mmfilesi

Autómatas: El Turco

No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada.

Autómatas: El Turco

Fue una tarde del año 1809 cuando Napoleón se dispuso a jugar una singular partida de ajedrez en el castillo de Schönbrunn, en Wagrun (Austria). Su contrincante miraba con ojos inexpresivos. Una capa verde le cubría las espaldas y estaba abrigado con un gabán rojo de bordes blancos. El fez rojo con que cubría su cabeza, la larga pipa que sostenía en la mano izquierda y el largo bigote explicaban que le llamaran el Turco.

Napoleón perdió dos partidas seguidas contra el Turco. A la tercera, ordenó que le vendasen los ojos y, aún así, volvió a perder. Furioso, barrió las piezas del tablero de un manotazo y salió de la habitación mientras exclamaba «Bagatelle». Sin embargo, aquello no había sido una bagatela, pues su contrincante no era un humano, sino un autómata. (1).

El Turco era uno de los mayores prodigios de la época. Había sido construido por el barón húngaro Wolfang von Kempelen en 1769. Un año después lo presentó en la corte de María Teresa, emperatriz de Austria, y todos quedaron asombrados ante el primer autómata inteligente de la historia. El Turco no solo era capaz de realizar movimientos mecánicos, sino que además pensaba.

Kempelen emprendió una larga gira por Europa para mostrar su invento y todo el mundo quedaba maravillado ante semejante ingenio. El Turco era casi imbatible. En la Real Academia de las Ciencias de París jugó una partida contra Benjamín Franklin y ganó. Solo pudo derrotarle uno de los mejores ajedrecistas del siglo XVIII, el francés Danican Philidor, y fue a costa de un gran esfuerzo mental.

En 1784, Kempelen vendió el autómata al austriaco Johann Nepomuk Maelzel,inventor del metrónomo, quien durante años siguió de gira con el Turco. Conocemos como era una partida contra el autómata en tiempos de Maelzel por una minuciosa descripción que escribió Edgar Allan Poe.

«A la hora fijada para la representación, se descorre una cortina o se abren dos puertas batientes, y se introduce la máquina sobre ruedas hasta que se encuentra a unos seis metros de los espectadores; entre estos y la máquina se tiende una cuerda de separación. Lo que se ve es una figura ataviada al estilo turco, sentada, y con las piernas cruzadas, frente a un cajón aparentemente construido en madera de arce, que sirve como mesa.

»El maestro de ceremonias, si se le pide, hará rodar la máquina hacia cualquier parte de la sala, situándolo finalmente en un punto determinado, pero incluso puede moverlo de un lado a otro repetidamente a medida que avanza la partida.

»La base de la caja se halla elevada a cierta altura por encima del suelo por medio de ruedecillas o rodillos metálicos sobre los que se mueve, de modo que hay un amplio espacio inmediato bajo el autómata que permanece completamente a la vista del público. La silla sobre la que está sentada el muñeco se halla fijada a la caja. En la parte superior de esta se encuentra el tablero, también fijo.

»El brazo derecho del jugador está extendido completamente hacia delante, en ángulo recto respecto a su cuerpo, y descansa, en una postura aparentemente descuidada, al lado del tablero. El dorso de la mano está hacia arriba. El tablero en concreto mide 45 centímetros cuadrados. El brazo izquierdo del muñeco está doblado por el codo y en la mano izquierda tiene una pipa [que Maelzel retiraba justo antes de empezar la partida].

»Una túnica verde oculta la espalda del Turco y cae parcialmente por la parte delantera, sobre ambos hombros. A juzgar por la apariencia externa de la caja, esta se halla dividida en cinco compartimentos: tres armarios superiores exactamente iguales y dos cajones que ocupan la base del arcón, bajo los tres armarios». (2).

02_turco

Para certificar que no había nadie dentro del muñeco, antes de empezar a jugar, Maelzel abría estos cinco compartimentos, pero nunca al mismo tiempo. Abría uno, lo cerraba y abría el siguiente. Desde la distancia, el público podía apreciar como el interior estaba lleno de engranajes diversos.

Las partidas seguían siempre el mismo procedimiento. El contrincante del Turco se sentaba detrás del cordón, enfrente de una mesa con un tablero de ajedrez. Maelzel, actuando como maestro de ceremonias, se acercaba a la mesa del contrincante para ver qué había movido y luego se dirigía a la mesa del Turco y reproducía la jugada en su tablero. Después de pensar la respuesta, el autómata respondía moviendo el brazo izquierdo en ángulos rectos. A continuación, Maelzel movía la pieza correspondiente en el tablero del rival.

Además, el autómata realizaba algunos gestos mientras se desarrollaba la partida, como mover los pies y girar la cabeza y los ojos. Si el rival cometía un movimiento ilegal, sacudía la cabeza y golpeaba con fuerza la mano derecha contra la mesa. Cuando ganaba una partida, miraba orgulloso al público y pronunciaba la palaba «jaque» cuando amenazaba al rey contrario.

Hacia 1820 Maelzel abandonó Europa y siguió con el espectáculo por Estados Unidos, donde siguió causando admiración, a pesar de las crecientes voces que decían que el Turco no era un autómata sino un fraude. En 1838, uno de sus ayudantes, el gran ajedrecista William Schlumberger, murió mientras se encontraban de gira por Cuba y Maelzel suspendió las funciones. Poco después, Maelzel se emborrachó hasta morir mientras regresaba en un barco a Estados Unidos.

El Turco fue adquirido por el escritor y médico John Kearsley Mitchel, quien lo donó Museo Peale de Filadelfia en 1840. Allí languideció, muerta su maquinaria, hasta que en 1854 desapareció durante un gran incendio que destruyó el museo. Para entonces, hacía ya tiempo que se había desvelado su gran secreto. Como muchos habían sospechado, en el interior del autómata se escondía un hombre que movía el brazo del muñeco mediante unos imanes o un ingenio mecánico. Los compartimentos del Turco, en realidad, no llegaban de lado a lado. La profundidad se simulaba con espejos.

El primer autómata capaz de pensar fue un fraude. No era más que una carcasa en la que se ocultaban grandes jugadores de ajedrez, como William Schlumberger. Sin embargo, quizá los seres humanos no seamos sino autómatas en manos de dioses aburridos pues, como decía J. L. Borges:

I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Ajedrez. J. L. Borges.

02_turco2

Notas

1. La partida entre Napoleón y el Turco fue recogida por un corresponsal del New York Sun. Es uno de los textos que incluye la antología sobre autómatas El rival de Prometeo. Edición de Sonia Bueno Gómez-Tejedor y Marta Peirano. Impedimenta, 2009.

2. Este fragmento del pequeño ensayo que Poe le dedicó al Turco está recogido en la antología de El rival de Prometeo. En inglés, se puede leer on line en varios sitios, como la web www.chessbase.com

Escrito el  20 de marzo de 2009.

Comentarios

*

Sin comentarios