p. balcánica 1: Dubrovnik
Primera etapa del viaje por la península Balcánica: la república de Ragusa
El viaje
Quería visitar Albania desde hacía mucho tiempo y por fin saqué unos 15 días a principios de julio de 2019. El viaje en avión ida y vuelta a Tirana salía un poco caro, así que fui mirando otras posibilidades por las cercanías hasta que encontré la combinación más barata: entrar por Dubrovnik en Croacia (150€) y salir por Sofía en Bulgaria (50€). La ruta parecía divertida, no necesitaba visados ni vacunas ni nada extraño, era perfecta, pero me faltaba un hilo conceptual que le diera sentido a un viaje que me iba a llevar por 5 países distintos en 15 días.
Si me hubiera limitado a Albania y Montenegro, podría ser la antigua Iliria romana, pero no encajaban ni Macedonia del Norte ni Sofía. Otra opción sería hablar del imperio búlgaro, que en su máxima extensión se correspondía justo con el recorrido que iba a hacer, pero la verdad es que dejó poca huella en Albania y parecía darle demasiada importancia a Bulgaria, donde, a fin de cuentas, solo iba a estar en la capital. Así que finalmente me decanté por un criterio geográfico: la península Balcánica, una zona enmarcada por los mares Adriático y Jónico al oeste, el Egeo al sur y el Mármara y el Negro al oeste. Aunque no iba a pasar por todos los países de la Península, más o menos podía funcionar conceptualmente.
Dubrovnik
La primera etapa del viaje fue Ragusa, hoy conocida como Dubrovnik, en Croacia, donde llegué en avión hacia el mediodía. Cogí un autobús para el centro y luego anduve hasta donde me alojaba, lejos del casco histórico y, por lo tanto, algo más barato que el resto, que es una ciudad bastante cara.
Ragusa fue una república marinera que vivió su periodo más glorioso entre los siglos XIV, que se independizó de los venecianos, y el XVII. En tiempos de la República, se caracterizaron por ser muy prácticos y con un gran talento para la diplomacia, lo que les permitió sobrevivir entre gigantes. Era una ciudad tolerante, que se enriqueció de capital humano e intelectual acogiendo a los judíos sefardíes que habían expulsado de España los reyes católicos, dos fanáticos de lo más despreciable, y que tenía por lema “Non bene pro toto libertas venditur auro“, la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo. Fue el primer país europeo en prohibir la esclavitud en fecha tan temprana como 1417.
La República se caracterizaba por su talento para el comercio. Tenían una flota poderosa y habían trazado rutas comerciales desde los Balcanes a todos los grandes puertos comerciales del Mediterráneo como Marsella, Nápoles, Siracusa, Malta, Bizancio, Alejandría, etcétera. El gobierno rotaba de forma bastante democrática para los criterios de la época entre una treintena de familias de notables y quién sabe cómo habría evolucionado si no se hubiera producido una catástrofe tremenda. El domingo 6 de abril 1667 un terremoto destruyó gran parte de la ciudad y provocó la muerte de casi la mitad de la población, unas 5.000 personas de 12.000 habitantes. La República no consiguió recuperarse.
Las murallas
Lo más espectacular de Dubrovnik probablemente sean las murallas que rodean toda la ciudad antigua. Se pueden recorrer por completo a partir de dos accesos, uno en el oeste, al lado de la puerta de Pile, y otro por el este, al lado del puerto antiguo. De hecho, no es mala idea comenzar por aquí la visita, por el acceso de Pile, para hacerse una idea general de la ciudad antes de perderte por sus callejuelas. Más o menos, si te paras de vez en cuando a ver la ciudad o el mar, se tarda una hora en recorrerlas, pero se pueden ir dos con facilidad si tratas de ir identificando los sitios que ves desde lo alto, que en algunos tramos llega hasta los 25 metros.
Aunque la ciudad debía de contar con murallas desde principios de la Edad Media, las actuales se levantaron entre los siglos XIV y XVI, en el momento de mayor apogeo de la República. Son muy anchas, con cuatro y seis metros de espesor en las partes más grandes, y su función defensiva estaba reforzada con torres y fuertes dispuestos estratégicamente: la torre Minceta, que es el punto más alto de la muralla, la torre Bokar y el fuerte de San Juan, en el puerto antiguo.
Además de las murallas, la ciudad estaba protegida por otras estructuras defensivas, como el fortín de San Lorenzo, al fondo. No me dio tiempo a ir, pero se puede visitar.
La ciudad tenía cuatro puertas históricas, dos de ellas con un puente levadizo para sortear el foso que rodeaba la muralla. La más espectacular es la puerta de Pile que, como todas, estaba “defendida” por una estatua de san Blas, el santo patrono de la localidad. La asociación de una divinidad protectora con un lugar se remonta, cuanto menos, a los sumerios y está en las raíces del monoteísmo.
Por la ciudad
El segundo sitio histórico que más me gustó fue la plaza de Luza, al final de la calle Placa, arteria principal, donde convergen perpendiculares todas las calles del casco antiguo.
En la plaza se encuentra la torre del Reloj, una torre blanca de 31 metros de altura del siglo XV y reconstruida en 1928, desde la que daban la hora los Zelenci, dos estatuas de bronce conocidas como Maro y Baro, que hoy han sido sustituidas por dos copias.
A la izquierda de la torre está el palacio Sponza, donde los mercaderes hacían sus cositas de mercaderes, que en la época era gestionar acuerdos y expediciones comerciales, sobre todo con plata de las minas de Serbia y Bosnia, cereales y telas, que la lana de la zona era muy reputada, y, en menor medida, con bronce, plomo, cuero, pieles, cera y, como no podía faltar en una república marinera de finales de la Edad Media, esclavos.
Si a un lado del reloj se situaba el poder económico, al otro se encontraba el político, el llamado Palacio del rector, sede del gobernante de la ciudad, hoy reconvertido en un museo de historia. El cargo de rector, el máximo gobernante, se elegía una vez al mes en una asamblea de notables y durante este periodo, solo podía de esta especie de Casa Blanca por razones extraordinarias, como participar en algún acto religioso en la catedral. En el palacio se reunían también diversos consejos auxiliares y albergaba los tribunales y la prisión, unas mazmorras espantosas donde no llegaba la luz.
Y a pocos metros del Palacio se encuentra la catedral de la ciudad, que está dedicada a la virgen María. Se reconstruyó después del terremoto de 1667 y atesora varias reliquias, como un cráneo, una pierna y un brazo de San Blas. No me pareció muy allá.
Hay algún sitio histórico más de interés, pero en la ciudad intramuros también conviene abandonar el mapa y simplemente echar a andar por las callejuelas sin rumbo fijo. A la que te alejas un poco de Strada, la calle principal, disminuyen turistas y restaurantes y hay callejuelas muy chulas.
También me dio tiempo a dar un paseo más allá de la ciudad intramuros, hacia la zona del puerto nuevo, donde lo más interesante que descubrí fue el antiguo cementerio de Boninovo. Hay unas 1980 tumbas y fue construido a mediados del siglo XIX.
A la entrada se encuentra la tumba de Marija Glavic, la única hija de una familia acaudalada que, quizás, se suicidó en 1905 por amor.
La isla de Lokrum
Lo que más me gustó fue la isla de Lokrum, un islote pequeño cerca de la ciudad de unos dos km2 al que se puede llegar cogiendo un barco en el puerto viejo. Salen cada media hora creo recordar desde las 9 de la mañana y regresan con una cadencia similar. Está declarada Parque Natural y se recorre en dos o tres horas tomándoselo con calma. Aunque en la caseta de salida se avisa de que no se puede fumar, hay sitios donde está permitido y con cigarrillos electrónicos, que no generan fuego, no hay problema alguno.
La isla estuvo deshabitada hasta el siglo XI, cuando unos monjes benedictinos fundaron una abadía que hoy está en ruinas. Casi casi que fue lo más me gustó de todo Dubrovnik. Las ruinas entre los árboles custodiadas por unos pavos reales magníficos, sin apenas turistas, me permitieron, esta vez sí, imaginarme cómo debía de ser la vida allí antiguamente, con un grupo de monjes atareados con el huerto y los rezos, todo ensimismados en sus cosas, a menos que nada de la ciudad, volcada con el comercio y las relaciones internacionales. Debía de ser curioso.
Al lado del monasterio hay un jardín muy agradable donde prácticamente no pasa nadie donde se puede echar un rato tranquilo para leer, escribir o whatever y si tienes suertes verás a los fieros guardianes de la isla, unos pavos reales estupendos.
No sé exactamente cuándo llegaron los pavos reales a la isla, quizás en el siglo XIX, cuando la ciudad, al igual que el resto de Croacia, pasó a formar parte del imperio austro-húngaro de los Habsburgo. Entre los frescos que se conservan del monasterio había uno con una especie pavo real. Tengo pendiente investigar más sobre esto.
Entre otros restos históricos, en la isla también hay un fortín de época napoleónica, también medio en ruinas. El fortín es divertido, pero sobre todo vale la pena visitarlo para ir al punto más alto de la isla, la cima del monte Glavica, desde donde se puede ver toda la cara marítima de la ciudad.
Pero sería mentir si me limitase a contar la parte interesante de Dubrovnik, que tiene un reverso triste y de solución complicada: un sobreturismo demencial.
Ciudades para turistas
Dubrovnik, sin duda, es muy bonita y está en un sitio precioso en la costa del mar Adriático, pero terminé muy saturado. Somos tantos los turistas que es imposible encontrar un rincón sin una multitud entusiasta y gritona con una tendencia exagerada a fotografiarse a sí misma y estar todo el día comprando y consumiendo cosas. Y aún podría con las hordas turísticas, pero peor es la consecuencia. El turismo ha moldeado el casco antiguo hasta convertirlo en una sucesión ininterrumpida de restaurantes, tiendas de souvenirs y mercaderías relacionadas con la serie Juego de tronos, cuyas localizaciones en Dubrovnik han sido la puntilla definitiva del veraneante más cansino.
Lo más descorazonador de este proceso, que se conoce como sobreturismo, overturism en inglés, es que ni siquiera está claro que reporte un beneficio real a medio plazo a los anfitriones. Poco a poco, todas las viviendas van quedando en manos de gigantes inmobiliarios especializados en el hospedaje, como las agencias que hay detrás de Airbnb, un cáncer con el que no convendría colaborar, y los establecimientos comerciales tradicionales, como las tiendas de ultramarinos, las peluquerías, las librerías, los colegios… cualquier local que te facilita la vida cotidiana desaparece para dejar paso a tiendas de souvenir, cafeterías y restaurantes de precios altos para los sueldos medios de los habitantes de un lugar. Los centros históricos de las ciudades se convierten en parques temáticos gigantescos con un coste de vida muy elevado y las ciudades se gerintrifican, como está ocurriendo por ejemplo en Palma de Mallorca, Ámsterdam, Lisboa o Venecia, un caso terminal donde el turismo ha matado de forma irremediable a la ciudad. En los espacios naturales el deterioro es aún mayor, ya que al impacto socioeconómico se suma la huella ecológica de millares de turistas generando basura sin el menor respeto por el medio ambiente, tal y como ha sucedido por ejemplo en las playas de Boracay en Filipinas o en el Everest, que mira que son cochinos los montañeros.
Y es que los números son de vértigo. Según el The World Travel & Tourism Council, la cantidad de llegadas internacionales aumentará de 1.300 millones en 2017 a 1.800 millones en 2030. Somos demasiadas personas viajando y lo peor es que vamos a los mismos destinos en las mismas fechas. Es una pena, porque el mundo es enorme y, a pesar de la magnitud de turistas, bien repartidos no se produciría esta saturación; aunque en cualquier caso, insisto, el problema, quizás no sea tanto la cantidad de gente, que con eso se puede lidiar, sino en la transformación de los espacios en función de la ley de la oferta y una demanda cada vez más banal. Por ejemplo, en las murallas de Dubrovnick cada pocos metros, cada vez que había un tramo un poco más ancho, habían colocado un bar con sillas. A mí eso me molestaba, me sacaba por completo de cualquier intento por interiorizar la historia de aquellas piedras. Es lo mismo que me sucede con la Venecia de hoy en día, convertida en un centro comercial inmisericorde donde parejas despiadadas llenan todos los puentes de candados mugrientos mientras se sacan cientos de selfies al segundo.
No tengo ni idea de cuál es la solución a este problema, si es que es un problema más allá de las preferencias que tenemos los menos. Sospecho que no pasa por encarecer con tasas o vainas similares el acceso a los sitios, como ocurre en Bután, donde la visita te puede costar 300 dólares diarios, ya que me parece injusto que solo los más pudientes disfruten de los viajes más bonitos y exóticos. Y, siempre por intuición, creo que es fundamental regular la oferta hostelera y de restauración para que los destinos turísticos no terminen convertidos en parques temáticos, pero, en cualquier caso, creo que no compensa ir a sitios tan machacados. Aunque las circunstancias actuales hagan inaccesibles muchos destinos formidables, como Libia, Mali o Siria, siguen existiendo tropecientos mil viajes interesantes no masificados acordes a un turismo sostenible que conlleva más alegrías que penas a los anfitriones.
También sospecho que sería bueno plantearse el coste de los cruceros, leviatanes de acero y azúcar que van recorriendo la costa regurgitando enjambres y enjambres de turistas que no reportan ningún beneficio económico real a las ciudades porque la comida y el dormir ya está apañado en esos despropósitos de lo inmediato y lo conocido, como si el viajar entre discotecas, tiendas y pizzerías fuera viajar por mucho que estén sobre el agua del mar. Entendería y me parecería estupendo si fueran barcos asilo u hospitales que permitieran a la gente con problemas de movilidad por la edad o la razón qué sea ir a los sitios por su propio pie. Pero lo peor es que los pasajeros son gente que se puede mover, que puede coger un tren o un autobús… un viaje organizado, pero son gente que escoge ir con la casa a cuestas, una casa artificial para ir a sitios artificiales sin parar de comer, como las ocas antes de convertirse en paté.
Yo suelo ser muy respetuoso con las filias ajenas y salvo daño evidente para con terceros, me importa un pito lo que haga el personal con su existencia, pero la verdad, lo siento, es que no puedo con el turismo de crucero. No le veo sentido alguno salvo llenar las redes sociales de fotos que no suelen tener nada que ver con la realidad y esto entronca con un tema muy complejo e interesante, que es la construcción ficticia del viaje y esto me atañe de forma directa en tanto que escribo, entre otros temas, de mis aventurillas veraniegas.
La literaturización idealizada de los destinos turísticos, aparte de tramposa, es un agente que contribuye en gran medida al sobreturismo. Antes de ir a Dubrovnik, claro está, leí unos cuántos blogs y artículos sobre la ciudad. En ninguno se mencionaba que se había convertido en un parque temático de turistlandia donde no cabe ni un alfiler. De haberlo sabido, solo le habría dedicado una tarde o, incluso, me la habría saltado.
Más allá de foros especializados, en las guías, los relatos y fotos de viajes de Internet no hay mosquitos, no hay sobreturismo, no hay rincones feos, todo es dulce, romántico y maravilloso. Hay un artículo anónimo publicado en el magazine digital Verne muy interesante sobre este tema. Explican esta diferencia entre la realidad vivida y la realidad narrada, que en las redes sociales sociales se acentúa aún más, y ponen varios ejemplos, de los que valgan estos dos escenarios como síntesis. Uno es el “banco de Loiba” en Ortigueira (La Coruña), situado ante un paisaje muy bonito enfrente al mar, que suele reflejarse en fotos muy románticas, donde el personal o bien mira ensimismado el mar como pensando en cosas muy profundas o, si van en pareja, se admiran babeantes todo amor como nunca en su vida.
Pero la realidad es esta que publica La voz de Galicia.
Y el segundo escenario es Maya bay, en Tailandia. La imagen idealizada es de este corte.
Pero la realidad, tal y como explica el autor de la foto r/funny en reddit, es más bien de este tipo.
Esto no significa que se deba escribir a mala uva, destacando todo lo malo, pues, como explicaré en detalle en otro post más adelante, creo que los viajes se deben contar desde el cariño, sobre todos los de corto recorrido, pero de ahí a obviar que un lugar está infestado de mosquitos o turistas media un abismo.
Bueno, de momento dejo aquí esta reflexión que, no lo olvidemos, es de un turista.
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