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Tierra Santa: 3. Masada y Ein Gedi

Tercera etapa del viaje

Tierra Santa: 3. Masada y Ein Gedi

Después de pasar unos tres días en Jerusalén, el 31 de diciembre marchamos a Masada. Llegar a Masada desde Tel Aviv o Jerusalén es muy sencillo aunque no se haya alquilado un coche. Hay varios autobuses que pasan al lado por la carretera 90 y las mochilas se pueden dejar en el centro de la entrada, que es muy grande. Para volver, si vas para Ein Gedi, que está al lado, hay también autobuses y, además, hay gente que se gana la vida trayendo y llevando turistas en sus coches privados. Basta con ponerse en una parada y tarde o temprano aparecen. Otra opción si se sale desde Jerusalén es contratar un taxi que te lleve a Masada y luego a Ein Gedi, que sale más barato que comprar una excursión organizada. En cambio, si vas para Eilat, es muy recomendable conocer los horarios del bus en el que vayas a ir, como el 444, y comprar el billete con antelación. En cualquier caso, se llegue cómo se llegue, visitar Masada es imprescindible.

El desierto desde la cima de Masada. Al fondo se ve el Mar Muerto.

Masada es una antigua fortaleza que se encuentra cerca del Mar Muerto, al este del desierto de Judea. Se alza sobre una meseta de unos 645 metros de longitud y 315 de ancho que se encuentra sobre un macizo que está a unos 450 metros del suelo. Aunque podría haber servido de refugio pequeño desde tiempos remotos, su principal desarrollo constructivo data de tiempos de Herodes el Grande, quien decidió levantar en este paraje inhóspito un baluarte defensivo formidable para situaciones de emergencia.

Tal y como sucede en la actualidad, solo se podía acceder a la fortaleza por dos cuestas muy empinadas que eran muy fáciles de defender desde las murallas. Además, el sitio contaba con unos almacenes con gran capacidad donde se conservaban muy bien las provisiones por la aridez del clima (sobre todo aceite, legumbres, dátiles, trigo y vino). Hoy en día, se puede subir por el Camino de la Serpiente, una ascensión fatigosa que lleva una hora más o menos, o utilizar un funicular.

Durante las excavaciones de los años 60 del pasado siglo se descubrieron habitaciones, almacenes, termas, talleres, columbarios y hasta una sinagoga, pero sin duda el edificio más espectacular de todo el conjunto es el palacio septentrional que mandó construir Herodes. Se levantaba en un extremo separado en tres niveles a los que se accedía por una escalera que recorría el lateral de la roca.

Una escalera recorre el lateral de la montaña para llegar al palacio septentrional.

Aún se conservan algunos fragmentos de los estucos que cubrían las paredes de los edificios más notables. Eran de colores brillantes, de tonos azules, rojos, amarillos y negros y son sintomáticos de la influencia cultural romana en tiempos de Herodes.

Las primeras excavaciones arqueológicas de Masada se realizaron entre los años 1962 y 1963. Estaban dirigidas por Yigael Yadin de la Universidad Hebrea de Jerusalén y en su día supusieron un hito arqueológico por la gran cantidad de voluntarios involucrados en la excavación. Yadin quizás estaba demasiado obsesionado por encontrar un reflejo arqueológico del relato de Flavio Josefo y hoy en día se discuten algunas de sus conclusiones (1); y además aún seguía una metodología poco cuidadosa con los pequeños restos que, sin embargo, aportan gran información con las técnicas actuales, como el análisis de la propia tierra que cubre un  yacimiento. Sin embargo, sin aquellas campañas, igual hoy Masada seguiría enterrada en el olvido.

Después del reinado de Herodes el Grande, la fortaleza sirvió para albergar pequeños destacamentos fronterizos de los romanos hasta que estalló la primera gran revuelta judía, donde fue escenario de uno los episodios más célebres del conflicto. En el año 70 la revolución había fracasado. Los romanos habían vuelto a controlar el territorio, habían conquistado Jerusalén y destruido el Segundo Templo; pero un último grupo de resistentes huyó de Jerusalén y se refugió con sus familias en Masala. Quizás eran un millar y estaban comandados por un tal Eleazar ben Yair. En su Guerra de los judíos, Flabio Josefo los denomina despectivamente sicarii, un término que tiene su origen en Roma para referirse a los asesinos que escondían la sica, una daga pequeña, dentro de la ropa; pero no está claro a qué secta pertenecían de las numerosas que había por entonces, si es que no eran un batiburrillo de varias o incluso si los sicarii, de donde derivó el término sicarios, llegaron a existir como grupo real o eran sencillamente los más extremistas de entre los zelotes, la facción política que más se oponía a la dominación romana.

Los romanos les dejaron en paz durante unos tres años. Estaban en medio del desierto, arriba de un peñasco inexpugnable y no parecían un peligro potencial, pero al final decidieron terminar con el último bastión rebelde, desde el cual se organizaban saqueos y matanzas contra las aldeas cercanas, y enviaron a la Legio X Fretensis bajo las órdenes del comandante Flavio Silva a tomar la fortaleza.

El asedio debió de ser muy duro. Cada vez que los romanos trataban de subir la ladera empinada y sinuosa, los defensores les arrojaban piedras hasta que retrocedían y a las dificultades militares se unían las logísticas. Los rebeldes tenían muchas armas, provisiones para aguantar durante un par de años y contaban con reservas de agua suficientes gracias a un sistema de canalización muy eficiente. Por el contrario, llevar suministros hasta los 8 campamentos de las legiones romanas que había en torno a la fortaleza, a unas temperaturas que podían subir hasta los 50 grados, resultaba muy costoso. 

En esta maqueta se advierte cómo funcionaba el sistema de canalización de agua para conducirla hasta la cima de la fortaleza.

Sin embargo, los romanos siempre fueron muy buenos ingenieros, así que idearon un plan: si no había ningún camino por el que llegar cómodamente a la fortaleza con sus torres de asedio, construirían uno. Durante unos siete meses, metro a metro, los romanos fueron alzando una rampa en el lado oeste, que solo tiene un desnivel de cien metros, y cuando estuvo terminada subieron hasta conseguir prender fuego a la muralla exterior de Masada.

Tras una noche de descanso, cuenta Flavio Josefo, emprendieron el asalto definitivo pero al cruzar las murallas se encontraron con una sorpresa siniestra. Como cuenta este historiador judío de la Antigüedad:

“Los romanos, que aún esperaban una batalla, desde el amanecer estaban ya armados y, tras colocar pasarelas sobre los terraplenes para que sirvieran de puente de acceso a la fortaleza, asaltaron Masadá. Pero, al no ver a ninguno de los enemigos, sino sólo una terrible soledad por todas partes y, en el interior, fuego y silencio, se quedaron perplejos ante lo que había sucedido”.

Comprendiendo que iban a caer prisioneros irremediablemente, todos los defensores se habían suicidado. Solo quedaban con vida dos mujeres que se había escondido junto con sus cinco hijos en una cisterna de agua.

Queda alguna duda sobre si aquel suicidio colectivo se produjo de verdad o no (2), ya que no se han descubierto restos arqueológicos que lo confirmen y Flavio Josefo a veces exagera su relato para dar mejor imagen de su pueblo de origen, además de que en este caso no estuvo presente, como sí ocurrió en el asedio a Jerusalén; pero el caso es que el episodio ha pasado a formar parte del folclore nacionalista israelí como un ejemplo de resistencia heroica, lo cual me parece un disparate, al igual que la épica con que se trata la resistencia de Numancia actualmente entre los españoles.

En general, toda aquella rebelión estuvo sembrada de matanzas y carnicerías por los dos bandos y el final fue igual de espantoso, pero en este caso se podía haber evitado. Los rebeldes tuvieron tres años para desaparecer tranquilamente por otros territorios, pero prefirieron atrincherarse en una guerra perdida viviendo a costa de lo que saqueaban a gente que trataba de ganarse la vida de forma pacífica. Por otra parte, da que pensar este pasaje de Flavio Josefo describiendo la noche del suicidio colectivo: 

“[Los hombres] Abrazaban y se agarraban a sus mujeres, cogían en sus brazos a sus niños, con lágrimas en los ojos les daban sus últimos besos y al mismo tiempo, como si actuaran con manos ajenas, llevaban a término su decisión”.

Habría que saber si las mujeres y los niños que mataron los hombres guerreros antes de suicidarse no habrían vivido mejor vida como esclavos… al menos habrían vivido. 

Ein Gedi

Visitamos Masada el 31 de diciembre y luego marchamos a Ein Gedi a dormir en un hotel que habíamos reservado al lado del Parque Natural. Hay dos grandes focos en la zona. Uno está más al sur, cerca del Jardín Botánico, donde hay más vidilla, y otro en el norte, al lado del parque natural, donde solo hay un hotel. Nosotros habíamos reservado en zona del Parque, lo cual estuvo de provocar un desastre de dimensiones dantescas. 

Entre las creencias de unos y otros, cuesta bastante encontrar sitios donde vendan cerveza a ese lado del Mediterráneo, pero confiaba en que en un hotel de Ein Gedi no tendría problemas para tomarme un par el último día del año. Craso error. Un joven muy amable de la recepción nos explicó que en el hotel, supongo yo que regentado por una comuna de esenios, no se vendía ni una gota de alcohol por motivos religiosos. Y tampoco, nos dijo, resultaba recomendable bañarse en el Mar Muerto por el alto grado de contaminación. Si nos metíamos, debíamos ducharnos inmediatamente. Más al sur, al parecer, las aguas no están tan contaminadas, pero no teníamos coche y ya era tarde.

El Mar Muerto, hoy un vertedero de basura agrícola e industrial que en unos años se convertirá en un lodazal.

Resignados a pasarnos la nochevieja bebiendo fanta, marchamos a caminar al parque natural, pero en la entrada nos dijeron que estaba a punto de cerrar -eran como las 16- y que mejor volviéramos al día siguiente. Sin poder hacer trekking, ni bañarnos en el Mar Muerto ni tomarnos una miserable cerveza, se auguraba la peor nochevieja de nuestra existencia cuando de repente, como quien no quiere la cosa, a un lado de la entrada descubrimos una tiendecilla donde vendían latas de cerveza. Alabados sean los dioses.

Bien pertrechados de cerveza, nos fuimos a ver atardecer a la orilla del Mar Muerto y el resto de la jornada fue formidable. Es más, nos sobraron tres latas que distribuimos en las tres noches que pasamos en Wadi Musa, en Jordania, donde resulta imposible encontrar una gota de alcohol.

Nota mental: escribir una tesis explicando las bondades de la cerveza como factor de civilización. Una de las mejores estrategias para domesticar al clero sea de la religión que sea y que deje de tratar de imponer sus ideologías rancias al personal es la fiesta y el jolgorio. El ingenio del vino frente al aturdimiento del incienso.

Notas

1. vd. The Masada Myth y Sacrificing Truth de Nachman Ben-Yehuda.

2. El tema del suicidio de los defensores de Masada es muy complejo. En Three Stones Make a Wall: The Story of Archaeology, Eric H. Cline resume algunos argumentos escépticos. El pasaje se puede leer online en Aeon y los tres puntos principales serían los siguientes:

a. No se han descubierto los cuerpos o al menos el millar aproximado que debería haber según las cifras que da Flavio Josefo. Los únicos restos humanos que se han encontrado son dos grupos. Uno es de tres individuos, una pareja de unos 20 años y un niño de once, cerca de una terma en la terraza inferior del palacio septentrional. Otro agrupa a unos 30 individuos y se encontró en una cantera cerca del borde del acantilado sur. Podían haber sido los defensores, los atacantes o ninguno de los dos.

b. Según Flavio Josefo, cuando los romanos estaban a punto de tomar Masada se retiraron a sus campamentos a pasar la noche, momento en que los defensores aprovecharon para suicidarse después de un par de arengas de su jefe Eleazar. Sin embargo, es muy improbable que estando a punto de tomar la fortaleza las legiones se fueran a descansar en lugar de rematar la faena. 

c. Resulta bastante sospechoso que el propio Flavio Josefo fuera protagonista de un suceso muy parecido. Antes de caer en manos romanas y cambiar de bando, había participado en la revuelta y en el año 67 en la ciudad de Jopatá en Galilea había padecido un sitio de los romanos. Al final, él junto con otros cuarenta se refugiaron en una cueva y antes de caer prisioneros todos se suicidaron de una manera muy parecida a la que describe en Masada, matándose entre sí para no cometer el pecado del suicidio. Solo Josefo y un compañero decidieron entregarse en lugar de morir. ¿Podría estar proyectando aquel episodio para rematar con un colofón épico su gran historia de la revuelta judía?

Hasta que se realicen nuevos hallazgos arqueológicos o documentales, el debate seguirá abierto.   

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