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Tierra Santa: 2. Jerusalén

Llegamos a Jerusalén, una ciudad legendaria.

Tierra Santa: 2. Jerusalén

El viernes 28 salimos muy pronto hacia Jerusalén desde la Estación Central de Autobuses, en el barrio de Florentin. Los billetes se sacan en el propio autobús, no costaban demasiado y el trayecto no dura más de una hora. Ya en Jerusalén, cogimos un tranvía hacia la ciudad vieja. Hacía un frío tremendo.

Jerusalén desde el Monte de los Olivos.

La parte antigua de la ciudad está dividida en cuatro grandes barrios: el cristiano, el musulmán, el armenio, el judío y el armenio. Nos alojamos en el árabe, el más bullicioso, cerca de la puerta de Damasco, en un hostel muy cutre, pero barato, en el que habían levantado una especie de habitáculos en la azotea. El frío se colaba por las delgadas paredes de ladrillo y las mantas que nos habían dejado necesitaban un buen lavado, pero no nos importaba. Estábamos en Jerusalén, el resto ya lo apañaríamos forrándonos con camisetas, sudaderas y los plumas.

La historia de la ciudad se remonta a la edad del Bronce, cuando Canaán estaba controlada por los egipcios, aunque por entonces apenas era una aldea donde vivirían unos pocos cientos de personas. El escenario cambió por completo después de las invasiones de los pueblos del mar, hacia el 1000 a. C. Por entonces, las grandes potencias del momento -los micénicos, los hititas, los asirios y los egipcios- habían desaparecido o quedado muy debilitadas y habían aparecido nuevos reinos en el corredor sirio-palestino: al norte, los arameos; un poco más abajo, dos reinos hebreos: el de Israel, al norte, con capital en Samaria y el de Judá, al sur, con capital en Jerusalén; y en la costa sur, los filisteos, que probablemente eran un pueblo de origen griego conocido en las fuentes egipcias como los peleset. Por último, al este del mar Muerto, surgieron tres reinos más; de arriba abajo: los amonitas, los moabitas y los edomitas.

Una plaza del barrio judío.

Como explican Israel Finkelstein y Neil Asher en La Biblia desenterrada, hay bastantes indicios para pensar que los hebreos eran de origen cananeo, unas tribus que vivían en las montañas, en la Sefelá, que aprovecharon la crisis del 1200 para organizarse en aquellos dos reinos muy pequeños, pero de gran trascendencia histórica. El reino del norte era mucho más rico y durante un par de siglos ejerció cierta hegemonía en la zona junto con el reino arameo de Damasco, a veces enemigo, a veces aliado, sobre todo con los reyes omritas. Sin embargo, cometieron la imprudencia de enfrentarse directamente a los asirios que, una vez repuestos los arrasaron en el siglo VIII (c. 720  a. C.).

Fue el momento entonces del reino del sur, llamado de Judá, súbdito aliado de los asirios, que aprovechó para expandir sus fronteras, entre otras razones, gracias al aporte demográfico de los hebreos que habían huido del reino de Israel. Así, en el siglo siguiente, Jerusalén no paró de crecer y ya para tiempos del rey Josías (c. 639 y 608 a. C.) debía de ser una ciudad considerable. Es muy probable que fuera durante su reinado cuando se redactase la parte más histórica del Tanaj, la Biblia hebrea, como Reyes y Crónicas, basándose en varias fuentes y una larga tradición oral sobre las cuestiones divinas y la historia de los hebreos, incluidas las fábulas de David y Salomón, dos reyes fundadores que venían a legitimar el creciente poder que reclamaban para sí los sacerdotes del templo de Jerusalén. 

En el siglo VI, los caldeos de Babilonia consiguen controlar toda Mesopotamia en detrimento de los asirios, uno de los pueblos más terribles de toda la historia, y en un acto de insensatez Judá trató de enfrentarse a ellos. Fue un desastre total y hacia el 586 a. C. Nabucodonosor II conquistó Jerusalén, arrasó su gran templo dedicado a Yahvé y se llevó a gran parte de los hebreos -al menos a la elite intelectual y económica- cautivos a Babilonia.

Grandes maestros en preservar su cultura aún en las condiciones más adversas, los hebreos siguieron trabajando en el Tanaj durante el cautiverio y es muy probable que por entonces añadieran, entre otros elementos, los pasajes más fantásticos, como el Génesis y el Diluvio, dos episodios que tomaron la tradición sumerio acadia. Y sospecho que debió de ser también entonces cuando se formó la leyenda del primer templo de Jerusalén, un templo magnífico levantado en tiempos del legendario rey Salomón con oro, marfil, cedros del Líbano y otros materiales preciosos, un templo, a fin de cuentas, capaz de rivalizar con los espléndidos zigurats de Babilonia y demás ciudades del imperio Caldeo. 

Territorio convulso desde la Antigüedad hasta nuestros días, al poco se alzó una nueva potencia en Mesopotamia, los persas aqueménidas y uno de sus reyes más importantes, Ciro el Grande, permitió en el año 537 a. C. que los hebreos volvieran a Jerusalén y Judá, convertida en una provincia del imperio aqueménida, aunque con cierta autonomía para resolver sus asuntos internos. 

Eva en la puerta de Sion, una de las grandes puertas de la ciudad vieja.

Pasemos por el resto de la historia de forma aún más resumida. El dominio persa llegó a su fin en el siglo IV a. C. con la conquista del griego macedonio Alejandro Magno y tras su muerte en el año 323 a. C., el reino de Judá volvió a ser de nuevo independiente en la práctica hasta que llegaron los romanos en el siglo I a. C. Después de que cayera el imperio romano de Occidente en el siglo V, Jerusalén se mantuvo en la órbita de los bizantinos hasta que fue conquistada por los árabes en el siglo VII. Aunque estuvo gobernada durante breve tiempo por los cruzados, la mayor parte de la Edad Media siguió en manos árabes y mamelucas hasta que a principios del siglo XVI pasó a formar parte del imperio Otomano.

Eva riendo durante una dura pugna por sacarle una foto en el cuartucho donde nos alojábamos.

Ya en el siglo XX, tras la primera guerra mundial, junto con el resto de territorios de Palestina, Transjordania e Irak quedó bajo mandato del imperio Británico y cuando los ingleses se fueron después de la segunda guerra mundial fue uno de los principales escenarios bélicos de la guerra árabe – israelí de 1948. Hoy en día es la capital declarada del Estado de Israel, aunque su estatus es objeto de discusión en la comunidad internacional. Lamentablemente, el conflicto no ha acabado y la población palestina de la ciudad se ve sometida a un acoso sistemático por parte del gobierno y el ejército israelí, que está buscando expulsar a todos los palestinos de jerusalén.

La llamada Ciudadela de David, al suroeste de la ciudad antigua, parada imprescindible si vas con tiempo.

Cuatro barrios

Pasamos tres días en Jerusalén, la mayor parte en la ciudad vieja salvo algunas excursiones: el museo de Israel, que es formidable, el Monte de los Olivos, desde donde se disfrutan unas vistas magníficas, la llamada Ciudadela de David y algunas iglesias que hay por el sur.

Como decía, dentro de los muros, la ciudad está dividida en cuatro barrios. El barrio que más nos gustó fue el armenio, el más pequeño, al sudoeste, quizás porque era el más tranquilo. La presencia armenia en la ciudad se remonta a los romanos, aunque probablemente comenzó a ser más numerosa a partir de que los armenios abrazara el cristianismo en el siglo IV.

Las construcciones son muy curiosas, a medio camino entre la casa y la fortaleza, con ventanas altas y puertas pequeñas y estrechas, como resultado de las numerosas persecuciones que han sufrido.

Nosotros nos alojamos en el barrio árabe, muy bullicioso, donde sus habitantes deben soportar cada vez más presiones. Durante el día, con todas las tiendas abiertas, puede terminar siendo un poco agobio y casi nos gustó más por la noche, con las calles vacías y apenas iluminadas.

El barrio judío se encuentra al sureste y a la que sales de los sitios famosos también es bastante tranquilo.

El barrio cristiano nos pareció el más soso. Arquitectónicamente se parece al árabe, pero sin todos los chiringuitos en la calle.

Tres sitios sagrados

Jerusalén es una ciudad legendaria por donde han pasado un montón de pueblos y culturas, desde los hebreos a los griegos, romanos, armenios,árabes, sirios, egipcios, nestorianos, católicos, maronitas, coptos, y un largo etcétera. Algunos pasaron de forma epidérmica, sin dejar huella en la ciudad, mientras que otros fueron decisivos en su devenir pasado y presente. Signo de este batiburrillo histórico son los tres grandes emplazamientos sagrados de las religiones que han marcado el rumbo de la ciudad: la iglesia del Santo Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas.

Iglesia del Santo Sepulcro.

Según la tradición cristiana, en la Iglesia del Santo Sepulcro se encuentran los restos mortales de Jesús, lo cual parece históricamente improbable, así como parte de la roca del Gólgota, el lugar donde en teoría fue crucificado. Como obra de arte es un poco un desastre, un pastiche de naves y capillas que ha ido creciendo un poco a la random a partir de una basílica levantada en tiempos de Constantino (c. 272​ – 337), pero es muy emocionante por su recorrido histórico y el ambiente sacro del lugar.

Es divertido encontrarse ahí a monjes y sacerdotes de una gran variedad de iglesias cristianas, ya que hasta el último milímetro está repartido entre distintas confesiones: la Hermandad griega del Santo Sepulcro, los franciscanos católicos, los armenios, los coptos, los etíopes y hasta la comunidad de cristianos sirios. La entrada es gratuita y conviene ir pronto por la mañana, que luego se llena de turistas.

En el centro de la iglesia hay un templete en el que según la tradición está enterrado Jesús. Habría que hacer una prueba de carbono 14, pero me apuesto un café que esas exequias no se remontan más atrás del medioevo.

El Muro de las Lamentaciones, el Kotel, el sitio de plegaria más importante para los judíos, se encuentra en el sur de la ciudad antigua y es una pared de unos 60 metros de longitud que se conserva del segundo gran templo de Jerusalén, que fue levantado en tiempos de Herodes I el Grande (37 – 4 a. C.), rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea. Aunque era vasallo de los romanos, gobernó de forma independiente y durante su reinado se construyeron grandes obras de arquitectura e ingeniería, como el puerto artificial de Cesarea o las fortalezas de Masada y Herodion.  

Una maqueta con la reconstrucción del templo.

Durante el siguiente siglo, en el año 66 d.C., los hebreos se rebelaron contra el poder de Roma. Las legiones romanas los hicieron papilla y en el año 70 destruyeron la mayor parte del templo como represalia. Los restos que han quedado, ese gran muro, son el lugar más sagrado para los judíos. Aunque hay que pasar un control por los atentados terroristas, el Muro se puede visitar a cualquier hora y la verdad es que también resulta muy emocionante por toda la historia que del lugar.

Muro de las Lamentaciones. A la izquierda se ponen los hombres y a la derecha, separadas, las mujeres.

La Explanada de las Mezquitas, el Noble Santuario (Al Haram al Sharif), es el tercer gran sitio sacro de la ciudad, en este caso, para los musulmanes. Es un gran conjunto que se encuentra en el sureste de la ciudad antigua y si no eres musulmán se puede visitar solo de domingo a jueves a primera hora de la mañana, de 7.30 a 10.30, aunque conviene preguntar al llegar ahí por si ha cambiado el horario. Los no creyentes solo pueden acceder desde una especie de corredor que se levanta en el patio del Muro de las Lamentaciones, por la Puerta de los Moros. Aunque suena trabajera, es muy sencillo y sin duda que vale la pena. 

El Noble Santuario es el tercer sitio más sagrado para los musulmanes después de La Meca y Medina, ya que según El Corán desde aquí Mahoma emprendió su ascensión al Cielo (el Viaje Nocturno). El complejo incluye varios edificios sacros. El más importante es la Mezquita de Al-Aqsa, que da nombre a todo el conjunto, la cual se comenzó a construir hacia el año 691 bajo la dinastía de los Omeyas. 

Sin embargo, para el turista resulta más espectacular la llamada Cúpula de la Roca, que fue levantada entre los años los años 687 y 691 por mandato del califa Abd al-Malik.

La Cúpula de la Roca.

Y hasta aquí nuestras aventuras por Jerusalén. Es realmente triste que una ciudad que podría representar la convivencia de distintas religiones sea en realidad lo contrario, un lugar donde se odian todos y si pudieran se matarían los unos a los otros sin contemplaciones, pero la verdad es que uno se emociona paseando por las calles de esta ciudad legendaria, incluso aunque te vayas topando con soldados armados hasta los dientes cada dos por tres. Supongo que tarde o temprano se liará allí una tremenda. Un episodio más en la historia negra de esa bestia feroz que es el ser humano.

La Vía Dolorosa, un itinerario que rememora de forma simbólica el camino de Jesús hacia el Calvario.

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