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Armenia 1: Echmiadzín

Primera etapa del viaje por el Cáucaso: Erevan y Echmiadzín

Armenia 1: Echmiadzín

En agosto de 2019, Eva y yo marchamos a un viaje de unos 15 días por Armenia y Georgia, dos países que teníamos muchas ganas de visitar desde hacía tiempo. En general, el viaje nos encantó y el único problema fueron los pocos días que le pudimos dedicar a Armenia, que al final solo fueron cinco y deberían haber sido diez más. De hecho, aunque suelen hacerse los dos países de una tanda, sin duda que vale la pena dedicarle a cada uno 15 días.

Comenzamos la expedición por Ereván, la capital de Armenia, donde llegamos después de haber pasado la noche volando. En teoría, el plan era perfecto. Salíamos de Madrid hacia las 2 de la mañana, llegábamos a Kiev hacia las 7 y luego cogíamos el vuelo final a las 11. Al menos, nos decíamos, dormiríamos las 5 horas del primer vuelo, pero cometimos un error fatal. Después de cenar nos entró una modorra tremenda y, preocupados por no quedarnos fritos, nos atiborramos de café y nos pasamos la noche sin pegar ojo al borde de una taquicardia a tropecientos mil metros de altura. Llegamos como zombies, nos echamos un par de horas y comenzamos a patear la ciudad.

Ereván

Ereván es una ciudad moderna muy cómoda para el viajero. La gente es encantadora, el coste de vida es bajo y se come muy bien por poco dinero. Al ser un país pequeño se suele usar como campamento base para excursiones diarias, que se ofrecen a mansalva por el centro a precios europeos, pero si se va en coche es más interesante ir durmiendo por otros sitios. Sin coche es más complicado, ya que la red de marshrutkas, una especie de furgonetas grandes convertidas en autobuses, es algo precaria, sobre todo las que van hacia el sur. Hay pocas y se llenan enseguida. Eso sí, ojo, si alguien quiere alquilar ahí un coche, debe conducir bien. Muchas carreteras están en muy mal estado, son un bache tras otro, y los códigos de circulación no son tan estrictos como Europa. Ahí por ejemplo el permiso de adelantamiento no viene señalado por las líneas del suelo, sino por el espacio disponible en cada tramo. En cualquier caso, al igual que sucede en Georgia, si se va apurado de días, a las malas se puede contratar un coche con conductor, que no sale muy caro para distancias medias, ya que hay un montón de sitios interesantes alejados entre sí a los que llegar en autobús en poco tiempo es imposible.

Como decía, Ereván es una ciudad muy agradable para estar, aunque la zona monumental es pequeña, que entre los terremotos y la apisonadora estética comunista apenas se han salvado unos pocos edificios históricos, por lo que no recomendaría dedicarle un día ex profeso, sino ir viéndola de a poquitos entre una excursión y otra.

En esas incursiones no puede faltar el museo nacional de historia, ya que la identidad actual del país está muy marcada por su pasado, que ha estado determinado por su posición geográfica, en la transcaucásica, sin fronteras naturales y rodeada por vecinos muy poderosos: al oeste y en sucesión cronológica, los hititas, los romanos, los bizantinos y los otomanos; al sur, los persas; y al norte los rusos. Sin cordilleras, desiertos o ríos infranqueables y con una economía humilde, cada vez que un vecino le entraba un apretón expansionista, Armenia caía invadida con mejor o peor fortuna, aunque el peor episodio lo firmaron los turcos otomanos a principios del siglo XX, cuando asesinaron entre un millón y medio y dos millones de civiles en el denominado genocidio armenio.

Museo nacional de historia.

Echmiadzín

Al día siguiente de haber llegado a Ereván marchamos a Echmiadzín, la capital religiosa del país, donde se encuentra la Santa Sede de la iglesia apostólica armenia, sede del catholicós, el equivalente al Vaticano y el papa para entendernos.

Se puede ir y volver con facilidad en un autobús un tanto desvencijado que sale de la estación principal, donde llegamos dando un paseo de una media hora desde el centro.

Armenia 1 – Obsolescencia programada 0

Camino de Echmiadzín hablamos sobre el peso tan fuerte que tiene el cristianismo hoy en día en Armenia, donde es una de sus principales señales de identidad, al igual que sucede en Georgia. Desde fuera, pasando unos días por el país, el tema produce gracia e interés por lo exótico, pero si le echas una pensada, la verdad, es que debe ser una tabarra seguir viviendo en un sitio donde la religión tiene un peso tan fuerte, sea cual sea, ojo, que el problema no es tanto en lo que se cree, que también, sino en no poder discutirlo, negociarlo y consensuarlo porque es un problema de dogma y fe.

Ceremonia religiosa en una de las iglesias de Echmiadzín, quizás un bautismo. En general, al estar medio cantados, los actos litúrgicos son muy interesantes tanto en Armenia como en Georgia

Armenia fue el segundo país en convertirse al cristianismo, después de Etiopía, en el año 301. Aquel episodio histórico protagonizado por un rey enloquecido, una virgen mártir de gran belleza y un monje cautivo es un motivo recurrente en la imaginería religiosa armenia y ya se relataba en una obra casi contemporánea a los hechos, La historia del Reino de Dertad, atribuida a un tal Agathangelos, supuesto secretario del rey Tiridates III, que ha sido reescrita muchas veces a lo largo del tiempo. En esencia, la leyenda viene a contar lo siguiente.

A principios del siglo IV, Armenia estaba gobernada por un rey llamado Tiridates III el Grande (287 – 330), el cual había conseguido recuperar el trono con ayuda de los romanos después de que su padre hubiera sido asesinado por los persas sasánidas. Al poco de llegar al poder se vengó de uno de los que habían participado en el complot sasánida, un hombre llamado Gregorio, que profesaba la fe cristiana, aún muy minoritaria entre sus súbditos paganos, y lo encerró en una mazmorra muy pequeña llena de serpientes y otros bichos inmundos, pero allí siguió con vida gracias a la intervención divina.

El siguiente capítulo de la historia se desarrolla en Roma en el año 301, unos 13 años después del cautiverio de Gregorio, que mientras tanto había seguido encerrado. En la capital del imperio había una comunidad de una treintena de vírgenes que habían decidido dedicar su vida al dios de los cristianos. El emperador romano Diocleciano se encaprichó de la más hermosa de todas, una mujer noble llamada Hripsime o Ripsime, y las muchachas huyeron hasta Armenia para evitar que las violase. Allí fueron acogidas por el rey Tiridates, que también se enamoró de Hripsime, pero la mujer también le rechazó y, encolerizado, ordenó matarlas a todas tras suplicios horribles. Solo se salvó una virgen, Ninó, que marchó a Georgia, donde introdujo el cristianismo.

Y así llegamos al desenlace de la historia. Como castigo divino por sus pecados, el rey enloqueció y marchó a vivir a los bosques comportándose como un jabalí, pero Gregorio dijo que podía curarle de su mal, así que probaron a liberarlo y consiguió sanar a Tiridates por mediación de Dios. Agradecido, el rey decidió adoptar el cristianismo como religión oficial siguiendo las enseñanzas de Gregorio, que ha pasado a la historia con el apelativo de el Iluminador.

Cruz en el recinto de Echmiadzín

Ahora bien, quizás el proceso fue más complejo que esta historia de reyes locos y vírgenes martirizadas. Cuando un gobernante decidía convertir sus dominios a una religión, sobre todo cuando no era la mayoritaria entre sus súbditos, solía ser por razones prácticas, porque iba a obtener algo que compensaría los problemas de popularidad que podían surgir por un cambio tan drástico.

Tengo que investigar más sobre el tema, pero así de primeras sospecho que fue por razones estratégicas. A principios del siglo IV, Armenia se encontraba entre medias de dos grandes potencias con muchas ganas de anexionarse el territorio: a un lado, los persas sasánidas, cuya religión de Estado era el zoroastrismo; al otro, el imperio romano con su panteón politeísta de divinidades clásicas. Asumiendo el cristianismo como religión oficial, Tiridates conseguía distanciarse de unos y otros alzando una muralla cultural insalvable donde no había murallas naturales, como cordilleras o ríos, que delimitasen con claridad el territorio.

Iglesias de ayer y hoy

El conjunto de Echmiadzín es muy agradable, son espacios abiertos donde se reparten un tanto desperdigados iglesias de todas las épocas, alojamientos del clero y algunos edificios administrativos. Después de tomar un café preparado a la turca (café disuelto en agua hirviendo que va reposando en el fondo), alternativa única al café soluble industrial, nosotros comenzamos la visita por la iglesia de san Gayane, que se encuentra en uno de los extremos del recinto. Es una de las más antiguas, se levantó hacia el año 630, y está dedicada a un abad que en teoría acompañó a santa Hripsime.

De camino, pasamos por un cementerio poco interesante, salvo por alguna tumba dispersa. De haber sabido quién estaba enterrado, igual nos habría emocionado más.

Como decía, además de catedrales e iglesias, en el recinto hay edificios con otras funciones, como alojar al personal religioso que trabaja o estudia allí, o realizar las tareas administrativas de la sede eclesiástica. Hubiera estado bien haber podido conocer en detalle la vida cotidiana del sitio, que debe ser curiosa.

Y así, de jardín en jardín, de un edificio a otro, llegamos a la iglesia más importante del conjunto, la catedral de Echmiadzín, una iglesia del siglo IV que debía dejarnos boquiabiertos, pero nos la encontramos en obras y cerrada por alguna razón funesta.

La catedral de Echmiadzín
Puerta de la catedral de Echmiadzín. Magnífica.

Pero además de las iglesias históricas, hay algunas contemporáneas muy interesantes. De hecho, hacía tiempo que no me encontraba construcciones cristianas actuales interesantes, lo cual no deja de ser curioso si pensamos que durante siglos cualquier alarde arquitectónico se realizaba primero en las iglesias.

Nuestra iglesia contemporánea favorita fue la de Vagharshapat, diseñada por el arquitecto Jim Torosyan en 2007. Es de planta circular, muy alta, pero al mismo tiempo el interior es muy armónico y agradable.

Bonus track, además del conjunto de Echmiadzín, hay otras tres iglesias históricas fuera del recinto. Una es la iglesia de shoghakat, de 1694, que, como es habitual en el arte armenio, tiene el campanario en la entrada.

La segunda, más importante, es la iglesia de Santa Hripsime, terminada hacia el año 618, que es una de las más antiguas del país y resume todas las características del arte armenio clásico. Durante nuestra visita se estaba celebrando una boda, lo que le dio más alegría y colorido a la visita, ya que todos iban guapísimos y guapísimas.

Y aún hay otra iglesia importante más, actualmente en ruinas, la antigua catedral de Zvartnóts, pero andando se tardaba en llegar y estábamos cansados después de andar todo el día, así que la dejamos para otra ocasión.

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