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Libros Sibilinos

Unos libros sagrados de la antigua Roma

Libros Sibilinos
Una de las sibilas de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel

Según la leyenda, Roma fue fundada por dos descendientes de Eneas, los gemelos Rómulo y Remo, en el año 753 a.C. y estaba gobernada por un monarca con el auxilio de un senado. Uno tras otro se sucedieron diversos reyes míticos hasta que en el año 509 a.C., tras los excesos del último rey, Tarquinio el Soberbio, los romanos decidieron abolir la monarquía e instaurar la república. Justo durante el reinado de Tarquinio, la corte había presenciado un acontecimiento de lo más extraño. Un día se había presentado una anciana decrépita y cubierta por un velo y le propuso al rey que le comprase seis libros sagrados escritos en papiro. A Tarquinio el precio le pareció desorbitado y rechazó la propuesta con firmeza. Sin inmutarse, la anciana quemó entonces uno de los libros y ofreció los cinco restantes al rey por la misma cantidad de dinero. Menos seguro de sí mismo pero aún reacio a la oferta, el rey declinó la compra y la anciana quemó un segundo libro.

Por tercera vez volvió a repetirse el proceso y, asombrado por el temple de aquella mujer, el rey decidió comprar los tres libros supervivientes por el precio acordado en un principio. Cuando la anciana se fue, se dieron cuenta de que habían estado en presencia de la Sibila de Cumas y de que en aquellos libros estaba profetizada nada más ni nada menos que toda la historia futura de Roma, así como los rituales que debían seguir en los momentos de crisis. Tarquinio guardó aquellos libros en un arcón de piedra y mandó que los custodiasen en el templo más importante de la ciudad, el templo de Júpiter capitolino (1).

Ya fuera de la leyenda (2), sabemos que estos Libros Sibilinos fueron muy influyentes durante toda la República y solo podían ser consultados directamente por los miembros del Colegio Sacris Faciundis, que acabó estando formado por 15 sacerdotes denominados Quindecimviri. Cada vez que sucedía algún acontecimiento grave, como las guerras que tuvieron con Cartago (de las que se hace eco el romance desesperado entre Dido y Eneas) se consultaban y se seguían los rituales que prescribían los Quindecimviri, como en una ocasión en la que, para que los dioses les fueran propicios en el transcurso de la segunda guerra púnica, ordenaron emparedar vivos bajo el suelo del foro a una pareja de galos y otra de griegos.

Como es de suponer, al igual que sucedía con el oráculo de Delfos, los gobernantes trataron de manipular cuanto pudieron los dictados sibilinos. De hecho, por eso mismo, precisamente, eran tantos los miembros del colegio, para que estuvieran controlados por las distintas facciones políticas que había en Roma (4). Y al creciente desprestigio que esto supuso, sobre todo a finales de la República, vino a sumarse un funesto accidente: en el año 83 a.C. se incendió el templo de Júpiter capitolino y los libros fueron pasto de las llamas. Pragmáticos como pocos pueblos en la historia de la humanidad, los romanos lejos de desesperarse decidieron recomponer la colección con profecías recopiladas por diversos lugares del Mediterráneo (en particular, de la ciudad libia de Eritra, donde había otra famosa Sibila).

En los albores del imperio se sitúa el siguiente hito de la historia de los libros, cuando Augusto ―tras ser nombrado Pontífice Máximo, la mayor autoridad religiosa del mundo romano― ordena revisar la inmensa cantidad de literatura profética que circulaba por la ciudad y quedarse tan solo con una selección esencial. En esta selección se expurgan también algunos textos de los nuevos libros sibilinos y la colección definitiva se guarda en dos arquetas de oro que son depositadas en el templo de Apolo (y esto me parece muy sintomático: el cambio de Zeus por Apolo y el oro por la piedra).

Durante el imperio los libros se fueron consultando cada vez con menor frecuencia, ya que, al fin y al cabo, los emperadores no tenían tanta necesidad de sancionar sus decisiones por dios alguno, y prácticamente cayeron en desuso hasta que en el año 407, con los bárbaros a las puertas de la ciudad, el general Estilicón, de creencias arrianas, ordenó quemarlos pues se sospechaba que vaticinaban la caída de Roma y en aquellos aciagos tiempos no andaban los ánimos como para permitir que una profecía desanimara aún más a la alicaída población romana.

Notas

1. vd. Dionisio de Halicarnaso IV (62); Lattanzio. Div. Instit. 1 (6).

2. El origen de los Libros Sibilinos ha dado pie a un interrogante aún no resuelto por completo sobre si eran etruscos o griegos y cómo fue posible que un elemento tan sagrado para los romanos fuera de procedencia foránea. Al respecto, Raymond Bloch, un gran experto en la cultura etrusca, pensaba que lo más probable es que fueran etruscos, ya que hubo un período en el que ejercieron una gran influencia sobre Roma, pero que pasado el tiempo, cuando los romanos se independizaron definitivamente de los etruscos, trataron de borrar cualquier huella de su pasado que los ligase con sus ahora mortales enemigos. Así, a una serie de prescripciones sagradas que guardaban en el más importante de sus templos, las dieron un origen griego, mucho más aceptable para el emergente poderío latino. En palabras de R. Bloch:

«¿Por qué se encuentra en la corte de los Tarquinos esta Sibila cumana, esta misteriosa figura que tantos problemas provoca a los eruditos que tratan de explicar su presencia? La explicación no es tan compleja. Una recopilación de prescripciones rituales fue creada en Roma en la época de los Tarquinos. A los tiranos etruscos les correspondió, por lo tanto, la gloria y el honor de haber recogido este fragmento de la grandeza de Roma y haberlo depositado en su mayor creación arquitectónica, en el templo capitolino.

»Pero Roma no tardaría en ser liberada de la presencia etrusca y, hacia el 475 a.C., volvía a ser una ciudad latina, muy hostiles a sus viejos ocupantes, a pesar de que habían contribuido a su actual esplendor. El recuerdo del antiguo origen de la recopilación capitolina no podía suprimirse, pero sí se podía disminuir todo lo que se pudiera el papel que habían desempeñado los antiguos toscanos en este proceso. Sin duda, todo esto se sabía más o menos, hasta el momento en que los primeros historiadores, a partir de finales del siglo IV a.C., se pusieron a escribir la historia de Roma. Es a partir de esta época cuando comenzó paulatinamente a fraguarse la leyenda negra de los Tarquinos».

R. Bloch. Prodigi e divinazione nel mondo antico.
Newton Compton, Roma 1976.

3. Este sacrificio, atípico entre los romanos, recuerda al mundo celta, donde para consagrar las edificaciones se solía mezclar la sangre de un cautivo con la argamasa, como refleja, por ejemplo, el mito de Merlín, que fue llamado a la corte en un principio para ser sacrificado durante la construcción de la fortaleza del rey Vortiger.

4. Sobre la manipulación política de los Libros Sibilinos se puede consultar la interesante tesis de José Joaquín Caerols Pérez, Los Libros Sibilinos en la historiografía latina. Editorial de la Universidad Complutense de Madrid (Madrid, 1991).

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