El laberinto 3: Tras los pasos de Teseo
¿Se basa el mito de Teseo y el Minotauro en algún hecho histórico? ¿Existió de verdad un laberinto en la isla de Creta?
Ya conocemos los pormenores del mito. En Creta había un laberinto, diseñado por Dédalo, en el cual habitaba el Minotauro, una criatura mitad toro y mitad humano. Como castigo de una afrenta pasada, los atenienses debían enviar un grupo de jóvenes cada nueve años a Creta, donde eran encerrados en el laberinto. En una de estas ocasiones, Teseo, el príncipe de Atenas, se incluyó en el grupo y mató al Minotauro gracias a la ayuda de Ariadna, hija del rey de Creta.
¿Se basa este mito en algún hecho histórico? ¿Existió de verdad un laberinto en la isla de Creta? A finales del siglo XIX, el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann descubrió la ciudad de Troya, escenario de la Ilíada escrita por Homero, ¿podría ser que el laberinto del mito de Teseo y el Minotauro fuera el vago recuerdo de alguna estructura de la Antigüedad?
Un laberinto mítico
Para descubrir el laberinto de Creta, lo primero que debemos hacer es saber cómo era, lo cual no resulta fácil pues en ninguna versión del mito se describe con precisión. Así, por ejemplo, Apolodoro se limita a decir que:
«El laberinto, construido por Dédalo, era un edificio que hacía equivocarse en la salida con sus intrincados pasadizos».
Tampoco Diodoro nos da muchas más pistas:
«Para el mantenimiento del Minotauro, se dice, Dédalo construyó un laberinto con recorridos tortuosos cuya salida era difícil de descubrir para los inexpertos».
Por Plutarco, por lo menos, sabemos que quizá tenía un trazado en espiral:
«Sobre los jóvenes conducidos a Creta, el mito más usual en la tragedia revela que el Minotauro los mataba en el laberinto, o que ellos, dando vueltas y sin poder encontrar la salida, allí morían […]
»Teseo recibió de la enamorada Ariadna el hilo e, informado de cómo pueden recorrerse las espirales del laberinto, mató al Minotauro».
Como vemos, en general, coinciden en resaltar lo difícil que resultaba salir pero callan un sinfín de detalles: ¿estaba al aire libre o techado?, ¿el Minotauro vivía en algún habitáculo especial en el centro del laberinto?, ¿se bifurcaban sus caminos o seguía un recorrido unidireccional? Por lo tanto, de las fuentes escritas tan solo podemos deducir que era un lugar de camino enrevesado y, por inferencia, que por lo menos en algún lugar debía de estar al aire libre, pues de lo contrario Dédalo e Ícaro no podrían haber escapado volando.
Más información nos aportan algunas cerámicas del período clásico en las que aparece representada la lucha de Teseo y el Minotauro, como un vaso ático proveniente de Vulci que se encuentra en el British Museum de Londres, o un kylix ático muy similar que se guarda en el Museo Arqueológico de Madrid. En las grecas que decoran ambos vasos vemos un laberinto unidireccional, de planta rectangular y en el centro, donde se desarrolla la lucha, una especie de templete sostenido por columnas. Lo que no resulta tan claro es si este templete o torre era una metáfora visual para representar la entrada, una construcción que se alzaba en el centro o el laberinto en sí mismo.
Otra fuente iconográfica son algunas monedas cretenses, acuñadas a partir del período clásico, en las que incluyeron la planta del laberinto. Estos diseños siguen el mismo recorrido unidireccional de las grecas de las cerámicas y también suelen ser de planta rectangular, aunque en algunas excepciones siguen una circular. Este trazado unidireccional, en espiral, es más intuitivo, lo que podría explicar su mayor antigüedad y universalidad, pero resulta contradictorio con el mito. ¿Para qué necesita Teseo ir desenrollando un hilo si no hay forma de perderse?
De hecho, en lo único que coinciden las fuentes escritas es en destacar lo difícil que era encontrar la salida, por lo tanto, parece que estamos ante dos laberintos. Uno es el iconográfico, el representado en cerámicas y monedas, y es claramente un laberinto unidireccional ya siga una planta circular o rectangular; mientras que los textos describen otro distinto, que podemos suponer multidireccional, con encrucijadas y callejones sin salida. ¿Existe algún edificio de la antigua Grecia que se corresponda con alguno de estos dos diseños?
Para contestar esta pregunta, el arqueólogo inglés sir Arthur John Evans comprometió a principios del siglo XX su vida y su fortuna, pero encontró la respuesta.
Una leyenda hecha realidad
En 1870, en contra de la opinión común que sostenía que la Ilíada escrita por Homero era solo una fantasía, el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann descubrió la ciudad de Troya y cuatro años después la ciudad de Micenas, la patria del legendario Agamenón. Los arqueólogos estaban entusiasmados, ¿sería posible localizar otros emplazamientos míticos, como el legendario palacio de Minos y su laberinto?
Minos Kalokairinos, un cretense de una familia rica de comerciantes, estaba seguro de que existía y, efectivamente, en 1879 descubrió los primeros vestigios del palacio de Cnosos. Poco más se avanzó desde entonces, pero en 1899 sir Arthur John Evans, convencido de que aquellas ruinas se correspondían con el palacio de Minos, consiguió adquirir el terreno y, después de tres grandes campañas, en 1902 prácticamente había excavado la mayor parte del complejo palaciego. Al poco, en un folleto de la época, que recoge J. Alexander MacGillivray en su gran biografía de Evans, el arqueólogo ingles anunciaba que:
«Podemos estar casi seguros de que este inmenso edificio, con su laberinto de pasillos y pasajes tortuosos, la combinación de salas pequeñas y la larga serie de depósitos sin salida, fue en realidad el laberinto de la tradición posterior que dio alojamiento al Minotauro de truculenta fama».
¿Era cierto? ¿De verdad el palacio de Cnosos era el laberinto? Hoy en día disponemos de muchos más datos sobre la cultura que había levantado aquel palacio. Antes de que se desarrollase la cultura griega clásica, en Grecia habían surgido dos poderosas civilizaciones: la cultura minoica, llamada así por Evans en honor de Minos, y la micénica. La cultura minoica se desarrolló sobre todo en Creta a partir del año 1900 a.C., cuando poco a poco toda la isla se fue ocupando con asentamientos urbanos. En aquel período se levantaron cuatro grandes palacios –el de Cnosos, Festos, Malia y Zacro–, en torno a los cuales se organizaba la vida de cada zona administrativa en las que se dividía la isla. Cada palacio contaba con un gran patio central que articulaba el resto de las numerosas dependencias –viviendas, salas administrativas, almacenes, talleres, templos, pequeños santuarios, etcétera– y funcionaba como centro de intercambio y redistribución. Allí se almacenaban los excedentes productivos y se realizaban trabajos artesanales relacionados con la cerámica y el bronce.
En la actualidad, casi todas las tesis de Evans han sido refutadas y lo cierto es que el arqueólogo inglés no encontró nada que pudiera probar inequívocamente que el palacio de Cnosos fuera el laberinto del mito. Sin embargo, sí es cierto que había tres factores que permitían suponer que el propio palacio era el laberinto.
El primero, como hemos visto, es su intrincada planta, que parece no obedecer a un plan arquitectónico previo y que podría haber quedado en el recuerdo colectivo como un lugar laberíntico.
El segundo es por el término labrys, que, según nos cuenta Plutarco en el siglo I, era como los lidios designaban la doble hacha, un arma sagrada que simbolizaba a las dinastías reinantes de Creta y a sus palacios. Antaño se pensaba que de este término labrys provenía la palabra laberinto, aunque hoy en día esta etimología se ha abandonado y se piensa que, más bien, podría provenir del término micénico da-pu-ri-to.
Y el tercer factor es que, aunque no había aparecido ningún laberinto propiamente dicho, de quien sí quedaban huellas era del Minotauro.
El culto al toro en la Creta minoica
«Probablemente, la fábula griega del minotauro es una tardía y torpe versión de mitos antiquísimos, la sombra de otros sueños aún más horribles».
J. L. Borges, El libro de los seres imaginarios.
Por toda la Creta minoica hay abundantes testimonios arqueológicos de que adoraban un toro sagrado al que probablemente rendían culto durante unas curiosas tauromaquias. Por lo que podemos deducir de pinturas murales, sellos, y representaciones en vasos cerámicos de uso ceremonial, esta fiesta, en esencia, se basaba en saltar por encima de un toro cuando embestía.
Según Manuel Serrano, la primera fase de aquellos juegos consistía en capturar al toro sobre el que luego saltarían (lo que recuerda a las capturas del toro de Maratón por parte de Heracles y, más tarde, de Teseo). En muchas escenas que nos han llegado de esta fiesta al toro se le agarra por la cornamenta, un acto de gran simbolismo pues es probable que sujetar al toro por los cuernos fuera una manera de recibir su fuerza y potencia fecundadora (como quien come el corazón de un enemigo para adquirir su valor o como el hermano pequeño que viste con la ropa del mayor para sentirse como él). De hecho, en casi todas las representaciones que muestran la lucha de Teseo con el Minotauro, el héroe ateniense le sujeta por un cuerno y, como veremos, de cuernos estaba construido el altar que conmemoraba su hazaña en Delos.
La fiesta comenzaba cuando llevaban el animal a la arena, situada en el patio central de los palacios o en algún recinto aledaño. Sentado en una estructura de madera levantada para la ocasión, el público quizá ovacionase en ese momento al toro y a los saltadores, varones y quizá también mujeres con una gran preparación física. Apenas vestían un faldellín a la cintura, iban descalzos, una cinta les sujetaba la larga melena y los músculos de los brazos resaltaban entre brazaletes de oro.
Encerrados con el toro, debían saltar por encima del animal mientras embestía y todo indica que practicaban varios tipos de saltos: en unos debían sujetarlo por los cuernos y aprovechar el movimiento de la cabeza del animal para impulsarse y en otros, simplemente, pasar por encima cuando trataba de atropellarlos a la carrera. Luego, quizá tocasen el lomo del toro y finalmente caían de pie tras él, saludaban y se marchaban dejando sitio para otro saltador. Lo que sí parece seguro es que más de uno se dejaba la vida en el intento, como se deduce de las representaciones que muestran un salto accidentado y el toro dándose la vuelta dispuesto a rematar al infortunado joven.
La fiesta concluía con el sacrificio del toro sobre un altar ceremonial. Algunas partes del animal tal vez se quemarían en honor de los dioses y la sangre se mezclaría con la tierra reforzando así el carácter propiciatorio de la fertilidad que conllevaba todo el ritual. Para matar al toro en algunas ocasiones usaban mazas y quizá la doble hacha minoica, pero, por lo que se infiere de los sellos, la herramienta más habitual era una espada corta, lo cual nos vuelve a recordar el enfrentamiento entre Teseo y el Minotauro ya que, en muchas representaciones cerámicas, Teseo empuña una espada (que sin embargo no suelen mencionar las distintas versiones del mito).
Esta fiesta, u otra similar, también gozaba de gran popularidad en otros lugares del Mediterráneo, tanto en la Grecia micénica como en próximo Oriente, pero en ningún lugar alcanzó tanta importancia como en la Creta minoica. Si a la relevancia de la tauromaquia le sumamos el gran culto que por este animal sentían los minoicos, tal y como prueban la variedad de manifestaciones al respecto (altares simulando la cornamenta, vasos cerámicos rituales con forma de toro, etcétera), la pregunta que podemos hacernos no es, por tanto, por qué el monstruo del laberinto cretense era una bestia taurina, sino ¿podría haber sido cualquier otra?
De hecho, es probable que el recuerdo colectivo de aquellas fiestas taurinas hubiera pasado de generación en generación, mezclándose con otras leyendas, hasta terminar cuajando en un mito que narrase la historia de un ser sobrenatural con forma de toro al que eran sacrificados ritualmente un grupo de jóvenes vasallos. Como nos explica Manuel Serrano:
«La relación del sacrificio del toro con el ámbito religioso queda todavía más patente al observar en la cultura material cómo el toro sacrificado aparece junto a un altar o bien junto a un árbol que denota su importancia como símbolo sacro. J. Younger señala una serie de ejemplos en los que las cabezas del bóvido fueran utilizadas como máscaras. La leyenda del Minotauro puede tener su origen en estos aspectos rituales».
En conclusión, una primera pista en la búsqueda del laberinto nos ha llevado hasta Cnosos, donde hemos descubierto un palacio de enrevesada planta en el que se celebraban grandes fiestas taurinas que, pasadas por el alambique del tiempo, podrían haber inspirado la figura del Minotauro. Pero Creta nos depara otra sorpresa. Hay otro lugar de la isla que podría haber sido el laberinto: largos corredores, bifurcaciones, meandros sinuosos, criaturas que viven en la oscuridad… ¿Y si el laberinto estuviera relacionado con las numerosas cuevas de Creta?
La cueva de Gortyna
A principios del siglo XIX, el explorador y botánico checo Franz Wilhelm Sieber (1789 – 1844) recorrió la isla de Creta en una de sus expediciones científicas. Años después se volvió medio loco y terminó ingresado en un asilo psiquiátrico, pero durante aquel viaje quizá no le faltó tino cuando un día pensó que se estaba adentrando por el laberinto del Minotauro.
El lugar en el que se encontraba era la cueva de Gortyna, también conocida como el Laberinto de Mesara, y se pensaba que había sido el escenario de la lucha entre Teseo y el Minotauro desde que, como hipótesis, el viajero Cristophoro Bouondelmondi lo propusiera por primera vez en 1415 en su libro Descripción de la isla de Creta.
La cueva está situada cerca del yacimiento de Gortyna, al sur de la isla, se extiende a lo largo de unos 2,5 kilómetros y abarca unos 9.000 metros cuadrados surcados por enrevesadas galerías. Durante la segunda guerra mundial fue usada por los alemanes como refugio y una explosión accidental bloqueó su acceso principal; pero hasta entonces era un lugar al que acudían centenares de turistas atraídos por la leyenda, tal y como atestiguan las más de 2.000 firmas que han dejado en las paredes a lo largo de los siglos. Ahora bien, ¿era realmente el laberinto?
Se desconocen aún muchas peculiaridades de la religión minoica, entre otras razones porque aún no se ha conseguido traducir su enigmática escritura (llamada Lineal A). Pero lo que sí sabemos con certeza es que las cuevas desempeñaban un papel muy importante en el ámbito religioso. Además de utilizarse como escondite en tiempos de crisis, servían de santuarios en los que depositaban numerosas ofrendas.
De hecho, los mitos de época clásica recogían aquella importancia religiosa de las cuevas cretenses. Así, por ejemplo, creían que Rea había escondido a su hijo Zeus en una cueva del monte Ida cuando era niño para que no fuera devorado por su padre Cronos y, también, en una cueva se reunían periódicamente Zeus y Minos para intercambiar confidencias.
Además, si las cuevas estuvieran relacionadas con el laberinto, se establece un vínculo muy interesante con el mundo de los herreros. En la Grecia clásica, el dios de los herreros era una antigua divinidad llamada Hefesto, un dios cojo cuya fragua estaba encima del volcán Etna, en Sicilia. Hefesto presenta varias similitudes con Dédalo (aunque no son el mismo). Ambos crean autómatas, son muy hábiles en el trabajo del metal y la artesanía, mantienen una relación distante pero a la vez sumisa con el poder, y, por poner otro ejemplo, los dos están relacionados con un personaje llamado Talo. En el caso de Dédalo, Talo era el brillante sobrino que toma por aprendiz y en el de Hefesto un coloso de bronce que entregó a Minos para que protegiera la isla de Creta. Además, y esto es muy importante, los dos construyen cosas que atrapan. Dédalo, el laberinto y Hefesto una red para inmovilizar a su mujer Afrodita cuando le es infiel con Ares, un trono de oro donde aprisionó a su madre Hera y unas cadenas con las que, cumpliendo una orden de Zeus, ató a Prometeo en lo alto de una montaña.
En suma, ambos personajes presentan muchas semejanzas y, si identificamos a Dédalo con el mundo de los herreros, resulta muy sugerente pensar que el mito estuviera relacionado en su origen con la extracción de metales. Por su menor tamaño corporal, mujeres y niños son quienes realizan las primeras prospecciones en muchas culturas de la Antigüedad, ¿sería el hilo de Ariadna algún método minero para no perderse cuando inspeccionaban una nueva gruta? Ariadna suele traducirse como «la muy santa, ari adnos», aunque su nombre también recuerda a Aracne, la muchacha que dio origen a las arañas, ἀράχνη, que también sueltan hilo, como quizá hicieran las muchachas que se adentraban por vez primera en una cueva.
Hermann Kern, cuya obra supuso un gran impulso en el estudio de los laberintos, rechazaba con cierta vehemencia esta hipótesis:
«La identificación del Laberinto con una caverna es imposible por razones de principio. Semejante identificación solo se pudo pensar en el período helenístico, después de la fusión de la idea del laberinto como dédalo inextricable de caminos con las características de antiguos cultos en las cavernas. También la idea de la luminosa corona de Ariadna es “un producto relativamente tardío”, que se contrapone como una excepción a la versión habitual del Laberinto como edificio y del hilo de Ariadna. ¿Y qué función habría podido desempeñar Dédalo como inventor y arquitecto en una caverna ya hecha? ¿Cómo puede conciliarse la versión de la caverna con la idea del laberinto que se muestra en las monedas de Cnosos a partir del siglo V a.C.? ¿Cómo se puede comparar el azaroso recorrido de las galerías de una caverna con la regularidad, descrita tan precisa, de la danza del laberinto».
Sus argumentos no son definitivos. Salvo por la tablilla de Pilos y alguna greca minoica no sabemos cómo concebían el laberinto antes de la Grecia clásica. Además, como hemos visto, no tienen por qué coincidir necesariamente las representaciones iconográficas con las descripciones de los textos. Las monedas, en tanto que iconos, no buscan un tratamiento naturalista, sino simbólico. Y también se puede matizar que una cueva no necesite de un Dédalo, ya que el trabajo en la mina sí demanda tareas de ingeniería complejas .
En suma, aunque afirmar que hubiera sido justo la cueva de Gortyna la que inspiró el laberinto resulta un tanto aventurado, si podemos admitir cierta verosimilitud en algunos argumentos como el de Paul Faure, profesor de la universidad de Clermont-Ferrand, cuando señala que «el laberinto cretense cercano a Cnosos no era otro lugar que una caverna cultual que seguía un complicado recorrido»; lo cual no es óbice para que mantengamos un prudente escepticismo hasta que la arqueología nos aporte nuevos descubrimientos.
El laberinto de Pilos
Hacia el año 1450 a.C., un gran desastre provocó una gran crisis por toda la isla de Creta y la civilización minoica nunca más consiguió recuperarse. Menos el palacio de Cnosos, que consiguió mantener su poder durante algún tiempo, ya fuera gobernado por cretenses o por micénicos, el resto de los grandes asentamientos entró en una profunda decadencia. Las razones de este colapso aún son objeto de controversia, tal vez fue la consecuencia de un gran terremoto, de revoluciones internas, de una invasión por parte de la emergente potencia micénica, o de una suma de todos estos factores, pero el caso es que por doquier aparecen signos de destrucción y abandono. De ahora en adelante, serán los griegos del continente quienes marcarán las pautas de los acontecimientos.
Aunque no implica una relación de causa y efecto, y quizá sea sencillamente que los micénicos aprovecharon el vacío de poder dejado por los minoicos, lo cierto es que la decadencia de Creta coincide con el mayor desarrollo y la expansión colonial de la cultura micénica que había germinado en la Grecia continental. Los micénicos reciben este nombre por el mayor de sus asentamientos, Micenas.
A pesar de la influencia minoica, desarrollaron una cultura de fuerte personalidad propia. A partir del siglo XV a.C., se fueron afianzando cada vez más en el Mediterráneo y su presencia se manifiesta en relaciones comerciales o coloniales desde la costa siriopalestina a la ría de Huelva, en la España, incluyendo asentamientos estables en Sicilia, las islas Eolias y el golfo de Tarento.
Bien defendidos en amuralladas fortalezas en lo alto de las colinas, expertos guerreros dotados de buen armamento, una economía floreciente con un fuerte comercio exterior: nada presagiaba que esta civilización también entraría en decadencia, pero hacia el año 1200 casi todos los centros de poder micénicos cayeron uno tras otro víctimas de incendios y pillajes por razones desconocidas (tal vez como consecuencia de la invasión de un pueblo extranjero, tal vez por conflictos internos fruto de una gran crisis económica).
Fatalidad para los micénicos, fortuna para los arqueólogos, durante los incendios se cocieron las tablillas de arcilla donde llevaban la administración de los palacios. En el reverso de una de estas tablillas, encontrada en el palacio de Pilos, un anónimo escriba dibujó un laberinto de planta rectangular. Es el más antiguo de toda Grecia y resulta de gran importancia pues nos permite saber que, por lo menos ya en tiempos micénicos, debía de existir la idea de un laberinto. Sin embargo, si no tenemos más referencias ¿cómo podemos estar seguros de que no es el dibujo caprichoso de un escriba?
Una prueba definitiva sería contar con algún documento de la época en que se mencione el mito. Por desgracia, casi todas las tablillas tratan de asuntos administrativos, muy útiles para saber cuántas cabras se enviaban a Pilos como impuestos pero poco prácticas para comprender el paisaje religioso micénico. Aún así, entre estos archivos contables nos aguarda una grata sorpresa.
En varias tablillas se menciona una diosa llamada Potnia (nuestra señora, diosa) y en una de ellas se habla de un da-pu-ri-to po-ti-ni-ja, es decir, de una Diosa del Laberinto. Esta divinidad todavía está envuelta en un halo de misterio, pero es probable que sea similar a una Diosa Madre (o señora de las bestias) que veneraban los minoicos y por la que sentían particular afecto los herreros cretenses, como prueba que en sus talleres –muchas veces situados en cuevas– hayan aparecido figuras suyas. De hecho, el gran micenólogo John Chadwick planteaba que:
«Podría parecer probable que las comunidades de herreros dedicados a esta diosa se dispersaran por Grecia tras el colapso minoico del siglo XV. Sus descendientes podrían muy bien haber mantenido su culto, aunque se helenizaran mucho» .
Además, este laberinto de Pilos nos permite establecer una hipótesis muy interesante para interpretar el mito de Teseo y el Minotauro. Desde el 1900 al 1450 a.C., aproximadamente, los minoicos no tuvieron rival en el mar. Aunque no se han encontrado evidencias de una presencia colonial pesada, sí es probable que durante todo este período mantuvieran con el resto de Grecia una relación pseudocolonial, de poderío, que aún se recordaba siglos después. Y, tras el esplendor minoico de la isla de Creta, hacia el siglo XV a.C. comenzó el apogeo de los micénicos de la Grecia continental.
Dado que el mito habla de tributos entregados por los griegos del continente a los cretenses y de cómo consiguieron librarse de este yugo, ¿podría ser que estuviera reflejando este cambio de liderazgo geopolítico?
La hipótesis es sugerente, pero otra pista nos conduce por un camino distinto (aunque no excluyente), en el cual el laberinto aparece relacionado con una antigua danza conocida como géranos.
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