La carrera de un libertino
Un cómic de hace trescientos años sobre la locura y el pecado
Los grabados satíricos del pintor londinense William Hogarth (1697-1764) son uno de los antecedentes remotos del cómic. Se agrupan por series, de varias láminas cada una, en las que aborda cuestiones sociales y morales. Por su continuidad argumental, estas láminas, que incluyen textos explicativos, se pueden considerar ancestros de las viñetas de cómic. Como ejemplo, veamos una de sus series más conocidas, La carrera de un libertino (The Rake’s Progress, 1736), que inspiró una ópera de Igor Stravinsky. Consta de ocho grabados y narra la caída en desgracia de un joven acomodado que malgasta su fortuna en fiestas, prostitutas y juegos de azar.
Lámina 1
La serie comienza mostrando la casa familiar del protagonista, Tom Rakewell, cuyo aristocrático padre acaba de morir. Debía de ser un hombre muy avaro, como podemos deducir por su retrato, encima de la chimenea, en el que se muestra contando dinero. La casa está desordenada. El joven Tom ha abierto todos los armarios y baúles de su padre en busca de dinero y objetos de valor. A su lado, la madre de Sarah Young, la joven que llora desconsolada, le recrimina mostrándole unas cartas que se haya olvidado de sus promesas de matrimonio. Como veremos, Sarah, una mujer de clase media, trabajadora y honesta, es la antítesis de Tom, un aristócrata que sólo sabe malgastar el dinero.
Lámina 2
La casa de Tom se ha transformado por completo. Donde antes reinaba la austeridad, ahora impera el dispendio. Tom está rodeado por petulantes cortesanos: a su derecha, un maestro de esgrima y un profesor de baile; a su izquierda, un guardaespaldas, que se lleva la mano a la espada, y, arrodillado, un maestro de ceremonias. Al fondo se distingue un grupo de aristócratas que ha sido invitado a la casa en estos días festivos. Un músico está tocando el Rapto de las Sabinas, de Haendel. De su silla cuelga una larga lista con los gastos que va acumulando el joven. En la pared hay un cuadro en el que está representado el Juicio de Paris, el héroe troyano que se decantó por la diosa de la belleza y el amor, Afrodita.
Lámina 3
Tom va de fiesta en fiesta y ha terminado por alquilar una sala privada, donde han acudido varias prostitutas. Una de ellas le acaricia con una mano, mientras que con la otra le birla el reloj, tarea que no le resultará complicada, pues Tom está muy borracho. Otra de las chicas está mostrando un pollo desplumado mientras se sube una media, signo del destino funesto que le aguarda al joven.
Lámina 4
Comienza el declive de Tom. Mientras se dirigía a una casa de juegos, ha sido detenido por un agente de la ley, que le está recriminando el impago de una factura. Tom no tiene dinero, pero a su ayuda acude Sarah, que le da sus ahorros para que salde sus deudas. El farolero subido a una escalera que está derramando aceite, quizá simbolice que Sarah está tirando el dinero, pues Tom no va a cambiar. En la esquina inferior, un grupo de chiquillos juega indiferente a los acontecimientos.
Lámina 5
Tom ha dilapidado los ahorros de Sarah y, para salir del apuro, se está casando con una rica anciana, aunque se muestra mucho más interesado en la joven criada que atiende a la señora. Al fondo, Sarah, con un hijo de Tom, ha acudido a la iglesia para impedir la boda, pero no la dejan pasar. Los perros que se lamen zalameros a la izquierda, quizá, simbolizan lo indecoroso de este matrimonio.
Lámina 6
Tom ha vuelto a perder toda su fortuna jugando a los naipes. No le ha servido de nada casarse con la anciana. Está furioso, medio enloquecido. Ha perdido la peluca y brama contra el cielo. Los demás jugadores que están a su alrededor andan igual de desquiciados. Al fondo, algo se ha incendiado, pero apenas le prestan atención al accidente de tan absortos que están con el dinero y las cartas.
Lámina 7
Tom ha terminado en prisión por las deudas contraídas. Entre sus compañeros de celda, al fondo, hay un alquimista, es de suponer, tratando de convertir el plomo en oro, un sueño igual de ingenuo que el pensar enriquecerse con los naipes. Hasta allí ha ido a verle Sarah, que se ha desmayado por la emoción. Su hija, enfurruñada, trata de despertarla para marcharse cuanto antes.
Lámina 8
Esta lámina es la que me parece más interesante de todas. Tom ha sido recluido en el manicomio de Bethlehem, uno de los primeros de la historia, desquiciado por completo. A su lado, la abnegada Sarah trata de consolarle, lo que quizá podría interpretarse como una crítica de William Hogarth a la clase media que se deja avasallar, encandilada, por los aristócratas (en cualquier caso, es curioso que ella también haya terminado en el manicomio). Tom está rodeado por otros locos. Detrás de él hay dos hombres de ciencia, uno mirando por un catalejo y otro garabateando en la pared. Ambos están relacionados con el mayor problema científico de la época, el descubrimiento de la Longitud, que otro día explico en detalle. A la izquierda de Tom hay un sastre ¿haciendo un traje invisible, como el del emperador? Y detrás de éste dos damas aristocráticas, pues por entonces estaba de moda visitar las casas de los locos, al igual que en la actualidad vamos al zoológico.
Además, en la misma habitación hay un hombre tocando un violín (la música también conduce a la locura), un personaje taciturno que ha enloquecido por amor a una prostituta y, al fondo, uno ataviado como el Papa. En las celdas contiguas hay un personaje que adora enfervorecido una cruz y un hombre que se cree que es un rey.
Con todos estos personajes, parece que Hogarth pretende advertir sobre cómo el exceso conduce a la locura, ya sea fruto de la pasión religiosa, sentimental, científica, musical, monárquica o, en el caso de Tom, hacia los placeres mundanos.
Esta relación entre demencia y equivocación moral está relacionada con la concepción que tenían en la época de la locura, cuyas raíces se encuentran en el renacimiento.
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