el tarot: 7. La Iglesia
Análisis de los triunfos de la Papisa y el Papa durante el Renacimiento
Incluir una representación del Papa en una baraja de cartas durante el Renacimiento ya es algo extraño de por sí, pero en el caso del tarot resulta aún más insólito, pues está acompañado de un consorte femenino, una Papisa. ¿Cómo es posible que la dignidad más alta de la Iglesia hubiera terminado en un juego de azar? Esta cuestión ya se la plantearon en la época y fue una de las razones por las que la Iglesia se mostró muy crítica con el tarot. De hecho, en algunas variantes del tarot, como las minchiate o el tarochino boloñés, estas dos cartas fueron reemplazadas por otras alegorías menos problemáticas, como sultanes o príncipes moros. Pero no nos adelantemos y comencemos por orden analizando primero las representaciones habituales del Papa y luego las de la Papisa.
El Papa
En el tarot de Pierpont Morgan, el papa está representado por un hombre anciano, de barba cana, que levanta la mano en señal de bendición. Aunque apenas se distingue, en la otra mano sostiene el báculo papal, denominado férula, que era una insignia introducida en tiempos de Inocencio III (1198-1216). Se parece al báculo pastoral de los obispos, símbolo de su guía espiritual, pero el extremo superior no termina curvado, sino en forma de cruz. Viste una sotana blanca, un color que simbolizaba la pureza y estaba reservado al pontífice. Por encima se cubre una capa larga de tonos marrones, decorada con soles radiantes rodeados por hexágonos azules, probablemente una decoración relacionada con la heráldica viscontea (la radia magna).
En la cabeza lleva una tiara papal, uno de los símbolos característicos del pontífice hasta que cayó recientemente en desuso durante el Concilio Vaticano II. La tiara era una especie de bonete cónico, cerrado, que desde el año 1130 se acompañaba de una corona que simbolizaba la soberanía del papa sobre los Estados Pontificios. En 1301, Bonifacio VIII añadió una segunda corona para reflejar que la autoridad espiritual estaba por encima de la civil y, en esta línea, en 1342, Benedetto XII añadió una tercera para denotar la autoridad moral del papa sobre la monarquía y el imperio. Con el tiempo, las tres coronas (el triregnum) adquirieron otros matices, pero siempre venían a significar la supremacía del papado sobre las instituciones civiles.
En el tarot miniado de Ercole de Este, el papa está de perfil, mirando a la izquierda y, en vez del báculo papal, sostiene una gran llave, mal dibujada, en representación de otro símbolo característico del pontificado: dos llaves cruzadas, una de oro y otra de plata. Este símbolo recoge un pasaje del Evangelio de Mateo (16, 18-19) en el que se describe cómo Jesús confía la misión de organizar la iglesia a Pedro:
«Y yo te digo a ti que tú eres Pedro [Cefa en arameo, que significa piedra], y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos».
Este pasaje constituía una de las premisas que fundamentaban el poder de la curia romana sobre toda la cristiandad. Durante los primeros siglos del cristianismo, además de Roma, había otras sedes episcopales igual de importantes, pero los romanos argumentaron que la suya era la principal porque los obispos romanos eran los descendientes directos de Pedro, al que el propio Cristo había entregado las llaves del Cielo. De ahí que las dos llaves cruzadas fueran las insignias por excelencia del papado de Roma, representaban la justificación de su soberanía sobre la Iglesia y el mundo.
El papa del tarot de los Medici se atiene a la representación tradicional. También está mirando hacia la izquierda y en una de las manos sostiene la llave de Pedro, mientras que en la otra tiene un libro que probablemente sea una Biblia. Está acompañado por dos cardenales, que se distinguen por sus vestidos rojos y sus sombreros de ala ancha, los capelos o galeros. Resulta intrigante que el papa no lleve la tiara de tres coronas, sino que sólo luzca una. Este es otro enigma que aún no se ha podido descifrar satisfactoriamente y es una cuestión importante, ya que entronca con el gran misterio que rodea estas tres cartas: ¿estaban representados papas que habían existido realmente? De momento, la cuestión sigue abierta.
En los tarots franceses, el patrón iconográfico apenas experimentó cambios relevantes. En la hoja de Cary, el triunfo del Papa está muy deteriorado, pero aún se advierte que llevaba la tiara papal, tal y como sucede en la hoja de Rosenwald. En el tarot de Catelin Geoffrey y en el de París, el papa lleva el báculo papal en una mano y con la otra sostiene una llave de grandes dimensiones, como si se quisiera destacar aún más la autoridad de la iglesia católica de Roma frente al auge protestante. En el de París, junto al papa se muestra una esfinge, que Andrea Vitali relaciona con el concepto de verdad.
En los tarots de la familia marsellesa, el papa está bendiciendo y con una mano sostiene un báculo de punta curvada que, curiosamente, se parece más al de los obispos que al del papa. Está acompañado por dos cardenales, que suelen estar arrodillados y rezando en señal de respeto. Como ocurre en otros tarots, el papa se cubre las manos con guantes pontificales, otro distintivo característico, en los que un pequeño adorno, en este caso, evoca las heridas de Jesús en las manos cuando estuvo clavado en la cruz. En alguna impresión actual de esta baraja se ha incluido un puñal en la mano del cardenal de la derecha, pero este elemento no existía en ninguna de las barajas históricas que conocemos. De hecho, sugiero al lector interesado en la iconografía del tarot que recele de cualquier edición contemporánea que no reproduzca con fidelidad las cartas originales, pues detalles como el mencionado pueden conducir a interpretaciones sin fundamento.
La Papisa
El triunfo de la Papisa plantea más enigmas que su consorte. Veamos primero su tratamiento iconográfico en las distintas barajas y, luego, tratemos de identificar a quién o qué representa. Sólo se han conservado dos papisas de las barajas pintadas a mano del siglo XV. Una es del tarot de Pierpont Morgan y la otra forma parte de una colección de seis cartas, datadas de finales del siglo XV, las cuales fueron vendidas en 1974 por un anticuario milanés al Museo de Bellas Artes de Vitoria, donde se incorporaron a la colección Fournier. Entre estas seis cartas hay dos triunfos, la Papisa y el Emperador, pero, como destacó Dummett, es muy probable que la Papisa fuera de una baraja distinta que las otras cinco, ya que es más pequeña y tiene el reverso rojo en vez de negro.
La Papisa del tarot de Pierpont luce tres insignias papales que ya conocemos: la tiara, el báculo con la cruz y la Biblia. Sin embargo, el vestido que lleva no guarda relación con la vestimenta propia de un pontífice, sino con el hábito de una monja. Es una túnica ancha y de color marrón, acompañada de un velo blanco que cubre el pelo y los lados de la cara. En el pecho lleva una cuerda con tres nudos visibles sin contar el del extremo. Según la leyenda, este cordón simbólico, característico de los franciscanos, deriva de Francisco de Asís. Para ceñirse la cintura, los monjes empleaban una correa de cuero, pero Francisco decidió cambiarla por esta cuerda, mucho más humilde y sencilla. En su origen, llevaba tres nudos que simbolizaban los tres votos de la orden: obediencia, pobreza y castidad.
La Papisa de la colección Fournier es muy parecida, pero la túnica es negra y la capa de un marrón más oscuro. Los extremos de la cruz del báculo se han acentuado, lo que permite distinguir mejor su forma. Kaplan sostiene que es una cruz de Malta, pero más bien parece una cruz griega. El libro no es completamente negro, sino que tiene un reborde rojo, quizás para evitar que se confunda con el color de la túnica. A la derecha, bajo el vestido asoma una curiosa mancha roja que Ross Caldwell asocia con un adorno del calzado pensado para destacar su dignidad eclesiástica.
En la hoja de Cary, la Papisa también es extraña. Por el dibujo, no se comprende bien si se cubre la cabeza con una tiara papal o con una mitra, un tocado característico de los obispos que está formado por dos piezas de tela rígida y forma pentagonal unidas por los bordes de la parte inferior dejando las puntas separadas. El báculo pastoral también parece propio de un obispo, pues, en vez de terminar en cruz, está rematado con una voluta distintiva de sus cayados. Se encuentra frente a un altar sobre el que hay un libro —la Biblia, un misal o cualquier otro texto similar— y a su lado hay un monje tonsurado que mira hacia arriba, como si estuviera ayudándole durante la liturgia. Sin la capa y con un cordón anudado en la cintura, el vestido también recuerda antes al de un obispo que al de un papa. Por su peinado corto resulta imposible saber si se trata de una mujer o de un hombre joven.
La papisa de la hoja de Rosenwald es más comprensible. Por el pelo largo parece claro que es una mujer que se cubre con una tiara y una capa. En sendas manos sostiene otros dos distintivos papales: la Biblia y la llave de san Pedro.
En los tarots franceses, las diferencias iconográficas son irrelevantes, salvo en el tarot de París, donde aparecen dos figuras flanqueando a la Papisa que son indescifrables. La papisa de la familia marsellesa lleva una tiara, con un velo a los lados, y está sentada mirando hacia la izquierda. En las manos es probable que sostenga la Biblia.
Las guglielminas
Se desconoce qué representaba exactamente la Papisa. Geltrude Moakley relacionó la Papisa de la baraja de Pierpont Morgan con una lejana antepasada de Filippo Maria, una monja llamada Maifreda Visconti Pirovano, que fue nombrada papisa de una secta herética de Lombardía conocida como las «guglielminas». La mejor fuente documental disponible para saber algo de las guglielminas es el acta del proceso que emprendió contra ellas la Inquisición en 1300. En esencia, este grupo sostenía que Dios había vuelto a enviar otro hijo a la Tierra, pero en esta ocasión había sido una mujer. Se hacía llamar Guglielma de Bohemia y decía que su nacimiento había sido anunciado a su presunta madre, la reina Costanza de Bohemia, por el arcángel Rafael, el cual había explicado que su misión en la Tierra sería salvar a los judíos, los sarracenos y los falsos cristianos, al igual que por medio de Cristo se habían salvado los verdaderos cristianos.
Acompañada de su hijo, Guglielma llegó a Milán en 1262, donde fue acogida por los monjes de la abadía cisterciense de Santa María de Chiaravalle. Gracias a sus habilidades como curandera y su carisma, aglutinó un movimiento clandestino respaldado por los monjes de Chiaravalle. Sus dos seguidores más firmes fueron Andrea Saramita, un laico vinculado a la abadía, y Maifreda Pirovano, prima de Matteo Visconti (señor de Milán entre 1311 y 1322), que fue nombrada papisa del culto.
Guglielma murió 1281 y sus huesos fueron enterrados en la capilla del cementerio de Chiaravalle. Los guglielmitas pensaban que regresaría a la Tierra durante la fiesta de Pentecostés del año 1300, momento en el que empezaría el preludio del Apocalipsis. Durante unos años, su tumba fue venerada y se habló también de milagros relacionados con la salud. No podemos saber con certeza cuántas personas componían el movimiento. En el acta inquisitorial se recogen unos treinta miembros entre hombres y mujeres, pero es probable que fueran varios más, sobre todo provenientes de los umiliati, una orden religiosa muy extendida en Lombardía durante los siglos XIII y XV.
El movimiento de las guglielminas no difería mucho de otras asociaciones de mujeres religiosas de la época llamadas genéricamente beguinas. Estas asociaciones comenzaron a surgir a partir del siglo XII, sobre todo, por Flandes, Francia y el sur de Alemania. Como explica Margaret Wade, las beguinas se reunían en casas que solían levantar cerca de un hospital, una abadía o una leprosería. Eran de procedencia humilde, pues los conventos solían estar reservados a las mujeres más adineradas y, en la práctica, solían establecer sus propias normas, aunque oficialmente estaban al cargo de un fraile o cualquier otro director espiritual. No fueron raros los casos en los que fueron perseguidas, sobre todo bajo la acusación de herejía.
En 1300, en un contexto de creciente tensión entre los Visconti y el papado, los guglielmitas cayeron en manos de la Inquisición. Después de un duro interrogatorio, la papisa Maifreda, Andrea Saramita y otros cargos del movimiento fueron arrojados vivos a la hoguera en septiembre de 1300. Junto a ellos, quemaron también los restos de Guglielma. Aún así, como ha puesto en evidencia Barbara Newman, el culto debió de perdurar de alguna manera, ya que en el siglo XV salió a la luz una extendida leyenda popular sobre “santa” Guglielma. Es una versión muy edulcorada, –recogida en la Vita di S. Guglielma regina d’Ungheria (1425) del fraile franciscano Antonio Bonfadini– en la cual no se menciona a Maifreda y que hace de Guglielma una especia de reina húngara muy celosa de su castidad. En algunas localidades, esta Guglielma santificada por el pueblo, incluso, ha perdurado hasta nuestros días, como ha sucedido en el pequeño pueblo de Brunate, al norte de Lombardía.
¿La papisa Maifreda?
La posibilidad de que las Papisas del tarot de Pierpont Morgan y de la colección Fournier pudieran hacer referencia a Maifreda cuenta con fervientes entusiastas, pero para confirmar esta hipótesis se deben resolver antes tres cuestiones fundamentales. Primera, ¿hay detalles iconográficos relacionados con las guglielminas en las Papisas de Pierpont y de Fournier? Segunda, ¿qué podía saber Bianca Maria Visconti sobre las guglielminas? ¿Los hechos históricos de 1300 o la leyenda de Bonfadini en la que no aparece Maifreda? Y tercera, ¿se ha encontrado algún documento que atestigüe el interés de Bianca por Maifreda?
Las dos Papisas visconteas son atípicas. No llevan un vestido papal sino la túnica y el velo característicos de las monjas. Este detalle es importante, ya que Maifreda primero había sido una monja umiliata y, más tarde, guglielmina, pero también debemos tener en cuenta el color del hábito. Las principales órdenes religiosas activas en el norte de Italia en la segunda mitad del siglo XV eran los franciscanos, cuyo hábito era marrón; los dominicos, que vestían una túnica blanca y una capa negra; los agustinos, con hábito negro; y los umiliati, vestidos de blanco. Según el acta de la Inquisición, el hábito de los guglielmitas era «de marrón morello», es decir, de un marrón muy oscuro, casi negro. Según estos colores, la Papisa de Pierpont parece inspirarse en el hábito franciscano, aunque si fuera un poco más oscura también podría identificarse con los vestidos de los guglielmitas, como parece más evidente en el caso de la Papisa Fournier.
El detalle de la cuerda también es ambiguo. Resulta tentador relacionarlo con el célebre cordón franciscano. De hecho, en las representaciones de Chiara de Asís, fundadora de las Clarisas, el orden femenino de los franciscanos, se muestra con el hábito marrón y el cordón con nudos. Sin embargo, también es cierto que, según confesaron a la Inquisición, durante una celebración litúrgica presidida por Maifreda, una hermana de la congregación llamada Carabella se había sentado sobre su propia túnica y, al levantarse, descubrió que en la cuerda de su cintura se habían formado solos tres nudos que antes no estaban, lo que fue considerado un milagro.
Bianca María Visconti pudo estar al tanto de estos detalles por la propia acta inquisitorial. Este documento fue descubierto casualmente en una droguería de Pavía por Matteo Valerio (1582-1645), prior del monasterio de Certosa de Pavía, el cual lo entregó al historiador Giovanni Puricelli, que a su vez lo legó a la Biblioteca Ambrosiana, donde se conserva en la actualidad. El hecho de que el acta apareciera en Pavía a principios del siglo XVII y no se encontrara en el archivo general de la Inquisición de Milán constituye otro gran misterio. Según Newman, esto pudo deberse a que Matteo Visconti, el primo de Maifreda, confiscó el documento cuando él mismo fue acusado de hereje años después.
La hipótesis es sugerente. Si fuera correcta significaría que Bianca Maria pudo leer de primera mano la verdad sobre su antepasada Maifreda, pero no podemos estar seguros hasta que no se encuentren más documentos que permitan saber dónde se encontraba exactamente el acta en el siglo XV. Tampoco tenemos constancia documental de que Bianca estuviera directamente interesada por Maifreda, aunque sí podría haberlo estado por Guglielma, por lo menos en su versión suavizada del siglo XV. Según Newman, Bianca intervino en varias ocasiones en favor de Maddalena Albrizzi, abadesa del, por entonces, convento de San Andrea, donde se rendía culto a Guglielma. Por lo tanto, Maddalena podría haber contagiado a Bianca de su entusiasmo por Guglielma, tal y como afirma Newman, aunque carecemos de textos que atestigüen esta conjetura.
Otra opción razonable y más sencilla para explicar la peculiar iconografía de la Papisa de Pierpont, de la que derivó la Papisa de Fournier, es que Bonifacio Bembo se inspirase en la iconografía de Clara de Asis y las clarisas, ya que desde 1429 existía un convento de esta orden en Cremona, ciudad predilecta de Bianca Maria. De hecho, justo para cuando se diseñó esta baraja, las clarisas estaban muy bien consideradas por Caterina Vigri, también conocida como Caterina di Bologna (1413 – 1463). Era hija de un noble de Ferrara y se había educado en la corte de los Este de Ferrara, donde trabajó como dama de compañía de Margherita, hija de Niccolò. Hacia 1428 ingresó en la orden de las clarisas y en 1456 fue nombrada abadesa del convento de la orden en Boloña. Escribió diversas obras, que ella misma se encargaba de ilustrar y también se dedicó a la pintura. Además, como ha señalado Rosanne Oakley-Browne, la iconografía de ambas figuras se ajusta a los elementos simbólicos que lucían las abadesas en las grandes ocasiones durante el Renacimiento en el norte de Italia: un báculo similar al papal (férula) y una mitra.
En conclusión, no podemos concluir nada. Hasta que no se descubran nuevos documentos, la cuestión sigue abierta. Carecemos de los suficientes argumentos para afirmar que las Papisas de Pierpont y Fournier estén relacionadas con la papisa Maifreda, pero tampoco bastan para refutar la hipótesis de Moakley. En cualquier caso, esta interpretación solo sería válida para las Papisas del tarot de Pierpont Morgan y de la colección Fournier, para las demás hay que investigar en otra dirección.
La Fe y la Iglesia
Sin refutar por completo a Moakley, Michael Dummet también planteaba la posibilidad de que, en general para todas las barajas, se tratase de un guiño a la legendaria papisa Giovanna, una mujer que vivió disfrazada de hombre y fue nombrada papa:
«El Papa, el Emperador, la Emperatriz y la Papisa representan, claro, los máximos poderes espirituales y temporales […]. La Papisa es la única de las cuatro cartas que presenta algún problema. No cabe duda que fue incluida con espíritu satírico, aunque siempre se haya representado con actitud seria […]. La leyenda de la Papisa Giovanna —una mujer disfrazada de hombre que, elegida papa en el año 854, habría reinado durante dos años y medio entre el papa Leone V y Benedetto III— era muy aceptada durante el Medioevo y el Renacimiento. Según algunas versiones, el engaño fue descubierto solo cuando dio a luz a un niño. La leyenda se originó a finales del siglo XI y, aunque carecía de todo fundamento histórico, fue retomada por muchos cronistas, entre ellos varios dominicanos. No parece que fuese considerada particularmente inconveniente, aunque se empleará más tarde en la propaganda protestante».
Andrea Vitali no descarta ni la interpretación de la papisa Giovanna para los tarots franceses, ni la de Maifreda para la baraja de Pierpont Morgan, pero también piensa que podría significar una alegoría de la fe, en parte por una críptica frase del Sermón de Steele:
«Que la Papisa del tarot sea una representación de la Fe es innegable en tanto que el mismo monje que escribió el Sermón la describe con estas palabras “O miseri quod negat Christiana fides” [Oh, miserable quien niega la fe cristiana]. La frase parece ser el principio de una expresión más larga, ya que el religioso escribió “etc” después de fides, una fórmula que encontramos con frecuencia en otros pasajes del Sermón. La frase, como aparece, resulta intraducible, pero lo importante es que el religioso se haya referido a la Fe».
Vitali también menciona como fundamento de esta hipótesis una representación de la fe que pintó Giotto en la capilla de los Scrovegni hacia 13066. La alegoría se muestra con los atributos característicos del papado. En la cabeza lleva un tocado cónico que representa una tiara papal sin las coronas, lo cual resulta lógico pues la segunda y la tercera corona se añadieron respectivamente en 1301 y 1342 y hasta finales del siglo XIV, unos cien años después de que Giotto pintase estos frescos, no fue habitual incorporarlas en las representaciones gráficas de la tiara. En una mano sostiene el báculo papal y, en la otra, un pergamino desenrollado en el que están escritas las primeras palabras del credo de Nicea-Constantinopla (una fórmula de fe relacionada con la unicidad de Dios y la Trinidad). Del cinturón cuelga la llave de san Pedro, que asoma por un lado de la capa, la cual presenta varias rasgaduras como símbolo de las herejías a lo largo de la historia.
La fe de Giotto, efectivamente, presenta atributos iconográficos que volveremos a encontrar en las Papisas del tarot. Sin embargo, también es cierto que no fue una manera habitual de representar la fe, cuyos atributos solían reducirse a una cruz, engastada o no en un báculo, y un libro en representación de los Evangelios. De hecho, el fresco de Giotto parece que no se refiere tanto a la fe cristiana en tanto que virtud abstracta, sino a la fe en la Iglesia católica que representa el papado, lo que nos lleva a otra interpretación del triunfo de la papisa, entendida como una alegoría de la institución eclesiástica. Esta hipótesis fue planteada por Kaplan en su mítica enciclopedia sobre el tarot.
«Parte del misterio de las barajas de tarot del siglo XV es saber si las figures de las cartas son solo alegorías o si también representan personajes históricos […]. La Papisa puede representar el propio papado, sin referirse a nadie en particular, o una mujer con poder. Un ejemplo de mujer coronada con la tiara papal puede encontrarse en un cuadro de Giorgio Vasari que conmemora la derrota de los turcos en la batalla de Lepanto. La alianza de España, Venecia y el papado está representada por tres mujeres abrazadas, con la tiara papal y las dos llaves que suelen simbolizar a los papas».
La hipótesis de Kaplan sigue pareciendo muy razonable, entre otros motivos, porque así el conjunto de la corte humana resulta mucho más coherente al estar representados de igual manera los dos poderes del mundo, el terrenal y el espiritual. Al igual que el Emperador está acompañado del imperio (la Emperatriz), el Papa lo está de la iglesia (la Papisa). Ahora bien, esto nos lleva al problema de partida, ¿cómo es posible que incluyeran una alegoría de la Iglesia en una baraja de cartas? Esto, además, resulta más extraño si nos fijamos en la posición que ocupa la Papisa en la jerarquía de los triunfos. Solo está por encima del Mago. Todos los demás triunfos –incluidas las alegorías del Imperio– son más poderosos, un detalle que no parece casual en la Italia renacentista. Para entender esto debemos profundizar en cómo percibían en la época a la Iglesia de Roma.
Templo de herejía
Para entender mejor cuál era la imagen de la Iglesia católica en los siglos XIII y XIV conviene apartarse de la literatura eclesiástica, condicionada por su propia naturaleza, y acudir a escritores laicos. Las opiniones vertidas en estas fuentes tampoco constituyen una muestra precisa del pensamiento colectivo, pero, en cualquier caso, resultan más sintomáticas del sentimiento general. En los textos de los tres grandes literatos que más influyeron en el tarot —Dante, Petrarca y Boccaccio— se advierten fuertes críticas contra los papas de su época. En el canto XXVII del Paraíso, por ejemplo, Dante no puede ser más explícito. Es el propio san Pedro quien habla y muestra terriblemente indignado por la actuación de los papas que le han sucedido. Ya no son pastores de almas, sino lobos a los que solo interesan el oro y el poder:
Quien en la tierra mi lugar usurpa,
mi lugar, mi lugar que está vacante
en la presencia del Hijo de Dios,
en cloaca mi tumba ha convertido
de sangre y podredumbre; así el perverso [el Diablo]
que cayó desde aquí, se goza abajo […].
No fue nuestra intención que a la derecha
de nuestros sucesores, se sentara
parte del pueblo, y parte al otro lado;
ni que las llaves que me confiaron,
se volvieran escudo en los pendones
que combatieran contra los bautizados;
ni que yo fuera imagen en los sellos,
de privilegios vendidos y falsos,
que tanto me avergüenzan y me irritan.
En traje de pastor lobos rapaces
desde aquí pueden verse prado a prado:
Oh protección divina, ¿por qué duerme?
Petrarca se muestra igual de crítico. Valga como ejemplo el poema CXXXVIII del Cancionero, en el que nos presenta una imagen muy poco halagüeña del papado (que por entonces se había trasladado de Roma a Avignon):
Manantial de dolor, albergue de ira,
de error escuela y templo de herejía,
Roma ya no, perversa Babilonia,
por quién tanto se llora y se solloza;
oh fragua del engaño, oh prisión dura,
donde el bien muere, y donde el mal se engendra,
fuera milagro, infierno de los vivos,
si Cristo al fin contigo no se irrita.
Fundada en la pobreza humilde y casta,
alzas la cuerna en contra de los tuyos,
puta desvergonzada: ¿en quién esperas?
¿en tus malas riquezas y adulterios?
No ha de volver ahora Constantino;
mas tenga el triste mundo que lo acoge.
Boccaccio compartía esta misma actitud contra el papado, tal y como se aprecia, por ejemplo, en el segundo cuento de la primera jornada del Decamerón. En París había un gran mercader muy honesto llamado Gianotto de Civigní, el cual tenía un amigo íntimo judío llamado Abraham. Como a Gianotto le daba mucha pena que su buen amigo terminase en el Infierno por su falta de fe, una y otra vez le insistía para que se convirtiera al cristianismo. Tanto le presionó, que terminó por vencer la resistencia de Abraham, quien decidió ir a Roma para saber cómo era «el vicario de Dios en la tierra y considerar sus hábitos y costumbres, y lo mismo de sus hermanos los cardenales». Sin embargo, al enterarse de que Abraham iría a Roma, Gianotto se quedó aterrado y dijo para sí:
«Ha sido inútil el esfuerzo que me parecía haber empleado perfectamente, creyéndome que le había convertido; porque si va a la corte de Roma y ve la vida desenfrenada y sucia de los clérigos, no sólo no se hará de judío cristiano, sino que si se hubiese hecho cristiano sin duda se volvería judío».
Abraham montó a caballo y marchó hasta Roma, donde fue acogido por otros judíos. Durante días, observó en silencio las costumbres del papa, los cardenales y los demás prelados y advirtió que:
«Desde el mayor hasta el más pequeño todos pecaban de un modo general y de forma muy deshonesta de lujuria, y no sólo de la natural sino también de la sodomítica, sin freno alguno de remordimiento o vergüenza, de forma que la influencia de las meretrices y de los mancebos para lograr cualquier cosa tenía un gran poder. Además de esto, a todos los vio abiertamente golosos, bebedores, borrachos, y entregados al vientre como los animales, además de a la lujuria; y mirando más allá, los vio a todos tan avaros y deseosos de dinero que lo mismo vendían y compraban por dinero sangre humana, o mejor cristiana, que las cosas divinas, aunque perteneciesen a los sacrificios o a los beneficios, haciendo mayor comercio con ello y teniendo más intermediarios que había en París de telas o de cualquier otra cosa, habiéndole puesto el nombre a la simonía manifiesta de “mediación” y a la gula de “manutención”, como si Dios no conociese no ya el significado de las palabras, sino la intención de los pésimos ánimos y se dejase engañar como los hombres por los nombres de las cosas».
Disgustado por la situación, Abraham regresó a París. Gianotto le esperaba convencido de que, tras haber visto cómo vivía el papa, su amigo nunca se convertiría al cristianismo. Abraham le contó lo que había visto en Roma, donde «no existía ninguna santidad, ninguna devoción, ninguna buena obra o ejemplo de vida o de otra cosa en nadie que fuese clérigo», donde «no había más que lujuria, avaricia, gula, fraude, envidia o soberbia y cosas semejantes y peores, si puede haberlas peores en alguien». Pero precisamente por esto abrazó el cristianismo, ya que, si a pesar la miseria moral de la cúspide eclesiástica, la religión cristiana seguía creciendo, estaba claro que «el Espíritu Santo es fundamento y sostén de ella como si fuera más verdadera y santa que ninguna otra».
Esta actitud contra el papa y el clero seglar no debe confundirse ni por asomo con falta de fe cristiana. Todo lo contrario, es por el sentido espíritu religioso por lo que, en general, se producían las críticas contra el pontificado, que por entonces hacía mucho tiempo que se había apartado de las premisas teóricas del cristianismo. Profundicemos un poco más en esta cuestión para entender cómo fue posible que la Papisa, la Iglesia, y el Papa se incluyeran en una baraja de cartas y, encima, en una posición tan baja respecto de los demás triunfos.
La república de Dios
Los tres autores mencionados coinciden en criticar al papado por su excesivo interés por el oro y por incurrir en el pecado de la simonía, es decir, en la compraventa de cosas espirituales, como los sacramentos o cargos eclesiásticos. No les faltaba razón. Pocas empresas resultaban tan lucrativas como la curia papal, donde todo estaba en venta, desde la elección del pontífice a la salvación del alma. Para ocupar cualquier cargo de cierta responsabilidad en Roma, o bien se tenía algún grado de parentesco con un poderoso o bien se desembolsaba una cantidad de dinero proporcional a la jerarquía del mismo. El puesto más caro y codiciado, claro está, era el pontificado.
Era una inversión costosa, pero un papa podía recuperarla en un santiamén una vez en el poder. Según estimaciones de Antonio di Piero, hacia 1500, los papas podían esperar una renta anual de unos 300.000 escudos de oro, bastante más de lo que recibía de media un cardenal, que eran unos 8.500, aunque había algunos príncipes de la Iglesia muy bien situados que ganaban incluso más dinero que el papa. Para hacernos una idea de la magnitud de estas cifras pensemos que un artesano en Roma no ganaba más de 100 escudos al año. El coste del capelo cardenalicio dependía de las necesidades económicas que tuviera el papa en ese momento, pero solían oscilar entre 20.000 y 40.000 ducados, una cifras astronómicas que luego compensaban con numerosas prebendas. En palabras de Antonio di Piero:
«[…] para mantener el alto coste de la corte romana, los cardenales estaban obligados a acaparar otros cargos eclesiásticos. ¿Cómo? Comprándolos. Cada “beneficio”, desde la diócesis a la administración de un monasterio, tiene un precio y puede ser comprado y vendido: y, claro está, proporciona una renta que cada uno espera compense la inversión realizada. Lo más bizarro, encima, es que el cargo solo es nominal, es decir, no tiene porque se realizado en persona: en lenguaje técnico se dice que las rentas eclesiásticas están separadas de las funciones religiosas a las que estuvieron ligadas antaño. En la práctica significa que la carrera por conseguir cargos por parte de los cardenales era una pura operación financiera y de poder: a atender a los fieles ya pensará otro […]».
Además de la simonía, el descrédito moral de la Iglesia se agravaba porque gran parte de todo este dinero se invertía para el propio beneficio. Quitando la construcción o restauración de alguna iglesia, los cardenales solían gastarse aquellas fortunas en adquirir más propiedades para su familia, en levantar los lujosísimos palacios que aún hoy adornan Roma y en organizar suntuosos festejos en los que no faltaban un sinnúmero de cortesanas, es decir, damas cultas y de elegantes modales que se acostaban por dinero. Se calcula que hasta un diez por ciento de la población femenina de Roma vivía de la prostitución hacia 1500 (Di Piero, 2003: 165). Y todo esto arropado en un discurso cínico que resultaba exasperante para el cristiano fiel al dogma.
Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos, había dicho Jesús, pero ¿cómo podía predicar este mensaje un cardenal vestido de seda y oro desde la mitra hasta los pies? Muy sencillo. Con eufemismos. Esta es la “mediación” y la “manutención” que señalaba Boccaccio. El comportamiento real de la curia se enmascaró bajo una maraña de palabras y sutilezas teológicas que permitían sortear su constante contradicción con los principios del cristianismo. Un caso divertido, por ejemplo, fue la solución que encontraron para que se pudiera practicar la usura, el préstamo financiero, considerada por entonces un grave pecado. En vez de llamar “intereses” a la cantidad de dinero que pagaban a cambio de un préstamo, lo denominaron “regalo” (doni), solventando así con cuatro letras un pecado milenario. Este cinismo es el que, en última instancia, permite explicar por qué la papisa sí podía representar a la Iglesia en las barajas del tarot. Ningún príncipe italiano, tal vez ni siquiera Lorenzo, habría dejado la virtud de la fe cristiana en la segunda posición más baja de la jerarquía de los triunfos, apenas por encima del Mago; pero, ¿qué problema había en incluir a esta Iglesia católica envilecida por el dinero y los intereses terrenales?
De hecho, por si fuera poco el descrédito moral de la curia, además hay que tener en cuenta que el papado se comportaba igual que otro micro Estado italiano, con sus mismos intereses terrenales. Este detalle es muy importante para terminar de entender el papel de los triunfos de la Papisa y el Papa en la jerarquía simbólica del tarot. Avalados moral y jurídicamente por la donación de Constantino10, hasta la unificación de Italia en el siglo XIX, los papas administraron los Estados Pontificios de igual manera que los demás gobernantes italianos. Es decir, para conservar o ampliar los territorios del papado, organizaron guerras, contrataron mercenarios, urdieron complots y asesinatos, forjaron y rompieron alianzas, casaron a hijos y sobrinos con miembros de otras dinastías poderosas… En suma, sólo se diferenciaron de nobles, reyes y emperadores en que su Estado no se heredaba de padres a hijos (aunque sí favorecían a sus familiares durante su pontificado, como fue el caso de Sisto IV, que nombró cardenales a seis sobrinos suyos). Aquí está la clave para entender por qué el Papa y la Papisa se encuentran junto al Emperador y la Emperatriz. Estas cuatro cartas representan la cúspide de corte humana, bajo la que se encuentran las figuras de los palos ordinarios: rey, reina, caballo y sota. El Papa y la Papisa, la Iglesia, solo son alegorías de otro poder ligado a los intereses materiales. No representan el camino hacia la trascendencia, hacia la Gloria, la palabra de Dios, sino otra mera autoridad terrenal más, apenas por encima de reyes y emperadores.
Veamos ahora la curiosa evolución de estos dos triunfos a lo largo de la historia.
Cuatro moros y dos papas
La Papisa y el Papa fueron los triunfos más controvertidos del tarot. En los países católicos, como Italia y España, se consideraba irreverente que la máxima autoridad eclesiástica apareciera en una baraja de cartas o, lo que era aún peor, que se añadiera una mujer a la cúspide de la jerarquía, un concepto que incurría en la blasfemia y la herejía. Por esta razón, en los Estados Pontificios y los lugares donde la autoridad papal era más fuerte, se tendió a sustituir estos triunfos por otras alegorías.
En las minchiate florentinas, los triunfos de la corte humana se redujeron a tres, sin la papisa, y se convirtieron en una especie de rey y dos emperadores. En Boloña el proceso fue más complejo. Salvo el peculiar tarocchino de Mitelli, hasta el siglo XVIII, los cuatro triunfos de la corte humana fueron los habituales, pero tenían el mismo valor y eran llamados de forma genérica «los cuatro Papas». Además, en algún momento anterior a 1725, fueron sustituidos por cuatro príncipes moros («Moretti»). Aquellos cambios nos revelan las suspicacias que despertaban estos dos triunfos y entroncan con otro de los grandes enigmas que presentan las barajas históricas. ¿Hubo alguna vez barajas con dos Papas?
En 1669, el grabador boloñés Giuseppe Maria Mitelli editó una baraja encuadernada como un libro (Gioco di carte con nuova forma di Tarocchini), dedicada a Filippo Bentivoglio. Mitelli, que era un artista de gran creatividad, se apartó en algunas alegorías de las fórmulas iconográficas tradicionales, como en el caso del Colgado (el traidor), donde aparece un hombre a punto de golpear con un gran martillo a un hombre dormido. Pero lo más extraño es que cambió la Papisa por otro Papa. Uno lo denominó «Papa sentado» y otro «Papa alzado». No fue un caso excepcional, como vimos, en la hoja de Cary, como vimos, en el triunfo de la Papisa quizás podría estar representado un obispo y aún hay al menos otro caso similar. En un texto anónimo del siglo XVI donde se describen los triunfos del tarot que lleva por título Discorso perchè fosse trovato il giuoco et particolarmente quello del Tarocco, en vez de hablar de una papisa, se menciona un cardenal:
«Siguen dos Papas, uno con Reino y el otro sin Reino, y después de estos el Emperador y el Rey, que son las dos dignidades supremas; en lo espiritual el Cardenal y el Papa, en lo temporal el Rey y el Emperador».
Igual de ambiguo es el Discurso de Piscina, también de mediados del siglo XVI, ya que solo menciona genéricamente a Papas y Emperadores: «Y siguen en el orden de las figuras, después del Loco y el Mago, Emperadores y Papas, entendidos como grandes príncipes, no es que ellos sean locos […]». Marco Ponzi, Robert Mealing y otros historiadores de vanguardia que han puesto de relieve este enigma, plantean dos posibles explicaciones para estos dos papas. O bien uno de ellos simbolizaba algún personaje legendario del ámbito cristiano, alguien que personificara la propia Iglesia católica, como era el caso de San Agustín, o bien debemos aceptar que en algunas barajas hubiera realmente dos Papas, lo cual llevaba implícito una carga simbólica explosiva, pues justo por entonces acababa de concluir el gran cisma de Occidente y la sombra de la división había vuelto a oscurecer el horizonte de la cristiandad con la reforma protestante.
Para entender las implicaciones de diseñar una baraja con dos papas, debemos retroceder un par de siglos. En el año 1309, el papa Clemente V trasladó la sede del papado a la ciudad de Avignon, que por entonces formaba parte de los Estados Pontificios, con la intención de mantener la curia alejada de las intrigas que una y otra vez organizaba la nobleza romana. Durante las siguientes siete décadas, sus sucesores se mantuvieron en Avignon y la curia papal dejó de estar bajo influencia italiana para estar bajo control francés. Ni los italianos ni los demás europeos aceptaban este cambio. Los primeros porque perdían poder y recursos económicos, los segundos por el peligro que suponía una alianza estrecha entre el papado y la monarquía francesa. Después de décadas de tensión, en 1377 Gregorio XI (1370 – 1378) decidió que la curia papal debía de regresar a Roma, desde donde resultaba más fácil administrar los Estados Pontificios.
A la muerte de Gregorio en marzo de 1378, las elecciones para elegir a su sucesor se vieron condicionadas por una muchedumbre de romanos que salió a la calle exigiendo que el nuevo papa fuera italiano. Sin mucho margen de maniobra, los cardenales eligieron al arzobispo Bartolomeo Prignano, que tomó el nombre de Urbano V. Apenas seis meses después, el nuevo papa había dado muestras sobradas de ser un déspota intratable. Los cardenales huyeron a Avignon, repudiaron a Urbano aduciendo que había sido elegido por presión de los romanos y nombraron otro papa, Clemente VII. Comenzaba así el gran cisma de Occidente, una de las peores crisis por las que había pasado la Iglesia. Como explica Eamon Duffy, nunca antes había sucedido algo similar:
«C’erano ora due papi, due amministrazioni pontificie, due sistema legislativi independenti. I paesi europei dovettero scegliere a quale papa obbedire. Era un angoscioso dilemma. Anche in passato c’erano stati spesso degli antipapi, ma i rivali venivano di solito eletti o nominati da gruppi fra loro antagonisti. Qui, erano gli stessi cardinali che avevano legittimamente eletto el papa, lo avevano poi legittimamente sfiduciato e avevano solennemente eletto il suo successore».
La situación era insostenible. Unos Estados seguían al papa de Avignon, otros al papa de Roma, y, como sucede en los momentos de crisis, comenzaron a surgir voces cuestionando la propia autoridad del pontificado. En 1409 se reunieron las principales autoridades eclesiásticas en un concilio reunido en Pisa y decidieron deponer a los dos papas y nombrar un tercero que reunificase la Iglesia. Sin embargo, ni el papa de Avignon ni el de Roma aceptaron la decisión. Ahora había tres papas legítimamente elegidos. Volvieron a intentarlo en el concilio de Constanza (1414 – 1417) y esta vez a los papas no les quedó más remedio que terminar acatando el acuerdo.
En este contexto debemos explicar la posible presencia de dos Papas en algunas barajas del tarot. La idea de que pudieran existir dos papas no resultaba extraña desde el gran cisma, pero sus implicaciones simbólicas rozaban la herejía y el cuestionamiento de la propia institución pontificia. ¿Qué significa el obispo, si es que de tal se trata, en la hoja de Cary? ¿Es una referencia al conciliarismo? ¿Existía una baraja como la descrita en el Discurso anónimo de 1565, con un cardenal en sustitución de la Papisa? ¿Por qué los boloñeses llamaban a la corte humana los “cuatro Papas”? ¿Para denotar que sólo eran un tipo de gobernante más? ¿Por qué en el Discurso de Piscina, escrito en pleno apogeo de la reforma protestante, se habla de dos Papas? ¿Era una referencia a la nueva división de la Iglesia? ¿El cambio de papas por sultanes o moros era una manera de dejar claro durante la contrarreforma que el papado estaba más allá de las disputas humanas? En suma, la posibilidad de que existieran barajas con dos papas plantea otra serie de enigmas y problemas que aún no se han respondido de forma satisfactoria.
El capitán fracasado
Por la razón opuesta que había motivado la eliminación del Papa y la Papisa en el mundo católico, es decir, por el poco aprecio que se tenía a la curia romana, también en los países protestantes se sustituyeron por otras alegorías en algunas barajas.
Es el caso del llamado tarot de Besançon, un nombre que induce a confusión, pues en realidad provenía de Suiza y Alemania. Las barajas más antiguas de esta familia datan de la segunda mitad del siglo XIII y derivan de la familia marsellesa, pero se diferencian en los triunfos de la Papisa y el Papa, que fueron sustituidos respectivamente por Juno y Júpiter, el equivalente a la reina y el rey en la mitología grecolatina.
Más curioso fue lo que sucedió en el tarot belga. Salvo algunas pequeñas variaciones iconográficas, esta familia de barajas se parece mucho al tarot de Viéville (c. 1643 – 1664), menos en cuatro triunfos que son totalmente distintos: la Papisa, el Papa, el Carro y el Mundo. Según Michael Dummett, la baraja más antigua con este patrón es el tarot de Adam C. de Hautot, un maestro naipero de la ciudad francesa de Ruan activo entre 1723 y 1748. Pero la mayor parte fue realizada en Bruselas entre 1740 y 1760. En lugar de la Papisa, en estas barajas se muestra la curiosa figura de un soldado armado con una espada. En un lado de la carta se lee la frase «L’Espagnol · Capitano Fracasse» (El Español · Capitán Fracaso). El dibujo está inspirado en la iconografía de un grabado francés realizado por Michel Lasne (c. 1589 – 1667) hacia 1635, en un período muy conflictivo entre Francia y España a raíz de la guerra de los treinta años, lo que explica la posición afectada del soldado español, que sujeta con remilgos una espada envainada en una funda rota por la punta.
El nombre de capitán Fracasse deriva de la commedia dell’arte, una manera de hacer teatro surgida en Italia en el siglo XVI que se caracterizaba por la improvisación a partir de unos textos breves y la lógica narrativa de unos personajes arquetípicos, como el siervo bribón (Arlecchino) o el rico tacaño y lujurioso (Pantalone).
El personaje del capitán se inspiraba en el Miles Gloriosus de Plauto y se conocía por diversos nombres, aunque el más célebre era capitán Matamoros, lo que resaltaba su nacionalidad española. Este capitán se definía por ser un militar tan vanidoso como cobarde, un torpe energúmeno que se jactaba de grandes hazañas que, en realidad, nunca había acometido.
Para cuando se diseñaron las primeras barajas del tarot belga, hacia 1750, hacía tiempo que los soldados españoles se habían ganado una triste fama en los Países Bajos. Con Carlos V, se incorporaron al imperio español y, desde entonces, habían mantenido diversos conflictos con España a raíz de sus intentos independentistas. Las tropas españolas destacadas en los Países Bajos eran los famosos tercios, un cuerpo militar muy fiero y organizado que solía sembrar el terror allí donde pasaba. Los tercios tenían fama de ser inclementes, pendencieros, muy católicos y con una obsesión por el honor que rozaba el ridículo, lo que les hacía idóneos para ocupar el papel del capitán Fracasse en el tarot belga después de la paz de Utrecht (1713), pues fue justo entonces cuando su decadencia terminó de hacerse evidente. Este tratado puso fin a la guerra de sucesión española, iniciada en 1701, durante la que se enfrentaron las grandes potencias europeas para decidir quién se sentaría en el trono de España (el candidato francés o el candidato del imperio). Por el tratado de Utrecht, Bélgica y otros territorios que habían pertenecido a España pasaron a estar bajo soberanía austriaca. Por lo tanto, todo indica que, mediante este divertido capitán Fracasse, los maestros naiperos de Bruselas estaban satirizando el otrora temible cuerpo militar de los tercios, obsoleto desde hacía tiempo, y la derrota española que había supuesto la paz de Utrecht.
También presenta un tono satírico la alegoría con que sustituyeron el triunfo del Papa. En vez de mostrar un digno pontífice, en el tarot belga aparece un risueño Baco, el dios del vino de la mitología grecolatina, que da nombre al triunfo (Bacus). El dios aparece sentado a horcajadas sobre un tonel mientras bebe de una botella de vino y, siguiendo la representación clásica, está desnudo salvo por unas hojas parra, de las que penden racimos de uvas. La primera tentación es interpretar esta carta como una mofa de la curia romana, presidida por el dios de las borracheras, pero Stephen Mangan ha sugerido otra posible interpretación más ingeniosa.
Entre 1630 y 1720 existió en Roma una asociación de artistas neerlandeses y alemanes conocida como Schildersbent («el clan de los pintores»). Como todas las asociaciones de emigrantes, el objetivo principal era ayudarse entre sí en caso de problemas y hacer más llevadera la vida en un país de costumbres distintas. Parece ser que los artistas de la Schildersbent eran bastante irreverentes y gustaban del vino y el festejo. Honraban al dios Baco y organizaban unas fiestas de iniciación paródicas en las que el nuevo miembro era bautizado bañándole en vino. Luego marchaban hasta la iglesia de Santa Costanza a venerar el Sarcófago de Constantina, que se decía era la tumba de Baco por los bajorrelieves dionisíacos que lo adornaban. La asociación pervivió hasta que fue disuelta y prohibida por el papa Clemente XI en 1720, poco antes de que comenzaran a realizarse las primeras barajas conocidas que siguen el patrón belga. Por lo tanto, según Mangan, tal vez con este triunfo los naiperos de Bruselas no sólo se estaban mofando del papa, sino que también estaban homenajeando aquella asociación de artistas amantes del vino que hicieron de Baco su sumo pontífice. Dado el espíritu jocoso con que sustituyeron el triunfo de la Papisa, la hipótesis suena razonable, ya que sumando los dos triunfos se construye un mensaje coherente para la Bruselas de la época: España, salvaguarda de la Iglesia católica, la Papisa, no era más que una potencia endeble y vanidosa; y los naiperos belgas, como los artistas de la Schildersbent, preferimos algo más divertido que el rancio mensaje papal.
En síntesis, como vemos, resulta muy complejo reconstruir el camino y el significado que siguieron los triunfos de la Papisa y el Papa a lo largo de la historia. Quedan demasiadas incógnitas por despejar antes de que podamos formular una hipótesis medianamente sólida. Una posibilidad, entre tantas otras, es que el triunfo del Papa se hubiera incorporado al tarot desde el juego alemán del karnöffel, donde quizás se encontraba ya a principios del siglo XV como contraposición al Emperador. Tal vez por una cuestión de simetría, Filippo Maria o Bianca Maria Visconti, si es que no fue un anónimo naipero boloñés, sumó más tarde una Papisa como equivalente al triunfo de la Emperatriz. En el caso de que hubieran sido los Visconti, además, tal vez se estaba haciendo un guiño a su antepasada Maifreda, papisa de los guglielminas.
Es probable que el significado genérico de la Papisa deba entenderse como una alegoría de la Iglesia y el papado. Sin embargo, todo indica que también se interpretó de otras maneras en algunas ocasiones. Quizás alguien también vio en el triunfo una referencia a la papisa Giovanna. Aunque se mantuvieron en los tarots franceses y lombardos, el Papa y la Papisa tendieron a desaparecer con el tiempo, ya fuera por ser considerados irreverentes, ya fuera por la razón contraria. En Boloña, Florencia, Roma y otras partes de Italia la tendencia fue reemplazarlos por autoridades civiles, como los Sultanes o los príncipes Moros. En los países protestantes se buscó una solución neutra —el cambio por Juno y Júpiter— y otra satírica.
Quedan muchas cuestiones sobre estos dos triunfos por seguir analizando, pero de momento vamos a dejarlos aquí.
Bibliografía
Escribí esto hace tiempo y he perdido las referencias bibliográficas… Algunas que tengo a mano por una razón u otra:
Imprescindibles
Vitali, Andrea. La Papessa. Web de Le Tarot.
Vitali, Andrea. Il Papa. Web de Le Tarot.
La Iglesia del Renacimiento
Duffy, Eamon. La grande storia dei papi. Mondadori, 2000.
Febvre Lucien, Erasmo. La Contrarreforma y el espíritu moderno. BH, 1957.
Gentile, Marco. Guelfi e ghibellini nell’Italia del Rinascimento. Viella, 2005.
Martines, Lauro. Savonarola. Mondadori, 2008.
Parks, Tim. La fortuna dei Medici. Mondadori, 2008.
Pierro, Antonio di. Il sacco di Roma. Mondadori, 2002.
Raveggi, Sergio. L’Italia dei guelfi e dei ghibellini. B. Mondadori, 2009.
Óscar Villarroel González. Los Borgia: Iglesia y poder entre los siglos XV y XVI. Sílex, 2005.
Sobre las guglielminas
Todas las citas del proceso provienen de Pietro Tamburini. Storia generale dell’ Inquisizione. Volumen 2. Milán, 1866. Leer en Google Books.
Margaret Wade. La mujer en la Edad Media. Nerea. Donostia-San Sebastián, 2003. Leer en Google Books.
Barbara Newman. The heretic saint: Guglielma of Bohemia, Milan, and Brunate. Church History, March, 2005. Ver on line.
Antonio Bonfadini. Vita di S. Guglielma regina d’Ungheria. No encuentro ahora ninguna edición on line.
Michelle Caffi. Dell’abbazia di Chiaravalle in Lombardia. Milán, 1842. Leer en Google Books.
Mary K. Greer. Web Log personal, ver.
Otras referencias
Dummett, Andrew. The spanish Captain. Journal of the Playng Card Society. Vol. III, 1974.
Francesco Petrarca. Cancionero. Cátedra, 1984.
Giovanni Boccaccio. Decamerón. Cátedra, 2007.
Aurelio Bianchi Giovini. Esame critico degli atti e documenti relativi alla favola della papessa Giovanna. 1849. Disponible en Google Books.
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