p. balcánica 4: Tirana
Algo de historia por la capital de Albania
Una decisión difícil
En Shkodra, al norte de Albania, no me quedó más remedio que tomar una decisión que llevaba posponiendo desde que había comenzado a preparar el viaje por la península Balcánica un par de semanas atrás. Al noreste de la ciudad se encuentra el Valle de Balbona, un parque natural muy chulo con alturas que van variando entre los 400 y los 2.692 metros de altitud en medio de las montañas Prokletije. Entre que llegas, vuelves y le dedicas un día a caminar por el monte, la excursión más rápida se demora tres días, por lo que tenía que elegir entre ir al valle o ver algo del sur del país, donde están los sitios que más me interesaban Berat, Gjirokaster, Butrinto y Korça. Como aún andaba algo tocado de una paliza de trabajo descomunal que me había metido entre pecho y espalda en los últimos meses, al final renuncié al valle, donde espero ir algún día, y seguí camino hacia Tirana.
Aunque hay algún tramo que se puede hacer en tren, la manera más rápida de moverse por Albania es el autobús y, para distancias cortas, la marshrutka, una especie de furgoneta grande que se usa mucho también en Asia y África y que suele salir cuando se llena. Así que desayuné y marché hasta la estación de autobús, que como todas en Albania suele ser algún espacio abierto a pie de calle y cogí el primero que iba hasta Tirana, donde llegué unas dos o tres horas después por un camino formidable, todo verde, rodeado de campos cultivados de trigo y maíz con las montañas de fondo, que este país no se cansa de tener montañas en el horizonte, a ver si cunde el ejemplo.
En el autobús, muy cómodo, me tocó al lado de una señora y terminé de comprobar algo que sospechaba. Ahí nunca bajan el reposabrazos que separa los dos asientos. Prefieren ir rozándose y tener más de espacio a delimitar la zona de cada cual. Me pareció sintomático, pero igual estaba sobreinterpretando condicionado por mi amor por el Mediterráneo.
Tirana
Tirana es una ciudad moderna, de tráfico caótico, que me encantó de primeras, aunque quizás no era objetivo y cada detalle me parecía formidable, como el café, muchísimo más rico que el habitual en España. . Hasta 1920, cuando la escogieron como capital del recién nacido Estado de Albania por su posición en el centro del país, fue una ciudad pequeña, pero desde entonces no ha parado de crecer -a veces de forma un tanto desordenada- y hoy viven ahí unos 800.000 habitantes de los 3.000.000 que tiene el país.
Apenas conserva sitios monumentales históricos más allá de la plaza de Skanderbeg, la plaza principal de la ciudad, donde convergen grandes avenidas diseñadas en tiempos de la ocupación italiana de Mussolini formando un conjunto típico de la arquitectura totalitaria: grandes espacios y edificios de corte neoclásico a medio camino entre lo pomposo y lo funcional.
La historia aguerrida de un país pequeño
Llegué hacia el mediodía, lavé un par de camisetas y salí para el museo de historia a ver si conseguía entender algo mejor qué había pasado por allí en los últimos 3.000 años y cuál era el relato oficial sobre la historia de Albania.
Durante la antigüedad, cuando en España estaban los íberos y en Italia los etruscos, por ahí andaban los ilirios, un pueblo indoeuropeo bastante fiero.
Luego fueron medio colonizados por los griegos y así comenzó una larga historia de conquistas una detrás de otra hasta después de la segunda guerra mundial. Es lo que pasa por ser pequeño, de pocos recursos y estar entre medias de grandes potencias. Tenían que haberse ido al norte de Finlandia, pero igual les dio pereza el frío.
Tras los griegos llegaron los romanos, en el 34 a. C. y cuando cayó el imperio de occidente quedaron en manos bizantinas, al menos en teoría, porque entre una cosa y otra también fue conquistada por los ostrogodos, los búlgaros, los serbios, los normandos… Y así que hasta que fue conquistada por el imperio otomano en el siglo XV.
De ese período es el gran héroe nacional, Gjergj Kastrioti, más conocido como Skanderbeg (1405-1468). Skanderbeg descendía de los Kastrioti, una de las familias más importantes de Albania, y de joven fue enviado como rehén junto con sus hermanos a la corte otomana. Allí se convirtió al Islam y aprendió de cerca cómo funcionaba la maquinaria bélica del sultán. En 1443, aprovechó una ocasión para regresar a Albania, abjurar del islamismo y organizar una revuelta contra los otomanos, contra los que estuvo batallando con más éxitos que fracasos durante 25 años en una guerra de guerrillas especialidad de este país tan montañoso. Tras su muerte en 1468, víctima de la malaria, los turcos se asentaron definitivamente en Albania hasta el siglo XIX, pero sus hazañas se han convertido en una de las grandes señas de identidad nacionales, de lo que valga como ejemplo que el águila bicéfala de su escudo heráldico forme parte de la bandera albanesa.
Al igual que sucedió en otros territorios de Europa, a lo largo del siglo XIX fue cobrando cada vez más fuerza un movimiento nacionalista que defendía la independencia del imperio otomano y la formación de un estado albanés que incluía territorios que más adelante dieron lugar a disputas con sus vecinos, como la región de Kosovo que terminó bajo control serbio.
Hacía 1920, después de la primera guerra mundial, que supuso el fin del imperio otomano, Albania se declaró independiente y se buscó romper todos los lazos con el pasado turco, aunque, como explicaré otro día, la mayor parte de la población siguió siendo musulmana. Después de varios gobiernos parlamentarios, en 1928 la república recién nacida se convirtió en una monarquía cada vez más vinculada con el gobierno italiano hasta que, en 1939, Albania fue conquistada por la Italia fascista de Mussolini.
Durante la segunda guerra mundial, se organizó en torno al partido comunista una resistencia partisana contra las tropas de ocupación italianas y alemanas que aún hoy se recuerda como uno de los grandes episodios de la historia de Albania y es que fue precisamente un partisano quien se hizo con el poder cuando terminó la contienda, Enver Hoxha, que gobernó el país durante 41 años en uno de los regímenes comunistas más enloquecidos de toda la historia
La dictadura de Hoxha fue uno de los episodios más tristes de la historia de Albania. El museo tiene una sala especial dedicada a este período, del que hablaré en detalle más adelante.
El museo está muy bien, aunque no tenía ni un maldito ventilador funcionando por encima de la primera planta y por un momento pensé que me licuaba al lado de una ametralladora de los partisanos, una de las numerosas armas que hay repartidas por el museo. Y es que aquí parece que les encantan los cachivaches de matar. A la que te descuidas te muestran uno venga o no a cuento.
Aunque también hay vitrinas de otra temática que aprovechan con ingenio el presupuesto del museo, supongo que escaso, como una serie hecha con muñecas para mostrar la evolución de los vestidos regionales.
Me llevó un buen tiempo la visita, que me permitió comprender mejor algunos pasajes de la historia albanesa y, de paso, ver cuál es el sentir histórico en el que se forja la identidad nacional, al menos la oficial, es decir, cómo se quieren ver a ellos mismos con todos esos héroes cachas y aguerridos que una y otra vez presentan resistencia al invasor y sin apenas mención de los 400 años que formaron parte del imperio otomano. Para que se entienda mejor, podemos pensar en una historia de España donde se destaca Numancia, pero se silencia el acueducto de Segovia o el teatro de Mérida; donde se habla del Cid y se ignoran la giralda de Sevilla o la mezquita de córdoba… El friso de la fachada refleja esta idea: todos los momentos históricos que está guiando la alegoría central que representa a Albania están armados y faltan los otomanos.
El búnker de la memoria
Hoxha se pasó cuatro décadas convencido de que algún país terminaría por invadir Albania, lo cual quizás no era tan paranoide teniendo en cuenta la historia del país donde se sucedió una invasión tras otra, y ordenó levantar miles de búnkeres por todo el territorio, una defensa que podría ser muy útil en guerra de guerrillas especialidad de los albaneses.
Al lado de la plaza de Skanderberg hay un búnker especial que hoy está dedicado a la memoria de los horrores de la dictadura comunista de Hoxha. Se conoce como bunk’art 2 y la visita es imprescindible (hay otro, el bunk’art 1, dedicado a la historia de Albania en general de los últimos 50 años, pero no me dio tiempo a verlo).
Al poco de alcanzar el poder, Enver Hoxha se distanció de los demás países europeos comunistas, como Yugoslavia, por considerarlos demasiado blandengues y unos años después, en 1961, llegó a la conclusión de que los soviéticos también se habían desviado de la ortodoxia y se alejó de ellos para volcarse con los chinos. Pero, ay, no tardó en darse cuenta de que también el comunismo chino era demasiado revisionista, así que también rompió con ellos, con el mundo entero y sumió Albania en el aislacionismo más absoluto y con la soledad llegó una miseria inmensa y con la miseria, el terror.
Para controlar a la población, que literalmente se moría de hambre, Hoxha organizó un sistema de represión policial despiadado. Para un país del tamaño de Galicia, con una población de unos 300.000 habitantes durante la última etapa de la dictadura comunista, las cifras son escalofriantes: fueron ejecutadas unas 5.500 personas directamente y unos 15.000 fueron enviadas a la cárcel por razones políticas. Al menos 1.000 de los condenados murió en prisión por las condiciones miserables en que se encontraban. Por todo el país había repartidos campos de concentración donde debieron realizar trabajos forzados al borde de la inanición unas unas 21.000 personas. En total, entre 43.000 y 65.000 ciudadanos sufrió el acoso y la persecución policial. Con las fronteras vigiladas día y noche, el país entero era una cárcel.
El búnker de la memoria es muy grande. Son cuatro o cinco corredores en los que se abren habitaciones que van recorriendo cronológicamente la historia de la policía y la represión desde los tiempos de la independencia hasta el fin de la dictadura en 1991.
La exposición es durísima. A lo largo de esos corredores solo hay muerte. Ves fotos de las víctimas y te imaginas todas esas vidas perdidas en campos de trabajo donde las condiciones eran horribles. Listados y listados de gente asesinada, torturada…
Por fin, en 1990 cayó el régimen de Hoxha, al igual que tantos otros, arrastrados por la Perestroika y el fin del comunismo soviético, y en 1991 se celebraron las primeras elecciones libres del país. Siguieron años muy complicados para la democracia albanesa, con una emigración muy alta y una crisis económica que estuvo a punto de provocar una revuelta incontrolable; pero desde hace tiempo la economía se va encauzando y es de esperar que tarde o temprano Albania entre la Unión Europea.
Salí entristecido de la exposición y crucé el río Lana, siempre por esas grandes avenidas, en busca de la tumba del dictador, una pirámide que mandó construir su hija que debía de servir para custodiar su memoria eterna. Y la verdad es que me produjo cierta alegría ver qué ese mazacote de hormigón está hoy medio abandonado y lleno de basura.
Y ya para cerrar el círculo, de la pirámide marché al barrio de Boklu, donde en su día vivían todas los jerarcas del régimen, incluido Hoxha. Fue divertido ver que hoy el barrio se ha convertido en una de las zonas de marcha de la capital, un tanto pija, con alguna que otra franquicia de cadenas internacionales de comida rápidas. Yo preferí cenar por un sitio más cutre, algo más cerca de donde me alojaba al norte de la plaza.
Bueno, vi más cosas en Tirana, pero baste con las expuestas.
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