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el tarot: 10. La Fortuna y el Carro

Análisis de los triunfos de la Fortuna y el Carro durante el Renacimiento

el tarot: 10. La Fortuna y el Carro

Los triunfos de la Fortuna y el Carro están relacionados. En ambos casos representan la futilidad del apego por los bienes materiales desde una perspectiva cristiana. De todas maneras, el concepto renacentista de fortuna arraiga en la cultura grecolatina y hacía referencia a una fuerza cósmica que provoca situaciones adversas o beneficiosas a los seres humanos. Entre los griegos era una abstracción deificada con el nombre de Tyche y solía representarse con los ojos vendados, ya que afectaba a todos por igual en su azaroso devenir. En Roma cobró mayor importancia y adoptó diversas advocaciones, en general, relacionadas con la protección (sobre la fertilidad, el matrimonio, la soberanía, etcétera). A la Edad Media pasó el concepto de fortuna tal y como lo había tratado Boecio, es decir, como concepto filosófico sobre la actitud que se debía mantener en la vida frente a la fatalidad y el azar. También por Boecio, se consolidó la alegoría de la rueda de la fortuna, símbolo de la manera en que conduce a los seres humanos, que ora encumbra, ora arroja a la miseria, en su continuo girar.

Los cuatro reyes

De los tarots pintados a mano del siglo XV, sólo se han conservado dos triunfos de la Fortuna, uno en la baraja de Brera Brambilla y otro en el tarot de Pierpont Morgan. Son muy parecidos. La fortuna está representada por una mujer alada, con los ojos vendados, en el centro de una rueda que está haciendo girar. En torno a la rueda hay cuatro figuras que representan cuatro fases de la fortuna. De izquierda a derecha: lo bueno que está por venir, el triunfo presente, la decadencia y el final. En la Fortuna de Pierpont, esta idea viene reforzada por cuatro frases en latín escritas en oro que se solían añadir al conjunto iconográfico. En el joven que está ascendiendo dice «Regnabo» (reinaré); en el que está encima, «Regno» (reino); en el que está descendiendo, «Regnavi» (he reinado); y en el personaje de abajo, «Sum sine regno» (estoy sin reino). Esta alegoría de los cuatro reyes hace referencia a los altibajos de la fortuna, que sólo es constante en su inconstancia. Todos los estados terrenales son efímeros y cambian incesantemente de arriba abajo y vuelta a empezar a lo largo del tiempo1.

El triunfo de la Fortuna del tarot de Brera Brambilla (izquierda) y de Pierpont Morgan (derecha).
El triunfo de la Fortuna del tarot de Brera Brambilla (izquierda) y de Pierpont Morgan (derecha).

En la Fortuna de Brera, el personaje ascendente y el superior tienen orejas de asno. Este elemento simbólico se potencia aún más en los tarots franceses, donde se tiende a reemplazar los seres humanos por animales. Es el caso, por ejemplo, de la familia de Marsella, donde la fortuna se encuentra arriba flanqueada por un mono y un asno, dos animales que solían emplearse como metáfora de la humanidad envilecida. Como veremos esta idea también deriva de Boecio: quien sube a la rueda de la fortuna, al deseo de la felicidad material, pierde su humanidad y se convierte en un animal irracional. En el tarot de París, este concepto queda aún más claro al sustituir la fortuna por un diablo, por el mal.

De izquierda a derecha, el triunfo de Fortuna en el tarot de París, de Nicholas Conver y François Chossons.
De izquierda a derecha, el triunfo de Fortuna en el tarot de París, de Nicholas Conver y François Chossons.

Por mi culpa, por mi gran culpa…

Para entender qué significaba el triunfo de Fortuna debemos retroceder unos diez siglos, hasta el año 410, cuando el rey visigodo Alarico saqueó la otrora inexpugnable ciudad de Roma. Con la caída del imperio romano de Occidente en manos de los bárbaros, la fortuna dejó de ser una diosa para convertirse en una fuerza cósmica inclemente. ¿Cómo podía Dios permitir el triunfo de la barbarie pagana, del mal, sobre la civilización cristiana? ¿O es que acaso semejante cataclismo había sido enviado por los antiguos dioses romanos como castigo por haberlos olvidado?

Con intención de consolar a la afligida cristiandad, que veía impotente como su mundo se derrumbaba ante las hordas bárbaras, Agustín, obispo de la ciudad cartaginesa de Hipona, escribió La ciudad de Dios (413-426), una de las principales obras de referencia del cristianismo durante la Edad Media. Pensado como ayuda moral para una población desesperada, para quien gusta de la digresión y el razonamiento amable, el libro es delicioso. San Agustín comienza explicando que no se debe atribuir la guerra y las fatalidades consecuentes a los dioses, pues son asuntos humanos, y, en todo caso, argumenta, tampoco los dioses romanos consiguieron evitarlas en el pasado. Aún así, si queremos responsabilizar a Dios de las desgracias que nos suceden, debemos preguntarnos si realmente somos tan inocentes como pensamos, ya que por el mero hecho de estar preocupados por los asuntos terrenales, estamos incurriendo en un grave pecado. En cualquier caso, el buen cristiano debe crecerse ante la adversidad, dado que, en realidad, no pierde ningún bien importante. La fortuna, las desventuras de la existencia, son irrelevantes si se conserva la fe, el único bien fundamental para un cristiano. La fortuna sólo afecta los bienes terrenales y, por lo tanto, sus caprichos son irrelevantes.

«Supongamos que ya han perdido todo lo que tenían. Pero ¿han perdido su fe? ¿Han perdido su religión? ¿Han perdido los tesoros del hombre interior, el que ante Dios es rico? He aquí las riquezas de los cristianos en las que el Apóstol se sentía opulento, y decía: la religión es ciertamente un buen negocio cuando uno se conforma con lo que tiene; porque nada trajimos al mundo, como nada podremos llevarnos; así que teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar contentos. Los que quieren hacerse ricos, caen en tentaciones, trampas y mil afanes insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición; porque la raíz de todos los males es el amor al dinero; por esta ansia algunos se desviaron de la fe y infligieron mil tormentos».

En el triunfo de la Fortuna del tarot de Jean Noblet, parece que la figura superior no es un mono, sino un ser humano, aunque los reyes de los lados siguen siendo bestias.
En el triunfo de la Fortuna del tarot de Jean Noblet, parece que la figura superior no es un mono, sino un ser humano.

Aquí se encuentra la clave para entender la esencia la problemática del concepto de la fortuna y su proyección en el tarot. En función de la religiosidad de cada autor, la alternativa estará más o menos relacionada con la fe, pero la disyuntiva siempre fue la misma durante la Edad Media. El reino de la fortuna se extiende por los asuntos mundanos, por los bienes terrenales —como la riqueza, el poder, la salud o el amor concupiscente— y depende de causas externas. Sin embargo, el alma, el pensamiento, depende de nosotros mismos, de nuestro esfuerzo por ser buenos y ampliar nuestro conocimiento sobre Dios y la virtud, lo cual nos conduce a la verdadera felicidad. Amando a Dios, despreocupándonos de los bienes de la fortuna, nos convertimos en fortalezas inexpugnables, en criaturas divinas. Por eso, según Agustín de Hipona, no debe confundirse la fortuna con la verdadera felicidad que proporciona el amor y la sumisión a Dios.

Esta felicidad, además, se consigue por el propio esfuerzo. Mientras que los bienes de fortuna dependen del azar, la virtud depende de uno mismo, y por lo tanto es más digna de encomio que un bien obtenido por casualidad:

«Los paganos deberían haber caído en la cuenta de sus astutas artimañas [de la fortuna], precisamente porque quien habló fue la diosa que obra el azar, no la que asiste en virtud de los méritos personales. Resultó ser parlanchina la Fortuna y muda la Felicidad. ¿Qué otro fin podría perseguir sino el que los hombres se despreocuparan de vivir en rectitud moral, teniendo de su parte a la Fortuna, que los hace afortunados sin mérito alguno bueno?». (IV, XIX).

La consolación de la filosofía

Aún más influyente que san Agustín en cuanto al concepto de fortuna que se transmitió a la Edad Media fue el ensayo La consolación de la filosofía de Boecio (480 – 524), un político y filósofo romano que padeció en primera persona los reveses de la fortuna. Boecio era un hombre muy culto que provenía de una familia de ilustre linaje. Siendo aún muy joven comenzó una fulgurante carrera política que le llevó a ser una de las personas de confianza del rey ostrogodo Teodorico, el cual aspiraba a reconstruir el imperio occidental desde Rávena. Hacia el año 520, Boecio se vio envuelto en unas intrigas de camarilla aún por esclarecer y fue acusado de traición, magia y sacrilegio. Primero fue enviado al exilio, momento en el que empezó La consolación, y más tarde fue encarcelado y condenado a muerte. En el año 524 o 525, mientras esperaba la ejecución de la sentencia, fue asesinado a golpes en la cárcel.

Ilustración del Codex Buranus, un recopilatorio del siglo XIII de los célebres cantos Carmina Burana, donde se aborda la cuestión de la fortuna en la línea cristiana propuesta por Boecio.
Ilustración del Codex Buranus, un recopilatorio del siglo XIII de los célebres cantos Carmina Burana, donde se aborda la cuestión de la fortuna en la línea cristiana propuesta por Boecio.

En La consolación, Boecio reflexiona sobre lo que le ha sucedido y se plantea qué sentido tiene la vida si estamos a merced de la fortuna. Formalmente, el ensayo se desarrolla como un diálogo con Filosofía, una diosa formidable, con ojos de fuego y llena de vigor. Boecio se lamenta por su situación y Filosofía responde demostrándole una y otra vez que no debe quejarse, pues no ha perdido nada importante.

No debe preocuparse por haber perdido riquezas y otros bienes materiales, ya que estos no dan la felicidad. El que es rico se preocupa por no perder sus posesiones: «¡Rara felicidad la de las riquezas humanas que cuando se adquieren dejas de estar seguro!». Sin embargo, al sabio nadie puede arrebatarle su conocimiento, su virtud o su recuerdo de los tiempos verdaderamente felices, como fueron para Boecio su matrimonio y el bienestar de sus dos hijos. Como afirma Boecio recogiendo un refrán romano: «No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita y mide sus necesidades por la naturaleza y no por la ostentación».

Y tampoco merece la pena deprimirse por no conseguir la fama y la gloria, que será una de las grandes preocupaciones del Renacimiento, pues nadie puede evitar caer en el olvido durante el trascurso de la eternidad:

«Vosotros creéis asegurar vuestra inmortalidad cuando soñáis en vuestra gloria venidera. Pero si se compara la duración del tiempo con la eternidad infinita, ¿qué sentido tiene gloriarse de la perennidad del propio nombre? […] La fama de un hombre, por mucho que se perpetúe, si se compara con la eternidad interminable, se ha de estimar no sólo pequeña, sino totalmente inexistente».

El triunfo de la Fortuna en el tarot de Jan Dodal
El triunfo de la Fortuna en el tarot de Jan Dodal

Otro argumento que expone Filosofía es que la muerte, en realidad, es vida, ya que nos libera de esta cárcel terrenal y nos conduce a la Gloria celestial. Es el mismo razonamiento que hacía san Agustín y que, como veremos, planteaba Sócrates en una situación similar. Si se cree en la vida después de la muerte —como era el caso de Boecio, que quizás era cristiano— la muerte supone una liberación: «si un alma bien consciente de sí misma, libre de su cárcel terrena, se dirige al cielo, ¿no desperdiciará todo lo de este mundo al gozar del cielo y se sentirá feliz por haber dejado la tierra?». De ahí, argumenta Filosofía, que Boecio debería estar contento por su situación, ya que ahora puede apreciar la verdadera felicidad:

«La fortuna aprovecha más a los hombres cuando les es adversa que cuando les es propicia. La buena fortuna siempre engaña con sus falsas apariencias de felicidad. La adversa siempre es sincera, pues en su misma mutabilidad demuestra lo que es: inestable. La primera engaña, la segunda, instruye. Aquélla seduce con sus falsas riquezas, seduce el alma de los que disfrutan de ella. Ésta, en cambio, libera a los hombres por el reconocimiento de lo frágil que es la felicidad».

Además, Boecio plantea otra cuestión de difícil respuesta desde una perspectiva cristiana: ¿Cómo es posible que exista el mal, la fortuna adversa, si Dios, en tanto que es perfecto, sólo puede ser fuente de bien? En esencia, Boecio recurre a dos argumentos habituales para explicar esta paradoja. El primero viene a decir que no podemos entender este misterio por qué su respuesta sólo la sabe Dios. Todo obedece a un plan de Dios, la providencia, cuya complejidad está más allá de nuestra capacidad de comprensión de lo divino:

«Sucede también con frecuencia que a los hombres buenos la Providencia les da el poder supremo para reducir la exuberancia del mal. A otros concede una mezcla de buena y mala fortuna, según la disposición de su espíritu. A unos los aguijonea unas veces para que una prosperidad demasiado larga no los adormezca. A otros los prueba con duros golpes para fortalecer su virtud con el ejercicio y la práctica de la paciencia. Hay quien se presenta excesivamente tímido ante una prueba que en realidad puede superar. Otros, en cambio, se burlan de sufrimientos que no podrían aguantar. A ambos los lleva el descubrimiento de sí mismos a través de circunstancias difíciles. Otros hombres alcanzaron un nombre inmortal al precio de una muerte gloriosa. Algunos de ellos, indomables frente a las torturas, dieron ejemplo a los demás de que la virtud no se doblega ante el mal. No hay duda, por tanto, de que todo esto sucedió, fue planificado y dispuesto en beneficio de quienes se portaron tan ejemplarmente».

una ilustración de la Nave de los locos de Brandt. En general, los animales que suelen aparecer encaramados en la rueda de la fortuna son el asno y el mono. El primero no guarda mayor misterio. Este simpático animal se ha empleado para referirse a las personas de torpe entendimiento desde la Antigüedad. Los monos también han sido despreciados desde antaño y, por la similitud con los seres humanos, solían simbolizar las personas envilecidas.
Una ilustración de la Nave de los locos de Brandt. En general, los animales que suelen aparecer encaramados en la rueda de la fortuna son el asno y el mono. El primero no guarda mayor misterio. Este animal se ha empleado para referirse a las personas de torpe entendimiento desde la Antigüedad. Los monos también han sido despreciados desde antaño y, por la similitud con los seres humanos, solían simbolizar las personas envilecidas.

El segundo argumento está relacionado con la definición del bien que veíamos antes. Si las posesiones materiales —como la riqueza, el poder y la fama— no conducen a la felicidad, como en cambio sí ocurre con el conocimiento y el ejercicio de la virtud, aquello que nos parece malo, el infortunio, en realidad es bueno, ya que nos permite mejorar como personas y ser más felices al acercarnos a Dios. Por esta razón, en los tarots franceses hay animales en vez de personas. Al igual que el amor a Dios contagia de divinidad a la humanidad, preocuparse por los asuntos de la fortuna, es decir, por los bienes materiales, nos rebaja a la condición de bestias:

«Quien se ha dejado transformar por el mal no puede ser tenido por hombre. Al que se ha hecho ladrón, el corazón le arde en codiciosos deseos del bien ajeno. Diríamos que es un lobo. El matón y pendenciero que con su lengua levanta pleitos sin cuento, podríamos compararlo con un perro callejero. Al astuto tramposo que se oculta en la emboscada de sus fraudes le compararemos al zorro. Al intemperante que ruge con ira, le atribuiremos el corazón de león. El cobarde tembloroso y fugitivo, aterrado por un miedo imaginario, se parece al ciervo. El hombre esclavo de la molicie y estupidez vive como los asnos. El débil e inconstante que cambia incesantemente de gustos no se diferencia de los pájaros. El que está enfangado en pasiones lascivas vive atrapado por el placer del cerdo repugnante. Sucede, entonces, que abandona la virtud, deja de ser hombre e, incapaz de ser dios, desciende a la condición de la bestia».

Estas ideas básicas sobre la fortuna son las que debemos ver en el triunfo homónimo. Los seres humanos vivimos a merced de la fortuna, una fuerza cósmica que nos arrastra a la perdición o nos encumbra hacia el éxito, aparentemente, sin razón. Aunque no estuviera motivada por el azar, sino por la necesidad, daría igual, ya que tampoco podemos comprender sus causas al formar parte de la providencia, de un plan de Dios más allá del entendimiento humano. Frente a esta inestabilidad imperante en la vida de los seres humanos, Boecio, siguiendo a san Agustín y los estoicos, propone reajustar la escala de valores en sintonía con el cristianismo y, como veremos, con el neoplatonismo. No debe preocuparnos perder los bienes terrenales, porque no son importantes. La felicidad real se encuentra en la práctica de la virtud y el esfuerzo por conocer, amar y obedecer a Dios, lo cual está fuera del alcance de la fortuna pues sólo depende de uno mismo, de la voluntad ejercida en libre albedrío. La solución de Boecio, por lo tanto, pasa por la resignación fatalista ante los caprichos de la fortuna. En cierta manera supone aceptar que no podemos hacer nada por contrarrestar sus desgracias y debemos contentarnos con asimilarlas con entereza pensando que existe un bien mayor tras esta vida.

En este fresco de la iglesia de Härkeberga (Islandia), atribuido a Albertus Pictor, se muestra con claridad el concepto cristiano de la fortuna. Un loco, es decir, el pecado, induce a los seres humanos a subirse a la rueda de los bienes materiales, que al girar nos lleva a la muerte, un final fatídico frente a la Gloria que espera a los virtuosos. Es la misma idea que se muestra con la Fortuna del tarot.
En este fresco de la iglesia de Härkeberga (Islandia), atribuido a Albertus Pictor, se muestra con claridad el concepto cristiano de la fortuna. Un loco, es decir, el pecado, induce a los seres humanos a subirse a la rueda de los bienes materiales, que al girar nos lleva a la muerte, un final fatídico frente a la Gloria que espera a los virtuosos. Es la misma idea que se muestra con la Fortuna del tarot. cc-by Marianne58

La caída de los príncipes

Desde los albores del Renacimiento, la fortuna se convirtió en una de las principales inquietudes de la cultura ciudadana. A partir de las premisas de Boecio, en la literatura, la filosofía y el arte se volvieron a plantear cómo enfrentarse a los caprichos de la fortuna y cómo afectaba a la vida de los seres humanos. Podemos distinguir dos grandes etapas en función del tono más o menos cristiano con que respondieron estas cuestiones. Por marcarlas con hitos literarios, enmarquemos la primera desde los textos pioneros de Boccaccio y Petrarca, escritos en la segunda mitad del siglo XIV, hasta El príncipe de Maquiavelo (1513); y la segunda desde este ensayo revolucionario en adelante.

En la primera etapa, el discurso será similar a La consolación de Boecio, Los bienes de la fortuna son efímeros y no proporcionan la verdadera felicidad. Subirse a la rueda de la fortuna, es decir, anhelar el bienestar material, como las riquezas o el poder, es una estupidez propia de una bestia si así se arriesga la virtud, ya que ésta permite alcanzar la Gloria celestial tras la muerte. La lucha contra la fortuna adversa, por lo tanto, es un proceso interno que pasa por reconducir nuestros intereses hacia bienes más elevados.

El triunfo de la Fortuna en el tarot de Angelo Valla, una baraja realizada en 1790 en Trieste. Es interesante ver cómo evolucionaron los personajes de la Rueda
El triunfo de la Fortuna en el tarot de Angelo Valla, una baraja realizada en 1790 en Trieste. Es interesante ver cómo evolucionaron los personajes de la Rueda.

En literatura, una manera frecuente de abordar este desarrollo fue mediante la recopilación de biografías célebres que sirvieran de ejemplo moral. La obra más célebre e influyente de este tipo fue De casibus virorum illustrium, escrita por Boccaccio entre 1355 y 1373. En De casibus, que en español suele traducirse como La caída de los príncipes, Boccaccio repasa una larga lista de personajes bíblicos, mitológicos e históricos caídos en desgracia, en muchas ocasiones, por culpa de algún defecto o pecado de su personalidad, como la vanidad o la arrogancia. El objetivo era demostrar mediante los hechos históricos que, a mayor fortuna, peor era la caída consiguiente.

Otra forma de abordar el tema fue mediante viajes oníricos en los que el autor toma conciencia de la naturaleza de la fortuna descubriendo diversas alegorías. También en este caso abundan las largas enumeraciones de personajes célebres, quizás un tanto aburridas para el lector actual, pero resultan más entretenidas por los escenarios fantásticos en los que se presentan. Ejemplo paradigmático de este formato es la Amorosa visione (1340) que vimos en el análisis del triunfo del Amor.

En este poema largo, Boccaccio describe un sueño inducido por Cupido y el amor que siente por la bella Fiammetta. En el sueño, una mujer formidable aparece ante Boccaccio y le conduce hasta un castillo en el que hay dos puertas. Una, estrecha y oscura, conduce a una escalera empinada por la que resulta muy fatigoso ascender. Otra es ancha y luminosa y desde el interior llega el sonido dulce de una fiesta. La mujer recomienda a Boccaccio que se adentre por la senda difícil, pero no puede evitar sentirse atraído por la cómoda y placentera. Aún está dudando, cuando de la puerta ancha salen dos jóvenes, uno vestido de blanco y otro de rojo, que le arrastran al interior. Su hermosa guía les sigue resignada. Tras cruzar la puerta llegan a una gran sala resplandeciente, de color oro y azul, en la que hay cuatro alegorías triunfales, cada una pintada al fresco como si estuviera viva en una pared. Una representa la filosofía y la literatura, otra la fama, la tercera la riqueza y la cuarta el amor.

Boccaccio está fascinado, pero la mujer le hace pasar a una segunda sala donde descubre el reverso de esas maravillas anteriores: la temible fortuna. Se encuentra en una sala grande. Tiene el rostro vendado y con una mano está haciendo girar una gran rueda. A su alrededor se desarrollan escenas relacionadas con poderosos famosos caídos en desgracia, como Príamo, Alejandro Magno, Darío, Ciro, Aníbal o Pompeyo. En ese momento, Boccaccio se da cuenta de la fragilidad de los bienes mundanos y pierde la felicidad que hasta ese momento le embargaba. No concluye aquí el viaje. Tras el encuentro con fortuna verá nuevas alegorías y, aconsejada por la bella Fiametta, descubrirá que para alcanzar la felicidad debe seguir la senda estrecha, pues lo que por fortuna se consigue sin esfuerzo, por fortuna se pierde al instante. Sin embargo, nosotros dejamos aquí el sueño de Boccaccio para conocer la otra manera en que se entendió la fortuna.

La fortuna provoca la caída de todos los que osan subirse a su rueda. Ilustración de un manuscrito francés del siglo XV del De casibus. (Sp Coll MS Hunter 371-372)
La fortuna provoca la caída de todos los que osan subirse a su rueda. Ilustración de un manuscrito francés del siglo XV del De casibus. (1471) (Sp Coll MS Hunter 371-372)

La ocasión

A lo largo del siglo XV, la fortuna perdió parte de su dramatismo y terminó derrotada por la idea de oportunidad, entendida como una fracción de tiempo muy breve en el que se debía tomar una decisión crucial para el desarrollo de los acontecimientos. La fortuna podía ser una fuerza decisiva, pero si los seres humanos sabían aprovechar la oportunidad, la ocasión, como también se llamaba, podían ser dueños de su propio destino.

Emblema Ocasión (CXXL) de Alciato de una edición alemana de 1591. En el emblema se muestra una mano cogiendo una alegoría de la ocasión por el cabello. La ocasión solía representarse desnuda, con un solo pelo y alas en los pies, pues corre ligera. En España aún se conservan expresiones basadas en esta iconografía, como «la ocasión la pintan calva» o «nos salvamos por los pelos».
Emblema Ocasión (CXXL) de Alciato de una edición alemana de 1591. En el emblema se muestra una mano cogiendo una alegoría de la ocasión por el cabello. La ocasión solía representarse desnuda, con un solo pelo y alas en los pies, pues corre ligera. En España aún se conservan expresiones basadas en esta iconografía, como «la ocasión la pintan calva» o «nos salvamos por los pelos».

En filosofía, la obra que mejor expone esta idea es El príncipe (1513) de Niccolò Maquiavelo, que veremos en detalle más adelante. En esta obra, Maquiavelo pretende demostrar que los gobiernos pueden, y deben, hacer frente a la «malignidad de la fortuna» mediante el talento político. La fortuna provoca situaciones favorables o adversas, pero los príncipes disponen de un amplio margen de maniobra si son hábiles gobernando y se anticipan a los acontecimientos aprovechando la oportunidad que les brinda la ocasión. Por ejemplo, según Maquiavelo, fue por la fortuna que Moisés se encontró al pueblo de Israel sojuzgado por los egipcios, pero gracias a su virtud sacó partido de la ocasión y pudo liberarlos.

Por último, antes de bajarnos de la rueda de la fortuna conviene recordar que también se trató de forma más liviana de cómo hemos visto hasta ahora. Junto a esta visión trascendental de la fortuna, ya fuera desde una perspectiva cristiana o filosófica, convivió una fortuna menos seria, popular, de tonos lúdicos, similar a la antigua diosa que invocaban los romanos. Es la fortuna a la que ruegan los enamorados por conseguir el objeto de su amor, a la que suplican los jugadores durante una mala partida de cartas, en la que piensa el comerciante mientras ve marchar su barco hacia los lejanos mares de oriente. Esta concepción lúdica de la fortuna es la que preside, por ejemplo, el célebre juego de la oca o el libro de la suerte de Segismundo Fanti, Triunfo de la Fortuna, donde se “preguntaba” a la fortuna sobre cuestiones cotidianas, como el desenlace de un romance o la conveniencia de emprender un viaje.

En síntesis, en el triunfo de la Fortuna se muestra la errática fuerza que lleva alegrías y desgracias a los seres humanos. Frente a sus caprichos, ya sean buenos o malos, el ser humano dispone de varias estrategias, como reconducir los intereses hacia metas personales más elevadas, ya sea la devoción cristiana o el cultivo del conocimiento; mediante el ejercicio de la virtud; aprovechando las ocasiones, etcétera. Esto explica su posición central en la jerarquía de los triunfos, siempre acompañada por el tiempo (el Ermitaño). En cierta manera, es una encrucijada. Si nos subimos a la rueda de la fortuna, el tiempo terminará por arrojarnos al Infierno. Por el contrario, si anteponemos la virtud, nos aguarda la Gloria. En este sentido, el triunfo de la Fortuna guarda una estrecha relación con el triunfo del Carro, que podría ser una alegoría de la fama, aunque esto no está tan claro porque el significado de este triunfo resulta realmente complicado de descifrar.

La Fortuna de esta ilustración del De casibus, como la del tarot, afecta a todos los estamentos sociales. (Francia, c.1400-1425) British Library MS Royal 20C IV, fol.1.
La Fortuna de esta ilustración del De casibus, como la del tarot, afecta a todos los estamentos sociales. (Francia, c.1400-1425) British Library MS Royal 20C IV, fol.1.

El Carro

El triunfo del Carro recoge la propia esencia del juego como un desfile de triunfos, de alegorías enfrentadas en una cadena que conduce desde la condición humana hasta Dios. Vamos primero a analizar este triunfo en cada una de las principales barajas históricas y luego veremos su significado general. Comenzamos con la baraja de Cary Yale. En este caso, el auriga del triunfo del Carro es una mujer cuya apariencia recuerda al triunfo de la Emperatriz. Viste un manto dorado y azul. En una mano sostiene un cetro y en la otra, apenas distinguible, una esfera dorada en la que hay inscrita una paloma blanca, uno de los símbolos heráldicos favoritos de Bianca Maria Visconti. El carro está cubierto por una especie de pabellón y está tirado por dos caballos blancos conducidos por un palafrenero con un sombrero rojo.

El triunfo del Carro del tarot de Cary Yale (izquierda) y del tarot de Pierpont Morgan (derecha).
El triunfo del Carro del tarot de Cary Yale (izquierda) y del tarot de Pierpont Morgan (derecha).

En general, se considera que la mujer representa a Bianca Maria, tal vez en ocasión de su visita a Ferrara en 1440. Recordemos que el tarot de Cary Yale fue realizado posiblemente hacia 1441 como regalo de bodas para Bianca Maria y Francesco Sforza. Justo un año antes, Filippo Maria había enviado a su hija a Ferrara para que representara una farsa en complicidad con su amigo Niccolò III d’Este. Cansado de sus traiciones, Francesco había desechado las pretensiones de casarse con su hija y se había enrolado con los venecianos. Filippo estaba desesperado por volver a recuperar al gran condottiero para el bando milanés y en 1440 envió a Bianca a Ferrara, en teoría, para que se casase con Leonello, uno de los hijos de Niccolò. De esta manera esperaba que Francesco se sintiera presionado, abandonase a los venecianos y se casase con Bianca cuanto antes por el temor de perder la oportunidad de conseguir por vía matrimonial el gobierno de Milán.
Bianca pasó varios meses en la corte de los Este. Apenas tenía quince años, era la primera vez que salía de Milán y se alejaba de la autoridad materna, estaba rodeada de chicos y chicas de su edad, era el centro de la atención, en tanto que futura esposa de Leonello, y dejó a todos fascinados, Niccolò incluido, por su gran cultura.

Sin duda, para aquella adolescente vivaz y curiosa debió de ser una experiencia inolvidable. Uno de los episodios más emocionantes de aquella aventura fue el desfile triunfal con el que fue recibida al llegar a Ferrara, del que sabría más adelante todos los detalles su padre Filippo, autor del tarot de Cary Yale. Después de un viaje en bucintoro, un barco ceremonial característico de los astilleros venecianos, Bianca entró en Ferrara «sobre un caballo blanco, en un baldaquín con telas doradas, cubierta con un manto dorado y celeste forrado de armiño» (Pizzagalli, 2000: 50). Aunque en el tarot de Cary Yale el carro está tirado por dos caballos en vez de uno solo, es muy probable que reflejara aquella procesión triunfal protagonizada por Bianca, uno de los momentos más emocionantes de su vida hasta el momento en que fue realizada esta baraja. En cualquier caso, si no fue aquella ocasión, podría haber sido cualquier otra similar, ya que, sobre todo durante sus primeros años de matrimonio con Francesco, Bianca solía participar en los desfiles triunfales yendo sobre un carro con un baldaquín azul, como el de este tarot, tirado por caballos blancos.

La misma mujer de aspecto imperial es quien guía el carro de la baraja de Pierpont Morgan, aunque en este tarot los caballos son dos espléndidos pegasos. El palafrenero ha desaparecido y el carro tiene un aspecto más belicoso y menos ceremonial. Si la datación de la baraja es correcta, este cambio se ajustaría a la nueva posición de Bianca en 1451, ya como señora de Milán, conduciendo las riendas del ducado recién adquirido.

De izquierda a derecha, el triunfo del Carro del tarot de los Medici, del tarot de Alessandro Sforza y de Catelin Geoffrey.
De izquierda a derecha, el triunfo del Carro del tarot de los Medici, del tarot de Alessandro Sforza y de Catelin Geoffrey.

En el tarot de los Medici, la mujer ha sido desplazada por un hombre, como será habitual en las demás barajas históricas. Va armado con un hacha de doble filo, un arma extraña en este tipo de representaciones triunfales. Como vimos, las telas del carro recuerdan por color y heráldica a Florencia. Los caballos están mirando cada uno hacia un lado, pero esto parece obedecer a un criterio pictórico antes que simbólico, al igual que ocurre con el carro de la baraja de Alessandro Sforza, similar a la medicea, aunque en este caso hay dos palafreneros y el auriga lleva en la mano una esfera, símbolo del mundo, en vez de un arma. Hasta nuevos descubrimientos documentales, resulta imposible identificar al auriga. Tal vez se trate de un personaje importante del momento, como Lorenzo el Magnífico en el Carro mediceo, pero también puede representar cualquier caudillo ilustre de la historia, como Julio César, quien solía encabezar las procesiones triunfales en las alegorías literarias y pictóricas sobre la fama militar.

De izquierda a derecha, el triunfo del Carro en el tarot de París, de Jean Dodal y de Jacques Vieville.
De izquierda a derecha, el triunfo del Carro en el tarot de París, de Jean Dodal y de Jacques Vieville.

En los tarots franceses, el Carro suele estar guiado siempre por un hombre. En el tarot de Catelin Geoffrey no tiene atributos militares, sino una especie de flor, y también aparece un palafrenero en el lado derecho. En la familia de Marsella, el auriga está coronado como un rey, empuñando una lanza, y cubierto con una armadura en la que destacan dos hombreras con forma de rostro. Una excepción curiosa es el tarot de París, donde se muestra a un hombre que quizás esté tocando un instrumento en un carro tirado por dos cisnes, lo que podría relacionarse con el dios Apolo. También presenta una pequeña diferencia el Carro del tarot de Jacques Vieville, en el que los dos caballos han sido sustituidos por dos esfinges, pero no parece que este detalle iconográfico modifique el sentido general de la alegoría.

El carroccio

Como vemos, el triunfo del Carro se puede descomponer en dos elementos iconográficos principales: el carro y quien lo conduce. Para situar el primero en su justo contexto histórico conviene recordar qué era el carroccio. Desde la Antigüedad, el carro de guerra ha sido símbolo de prestigio. Los grandes héroes de la guerra de Troya se dirigían en carro al combate y en carro se muestran los faraones egipcios en los murales que conmemoran sus hazañas. Con el tiempo fue perdiendo valor como arma de guerra, pero en Roma conservó su función simbólica para denotar gloria y triunfo. Así, por ejemplo, cuando los generales romanos volvían victoriosos de una guerra, desfilaban por las calles de la ciudad en un carro triunfal al son de vítores y alabanzas.

El Carro en la hoja de Rothschild.
El Carro en la hoja de Rothschild.

En Italia, este carro triunfal no terminó de perderse tras la caída del imperio romano y dio lugar al carroccio, que cobró gran fuerza simbólica durante la baja Edad Media. Este carroccio era el símbolo de la ciudad y se sacaba en procesión en las grandes ocasiones, como una campaña militar. Ganar el carroccio durante una batalla suponía infringir la peor humillación posible a un enemigo. Era el orgullo de la ciudad, signo de las hazañas gloriosas del pasado y, al mismo tiempo, un talismán que propiciaría la victoria en el futuro. Como explica Geoffrey Trease:

«El carroccio era un objeto simbólico que, para los Estados italianos, representaba mucho más que un estandarte. Se le ha descrito como un sagrado carromato de guerra. Concretamente, era una especie de carro, plano y rectangular, pintado con vivos colores, que transportaba, además del estandarte de la ciudad, un altar donde podía celebrarse la misa. Generalmente era arrastrado por bueyes. Durante el combate, servía de plataforma desde donde los trompetas podían transmitir órdenes a los diferentes comandantes. Y dado que al valor sentimental, que se desprende de los colores del regimiento, unía la importancia práctica de un cuartel general, el carroccio siempre era defendido hasta el último aliento».

Aunque se entremezcla la historia con la leyenda, la batalla de Legnano es un buen ejemplo sobre la importancia simbólica de este carro colorido. Sucedió el 29 de mayo de 1176 en las cercanías de la pequeña ciudad de Busto Arsizio, en la Lombardía. A un lado se encontraba la temida caballería del emperador Friedrich I, llamado Barbarroja; al otro, la infantería de la Liga Lombarda, una confederación de ciudades italianas. Durante la mayor parte del combate, las cargas de la caballería alemana habían causado estragos en las filas italianas. Los supervivientes se reagruparon en torno al carroccio de Milán, desde el que se lanzaban a la par consignas militares y arengas religiosas, y lo rodearon empuñando las lanzas hacia fuera como un puercoespín acorralado. La caballería alemana cargó una y otra vez contra ese muro de lanzas, pero la infantería consiguió mantener la desesperada defensa del carroccio y cuando llegaron refuerzos a su auxilio, la caballería lombarda de la Compañía de la muerte, los alemanes tuvieron que retirarse.

La Batalla de Legnano representada en un cuadro Amos Cassioli (1860). Galleria di Arte Moderna di Palazzo Pitti (Florencia).
La batalla de Legnano representada en un cuadro Amos Cassioli (1860). Galleria di Arte Moderna di Palazzo Pitti (Florencia).

La apariencia de cada carroccio era distinta en cada ciudad. Por ver uno de ejemplo podemos ir a Florencia, cuyo carroccio conocemos bien por una descripción de Giovanni Villani, un cronista florentino del siglo XIV. Este carroccio florentino se custodiaba en el baptisterio de San Giovanni, patrón de la ciudad, y era de color bermellón, el mismo color que lucían las telas que vestían los dos grandes bueyes que lo transportaban. En la parte superior, sobre dos astas largas, ondeaban sendas banderas con el escudo rojiblanco de la ciudad. Lo conducía un hombre escogido por elección popular y era custodiado por un cuerpo de infantería de élite.

El carro, por lo tanto, no esconde mayor misterio. Al menos en los tarots renacentistas, simboliza la idea de victoria. Sin embargo, no es tan fácil identificar a los aurigas, los cuales nos permitirían captar el significado global de la alegoría.

La fama

En líneas generales, las fuentes relacionan esta carta con la idea de triunfo. Es la propuesta que recogía Michael Dummett: «El Carro representa precisamente un carro triunfal, sobre el que hay un rey o un general». Andrea Vitali avanzó un poco más sobre la cuestión e interpretó el significado genérico del triunfo como una alegoría de la fama en el sentido que le da Petrarca, es decir, el reconocimiento y la alabanza de la excelencia de un individuo, ya sea por sus dotes intelectuales, militares, políticas, etcétera. Sigamos esta pista de la fama.

El triunfo del Carro en el tarot de Leber.
El triunfo del Carro en el tarot de Leber.

Durante el Renacimiento la fama solía representarse: como una mujer coronada, con dos alas de oro y, por influencia de Virgilio, con una o más trompetas; pero también recibía en ocasiones otro tratamiento iconográfico más similar al que vemos en los triunfos de Cary Yale y Pierpont Morgan. Era una mujer formidable, vestida como una emperatriz, que iba sobre un carro tirado por dos caballos. En una mano empuñaba una espada y en otra una esfera, símbolo de su poder en el mundo. Esta alegoría de la fama, por ejemplo, es la que describe Boccaccio en un pasaje de Amorosa visione:

«Tutti li soprastava veramente,
di ricche pietre coronata e d’oro,
nell’aspetto magnanima e possente.
Ardita sopra un carro tra costoro
grande e triunfal lieta sedea,
ornato tutto di frondi d’alloro.
Mirando questa gente in man tenea
una spada tagliente, con la quale
che ‘l mondo minacciasse mi parea.
Il suo vestire a guisa imperiale
era, e teneva nella man sinestra
un pomo d’oro, e ‘n trono alla reale,
vidi, sedeva; e dalla sua man destra
due cavalli eran che col petto forte
traeano il carro fra la gente alpestra».

En los tarots visconteos, esta imagen es muy parecida a la dama imperial del triunfo del Carro, aunque en esta ocasión empuña un gran cetro en vez de una espada, por lo que, efectivamente, podría tratarse de una alegoría de la fama. Además, esta manera de representar la fama presenta un matiz muy interesante. No se trata de la fama genérica, la cual solía representarse con la dama y las trompetas, sino de la fama conseguida por los hechos de las armas o las hazañas políticas. Esto podría explicar por qué la mujer fue sustituida por un caballero o un rey. Tanto en literatura como en el arte, la alegoría de la fama militar también solía representarse recurriendo a algún personaje histórico célebre. Por lo tanto, es probable que, más allá de la Milán de Bianca Maria, se hubiera tendido a sustituir la mujer con la espada por una abstracción masculina, quizás concretada en algunos casos en un militar ilustre, como Julio César.

El triunfo del Carro en una carta singular que hoy se conserva en el Musée Français de la Carte à Jouer en Issy-les-Moulineaux, Francia.
El triunfo del Carro en una carta singular que hoy se conserva en el Musée Français de la Carte à Jouer en Issy-les-Moulineaux, Francia.

Hay dos cartas que confirmarían esta última hipótesis. Una es el triunfo del Carro del tarot de Leber. La representación por sí misma no nos aportaría mucha información, pero sí el nombre que describe el triunfo en la parte inferior de la carta, Victoriae Premium, «el premio de la victoria», una máxima que podemos relacionar con la fama. La otra carta es un ejemplar aislado que, por estilo iconográfico, se ha datado a finales del siglo XV. El auriga es una mujer, está acompañada de cuarto doncellas y, lo que es más importante, empuña una espada, justo como la alegoría de la fama por hazañas bélicas descrita por Boccaccio.

Si esta interpretación fuera correcta, entonces resulta comprensible que el Carro se encuentre en el segmento inferior de la jerarquía de los triunfos, entre las cartas de la condición humana y la Fortuna, la cual marca un punto de inflexión con los asuntos mundanos. De esta manera, como ocurre con el poema de Petrarca, en el tarot viene a decirse que la fama es efímera, otra vanidad más, de la que no debemos preocuparnos frente a la gloria que aguarda tras este mundo… Bueno, la gloria o el infierno, porque es justo después de la fortuna cuando se nos recuerda el destino que corren los pecadores: el fuego y el gusano para toda la eternidad.

Notas

1. El cuarto hombre

En la Fortuna de Pierpont Morgan y Brera Brambilla hay un personaje desconcertante. En general, los seres humanos que suben y bajan de la rueda reciben un tratamiento iconográfico similar y apenas se diferencian en pequeños detalles, como la corona del personaje superior, el que está reinando (Regno). Sin embargo, en estas cartas el personaje inferior es distinto de los otros tres. En vez de ser una figura de rasgos neutros, lleva la barba que tiene el respectivo triunfo del Emperador: en el triunfo de Brera está recortada y es de color rubio; en el de Pierpont es más larga, algo desgreñada y cana. La vestimenta también es distinta. Son unos andrajos blancos, señal de pobreza y miseria que se acentúa por el hecho de que está descalzo. ¿Por qué es distinto? ¿Es un personaje especial? ¿Estaba relacionado con el triunfo del Emperador?

Detalle de los triunfos del Emperador y la Rueda de la Fortuna. Arriba, del tarot de Brera Brambilla; abajo, del tarot de Pierpont Morgan.
Detalle de los triunfos del Emperador y la Rueda de la Fortuna. Arriba, del tarot de Brera Brambilla; abajo, del tarot de Pierpont Morgan.

Por diversas pistas, podemos sospechar que este personaje está relacionado con el Nabucodonosor bíblico. En el Libro de Daniel se cuenta que Dios castigó a este rey de Babilonia por sus numerosos pecados volviéndole loco y, durante siete años, Nabucodonosor vagó por los campos viviendo como una bestia entre las bestias:

«Al cabo de doce meses, mientras Nabucodonosor paseaba en su palacio de Babilonia, se puso a hablar, y dijo: ¿No es esta Babilonia, la grande, que yo por el poder de mi fuerza y la gloria de mi magnificencia he edificado para residencia real? Todavía estaba la palabra en su boca, cuando bajó del cielo una voz: Sabe, ¡oh rey Nabucodonosor!, que te van a ser quitado el reino. Te arrojarán de en medio de los hombres, morarás con las bestias del campo, y te darán a comer hierba como a los bueyes, y pasarán sobre ti siete tiempos hasta que sepas que el Altísimo es el dueño del reino de los hombres y se lo da a quien le place. Al momento se cumplió en Nabucodonosor la palabra; fue arrojado de en medio de los hombres, y comió hierba como los bueyes, y su cuerpo se empapó del rocío del cielo, hasta que llegaron a crecerle los cabellos como plumas de águila y las uñas como las de las aves de rapiña».

Este pasaje se suele representar con el rey caminando a cuatro patas, como un animal, desnudo o mal vestido y con el pelo encrespado, justo como aparece el cuarto rey de la baraja de Pierpont. Su historia, de hecho, se ajusta muy bien al concepto de la fortuna que estábamos viendo. Cegado por la riqueza, el poder y otros bienes falsos que proporciona la fortuna, Nabucodonosor pierde su reino y se convierte en una bestia, como las que suben y bajan en las Ruedas de los tarots franceses.

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Nabucodonosor, enloquecido, viviendo entre animales. Biblia de Alba (c. 1430).

De hecho, en varios textos de la época se menciona a Nabucodonosor en contextos relacionados con las desventuras de la fortuna. Por ejemplo, en los Cuentos de Canterbury escritos por Geoffrey Chaucer en el último tercio del siglo XIV, hay un cuento donde se abordan «los infortunios de quienes, hallándose en elevado estado, cayeron de tal suerte que no hubo remedio que les sacara de su desventura. Porque en verdad, Cuando la fortuna quiere eludirse, nadie hay que pueda detener su marcha». Es el Cuento del monje y describe las biografías de varios personajes poderosos caídos en desgracia, como Nerón, Creso y Nabucodonosor:

«Difícil es describir con humana lengua el poderoso trono, el valioso tesoro, el glorioso cetro y la regia majestad de Nabucodonosor, dos veces conquistador de Jerusalén, de donde se llevó los vasos del templo. Su residencia principal era Babilonia, en la que habitaba entre placeres y glorificándose […].

»Aquel rey de reyes era altivo y soberbio, y pensaba que Dios no podía mudar su condición. Y he aquí que de pronto perdió su dignidad y se vio semejante a una bestia, ya que comía forraje como un buey, pernoctaba a campo raso y andaba errante con los animales salvajes. Sus cabellos se habían vuelto como las plumas del águila y sus uñas como las garras de las aves.

»Al cabo, llegado cierto año, Dios le perdonó y le devolvió la razón. Entonces Nabucodonosor, con muchas lágrimas, dio gracias a Dios y toda su vida se alejó de obrar mal ni cometer iniquidades. Y siempre hasta la hora de su muerte reconoció el poder y la gracia de Dios».

Por ver otro ejemplo, Sebastian Brandt lo incluye junto con César, Darío, Jerjes y otros reyes caídos en desgracia en el capítulo que le dedica a la rueda de la fortuna de La nave de los locos (1494):

«Aún se encuentran innumerables necios que confían en su poder, como si fuera a mantenerse eternamente en pie, cuando lo que hace es derretirse como la nieve […]. El rey Nabucodonosor, al sonreírle la fortuna más que antes y vencer a Arfaxad, quiso poseer todos los países y se propuso conseguir un poder divino; pero fue convertido en un animal. De más podría contaros fácilmente, en el Antiguo y Nuevo Testamento, pero me parece que no es necesario. Muy pocos murieron en paz o perecieron en su cama, sin que se les asesinara. Por ello, tenedlo presente todos vosotros, poderosos: estáis sentados, en verdad, en la rueda de la fortuna. Sed sabios y pensad en el final, que Dios no os dé vuelta a la rueda. Temed al Señor y servidle. Si cae sobre vosotros su cólera y su ira, que pronto se encenderán sobremanera, no permanecerá ya vuestro poder y os desvaneceréis con él».

Contamos, por lo tanto, con suficientes indicios para plantear la posible identificación de este enigmático personaje con el Nabucodonosor bíblico: se corresponden iconográficamente y en la literatura de la época se solía asociar con los reyes caídos en desgracia por la fortuna. Sin embargo, para confirmar la hipótesis necesitaríamos una pista que relacionase directamente al Nabucodonosor enloquecido con los Visconti-Sforza, como alguna representación pictórica en algún libro que tuvieran en particular estima. Por otro lado, de confirmarse esta hipótesis, habría que replantearse la posibilidad que planteaba en el capítulo dedicado al emperador de que en el triunfo del Emperador del tarot de Pierpont Morgan y de Brera estuviera representado Filippo Maria Visconti. Ni a Bonifacio Bembo ni a cualquier pintor de la corte milanesa se le habría ocurrido insinuar siquiera ligeramente que Filippo Maria pudiera estar relacionado con Nabucodonosor.

Bibliografía

Escribí esto hace tiempo y he perdido las referencias bibliográficas… Algunas que tengo a mano por una razón u otra:

Vitali, Andrea. Il CarroWeb de Le Tarot.

Vitali, Andrea. La Ruota della Fortuna. Web de Le Tarot.

Gallardo López, Dolores María. La fortuna de los romanos, en Antigüedad y Cristianismo, XX. Editum. Murcia, 2003.

Frakes, Jerold C. The fate of fortune in the early Middle Ages: the Boethian tradition. Brill. 1988.

Wittkower, Rudolf. La alegoría y la migración de los símbolos. Siruela. Madrid, 2006.

Boccaccio, Giovanni. De casibus virorum illustrium (La caída de los príncipes). Aunque algo ilegible, se puede consultar on line una traducción al español del siglo XVI en la web de la Biblioteca Nacional (http://www.bne.es).

Boecio. La consolación de la filosofía. Akal. Madrid, 1997.

Machiavelo, Nicolás. El príncipe. Alianza. Madrid, 2008.

Petrarca, Francesco. De remediis utriusque fortunae («Remedios contra las dos fortunas»). Traducción al italiano de Remigio Florentino. Venecia, 1657.

San Agustín. La ciudad de Dios (2 vols.). Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2007.

Comentarios

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  1. Mariana Villagomez dice:

    Llegue por curiosidad, y el texto me agrado mucho. Gracias por compartir-

  2. marcos dice:

    Gracias!