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Cosmogonías: el Kalevala

Apunte sobre el libro mitológico finlandés Kalevala

Cosmogonías: el Kalevala

El Kalevala es el mayor poema épico finlandés. Lo escribió Elias Lönnrot en el siglo XIX a partir de una gran cantidad de relatos folclóricos que recopiló viajando de punta a punta del país. Aunque Lönnrot añadió algunos pasajes de su propia cosecha y hacía ya siglos que el cristianismo se había implantado en el país, en la actualidad el Kalevala es la mejor fuente para conocer los mitos de los antiguos fineses. Aparte de que es una maravilla literaria, un aspecto muy interesante de esta obra es que es el resultado de una gran mezcla cultural. Toma detalles de la mitología germánico-escandinava y los mezcla con un sustrato de los pueblos cazadores de Finlandia y Siberia, los ugro-fineses, como lapones, vogules, ostiakos, y, quizá, magiares.

El Kalevala comienza cuando ya existen algunas cosas, como el Tiempo, pues «el Tiempo nació al hacerlo la primera criatura» y ya habían surgido algunas divinidades y fuerzas naturales. A continuación nos presenta a Luonnotar, una hermosa virgen hija de Ilma, el Aire. Durante mucho tiempo, Luonnotar vagó por las vastas regiones del aire, pero cada vez se sentía más y más fatigada y aburrida por no tener ningún hijo.

Un día, Luonnotar se lanzó contra el mar y se dejó llevar a la deriva empujada por las grandes olas. Un soplo de aire acarició su vientre, el mar, fuente de vida, la volvió fecunda y se quedó embarazada.

Pasaron siete siglos y la criatura que llevaba en su seno seguía sin nacer. Un dolor espantoso la quemaba las entrañas y las olas seguían empujándola de acá para allá por aquel mar sin límites. Desesperada, pidió ayuda a Ukko, la divinidad más poderosa del panteón finlandés, dios del cielo y el clima. Entonces, un águila gigante gigantesca bajó del cielo, construyó un nido en la rodilla de Luonnotar y puso allí seis huevos de oro y un séptimo de hierro.

Durante tres días, el águila incubó los huevos, pero luego Luonnotar sintió mucho calor en la rodilla y la zambulló en el agua mientras los huevos se estrellaban contra el mar. De la parte inferior de los cascarones se formó la Tierra, de la superior, el Cielo; con las yemas se hizo el Sol y con la claras, la Luna. Algunos pedazos moteados dieron lugar a las nubes, otros a las estrellas.

Luonnotar siguió flotando a la deriva y, después de diez años desde que el águila anidase en su rodilla, sacó la cabeza fuera del agua y se puso a crear cosas a su alrededor. Con las manos, levantó montañas, con los pies horadó agujeros para los peces. Allanó las orillas y al golpearse contra la Tierra provocó la aparición de ensenadas, bahías y golfos. En el centro del mar creó escollos fatales para los navíos.

Pasaron otros treinta años y su hijo, que se llamaba Väinämöinen, seguía sin nacer. En vano, Väinämöinen suplicó a la Luna y el Sol que le ayudaran a salir de aquella guarida sofocante donde el aburrimiento le provocaba una fatiga inmensa. Por fin, un día que ya no aguantaba más, rompió con el dedo anular la puerta de la fortaleza que lo retenía (el himen) y reptando consiguió salir del vientre materno. De las aventuras que le pasaron desde entonces, que no guardan ya relación con la cosmogonía ugro-finesa, hablaré en otro momento.

 

Notas

1. En su artículo ¿Brujos y magos en el “Kalevala”? (Ilu, nº 11, 2006), José Andrés Alonso de la Fuente recomienda leer la traducción de Joaquín Fernández y Ursula Ojanen, en Alianza. Como aún no la he podido conseguir, para este artículo usé la adaptación del J. Bergua, que al parecer no es muy buena (1).

Notas de las notas

1. Escribí este texto hace años; tiempo después encontré la edición de Alianza. Muy buena.

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