El laberinto de Jericó
¿Existe alguna relación entre el laberinto y el mito cristiano-hebreo de la conquista de Jericó? Y, en ese caso, ¿podría ser el reflejo de un mito mucho más antiguo?
En su catálogo exhaustivo de laberintos, Hermann Kern recoge hasta catorce ejemplos medievales relacionados con la ciudad bíblica de Jericó. Están dibujados en diferentes códices, suelen ser laberintos de planta circular, aunque también hay alguno rectangular, y representan la ciudad o, mejor dicho, sus famosas murallas. En ningún pasaje de la Biblia se dice que en Jericó hubiera un laberinto, por lo que el tema resulta intrigante: ¿por qué se produjo esta asociación?
Para responder esta pregunta, lo primero es recordar la historia de Jericó tal y como la cuentan en la Biblia (Libro de Josué). Después de haber escapado de Egipto guiados por Moisés, el pueblo judío andaba errante por Mesopotamia. Moisés había muerto y el nuevo líder de la comunidad era uno de sus lugartenientes, Josué, hijo de Nun. Sin embargo, Jehová le dijo a Josué que les ayudaría a encontrar un lugar donde asentarse, la tierra prometida, que abarcaría «desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates, territorio de los hititas, hasta el mar Mediterráneo, que se encuentra al oeste», Canaán.
El mayor obstáculo que tenían por delante en esta empresa era Jericó, una ciudad situada en Cisjordania que estaba protegida por unas murallas tremendas, así que Josué envió dos espías para que descubrieran cómo podían conquistarla. Cuando los espías llegaron a la ciudad se alojaron en la casa de una prostituta llamada Rajab. No debieron de ser muy discretos, pues enseguida fueron descubiertos por el rey de Jericó, quien ordenó a Rajab que los entregara. Lejos de obedecer, la mujer escondió a los dos hombres en el tejado de su casa y le dijo a los soldados del rey que habían ido a ver las puertas de la ciudad. Los soldados se marcharon siguiendo la falsa pista y Rajab ayudó a los espías a escapar descolgándolos con una cuerda de color rojo por una ventana. A cambio, les hizo prometer que la protegerían a ella y a su familia cuando conquistasen la ciudad. Los dos espías juraron el acuerdo y acordaron con ella una señal:
»—Quedaremos libres del juramento que te hemos hecho si, cuando conquistemos la tierra, no vemos este cordón rojo atado a la ventana por la que nos bajas. Además, tus padres, tus hermanos y el resto de tu familia deberán estar reunidos en tu casa. Quien salga de la casa en ese momento, será responsable de su propia vida, y nosotros seremos inocentes. Sólo nos haremos responsables de quienes permanezcan en la casa, si alguien se atreve a ponerles la mano encima. Conste que si nos delatas, nosotros quedaremos libres del juramento que nos obligaste hacer».
Los espías salen finalmente de la ciudad, se esconden tres días en las montañas y, cuando ya están seguros de que nadie les sigue, marchan al campamento de Josué, al que dicen que los ciudadanos de Jericó tienen miedo de este pueblo que había cruzado el Mar Rojo con ayuda del Señor, tal y como les había dicho Rajab. Josué da la orden de partir y tras diversas peripecias llegan a Jericó listos para la guerra.
Acampan cerca de la ciudad y se preparan para celebrar la Pascua judía (Pésaj), que no debemos confundir con la Pascua cristiana. Es una festividad que se celebra en Primavera y conmemora la liberación del pueblo judío que estaba esclavizado en Egipto. Concluida la Pascua, se le aparece un ángel, un «comandante del Señor» a Josué y le da instrucciones para tomar Jericó:
»—Tú y tus soldados marcharéis una vez alrededor de la ciudad; así lo haréis durante seis días. Siete sacerdotes llevarán trompetas hechas de cuernos de carneros, y marcharán frente al arca. El séptimo día marcharéis siete veces alrededor de la ciudad, mientras los sacerdotes tocan las trompetas. Cuando todos escuchen el toque de guerra, el pueblo deberá gritar a voz en cuello. Entonces los muros de la ciudad se derrumbarán, y cada uno entrará sin impedimento».
Así lo hicieron, durante siete días dieron vueltas alrededor de Jericó y al séptimo día, siete sacerdotes tocaron las trompetas y los muros se derrumbaron. Entonces avanzaron y arrasaron la ciudad . No dejaron a nadie con vida, ya fuera hombre o mujer, joven o anciano. Mataron a todo lo que respiraba, incluso a los animales, menos a Rajab y su familia. Tras la toma de Jericó, el pueblo judío emprendió nuevas guerras para controlar el territorio, pero esta parte de la historia ya no guarda relación con lo que nos atañe, los enigmáticos laberintos de Jericó.
Rajab, ¿diosa de la Primavera?
Durante la Edad Media se produjo una fuerte mescolanza entre el mito del laberinto y la ciudad de Troya, cuyo saqueo por parte de los aqueos se narra en la Ilíada de Homero. Las murallas de Troya eran legendarias y esto parece haber dado pie a su imagen laberíntica, en tanto que lugar inexpugnable, ya desde la Antigüedad. En cierta manera, algo similar podría haber ocurrido con la ciudad de Jericó tal y como la imaginaron en el Medioevo ya que también contaba con una muralla extraordinaria y, además, su conquista por parte de los hebreos podía recordar a la toma de Troya por los aqueos. Este es un tema sobre el que volveré en otro momento, porque hay una cuestión aún más interesante y es la historia de la prostituta Rajab, que quizás sea un indicio de un mito mucho más antiguo.
Recordemos que, en el mito clásico, Teseo es enviado a Creta para ser sacrificado al Minotauro, una criatura mitad hombre mitad toro que vive en el centro de un laberinto. Al llegar a la isla, Ariadna, la hija de Minos, rey de Creta, se enamora del joven y le ayuda a recorrer el laberinto con un ovillo que va desenrollando. Finalmente, Teseo mata al Minotauro y escapa con Ariadna hacia Atenas, aunque por el camino se la deja olvidada en Naxos, donde la joven se encontrará con el dios Dionisio, quien la convertirá en diosa.
Como veremos otro día, es probable que este mito clásico fuera eco de otro más antiguo relacionado con el rescate de una diosa de la primavera del Inframundo, un lugar laberíntico, del que no se puede salir, gobernado por Hades-Minos (un mito que estaría relacionado con Perséfone, hija de la diosa de la agricultura Deméter, que fue raptada por Hades). A su vez, en el mito hebreo parece que existe una relación clara entre la primavera y Jericó. Es en las afueras de la ciudad donde los hebreos celebran por primera vez el Pesaj, una fiesta asociada a la primavera, al resurgir de la vida tras la muerte invernal, en la que volvieron a comer los frutos de la tierra en vez del maná con que Jeová les había estado alimentando durante los cuarenta años de vagabundeo errático en el desierto.
Y aquí está una de las primeras coincidencias entre el mito del laberinto y el de Jericó: son un punto de inflexión entre la muerte y la vida. En los dos casos se deja atrás un espacio sin vida, infértil, el desierto y el mundo de los muertos, dos espacios laberínticos, pues, como ya explicó Borges en Los dos reyes y los dos laberintos, el desierto es un laberinto:
«Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere».
Otra coincidencia podrían ser las vueltas que los hebreos tienen que dar en torno a Jericó, siete, como las vueltas que suele seguir el laberinto de planta cretense (circular), pero me llama aún más la atención la semejanza entre Ariadna y Rajab. En los dos casos se trata de una mujer que esconde a alguien (el héroe) del rey, al que ayudan en su cometido sirviéndose de una cuerda crucial.
Ahora bien, hay una gran diferencia entre las dos mujeres. El papel de Ariadna en las aventuras de Teseo es fundamental. Sin su ayuda, parece probable que habría terminado perdido en el laberinto y devorado por el Minotauro. Sin embargo, no se entiende bien el cometido de Rajab, ya que la información que aportan los espías es irrelevante para el transcurso de la historia. Los hebreos habrían conquistado Jericó igualmente gracias a la intervención divina. Y esta cuestión se complica aún más si tenemos en cuenta otro detalle y es que Rajab es la tatatatatatarabuela de Jesús.
Después de la toma de Jericó, Rajab se casó con un tal Salmon (Mateo, 1:5-7), con el que tuvo un hijo llamado Booz. Y estos son los antepasados directos de figuras tan emblemáticas de la mitología hebrea-cristiana como el rey David, Salomón y así varios más hasta el mismo José, padre terrenal de Jesús. Así pues, cabe preguntarse si en un principio el pasaje de Jericó era distinto y bajo la figura de Rajab no se esconde algo más trascendente e importante. ¿Y si fueron hasta Jericó para rescatarla?
En fin, hay que investigar más esta cuestión, pero, en cualquier caso, creo que hay pistas suficientes para hacernos sospechar que la conquista de Jericó y el mito del laberinto podrían estar relacionados desde tiempos remotos y que estamos ante dos variantes de un mito pan-mediterráneo aún más antiguo relacionado con el ciclo agrícola y el «rescate» de la diosa de la Primavera, de la fertilidad. Esto no fue, sin embargo, lo que llevó a los iluminadores medievales a dibujar la ciudad de Jericó como un laberinto, que debió de ser más bien esa asociación que explicaba entre Troya, ciudades amuralladas y los laberintos, pero siguiendo este indicio nos hemos encontrado con una cuestión aún más intrigante.
Bibliografía
Kern, Hermarn. Through the Labyrinth. Prestel.
Stein Kokin, Daniel. The Jericho Labyrinth: The Rise and Fall of a Jewish Visual Trope. Ver on-line.
Sin comentarios