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Tierra Santa: 5. Negev

Volvemos a Israel para adentrarnos en el desierto

Tierra Santa: 5. Negev

Después de pasar dos días y tres noches en Petra, el viernes por la mañana tocaba volver. Podíamos seguir dos rutas. Una era ir hacia el norte, pasar la noche en Ammán y al día siguiente cruzar la frontera, lo que nos dejaba aún un día de viaje antes de tener que coger el avión de regreso el domingo a Madrid. Sin embargo era un camino arriesgado, ya que el shabat, el día sagrado de los judíos, comienza al atardecer del viernes y termina el sábado por la noche, por lo que nos la jugábamos a pasarnos el sábado tirados en algún lado random sin poder movernos a la velocidad que queríamos.

Así que optamos por una segunda ruta: regresar rápidamente a Eilat para alquilar un coche con el que poder desplazarnos sin problemas lo que quedaba de viaje. Dicho y hecho, al mediodía habíamos llegado a Eilat, una ciudad de turismo playero, para nosotros indigerible, y de ahí marchamos al legendario desierto del Negev.

El desierto del Negev se extiende por unos 13.000 km² al sur de Israel: un paisaje de arena y roca donde las temperaturas pueden llegar a los 50 grados. El momento histórico en el que estuvo más poblado fue en tiempos de los nabateos, entre los siglos III a. C. y II d. C., gracias a las rutas comerciales que conectaban medio Oriente con el Mediterráneo; pero en general ha sido un territorio de tránsito donde apenas han existido establecimientos permanentes.

Hoy es escenario de un episodio más de conflictos étnicos y religiosos en Israel. El gobierno israelita quiere desmontar las aldeas beduinas argumentando que son asentamientos ilegales y los beduinos, cada vez más empobrecidos, marchan hasta las ciudades donde solo les espera más miseria y marginación.

Con Eva al volante, nosotros marchamos durante toda la tarde por el desierto en busca del cráter Ramon, una formación geológica espectacular. Tiene 42 kilómetros de largo por 10 kilómetros de ancho y es resultado de la erosión, aunque por las dimensiones pudiera parecer que es fruto del impacto de un meteorito.

Llegamos hacia las cuatro de la tarde a Mitzpe Ramon una ciudad pequeña en uno de los bordes del cráter, después de haber recogido a unos chavales que volvían de hacer senderismo, y nos dio tiempo para darnos una vuelta que disfrutamos muchísimo.

De haber tenido una jornada más, sin duda que habría valido la pena dormir allí y haberle dedicado un trekking más largo al día siguiente, pero íbamos contrarreloj y cuando comenzaba a anochecer seguimos camino hacia Beerseba, donde queríamos pasar la noche.

En Beerseba cenamos en un sitio inmundo, el único que encontramos abierto en shabat, y nos alojamos en lo que nos pareció un prostíbulo por la decoración de la habitación y el trasiego nocturno de puertas y risas que se sucedió durante toda la noche. En cualquier caso, dormimos como lirones.

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