».
Y esta escena estaría relacionada con el árbol truncado que vimos en la escena anterior, pues ese sería en realidad el escondite de Quauhtliicohuauh, uno de los 5 mimixcoa obedientes.
«Presenciamos entonces una guerra ritual cargada de simbolismos, aunque por la razón que fuera, el pintor de la Tira de la Peregrinación sólo seleccionó uno de aquellos escondrijos, probablemente porque como recurso mnemotécnico era más que suficiente para el antiguo discurso oral que acompañaba el relato contenido en la Tira. Por tanto, es en este contexto en el que en mi opinión, debemos leer la escena del árbol que se rompe cuando los mexicas se asientan junto a él. Si así lo aceptamos, los brazos que salen de su tronco nos estarían indicando que allí se hallaba Quauhtliicohuauh escondido. De los puntos (¿días?) nada dicen las fuentes».
Además, añade, ese momento en que aguardaban a sus 400 hermanos juerguistas estaría relacionado con un ritual de entronización, cuando se hacían los reyes.
«…[] este acto de acostarse sobre los árboles para ser nutridos por águilas y jaguares es un ritual en el que mediante el ayuno, la vigilia y la aflicción los líderes alcanzaban la dignidad suprema. Nos dicen los Anales de Cuauhtitlan (1992, p. 6) que Mixcohuatl, Xiuhnel, Mimich y Amimitl, entre otros señores, se hicieron reyes chichimecas. Por tanto, así es cómo tenemos que leer la escena contenida en el Grupo de la Tira de la Peregrinación. Respecto al plumón con el que se les pinta en la frente, creo que está relacionado con la caza, el sacrificio y la nueva identidad del grupo».
La escena superior se enmarcaría en este momento y vendría a representar el momento en el que dios arma a los 5 mimixcoa obedientes para que vayan a matar a los 400 juerguistas.
«La entrega de estos objetos, el arco, la flecha, la redecilla y también el instrumento de hacer el fuego, éste último no mencionado en el texto, parece expresar o simbolizar la instauración del grupo como cazadores chichimecas. Por ello, aquellos que el dios prepara para que den muerte a los 400 mimixcoas/chichimecas con el fin de ser alimentado. Pero como estamos ante la adaptación de un antiguo relato por parte de los mexicas, por eso mismo el acto también está relacionado con el cambio de nombre del grupo: ahora serán mexitin, los del dios Mexi o Meçitli, otra de las advocaciones de Huitzilopochtli. Pero aun los mexitin se mueven dentro del ámbito sagrado e inmemorial del que saldrán al cruzar la frontera conceptual de Coatepec e instaurar así el Quinto Sol».
María Castañeda de la Paz. El Códice X o los anales del grupo de la Tira de la Peregrinación. Evolución pictográfica y problemas en su análisis interpretativo. Journal de la Société des américanistes, 91-1, 2005. Consultar.
La hipótesis es muy sugerente, pero me despierta varias dudas. A vuelapluma:
a. Entre la escena del árbol truncado y esta han pasado muchas cosas: los calpulli se han separado, los aztecas han llorado mientras se quedaban en un sitio (durante años según algunas fuentes) y luego se han vuelto a poner en marcha. Hay demasiada distancia para que las dos escenas estén relacionadas y, en cualquier caso, sospecho que el árbol representa Tamoanchan o si acaso un sitio en concreto, no un acontecimiento.
b. Xiuhnel, Mimich y Amimitl pueden ser mimixcoas buenos en los Anales de Cuauhtitlan y otros pasajes mitológicos del embrollo tolteca-chichimeca-mexica; pero en el pasaje de las biznagas, cuando los 5 buenos están a punto de matar a los 400 malos, las fuentes coinciden que se encuentran entre los desobedientes, entre los que deben ser castigados.
c. Creo que, aunque no lleve un cuchillo de pedernal, el jefe de los aztecas está sacrificando a los tres mimixcoa y es por ese sacrificio por lo que obtiene los bienes del águila.
d. Por último, indicar que narrativamente no tendría sentido enseñar algo que va a suceder y no lo que vendrá a continuación. A lo largo de todo el códice vemos escenas cuyo arco narrativo es autoconclusivo: los aztecas cogen una barca y llegan al Teoculhuacan, el dios habla y se ponen en marcha, organizan un banquete, quizás sagrado, y sucede algo con un árbol truncado, los calpulli discuten y los aztecas se quedan solos y así seguirán las que vienen explicando cuando llegan a tal o cual lugar. Son escenas, en suma, que se explican por sí mismas. Aunque, lógicamente, hay muchas referencias que hoy en día se nos escapan, bastaban para que por entonces se contaran los pasajes de las distintas historias que forman la Tira y debían de ser tan claras para los «lectores» que apenas se añadieron unas glosas en español aquí y allá para explicarlas.
Sin embargo, si esta escena estuviera representando una acción inconclusa, el lector tendría que saber la versión de los Anales y luego hacer una pirueta para relacionarla con las versiones de los mimixcoa malos y, además, darse cuenta de que en este caso Xiuhnel, Mimich y Amimitl son de los buenos. En suma, tendría que ir saltando mentalmente de una crónica a otra para encajar este puzle en un códice que por lo demás corre paralelo a la línea más habitual de las crónicas mexicas. Las respuestas, si es que llegan, deben ser más sencillas.
7. María Castañeda de la Paz ha explicado esta interpretación en diversas artículos. El más reciente que he encontrado es:
María Castañeda de la Paz. Tira de la Peregrinación. La literatura mexicana en la época de Cervantes. XXVIII Coloquio cervantino internacional, 2018. Consultar.
8. Hay otro recorrido para llegar a Amimitl, si es que se trata de este personaje, que de momento solo puedo conjeturar. Contamos con tres grandes referencias sobre este dios.
a. Una se encuentra en la obra de Sahagún y es un himno religioso conocido como Amimitl icuic. Está precedido por un texto que dice
«El llamado canto de Amimitli es un canto chichimeca genuino. No se puede entender lo que quiere decir en nuestro lenguaje náhuatl».
A continución viene el himo, que Patrick Johansson traduce de la siguiente manera.
«Cotihuana cotihuana, vientre de la tierra
tú viniste (a estar aquí)… salen al camino
yo vine (a estar aquí) en el patio del templo.
Párate ya, ven a pararte.
Sólo, sólo, ayo, lejos voy.
Sólo, sólo, ayo, lejos voy.
Ye va chueco Aya me elevo ya me elevo
su pato
me elevo ya me elevo
su pato.
Llégale a este pato.
Llégale a este pato
a este pato.
Ahueya sobre la obsidiana me doy gusto.
Ahueya sobre la obsidiana me doy gusto.
Ahueya sobre la obsidiana me doy gusto».
Es un poema críptico, pero parece que está relacionado con la caza de los patos.
b. La segunda referencia se encuentra en la Monarquía indiana de Torquemada (vol. III, pág. 96), donde se cuenta que este dios estaba relacionado con la caza de animales acuáticos y la pesca. Era muy venerado en Cuitlahuac, donde se asociaba a enfermedades pulmonares y tenía un santuario donde quizás se fuera de peregrinación cuando se enfermaba.
«En el pueblo de Cuitlahuac tenían sus moradores un dios que llamaban Amimitl, que quiere decir cosa de pesca o caza en agua, el cual era muy reverenciado en todas partes, porque tenían creído (y así les era certificado de sus antepasados) que tenía poder para dar enfermedades, en especial la que suele ser de correncia y cámaras de sangre, tos seca y otra tan aguda, que al que le daba no cesaba hasta amortecerse, en especial los niños que, como más delicados, llegaban a este extremo fácilmente. Daba tomadizo y catarro, hipo, como el que les da a los que están a la muerte, que les levanta el pecho. Todos los que tenían enfermedades tenían por cierto que les eran dadas por este diabólico e infernal dios; y que no podían sanar de ellas sin que le hiciesen algún servicio; y por esto hacían voto de irle a visitar y ofrecer sus ofrendas a este pueblo, donde tenía su templo y era servido y honrado; y aun después del cristianismo permaneció esta fingida deidad por algún tiempo y había quien con devoción la visitase, aunque ya por la misericordia divina ha cesado esto porque ha entrado Dios en estas gentes con mano poderosa y ha desterrado a este traidor engañador y ha plantado en medio de ellos su santo y verdadero conocimiento».
c. La tercera referencia importante se encuentra en la Historia de los mexicanos por sus pinturas (cap. 10), donde también se relaciona con los cuitlahuacas y el relato de su migración legendaria, pues sería el dios que les guiaba, en tanto que era una vara de Mixcoatl.
«Salió Atitlalabaca y su dios era Amimicli, que era una vara de Mixcoatl, al qual tenian por dios, y por su memoria tenian aquella vara».
No tiene mucho sentido que los mexicas dijeran en la Tira que el caudillo legendario que les guió desde Aztlan fuera Amimitl, un dios muy honrado en Cuitlahuac, altepetl con el que habían estado en guerra. Sin embargo, no descarto que Amimitl hubiera sido un antiguo dios de los mexicas y que, precisamente por aquella contienda, lo hubieran ido relegando al olvido.
Me explico algo mejor: parece seguro que Amimitl era un dios relacionado con los espacios lacustres, con la caza de bichos que habitan los lagos -como los patos- y la pesca. Los mexicas pasaron mucho tiempo viviendo en un entorno así, la laguna de México, como un pueblo humilde de cazadores y pescadores. Y no tenemos ni idea de cuáles eran los dioses que adoraban por entonces, pues en cuanto comenzaron a ser un pueblo poderoso reconstruyeron mitos e historias para adecuarlos a su nueva realidad como pueblo conquistador y militarista, donde encajaba mucho mejor un dios guerrero como Huitzilopochtli.
Como veremos más adelante, no sabemos quién preparó la Tira. Por diversas razones, como la preeminencia de Huitzilopochtli, es de suponer que fuera alguien de tradición mexica-tenochca, pero quizás participara también de alguna otra tradición donde no se hubiera arrinconado a Amimitl para dejar más espacio a Huitzilopochtli y a la hora de contar la historia del origen de los aztecas hubiera recuperado esa divinidad lacustre que todavía en el siglo XVI parecía tan importante. No descarto que ese dios hubiera sido Opochtli.
En fin, tengo que investigar más sobre el asunto. Mientras tanto, aquí dejo algunas algunas referencias bibliográficas:
- Eduard Seler. Los cantos religiosos de los antiguos mexicanos. Consultar.
- Patrick Johansson K. Amimitl icuic ”Canto de Amímitl”. El texto y sus ”con-textos”. Consultar.
- Cuando Itzcoatl fue contra la ciudad de Cuitlahuac. En Nosotros. Consultar.
Fuentes:
- Historia de los mexicanos por sus pinturas. Consultar.
- Torquemada. Monarquía Indiana. Consultar.
9. Michel Graulich. Entre el mito y la historia. Las migraciones de los mexicas. Arqueología Mexicana, 5. 74-79, 2000.
10. Sobre el sacrificio humano entre los aztecas ver.
Alfredo López Austin, Leonardo López Luján. El sacrificio humano entre los mexicas. The Aztec World, pags. 137-152, 2008. Consultar.
Leonardo López Luján y Guilhem Olivier (coord.). El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana. Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2010.
Michel Graulich y Guilhem Olivier. ¿Deidades insaciables? La comida de los dioses en el México antiguo. Estudios de Cultura Náhuatl, 2006. Consultar.
Yólotl González Torres. El sacrificio humano entre los mexicas. Fondo de Cultura Económica, 1994.
Alondra Angeles. El sacrificio humano en el discurso visual de los códices prehispánicos calendárico-rituales. Tesis doctoral. 2019. Consultar.
me llama la atención el adorno rayado vertical de Mixcoac, me recuerda al tributo que hicieron en monterrey para el equipo de futbol de Los Rayados, al parecer durante la conquista de esa región las tribus se pintaban de la misma manera que nuestro Dios rayado.
Interesante. Habrá que investigar qué significa. Gracias por el aporte, Ernesto.