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Turquía 3: Pamukkale

Tercera etapa del viaje por Turquía: la montaña de Pamukkale y la antigua ciudad de Hierapolis.

Turquía 3: Pamukkale

Después de pasar una noche en Selçuk cogí un tren que salía a primera hora de la mañana hacia Denizli, desde donde cogí luego un bus hasta Pamukkale. La estación de bus y la de tren están prácticamente al lado, así no se pierde apenas tiempo para ir de una a otra.

Llegué hacia el mediodía y marché a la carrera a ver Pamukkale, que me encantó. El sitio comprende dos zonas de interés: la antigua ciudad de Hierapolis y la llamada montaña de algodón.

La montaña es una formación geológica muy curiosa. Los numerosos terremotos del lugar han abierto el paso hasta la superficie a corrientes subterráneas muy ricas en minerales, sobre todo uno llamado creta, que al solidificarse van formando capas de caliza blanca y travertino muy bonitas.

Además, donde se acumula el agua de estas corrientes -hoy en día de forma artificial- se abren unas piscinas de aguas termales en las que te puedes dar un chapuzón y refrescarte de la calor tremenda que cae en verano.

La montaña tiene tres accesos, dos arriba y uno abajo, al que se accede desde el pueblo de Pamukkale. Lo más recomendable es empezar por el acceso inferior, ya que subiendo se entiende mejor la ladera y se evita de primeras la horda se turistas que hay en la parte superior, que es zona de Instagram desatado.

Además, así puedes volver a recorrer la ladera de bajada después de la calurosa visita por Hierapolis y remojar los pies en las piscinillas.

Hierapolis fue fundada por Eumenes II, rey de Pérgamo, y se mantuvo como centro de descanso para la nobleza durante el período romano, que acudía atraída por las supuestas propiedades terapéuticas de sus aguas.

El sitio se conserva muy bien y es muy grande, por lo que visitarlo con calma puede llevar varias horas.

Comencé la visita yendo directamente al teatro, el cual se construyó hacia el año 60, décadas después de un terremoto que había destruido varias estructuras en el año 17. Se han reconstruido algunas zonas y es espectacular. Desde arriba se puede ver bien todo el yacimiento.

De ahí marché hasta el Martyrion, una iglesia octogonal en honor a san Felipe, que según la tradición fue enterrado allí. Está algo lejos y no hay ni media sombra, pero el paseo vale la pena.

De vuelta al centro de la ciudad, el siguiente sitio que me gustó fue el Plutonium, que es impresionante. El templo se alzaba sobre una cueva infectada con un gas letal y moría rápidamente cualquier ser vivo que entrase. En la Antigüedad debía de ser escenario de unos rituales tremendos en los que introducían a animales en la cueva para sacrificarlos.

Después de ver el centro de la ciudad, fui a uno de los extremos, donde se encuentra la necrópolis, que es impresionante.

A la necrópolis se llega por un paseo muy agradable. A un lado se encuentran los restos romanos, a otro se abre la ladera blanca de la montaña de algodón.

De camino a la necrópolis hay algunos edificios interesantes, como la puerta de Domiciano, de tres arcos, que da paso a una amplia avenida flanqueada por columnas.

La puerta sur, un poco más adelante, que se construyó tras una ampliación de la ciudad.

Los restos deteriorados de una basílica.

El ágora, de la que apenas quedan rastros.

O unas letrinas, que eran un espacio público, sin cubículos, donde los paisanos se echaban una charlas mientras hacían sus cosas.

Además, hay un museo con algunas piezas interesantes. La que me llamo más la atención fue una estatua que, según reza la inscripción, está dedicada al demiurgo. Supongo yo que hará referencia al demiurgo de Platón, pero habría que investigar.

Cerca del museo por cierto hay un sitio que produce cierto espanto. Son unas piscinas muy pequeñas atiborradas de turistas. Lo único feo de toda Hierapolis.

En fin, el sitio es formidable y me lo pasé muy bien visitándolo. Por la zona hay otros dos sitios interesantes. Uno es la antigua ciudad de Laodicea, a la que se puede llegar con facilidad en bus desde Dunizli; y otro es la ciudad de Afrodisias, a la que es más complicado llegar en transporte público: hay que coger un tren, luego un bus y finalmente un taxi.

Sin embargo, yo no tenía más tiempo, pues debía estar al día siguiente en Capadocia para seguir la ruta que me había fijado. Así que, después de volver de Pamukkale, fui a cenar algo y hacia las 9 cogí un bus nocturno rumbo a Capadocia.

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