Georgia 6: Stepantsminda
Fin de viaje: en busca de Prometeo por el Cáucaso.

De camino
Después de pegarnos un buen atracón de monasterios en Kakhetia, marchamos a Stepantsminda, al norte del país, a los pies del Cáucaso. Desde Telavi teníamos dos maneras de llegar. Una era regresar en marshrutka a Tbilisi y desde ahí coger otra que llegaría a nuestro destino en unas tres horas. Nos daba un perezón tremendo desandar el camino, así que preguntamos al dueño del hotel donde nos alojábamos si había opción de cruzar directamente por la reserva natural de Ilto. El paisano, muy majo, no tardó en llamar a un amigo, Giorgi se llamaba, con el que acordamos un precio razonable para que nos llevara hasta Stepantsminda. Fue un acierto.
Apenas nos montamos en el coche, en una mezcla de georgiano -que no hay dios que lo entienda-, mímica y dibujos conseguimos entender que preguntaba si nos molestaba que viniera su mujer al viaje. Claro está, dijimos que encantados de que viniera también y marchamos a recogerla para salir todos juntos de excursión. La mujer era muy simpática y llevaba un montón de bolsas y cestas cuyo contenido descubrimos más tarde.
El primer tramo del viaje por una carretera estrecha y sinuosa, rodeados por un bosque espeso, a través de la reserva natural de Ilto fue formidable. Eva y yo nos moríamos por parar el coche y echar a andar por el bosque y no descartamos volver algún día para recorrer toda esa zona a pie. Giorgi y su mujer de vez en cuando paraban para que sacáramos alguna foto y, sobre todo, recoger frutos del bosque -a cada cual más amargo- que nos ofrecían entusiasmados alabando sus virtudes para la circulación, la digestión y no recuerdo cuántas cosas más.
Al salir de los bosques llegamos al antigua fortaleza de Ananuri en la ribera del lago Zhinvali. Era la residencia de los duques de Aragavi, señores de la zona, y se mantuvo en uso hasta el siglo XIX. Muy chula y las vistas sobre el lago son magníficas.

Después de visitar la fortaleza volvimos a ponernos en marcha, pero al rato Giorgi se desvió por un sendero y nos llevó hasta una explanada donde paró el coche. Eva y yo le miramos intrigados y su mujer que chapurreaba algo de inglés nos explicó que era hora de comer. Comenzaron a sacar toneladas de comida y vino de las bolsas y cestas y en un santiamén prepararon una fogata con ramas caídas en la que preparamos unos pinchos morunos que estaban de rechupete.
Le dije a Eva, que no acostumbra a beber, que no dejara el vaso vacío que no tardarían en volver a llenárselo, pero de nada sirvió el aviso y los dos terminamos bastante achispados por el vino casero de Giorgi, que cayó a raudales. Eva, una jabata de la cortesía, tuvo además el estómago para comer carne a pesar de ser vegetariana. Para mí, tragaldabas impenitente, fue como estar en la antesala del Paraíso.
Stepantsminda
Tras el atracón seguimos ya directos hasta Stepantsminda, que nos daba un poco de miedo por lo que habíamos leído sobre el sitio: que si está lleno de turistas, que si la gente es muy antipática, que si todo es carísimo… Por lo que me contó mi amigo Alejandro Somoano, que estuvo por Georgia poco después, es cierto que debe ser más chula la región de Svaneti, pero, al menos de momento, el pueblo no nos pareció tan espantoso y, en cualquier caso, el Cáucaso es tan bonito que nos hubiera dado igual si el campamento base hubiera estado en Benidorm.

Nos alojamos en un sitio intrascendente, echamos la noche después de intentar bajar algo la provisión de vino que nos habían ido regalando días atrás, que ya rondaba los 4 o 5 litros, y a la que amaneció nos pusimos en camino. La ruta habitual va desde el pueblo de Stepantsminda hasta la iglesia de la Trinidad de Guergeti, a unos 2170 metros de altura, que no tiene mucho interés en sí misma, sino que sirve de excusa para echar unas horas andando por la montaña. De hecho, la ruta prosigue hasta una loma más alta, aunque nosotros no llegamos hasta ahí, que hacía frío, lloviznaba y no dábamos más de sí.
A la mañana siguiente cogimos una marshrutka que salía a las 7 para Tbilisi, donde llegamos a las tres horas más o menos, poco después cogimos el avión de regreso.
El viaje por el Cáucaso, la verdad, es que nos gustó mucho y con una semana más por Armenia ya habría sido perfecto, pero bueno, siempre cabe la posibilidad de volver : ).
Bonus track: Prometeo
Estar en el Cáucaso era un sueño que tenía desde adolescente, cuando descubrí a una de las figuras más fascinantes de la mitología griega, el titán Prometeo, un dios cuyo amor por los seres humanos le costó muy caro.
Su primera afrenta a los demás dioses ocurrió una vez que se estaba decidiendo qué parte del buey sacrificado le tocaba a los dioses y cuál a los humanos. Prometeo, todo tretas y argucias, ocultó las partes más sabrosas del buey –la carne y las vísceras– entre la piel sucia del animal y luego preparó otro montón con los huesos untados de grasa para que resplandecieran. Zeus cayó en la trampa y escogió el montón de los huesos, por lo que a los mortales nos tocó quedarnos con las partes más suculentas. Y precisamente de este suceso provenía la costumbre griega de quemar en honor a los dioses los huesos de los bueyes sacrificados. Eso sí, a cambio de nuestra suerte en el reparto, al pobre Prometeo le tocó soportar el primer enfado de Zeus, un dios con el que desde luego no conviene enfrentarse.
Aún así, Prometeo volvió a engañar al crónida pues desafió su orden de que el fuego estuviera prohibido a los mortales y se lo entregó a la humanidad. Esta vez sí que Zeus se enfadó de verdad y planeó una venganza cruel . Le pidió a Hefesto que modelase una doncella muy hermosa y Atenea la vistió con un velo blanco, coronas de flores y una diadema de oro. Luego, Zeus cogió a aquella criatura exquisita, de nombre Pandora, y se la entregó a Epimeteo, el torpe hermano de Prometeo. Al aceptar el regalo, Epimeteo cometió un error terrible, según Hesíodo, pues Pandora era una mujer y, desde entonces, las mujeres conviven con los hombres dilapidando sus esfuerzos y volviéndolos locos de amor (1).
No debemos ser muy duros juzgando esta estupidez que dice Hesíodo. En general, los griegos eran bastante machistas. Salvo excepciones, como Aspasia, la mujer del gran estadista Pericles, o la poetisa Safo, las mujeres apenas disfrutaban de ningún derecho o consideración en la antigua Grecia. A diferencia de las mujeres romanas, las griegas apenas tenían voz en la vida pública. Su trabajo era cuidar de la casa y parir hijos, varones a ser posible, y solo las prostitutas y las sacerdotisas gozaban de cierta libertad. Como ejemplo, podemos pensar en la pobre Penélope, mujer de Odiseo, que se pasó los mejores años de su existencia cosiendo y alimentando a unos bestias mientras su marido se divertía guerreando por el Mediterráneo. En este contexto horroroso , resulta comprensible que Hesíodo las considerase fuente de todo mal y un terrible castigo para los hombres.

Por otra parte, me llama mucho la atención que Hesíodo, al que supongo inteligente, no se diera cuenta de los problemas de continuidad que provocaba esta tardía aparición de Pandora. ¿Cómo se reproducían los mortales hasta ese momento? ¿Por partenogénesis? De hecho, no concuerda con su mito de las edades , ya que las fatigas llegaron a la estirpe de los hombres de hierro por su propia degeneración y tras haber pasado por cuatro estirpes que contaban con mujeres. En otras tradiciones, sin embargo, todo resulta mucho más coherente al atribuir a Prometeo la creación de la humanidad. Así, resulta más razonable, pues apenas habría pasado tiempo entre la aparición de los primeros hombres y la llegada de Pandora.
En cualquier caso, sí sabemos una cosa con certeza: Zeus estaba muy, pero que muy, enfadado y decidió castigar a Prometeo al estilo griego, condenándole a un suplicio para toda la eternidad. Así, ordenó que le encadenasen en lo más alto del Cáucaso, donde todas las mañanas llegaba un águila para devorarle poco a poco el hígado, que se regeneraba durante la noche. Por fortuna, un día pasó por allí Heracles y liberó al buen Prometeo, claro está, con el consentimiento de Zeus (2).

Notas
1. En Los trabajos y los días, Hesíodo nos cuenta cómo Epimeteo guardaba una jarra que contenía todos los males del mundo. Hasta la llegada de Pandora, los hombres vivían felices, no necesitaban trabajar para alimentarse ni conocían las enfermedades. Pero Pandora, curiosa ella, abrió la tapa de la jarra y los males escaparon para desdicha de los mortales, que desde entonces padecen todo tipo de penurias. Por suerte, Pandora consiguió cerrar la jarra antes de que escapara la esperanza, gracias a la cual los humanos pueden soportar tanto mal y sufrimiento.
El mito de Pandora es muy interesante y seguro que te recuerda a la Eva de la tradición cristiana. En los dos casos, el trabajo y la enfermedad llegan por culpa de una mujer incapaz de resistir una tentación (la curiosidad).
2. Ya que estamos con Prometeo, podemos aprovechar para hablar de teatro, pues al gran benefactor de la humanidad le dedicó Esquilo una de sus tragedias: Prometeo encadenado, una joya de la literatura universal.
Como es sabido, fueron los griegos quienes descubrieron el teatro tal y como lo entendemos en Occidente (aunque en otros lugares se realizaran representaciones ritualizadas). Su paternidad se le atribuye a un tal Tespis, colaborador del tirano ateniense Pisístrato. Hacia el año 546 a.C., Pisístrato se hizo con el poder en Atenas. Tras su caída y la de sus hijos, los atenienses comenzaron a gobernarse en democracia, pero por entonces ostentaba el poder absoluto. Como buen tirano, a Pisístrato se le ocurrió que durante las grandes fiestas públicas de la ciudad se podían celebrar eventos que le gustasen al pueblo y, junto con Tespis, organizó concursos trágicos. La idea era que un grupo de danzarines y “actores” representasen algunos mitos de particular relevancia. Quien tuviera el talento suficiente podía presentar una propuesta para ser representada y uno de aquellos primeros dramaturgos fue Esquilo, que escribió a lo largo de su vida unas 80 tragedias, de las que han perdurado siete.
En el Prometeo encadenado, Esquilo describe cómo Prometeo es llevado por Fuerza, Violencia y Hefesto a la cima del monte donde permanecerá encadenado por haber sido compasivo con los humanos. Allí, Prometeo desafía a Zeus, que aparece retratado como un dios injusto y despótico ya que, entre otros favores, Prometeo le fue de gran ayuda en su lucha contra los titanes. De todas maneras, aunque sabe que se avecinan tiempos de dolor y humillación, está tranquilo pues, gracias a sus habilidades premonitorias, está seguro de que al final será liberado y tan solo le preocupa el que sus enemigos le vean en situación tan desfavorecida.
En un momento dado, Prometeo enumera los bienes que nos proporcionó a los humanos y la verdad es que no son pocos:
«Pero oídme las penas que había entre los hombres y cómo a ellos, que anteriormente no estaban provistos de entendimiento, los transformé en seres dotados de inteligencia y señores de sus afectos.
»Hablaré, aunque no tenga reproche alguno que hacer a los hombres. Solo pretendo explicar la benevolencia que había en lo que les di.
»En un principio, aunque tenían visión, nada veían, y, a pesar de que oían, no oían nada, sino que, igual que los fantasmas de un sueño, durante su vida dilatada, todo lo iban amasando al azar.
»No conocían las casas de adobes cocidos al sol, ni tampoco el trabajo de la madera, sino que habitaban bajo la tierra, como las ágiles hormigas, en el fondo de grutas sin sol.
»No tenían ninguna señal para saber que era el invierno, ni de la florida primavera, ni para poner el seguro los frutos del fértil estío. Todo lo hacían sin conocimiento, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de las estrellas, cosa difícil de conocer. También el número, destacada invención, descubrí para ellos, y la unión de las letras en la escritura, donde se encierra la memoria de todo, artesana que es madre de las Musas. Uncí el primero en el yugo a las bestias que se someten a la collera y a las personas, con el fin de que substituyeran a los mortales en los trabajos más fatigosos y enganché al carro el caballo obediente a la brida, lujoso ornato de la opulencia. Y los carros de los navegantes que, dotados con alas de lino, surcan errantes el mar, ningún otro que yo los inventó.
»Y después de haber inventado tales artificios –¡desdichado de mí!– para los mortales, personalmente no tengo invención con la que me libre del presente tormento…
»Más te extrañarás si oyes lo que falta: qué artes y recursos imaginé. Lo principal: si uno caía enfermo, no tenía ninguna defensa, alguna cosa que pudiera comer, untarse o beber, sino que por falta de medicina, se iban extenuando, hasta que yo les mostré las mixturas de los remedios curativos con los que ahuyentan toda dolencia. Clasifiqué las muchas formas de adivinación y fui el primero en discernir la parte de cada sueño que ha de ocurrir en la realidad…
»Bajo la tierra hay metales útiles que estaban ocultos para los hombres: el cobre, el hierro, la plata y el oro. ¿Quién podría decir que los descubrió antes que yo? Nadie –bien lo sé–, a menos que quiera decir falsedades.
»En resumen, apréndelo todo en breves palabras: los mortales han recibido todas las artes de Prometeo».
Esquilo (450-506). Biblioteca Básica Gredos. Madrid, 2000. Traducción de Bernardo Perea Morales
Bueno, la verdad es que sí hay buenos motivos para estarle agradecido a Prometeo, quien nos dio la agricultura, la ganadería, las casas, la metalurgia, la adivinación, la escritura y cuanto desarrollo distingue a una sociedad civilizada de los bárbaros. Lo curioso es que esto le costara tan caro. ¿Por qué Zeus le castiga con tanta saña? ¿Acaso teme que los mortales se equiparen a los dioses? ¿Cómo es que el rey de los dioses es tan cruel y egoísta?
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