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Turquía 10: Estambul

Última etapa del viaje por Turquía.

Turquía 10: Estambul

Desde Bursa marché a Estambul. El autobús tarda poco en llegar a las afueras de la ciudad, pero el último trecho fue una turra descomunal por culpa del tráfico urbano. Poco después del mediodía, en cualquier caso, ya estaba dejando la mochila en el hotel. Estaba en la parte europea, al lado de la gran calle comercial donde dos meses después pusieron una bomba espantosa.

Ya había estado en Estambul unos cinco días, con Eva, hacía unos veinte años y esta segunda vez me gustó tanto como la primera, a pesar de que ha aumentado mucho el turismo. En total pasé dos días y medio en la ciudad, que me cundieron bastante en jornadas maratonianas que empezaban a las siete de la mañana y concluían al anochecer.

Un gato durmiendo entre los libros de una librería.

En cuanto dejé la mochila salí a ver la ciudad. Bajé todo el barrio de Beyoğlu, donde estaba mi hotel, crucé el Bósforo y marché hasta Santa Sofía, en la zona del Sultanahmet. La antigua catedral cristiana ahora ha vuelto a ser un espacio religioso, una mezquita, después de haber pasado un tiempo desacralizada, por lo que no se puede visitar durante las oraciones y han cerrado algunas zonas que antes se podían visitar.

Después de una cola larga conseguí entrar y la verdad es que me maravilló tanto como la primera vez que la vi. Es formidable tanto por fuera como por dentro.

Luego fui a ver unos obeliscos que hay al lado y después me dirigí a la Mezquita Azul, donde tuve que esperar a entrar a que terminase el rezo de las 17. Recordaba o creía recordar que hacía años me había gustado más que Santa Sofía, pero en esta ocasión apenas pude apreciar nada, ya que el interior estaba todo cubierto de andamios.

Mi siguiente parada fue la iglesia de San Sergio y San Baco, conocida como la pequeña Santa Sofía, en el barrio de Eminönü. Se remonta al siglo VI y su cúpula sirvió de modelo para Santa Sofía. Acogedora y sin turistas, me gustó mucho y me quedé un buen rato dentro meditando acerca de lo humano y lo divino.

Seguí luego dando vueltas sin rumbo fijo por la ciudad hasta que comenzó a anochecer. Llegué al puente del Bósforo justo a tiempo para ver cómo se ponía el Sol, un espectáculo muy bonito que vi entre la fila de pescadores que van todos los días al puente.

Al día siguiente empecé la jornada en el museo arqueológico, que me pillaba de camino al Palacio de Topkapi. Estaba casi vacío y me gustó la visita.

Del museo fui al palacio de Topkapi, que es espectacular. Sirvió de centro administrativo y residencia para los sultanes desde el año 1464 al 1853 y se divide en cuatro patios más la parte residencial, el harén, que se abre en uno de los laterales. Aunque nos encontrábamos unos dos millones de turistas por metro cuadrado, me lo pasé muy bien escuchando con atención las descripciones detalladas que iban dando en el audioguía, imprescindible para la visita.

En un lateral del primer patio se encuentra un corredor en el que se abren distintas habitaciones. Ahí estaban las cocinas, que me hicieron mucha gracia.

Sin embargo, el espacio que más me gustó fue la biblioteca.

Para la parte del harén, donde vivían los sultanes, su batallón de esposas y varios personajes de la corte, hay que pagar una entrada aparte, pero sin duda que vale la pena, ya que las salas son espectaculares y se intuye cómo debía de ser la vida en aquel microcosmos desde el que se regía el imperio Otomano.

Terminé de visitar el palacio hacia la hora de comer, que es enorme, y eché la tarde recorriendo el casco histórico de la zona europea.

Entre otros sitios, visité el Gran Bazar, que me gustó bastante por los colores, aunque en general me gustan algo más asilvestrados. Punto positivo: los mercaderes no saltan a darte la tabarra a la que te ven ojeando algo, sino que te dejan tranquilo.

Esa tarde cayeron dos mezquitas chulas. Una fue la la mezquita imperial de Solimán, que se remonta a mediados del siglo XVI. También en esta ocasión me quedé un rato dentro meditando, que las mezquitas suelen ser muy acogedoras.

Y otra fue la mezquita de Nuruosmaniye, que se terminó a mediados del siglo XVIII.

Después de visitar la ciudad, como por fin estaba totalmente recuperado de una gastroenteritis feroz que me había dado días atrás, en Capadocia, fui a cenar en un sitio donde hacían comida a la brasa. Me pegué un atracón descomunal y marché a dormir como un bendito.

Después de dos semanas de viaje, amanecí el último día cansado y me tomé el día con tranquilidad. Marché a la parte de Beyoğlu que da al Bósforo y me tomé un par de cafés viendo el mar. Luego fui dando un paseo largo hacia el Palacio de Dolmabahçe. Por el camino me detuve para ver la mezquita de Ortaköy, que data del siglo XIX.

El palacio de Dolmabahçe es igual de interesante que el palacio de Topkapi, quizás más, aunque es más moderno, por lo espectacular de algunos salones. Sirvió de centro administrativo y residencia imperial desde 1853 hasta la revolución de 1922 y es gigantesco. Creo recordar que tardé unas tres horas en visitarlo. Quizás más.

Del palacio volví lentamente a la zona donde me alojaba, cerca de la Torre Gálata, dando un largo rodeo y pasé el resto del día deambulando sin rumbo fijo por la ciudad. Y así concluyó este viaje por Turquía, muy intenso, donde no paré de ver sitios interesantes. Muy recomendable.

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