Georgia 1: Tbilisi
Primeras impresiones del viaje por Georgia.
Después de haber pasado unos días por Armenia, llegamos a Tbilisi, la capital de Georgia, después de un largo viaje en marshrutka desde Erevan tras haber cruzado la frontera sin problemas.
En general, el país nos encantó y también nos faltaron días, sin embargo en este caso nos dolió menos, ya que el viaje fue bastante completo, combinando naturaleza con arte, que así no terminas saturado ni de un tema ni del otro. Así como grandes cosas, nos faltaron dos días más para ver la región de Svanetia, aunque sí pudimos disfrutar del Cáucaso en Septasminda, y la región de Tusketi, en el extremo noreste, que necesita lo menos otros cuatro días entre que llegas, haces un par de rutas y vuelves.
Tbilisi es muy bonita, muy fácil para el viajero, que está sembrada de rincones interesantes, aunque la mayor parte se concentran en el casco histórico, el barrio de Avlabari, donde hay tropecientos mil sitios para comer y beber, que es casi deporte nacional. Cuanto menos hay que dedicarle un día, además de los finales de jornada que se hagan desde las distintas excursiones que se pueden realizar desde este campamento base.
El centro está atravesado por el río Kurá, que se puede cruzar por varios puentes. Hay uno moderno, el puente de la paz, diseñado por el arquitecto italiano Michele De Lucchi, que se ha convertido en uno de los emblemas de la ciudad.
A lo largo de la Avenida Rustavelli se distribuyen varios edificios destacados de la ciudad, como el Parlamento, el Museo Nacional o el edificio de la Ópera. Se puede coger desde la plaza principal de la ciudad, la Plaza de la Libertad, escenario de la Revolución de las Rosas de 2003, presidida en lo alto por la fortaleza Narikala, a la que se puede llegar en teleférico.
Tbilisi está pasando por una transición curiosa, donde los jóvenes que están hasta las orejas de las restricciones de la religión ortodoxa tradicional y los desmanes del gobierno protagonizan de cuando en cuando revueltas muy sonoras que, confiemos, terminen por normalizar la vida LGTB. En cierta manera, me recordaba al Madrid de los ochenta.
En cualquier caso, como el arte trasciende lo religioso, es imprescindible visitar las catedrales de la ciudad. La que más nos gustó fue la catedral de Sioni, cuyos cimientos se remontan al siglo VI, aunque ha sido reconstruida varias veces. Como es habitual, es de cruz latina y tiene todas las paredes decoradas con unos frescos magníficos. Es una pena que en el cristianismo católico no se haya producido esta querencia por dibujar las paredes, que en general hacen más alegres y divertidos estos espacios religiosos.
Bueno, de momento lo dejo aquí.
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