Ars moriendi
El Bosco y los manuales de autoayuda medievales para morir en paz
La muerte de un avaro es una de las obras de madurez de El Bosco. El cuadro, que tal vez formaba parte de un tríptico, representa a un anciano a punto de morir. Por el saco lleno de monedas que hay en el cofre a los pies de la cama, relacionado con el pecado como revela el demonio que lo tiene abierto, podemos suponer que este moribundo ha pecado de codicia y avaricia, de preocuparse por los bienes materiales en vez de los espirituales. Ha desperdiciado su vida, pero en este momento crucial puede cambiar su vida en el más allá. Mientras la Muerte entra por la puerta, un ángel le señala la luz que viene de una ventana decorada con crucifijo y un demonio le tienta con una bolsa de monedas. ¿Superará su codicia en este instante final y obtendrá la salvación eterna? ^^
Este cuadro, característico de su trayectoria moralizante, probablemente esté relacionado con el ars moriendi, es decir, el arte del buen morir, un género literario muy popular durante los siglos XV y XVI, en el que se explica la manera de morir como un buen cristiano. Al igual que otros géneros macabros, como las Danzas de la Muerte, su origen enraíza en las terribles epidemias de peste que asolaron Europa durante el siglo XIV, las cuales convirtieron la muerte en un elemento más de la vida cotidiana. Fue un período realmente espantoso, donde ni siquiera se enterraba a los muertos atendiendo a la liturgia. Así lo describía Boccaccio, testigo de aquel horror, en la introducción al Decamerón:
«Esta gente de humilde condición, y tal vez gran parte de la clase media, era la que estaba sumida en la mayor miseria; por eso la mayoría de ellos enfermaban diariamente a millares, y, como no se les cuidaba, casi todos morían. No eran pocos los que de día o de noche fallecían en plena calle, de la muerte de otros muchos en sus casas sólo sabían sus vecinos cuando percibían el hedor de los cuerpos corrompidos.
»La mayoría de los vecinos, guiados no tan sólo por sentimientos de caridad hacia los difuntos sino también por el temor de que les perjudicase la corrupción de los cadáveres, adoptaban un sistema: por sí solos, o con la ayuda de alguien que quisiera prestarla, sacaban de sus casas los cuerpos de los difuntos y los dejaban delante de su puerta; quien recorriese la ciudad, especialmente por la mañana, podía verlos en considerable número; luego hacían traer ataúdes, o a falta de éstos los colocaban sobre simples tabas. Ataúd hubo que encerró dos o tres cadáveres, y más de una vez ocurrió que la mujer y el marido, dos o tres hermanos, o padre e hijo, fueran juntos en la misma caja.»
En este contexto, resulta comprensible que surgieran estos manuales de autoayuda mortuoria. Debían estar preparados para enfrentarse a los peligros espirituales que acechaban al final de una existencia cuya fragilidad había quedado más que demostrada. Y estos peligros no eran pocos, pues pensaban que el Diablo y sus demonios aprovechaban la debilidad anímica de la agonía para conseguir el alma en el último momento.
Las dos obras más populares del género fueron el Ars moriendi CP y su versión resumida, el Ars moriendi QS, escritas a principios del siglo XV. Son tratados sencillos y de intención didáctica, reforzada por numerosas ilustraciones, en los que se ofrecen consejos para morir en la gracia de Dios.
En esta última batalla, el Diablo y sus demonios tratan de llevarse el alma del moribundo mediante diversas tentaciones, las cuales son respondidas por inspiraciones de los ángeles. La primera tentación es la duda. El Diablo trata de convencer al moribundo de que, en realidad, no existe el infierno, por lo que todos los seres humanos serán salvados hagan lo que hagan durante su vida mortal.
«O mezquino cuytado como estas en grand error: esta fe y creencia que tu tienes, non es como tu la crees o segund que la predican ni ay infierno alguno. Todos avemos de ser saluos. E avn que el ombre faga muchas cosas que sean aqui avidas por malas o se mate assi mesmo o adore alos ydolos, assi como fazen los reyes infieles y grandes ombres con grandes compañas de paganos, todo es vn mesmo fin, assi para los cristianos como para ellos, por que niguno que muere non torne mas aca. E assi esta tu fe non es cosa de alguna verdad.» (1).
Pero el ángel le rebate advirtiendo al moribundo que sin fe no puede alcanzar la salvación eterna.
«E nota que como el enfermo se viere temptado contra la fe, primeramente deue pensar quanto es necessaria la fe, por que sin ella non puede ser saluo alguno.»
La segunda tentación es la desesperación. El Diablo asusta al enfermo diciéndole que no tiene la menor esperanza de salvarse, pues ha pecado y Dios es inmisericorde.
«Pues claramente aty, que has seydo en toda tu vida pecador, non se queda alguna esperança de saluacion, saluo que meresces dignamente de ser condempnado.»
Esta tentación es terrible, según el anónimo autor del Ars moriendi, pues «ninguna cosa tanto offende a Dios como la desesperacion.»
Como es habitual, el ángel responde primero citando autoridades, sobre todo a san Agustín.
«E dize Ezechiel: “En qual se quier hora que el pecador gemiere, sera saluo.” Donde dize Bernardo: “mayor es la piedad de Dios que qual quier maldad et pecado.” E assi dize sant Augustin: “mas puede Dios perdonar que el ombre pecar.»
Y luego recurre a Cristo.
«Jtem non deues desesperar por pecador que seas, ca Ihesu Cristo es muerto por los pecadores et non por los justos, assi como Él mesmo dize: non vine llamar los iustos, mas los pecadores.»
La tercera tentación es la impaciencia. Hay que soportar la agonía hasta el final por dolorosa que sea. Hoy en día, sostener que un moribundo deba prolongar el dolor nos puede parecer de una crueldad espantosa, aunque aún hay quien defiende esta sádica creencia; sin embargo, en la época en que fue escrito el tratado quizá no fuera tan descabellada. Por entonces, la ciencia médica era muy limitada y, salvo clara evidencia, no se podía diagnosticar con certeza que alguien fuera a morir irremediablemente.
La cuarta tentación es la vanagloria, el enorgullecerse en exceso por las buenas obras realizadas. Para que peque de soberbia, el Diablo asegura al moribundo que irá al Cielo por su excelente comportamiento.
«O cómo has obrado muchas buenas cosas, mucho te deues gloriar por que non eres assi como los otros, que han fecho y cometido males sin numero, mas avn los semejantes alas vezes con un gemido se saluan. Pues por qué justicia o razon el regño delos cielos se puede aty denegar. Por cierto por ninguna razon, por quanto tu has legitimamente peleado, pues rescibe la corona ati aparejada y auras assentamiento y grado mas excelente que los otros, pues mas has trabajado que ellos.»
Pero el ángel le avisa de que la soberbia es un gran pecado y que, en cualquier caso, todas sus buenas acciones son resultado de la voluntad de Dios, lo cual me produce cierto desconcierto, pues no entiendo por qué para pecar existe el libre albedrío, pero no para seguir el camino correcto.
«O ombre cuytado deti, por qué te ensoberuesces atribuiendo ati mesmo la constancia enla fe, esperança y paciencia, la qual a Dios solo se deue atribuir, por que tu non podrias fazer cosa alguna meritoria y buena, saluo mediante y ayudante te su gracia.»
La tentación de la vanagloria. Son divertidos esos diablejos con cara de perro y y patas de dragón. No sé si la fisonomía de los distintos tipos de demonios del tratado se corresponde a algún significado alegórico o es mero gusto del artista.
El cuadro de El Bosco es probable que aborde la quinta tentación, la avaricia, es decir, el apego por los bienes terrenales que se dejan atrás al morir. A las palabras del Diablo…
«Tu ya desamparas todos los bienes temporales, que por muy grandes trabajos y cuydados has aquirido y ayuntado, y tan bien dexas atu muger y fijos, parientes y amigos muy amados y todas las otras cosas deletables y deseadas, en cuya compañia star et perseuerar avn grand solaz y alegria te seria y non menos aellos grand bien se seguira de tu presencia.»
… responde el ángel.
«Remiembra te tan bien dela pobredad de Ihesu Cristo nuestro Señor, pendiente enla cruz por ti y desamparante la su madre y discipulo sant Johan muy amados de muy buena voluntad por la tu saluacion. Considera tan bien quantos santos ombres, menospreciando estas cosas temporales han seguido ael, padesciendo muchas persecuciones por oyr aquella palabra dulçe: `venid benditos, demi Padre posseed el regño aparejado para vos otros del comienço del mundo´.»
Bueno, como vemos, es una obra amable y reconfortante para el creyente. Aunque también dice que el moribundo debe confesarse y recibir la extremaunción, en la práctica permite morir sin necesidad de ningún clérigo. Para salvar el alma basta con resistir estas tentaciones, lo cual parece muy sencillo, pues son bastante burdas, y cumplir unos requisitos sencillos para quien profesa la fe cristiana: arrepentirse, creer en Cristo y la Iglesia y devolver lo que se haya robado.
«Primeramente que crea assi como buen cristiano los articulos dela fe, segund que la Santa Madre Yglesia los tiene y cree. Segundo que sea alegre por que muere enla fe de nuestro señor Ihesu Xpisto y enla obediencia y vnidad de su santa yglesia. Tercero que proponga en su coraçon de emendar su vida si mas viuiere y de non pecar mas ni offender a Dios ni asus proximos. Quarto que perdone por amor de Dios alos que le han offendido y pida perdon de aquellos que él ha injuriado. Quinto que torne las cosas agenas. Sesto que conosca y crea que Ihesu Cristo murio por saluar anos otros y por él y que de otra manera non puede ser saluo si non por merito dela su santa passion, por lo qual faga gracias a Dios en quanto puede.»
De hecho, resulta tan fácil obtener la salvación, incluso habiendo pecado, que resulta desconcertante. Supongo que a la iglesia secular, que por entonces estaba obteniendo pingues beneficios con las misas para las almas del Purgatorio, este tratado, que en la práctica la dejaba de lado, no le debió de hacer mucha gracia.
Notas
- Las citas provienen de una traducción de la versión corta que se hizo en Zaragoza hacia el año 1479. Se puede leer on line en una edición de la Biblioteca Saavedra Fajardo.
- Las ilustraciones provienen de una edición francesa de 1490 (RES-D-6320 (bis)). También se puede leer on line en la web de la BNF.
- Nota mental: estudiar la relación entre el budismo y el cristianismo a partir de la renuncia al mundo
¡qué curioso!