El códice Boturini: 7. Digresión aculhua
Unas notas sobre el rey chichimeca Xólotl.
En el capítulo anterior vimos cómo los mexicas llegaban a Tollan, un pasaje clave en la construcción de la identidad tenochca. Si por ser chichimecas eran grandes guerreros y cazadores, por ser herederos de los toltecas eran gobernantes hábiles y sabios. En este sentido se explicaba la ubicación de Coatepec, el lugar donde había nacido Huitzilopochtli, al lado de la capital tolteca, lo cual formaba parte de una preocupación por reformular el pasado para sustentar ideológicamente un futuro que se preveía determinado por la guerra. Sin embargo, había dejado una cuestión abierta: la confusión que hay entre Coatlicamac y Coatepec, que en algunas fuentes parecen dos sitios distintos y en otras, el mismo.
Aparentemente es una cuestión menor, ¿qué más da que hayan pasado por un sitio o por otro? Sin embargo, es síntoma de un asunto mucho más relevante y es la manera en que los mexicas articularon la construcción de su identidad en el conjunto de narraciones que circulaban por los distintos altepeme a finales del posclásico.
Debí haber abordado este tema en el capítulo anterior, pero al final no he podido evitar extenderme, por lo que he preferido tratarlo en una digresión aparte que espero resulte de interés aunque nos aleje un tanto de la Tira de la peregrinación. Nada de qué preocuparse, volveremos con los mexicas errantes en el próximo capítulo, pero ahora es momento de conocer a los acolhuas.
Los acolhuas de Texcoco
La investigación histórica a veces se asemeja a las pesquisas policiacas, al menos tal y como se relatan en las novelas clásicas de detectives, como las protagonizadas por el célebre Sherlock Holmes que tan bien analiza el investigador Daniel Tubau en No tan elemental: hay un suceso envuelto en el misterio y para aclarar lo que ha sucedido debemos analizar el escenario del suceso e interrogar a los diferentes testigos. En nuestro caso, el escenario se encuentra en los yacimientos arqueológicos y los testigos en las crónicas y los códices.
El misterio que estamos tratando de resolver es qué sucedió realmente con los mexicas desde que cayó Tollan y llegaron los chichimecas hacia 1150 y la fundación de Tenochtitlán hacia 1325 y cómo se cuenta aquel proceso histórico en la Tira de la peregrinación. Para encontrar pistas hemos comparado distintas fuentes, pero, hasta el momento nuestros únicos testigos están confabulados. La Tira, el Códice Aubin, las crónicas de Tezozómoc, Sahagún… Todos provienen de la tradición tenochca y, aunque hemos advertido contradicciones en las distintas versiones, todas vienen a decir lo mismo, así que vamos a desplazarnos hacia el este, hacia la región acolhua, a ver qué encontramos.
Se conoce como Acolhuacan a la zona este del lago de Texcoco, enfrente del área mexica controlada por Tenochtitlan, entre el territorio de Xaltocan al norte y la sierra de Iztapalapa al sur. Aquí se encontraban los acolhuas, un conjunto de pueblos nahuas y otomíes, repartidos en distintos altepeme que rivalizaban entre sí por controlar la región, lo cual consiguió finalmente el altépetl de Texcoco frente a sus rivales de Huexotla y Coatlinchan.
Las crónicas acolhuas
Como vimos, junto con Tenochtitlan y Tlacopan, Texcoco formaba parte de la Triple Alianza que acabó con el imperio tepaneca de Azcapotzalco y se caracterizaba por su esplendor cultural, sobre todo a partir del gobierno de Nezahualcóyotl (1402-1472), que estaba emparentado con los tenochcas por vía materna.
Al igual que los mexicas, los acolhuas de Texcoco contaban con numerosos relatos legendarios que explicaban su llegada al valle de México desde la tierra lejana de los chichimecas. Como la Inquisición, dirigida de aquella por el infame obispo Juan de Zumárraga, quemó numerosos códices prehispánicos, hemos perdido numerosas fuentes para reconstruir aquel relato, pero la situación no es del todo desesperada, pues se han conservado varias obras sobre la historia de los acolhuas. Disponemos de tres códices del siglo XVI —el Códice Xolotl, el Mapa Tlotzin y el Mapa Quinatzin— y la obra de varios cronistas, entre las que destacan la Histoyre du Mechique de André Thévet (c. 1553), la Relación de Tetzcoco de Juan Bautista Pomar (1582), varios capítulos de la monumental Monarquía Indiana de Juan de Torquemada y, sobre todo, el copioso trabajo de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, «el Tezozómoc acolhua» (1).
Ixtlilxóchitl (c. 1568 – 1648) se ganó la vida trabajando para la administración de la monarquía hispana y dedicó sus ratos libres al estudio histórico, para lo cual tuvo acceso a fuentes privilegiadas, pues descendía de forma directa de los antiguos gobernantes de Texcoco. Aunque su trabajo está mediatizado por su interés por reivindicar a la dinastía gobernante de Texcoco en lo que vino a ser una especie de nacionalismo mexicano incipiente, lo cierto es que aplicó algunos principios fundamentales de la investigación histórica, como contrastar las fuentes o no dar crédito a todo lo que le decían, tal y como explica en una anécdota en la que se advierte su desesperación por encontrar relatos fidedignos.
«[…] y también muchos de los principales no quieren decir el hecho de la verdad viendo que cada día les preguntan, y jamás ven cosa que salga a luz, como sucedió a cierto caballero descendiente de la casa de Texcuco, que preguntando a un viejo de una historia de Tepetlaoztoc, que quiénes fueron los padres y abuelos de Ixtlilxuchitl, padre del rey Nezahualcoyotl, él respondió diciendo, que Ixtlilxuchitl no tuvo padre ni madre, sino que vino un águila muy grande e hizo su nido en un árbol grande que estaba en la ciudad, y puso un huevo muy grande, y de allí á cierto tiempo quebró y sacó un niño, y lo bajó del nido poniéndolo en medio de la plaza de la ciudad; y viendo esto los Acolhuas lo criaron, y como no tenían rey, le alzaron por rey y le pusieron el nombre, llamándole Ixtlilxuchitl. Este caballero, oyendo el disparate le dio grandísima risa, diciéndole al viejo que era necedad decir tales palabras; y el viejo le respondió, que a él y a todos los que le preguntaran acerca de esto, les había de responder estas y otras cosas tales como estas, especialmente a españoles.
»Y así, como tengo dicho, las historiadores no tienen la culpa, que por haberles dado falsas relaciones han escrito lo que tengo declarado, y cierto que con tener las historias en mi poder y saber la lengua como los mismos naturales, porque me crié con ellos, y conocer a todos los viejos y principales de esta tierra, para haber de sacar esto en limpio, me ha costado harto estudio y trabajo, procurando siempre la verdad de cada cosa de esto que tengo escrito y escribiré en la historia de los chichimecos».
Ixtlilxóchitl, efectivamente, se esforzó por escribir la historia de los «chichimecos» que recogió en varias obras, entre las que destaca la Historia de la nación chichimeca, donde el relato se expone de forma más ordenada, y en aquel trabajo asoma un nuevo personaje en la escena del misterio, un personaje silenciado en las fuentes tenochcas a pesar de su importancia y este es Xolotl, «el Perro», el gran líder de los chichimecas.
El ciclo de Xolotl
Según se recoge en la obra de Ixtlilxóchitl, cuya veracidad histórica ahora no es relevante, en un tiempo los chichimecas vivían en el norte y los toltecas en el sur. Los chichimecas se caracterizaban por ser grandes cazadores y guerreros, gente bárbara y feroz. Vestían pieles de animales salvajes, como el tigre, el león y el lobo y se dejaban crecer el cabello hasta la espalda. Eran muy diestros con el arco y la flecha y vivían en cuevas, aunque también en casas cubiertas de paja. No tenían ídolos y llamaban al sol padre y a la tierra madre.
Los toltecas, en cambio, destacaban por su pericia técnica y su capacidad administrativa. Eran grandes artífices de todas las artes y habían levantado grandes ciudades como Tollan, Teotihuacan, Cholula y Tollantzinco. Vestían túnicas largas y calzaban sandalias. Eran poco guerreros y muy devotos de los dioses.
Entre los toltecas había un gran astrólogo y adivino llamado Huemac, que en esta narración tiene un papel distinto al que vimos en el capítulo anterior, el cual predijo que a los toltecas les esperaba un destino terrible y que la única manera de reducir el peligro que les aguardaba era solicitar a los chichimecas un rey que les aportaría el coraje y la habilidad guerrera. Así lo hicieron los toltecas y el rey Chichimecatl envió a su hijo para que se casara con una princesa que era hija del rey Acatl, un nombre que deriva del legendario Ce Acatl Topiltzin que ya conocemos, la encarnación humana de Quetzalcóatl.
De aquel matrimonio nació un linaje que gobernó a los toltecas de forma sabia y próspera hasta el reinado de Topiltzin, hijo de la relación adúltera de su padre, Itzacquauhtzin, con una dama llamada Quetzalxochitzin. Por razones que no terminan de quedar claras, en parte porque codiciaban sus riquezas, en parte por considerar bastardo a Topiltzin, tres grandes señores de las costas del mar del Norte marcharon a la guerra contra los toltecas y los derrotaron después de una contienda extenuante que se prolongó durante 40 años. Habían ganado, sí, pero el coste había sido terrible. El antiguo imperio tolteca que antaño se extendía de costa a costa estaba destrozado y la tierra prácticamente despoblada.
Casi todos los toltecas supervivientes marcharon a Tlapallan, un lugar remoto allí donde nace el sol, pero unos pocos se refugiaron en ciudades amigas, como hizo Pochotl, hijo de Topiltzin, que marchó a Culhuacan, donde se casó con una princesa que, además de ser culhua, estaba relacionada con el linaje tolteca de Cholula.
Entonces, viendo cómo había quedada devastada la tierra, Xolotl, el Perro, descendiente del legendario Chichimecatl, decidió marchar con su gente a repoblarla. Primero recorrió las ruinas de Tollan y luego formó un primer asentamiento estable en Xaltocan, que más adelante desplazó a Tenayocan Oztopolco, Tenayuca, lugar de muchas cuevas dice Ixtlilxóchitl, donde asentó su capital.
Desde Tenayuca, Xolotl, el Gran Chichimeca, dirigió una gran operación de reconstrucción y repoblamiento mediante tres estrategias principales. La primera fue enviar a sus capitanes a largas expediciones por distintos lugares como Xocoticlan, Temalacatitlan, Atotonilco y un largo etcétera. La segunda fue orquestar matrimonios entre caudillos chichimecas con los linajes de los debilitados centros toltecas, comenzando por el de su hijo Nopaltzin, que casó con Azcalxochitl, hija de Pochotl, hijo del Topiltzin, el último rey de Tollan. Y la tercera fue asentar a los distintos grupos chichimecas que iban llegando al centro de México como hizo con los tepanecas, que asentó en Azcapotzalco, —además de casar a su rey Aculhua con unas de sus hijas— o con los otomíes, que envió a Xaltocan.
De esta manera, a su muerte prácticamente se habían formado todos los futuros grandes altépetl históricos del centro de México y todos estaban relacionados con Xólotl de forma más o menos directa, como era el caso también, según el relato de Ixtlilxóchitl, de Acamapichtli, el primer tlatoani de Tenochtitlan, al que hace hijo del rey tepaneca Acolhua con una de sus hijas.
En medio de aquel barullo de matrimonios y linajes entrecruzados, destaca el de la descendencia directa de Xólotl, el de su hijo Nopaltzin, que fue sucedido por Tlotzin y este a su vez por su hijo Quinatzin, quien trasladó la capital a Texcoco. Como sucede con los mexicas, con la fundación de la capital, el relato abandona la leyenda para adentrarse en la crónica histórica y pasa a contar las guerras contra los tepanecas de Azcapotzalco, la formación de la Triple Alianza y las distintas vicisitudes políticas que sucedieron hasta la llegada de los españoles.
Y ahora que conocemos aunque sea a grandes rasgos la historia legendaria de Texcoco y Xólotl, veamos qué pistas nos da para comprender mejor la Tira de la peregrinación.
Los hijos de Xolotl
Como hemos estado viendo, en el relato de la migración mexica se suceden distintos leitmotiv narrativos que definen algunas ideas clave de la sociedad mexica imperial, entre los cuales podemos destacar cinco grandes temas: los mexicas son chichimecas y, por lo tanto, grandes cazadores y guerreros; son además herederos de los toltecas, de quienes recibieron diversas habilidades del ámbito intelectual y artístico; su destino es conquistar el mundo por su gran acuerdo con Huitzilopochtli; el estado de guerra permanente es una obligación cósmica, pues deben conseguir cautivos con los que alimentar al Sol; y, quinto, salieron de Chicomoztoc con los demás grupos, pero se separaron y al final llegaron los últimos, esto les costó pasar por algunas calamidades, aunque al final se convirtieron en el pueblo más poderoso gracias a su arrojo y su pericia militar.
En las narraciones de tradición acolhua también se encuentran varios leitmotiv, algunos de los cuales son parecidos a los mexicas, como la doble naturaleza opuesta y complementaria recibida por parte chichimeca y por parte tolteca. Pero en este caso la legitimación del poder no proviene de la fuerza, sino de la antigüedad de su linaje. Los acolhuas de Texcoco se consideraban con el derecho de gobernar el mundo conocido en tanto que, en última instancia, todos los demás gobernantes venían de ramas colaterales de la descendencia de Xólotl o habían sido migrantes asentados por el gran rey chichimeca. Y este discurso, sin duda, no habría sido bien recibido por los mexicas.
Sobre todo entre pueblos aliados o afines, como es el caso de Texcoco y Tenochtitlán, el trasvase de información era continuo. Había embajadores, comerciantes que iban de acá para allá, soldados que compartían charlas durante las campañas y matrimonios entre los distintos linajes, entre otros canales de información recíproca. Es más, incluso se produjeron episodios de contactos aún más estrechos, como el protagonizado por el rey texcocano Nezahualcóyotl, gran artífice la producción intelectual acolhua, que permaneció exiliado una larga temporada en Tenochtitlan escapando de los tepanecas. ¿Qué pensarían, por lo tanto, los poderosos tlatoani tenochcas al escuchar de sus aliados de Texcoco que ellos eran el linaje más antiguo del mundo conocido y que quizás hasta su primer rey provenía del mismo?
A primera vista, tal y como apunta Federico Navarrete (3), parece que en general a cada altépetl le importaba poco lo que contasen sus vecinos. En un ejercicio de solipsismo histórico formidable, cada cual contaba lo suyo y poco importaba si entraba en contradicción con el relato del vecino. Sin embargo, el sentido común nos avisa de que esta convivencia narrativa debía de ser fuente de tensiones y más de una discusión. Yo al menos no me imagino a los descendientes de Itzcóatl, al severo Moctecuzoma, escuchando imperturbables las hazañas de Xólotl, alegrándose si acaso al enterarse de que sus ancestros no eran herederos directos de los toltecas refugiados en Culhuacan, sino descendientes de los acolhuas de Texcoco, una ciudad que consideraban de segunda categoría a pesar de ser aliados. Y en este sentido cobra aún más importancia un episodio muy significativo de la expedición de Xólotl y es que el gran rey chichimeca también pasó por Cuextecatl Ichocayan y por Coatlicamac.
Regreso a Coatlicamac
En una de las relaciones, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl indicó que Xólotl pasó por «Cuextecatlychocayan» y por «Cohuatlicamac» antes de llegar a Tula (4) y también en la Monarquía Indiana de Torquemada se dice que Xólotl pasó por «Cuextecatl ychocayan» y por «Cohuatlycamac» justo al poco de entrar en Tollan (5); y lo mismo sucede con una obra que publicó Alfredo Chavero en los Anales del Museo Nacional bajo el título de Anónimo Mexicano (6):
«A los ciento ochenta (días) salieron juntamente con Xolotl todos sus vasallos, iban seis señores y con ellos diez y seis mil capitanes: (y) cada uno de ellos conducía mil hombres. (Xólotl) dejó de soberano a su compañero llamado Achcauhtzin, que se quedó con sus vasallos (en número) de quinientos mil, sin contar las mujeres, (ni) los niños: así está claramente señalado en sus papeles.
»Al año llegaron a un sitio que llamaron Chocoayan: de allí pasaron a Coatlicamac; de allí a Tepenenetl, que todavía así se llama. De este punto a Tollan, en donde encontraron casas arruinadas (y) paredes, señal de haber sido habitada (la comarca) de otras gentes. Y se fueron a Mixquiyahualan sin detenerse en ninguna parte, y se asentaron en un cerro al cual no (se) dio otro nombre sino el de Xólotl, que aún hoy lleva».
No tengo claro qué sucede en el Códice Xólotl. El principio del relato está en el extremo izquierdo de la primera lámina y se encuentra muy deteriorado. Parece que pasa primero por un sitio, luego por otro identificado por un señor con los ojos cerrados, ¿muerto? y luego Tollan poco antes de llegar a un gran cerro identificado también con una cabeza de perro y que probablemente sea Xoloc. Ese primer sitio podría ser una serpiente con mandíbulas abiertas, pero no estoy seguro.
Por último indicar que Coatlicamac también aparece en el códice conocido como Historia tolteca – chichimeca (7), una obra del siglo XVI que no se inscribe en la tradición tenochca, y lo interesante es que aquí la glosa que acompaña al topónimo va precedida por xiuh-, un prefijo que denota sagrado, divino, Xiuhcohatl icamac; es decir, en este códice el topónimo se tradujo como «la sagrada montaña de la serpiente de mandíbula abierta». Y esta connotación nos pone sobre aviso de que tal vez Coatlicamac era un lugar sagrado, algo que podría ser crucial para descifrar este enigma.
La ciudad de Quetzalcoatl
Retomando el símil policiaco con que comencé este capítulo, ahora que hemos escuchado a los testigos, podemos volver al escenario del misterio confiando en encontrar más pistas en el registro arqueológico.
La antigua ciudad de Tollan se encontraba en lo que hoy se conoce como Tula Grande, en el estado de Hidalgo. Era una ciudad pequeña comparada con la colosal Teotihuacán, un sitio que también se identificó con la cultura tolteca en el posclásico, al igual que Cholula; sin embargo, para la época alcanzó una extensión considerable de casi 16 kilómetros cuadrados. En el centro se alzaba un gran conjunto ceremonial presidido por la llamada Pirámide C, que estaba formada por varios pisos escalonados.
Al norte de esta gran plaza se alzaba la Pirámide B, más pequeña que la anterior. Estaba cubierta de lápidas talladas con escenas de jaguares, coyotes y águilas devorando corazones humanos y en la cima se alzaba un templo en el que se encontraban los famosos atlantes, guerreros toltecas provistos de unos tocados de plumas formidables.
Un poco más allá, se encontraba el extremo norte del conjunto sagrado, el cual estaba delimitado simbólicamente por un coatepantli, un muro recubierto por losas con serpientes talladas. Son de cuerpo pequeño y unas mandíbulas enormes en las que se encuentran unos esqueletos descarnados que quizás estén representando a una divinidad relacionada con el inframundo. Su representación plástica recuerda ineludiblemente al glifo de Coatlicamac y es muy probable que estén representando a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Se han encontrado más representaciones de serpientes de fauces abiertas en Tula Grande, como una banqueta del Palacio Quemado, pero baste con este ejemplo para recordar la relación de la capital tolteca con Quetzalcóatl y acerquémonos ahora a otro sitio arqueológico cercano muy interesante, el cerro de Hualtepec, aunque antes vamos a recordar a vuelapluma la historia de la región.
El Valle del Mezquital
Tollan se encuentra en el Valle del Mezquital, un área geográfica de unos siete mil kilómetros cuadrados, semiárida, que está formada por valles y llanos regados por diversos ríos de la cabecera alta de la cuenca del sistema Moctezuma-Pánuco. El Valle estuvo poblado desde principios del clásico por poblaciones otomíes y permaneció en la órbita periférica de la cultura teotihuacana hasta el declive de la gran ciudad de los dioses.
A continuación, durante el epiclásico, surgieron diversos asentamientos enmarcados en la llamada cultura de Coyotlatelco, como los altepeme de Boxaxum, La Mesa, Chapantongo y Tula Chico, los predecesores de la cultura tolteca de Tula Grande. Hacia el siglo X se produjo una crisis pequeña en la región, se abandonaron los principales centros coyotlatelcas y poco después los toltecas se convirtieron en la cultura hegemónica del Valle del Mezquital. Esta cultura tolteca, cuyo epicentro se encontraba en Tollan, se enmarcaba en lo que Alfredo López Austin y Leonardo López Lujan han denominado el sistema zuyuano que vimos en capítulos anteriores, el cual se caracterizaba entre otros rasgos por ser multiétnico, militarista y por el culto a Quetzalcóatl, que se convirtió en un dios pan-mesoamericano.
El resto de la historia ya lo conocemos. Después de unos 200 años de esplendor durante la fase Tollan (950 a 1150), hacia 1150 la ciudad cae en un profundo declive material y demográfico al mismo tiempo que las tribus chichimecas, nuestros mexicas incluidos, van descendiendo desde el norte al centro de México. Sigue un largo período de decadencia y abandono, la llamada fase Fuego (1150 a 1350), en la que probablemente la zona permaneció primero con conflictos bélicos constantes y más adelante bajo control del imperio tepaneca, hasta la fase Palacio (1350 a 1520), que Tollan comenzó una lenta recuperación que se aceleró a partir de la expansión de la Triple Alianza a mediados del siglo XV, cuando comenzó a recibir contingentes de población mexica (8).
En aquel último período del siglo XV, cuando Tollan se fue recuperando a la par que fue recibiendo población mexica, en la zona cercana a la ciudad y, sobre todo, en las barrancas que rodean la caldera volcánica del Hualtepec, la más alta del lugar, se recobró un antiguo culto a los cerros que se tradujo entre otras manifestaciones religiosas en pinturas rupestres blancas en paredes, escarpes y piedras aisladas con distintas representaciones de animales, plantas y estructuras. Y entre aquella devoción renovada por los montes se sitúa la restauración del santuario de Hualtepec.
Una montaña sagrada
En 1989, en el transcurso de las investigaciones emprendidas en el Proyecto Valle del Mezquital, el equipo arqueológico descubrió un sitio gracias a la información proporcionada por unos habitantes del pueblo de Huichapan. Aquel lugar se conoce hoy como cerro de Hualtepec y es el mejor candidato de la zona a ser el mítico Coatepec.
El cerro corre de norte a sur y tiene dos grandes promontorios, uno enfrente del otro, en los que se han descubierto restos de la base de dos estructuras piramidales. Los dos promontorios están unidos por una calzada nivelada de 400 metros y en el que está más al norte se ha descubierto una escalinata que lleva hasta la cima. Según el investigador Yamil Gelo, por la disposición, la ubicación y por diversos hallazgos —como una escultura de un xiuhcoatl, el arma sagrada de Huitzilopochtli, o unos glifos relacionados con la Coyolxauhqui—, este lugar sagrado podría estar rememorando el legendario Coatepec, que también se recreaba en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en el que se alzaban dos grandes templos, uno dedicado a Huitzilopochtli y otro a Tlaloc, dios de la lluvia y la fertilidad.
Pero no me interesa ahora tanto destacar la probable identificación de Hualtepec con Coatepec, sobre la que el lector interesado encontrará información en los artículos de Yami Gelo, sino resaltar que forma parte de una sacralización de los cerros cercanos a Tollan que coincide con el desembarco de los tenochcas en la antigua capital tolteca durante la fase Palacio.
Lamentablemente, el lugar fue saqueado varias veces en el siglo pasado, por lo que de momento se desconoce qué había antes de que los mexicas construyeran este complejo sagrado, pero un grupo de estudiantes que estudió la zona a conciencia en 1997 identificó hasta seis grandes esculturas de cabezas de serpiente repartidas por varios sitios, aunque de algunas de ellas solo quedaban un par de fotografías viejas, y llegó a la conclusión por varios indicios de que podría tratarse de un antiguo sitio sagrado otomí, una de las etnias que convivían en Tollan.
Habrá que esperar nuevos hallazgos arqueológicos y confiar en que los depredadores del patrimonio cultural de la humanidad no hayan causado muchos más estragos, pero sospecho que en tiempos de los toltecas, Hualtepec debía de haber sido un santuario sagrado dedicado a Quetzalcóatl, quizás nuestro escurridizo Coatlicamac, y que el recinto mexica de las dos estructuras formó parte de la sustitución que en general hicieron los tenochcas de la serpiente emplumada por Huitzilopochtli.
Y ahora debo pedirte disculpas paciente lector por añadir una digresión a la digresión, pero necesariamente tenemos que incorporar otro dato fundamental en nuestra pesquisas y es que Xólotl, además de ser un rey chichimeca legendario, también era un dios.
Xólotl, el dios
Xólotl es un dios enigmático muy interesante. Estaba relacionado con la muerte, era el patrón del juego de pelota sagrado que simbolizaba en última instancia el ciclo de los astros, regía el decimoséptimo día del año mexica (10), el día del movimiento (ollin), y tal vez era el gemelo de Quetzalcóatl como dios del planeta Venus, que se desdoblaba en dos advocaciones: Tlahuizcalpantecuhtli, estrella de la mañana, señor de la aurora; y Xólotl, la estrella de la tarde que acompaña al Sol en su viaje nocturno por el inframundo.
Como explica Javier Rosado (11), en los códices del centro de México aparece representado de varias maneras. La más habitual es como un perro monstruoso, que puede tener las orejas cortadas, al igual que ocurre con las orejas del perro del glifo del rey Xólotl en el códice homónimo. El color puede variar —rojo, azul, blanco— y suele ser del tipo xoloitzcuintli, que es una raza de hocico largo y sin casi pelo.
Además, también puede aparecer con forma humana, pero descarnada y con los ojos desorbitados, como sucede con el llamado Xólotl de Stuttgart. De hecho, quizás fuera la figura esquelética que hay entre las mandíbulas de las serpientes del coatepantli de Tollan que vimos antes.
Hay dos fuentes en las que se cuentan historias relevantes sobre este dios, pero son contradictorias. Según se indica en el Códice Florentino de Sahagún (libro VII, capítulo 2), Xólotl es el dios más cobarde de todo el panteón (12).
Antes de que hubiera día en el mundo, se juntaron todos los dioses en Teotihuacán y se preguntaron cómo se iba a alumbrar el mundo. Un dios llamado Tecciztécatl dijo que él se encargaría, pero necesitaba a alguien más y el único dios que se ofreció fue Nanahuatzin, un dios esmirriado que estaba lleno de bubas. Durante un tiempo estuvieron haciendo penitencia y luego hicieron un fuego formidable al que debían arrojarse para renacer convertidos en astros. Sin embargo, Tecciztécatl se asustó en el último momento y Nanahuatzin se lanzó primero a las llamas y resurgió convertido en Sol. Tecciztécatl, avergonzado, le siguió y se convirtió en la Luna y, como brillaba demasiado, otro dios le apagó un poco el resplandor estampándole un conejo en la cara.
No acabaron ahí los problemas, ya que los dos nuevos astros permanecían quietos, así que los demás dioses decidieron sacrificarse también con la esperanza de que su muerte sirviera para ponerlos en movimiento. Todos menos uno, Xólotl, que huyó asustado transformándose una y otra vez hasta convertirse en un axolotl, una especie de salamandra anfibia de aspecto extraño.
«Y luego el viento [Ehecatl, la advocación de Quetzalcóatl como dios del viento] se encargó de matar a todos los dioses, y los mató. Y se dice que uno, llamado Xólotl, rehusaba la muerte, y dijo a los dioses:
»—¡Oh, dioses, no muera yo!
»Y lloraba en gran manera, de manera que se le hincharon los ojos de llorar; y cuando llegó a él el que mataba, echó a huir, se escondió entre los maizales y se convirtió en pie de maíz que tiene dos cañas, y los labradores le llaman xolotl. Y fue visto y hallado entre los pies del maíz. Otra vez echó a huir, y se escondió entre los magueyes, y se convirtió en maguey que tiene dos cuerpos, que se llama mexolotl. Otra vez fue visto, y echó a huir, y se metió en el agua, y se hizo pez, que se llama axolotl; de allá le tomaron y le mataron».
En cambio, según un relato del fraile Andrés de Olmos, recogido en la Historia eclesiástica indiana de Jerónimo de Mendieta (libro II, capítulo 2), Xólotl desempeñó un papel mucho más importante en el nacimiento de los astros, ya que fue el encargado de sacrificar a los demás dioses (13).
«Viendo esto los otros dioses desmayaron, pareciéndoles que no podrían prevalecer contra el sol: y como desesperados, acordaron de matarse y sacrificarse todos por el pecho; y el ministro de este sacrificio fue Xólotl, que, abriéndolos por el pecho con un navajón, los mató, y después se mató a sí mismo».
En esta misma obra, además, un poco antes, se atribuye a Xólotl en lugar de a Quetzalcóatl, el descenso al inframundo en busca de los huesos que debían servir para crear de nuevo a los seres humanos después su última desaparición cíclica.
Aunque cada altépetl tenía sus propios dioses y relatos mitológicos, llama la atención que las dos versiones sean tan diferentes; es decir, ante el mismo suceso, en un caso se consigue activar a los astros a pesar de su cobardía y en el otro es el artífice del sacrificio que los puso en marcha. Dado que Xólotl es el dios patrono del día del movimiento y que los calendarios sagrados eran menos susceptibles de ser modificados por su propia naturaleza, parece más probable que la versión de Andrés de Olmos fuera más antigua, por lo que cabe preguntarse ¿por qué en la primera versión, la de Sahagún, se retrata a un Xólotl tan cobarde?
Es probable que la diferencia entre las dos versiones sobre el papel cósmico de Xólotl se explique por la procedencia de los informantes de los dos cronistas. Sahagún trabajó sobre todo con fuentes tenochcas, que estaban muy interesadas antes y después de la llegada de los españoles en menoscabar la importancia de Texcoco, más brillante intelectualmente; mientras que Andrés de Olmos conoció otros pueblos, como los huastecas o los totonacas, donde la leyenda de Xólotl debía de ser más antigua. Y este retrato infame del dios Xólotl parece que está relacionado con el hecho de que no se mencione al rey Xólotl en ninguna fuente de tradición mexica, que es un silencio de lo más elocuente (14).
Estratigrafía narrativa
Hasta aquí llegan los datos que honestamente he podido recabar sobre este asunto. Ya están todas las pistas clavadas en el tablón y es momento de que cada cual formule sus propias hipótesis. Hasta que se descubran más datos, la mía es la siguiente.
Parece seguro que la cultura tolteca asumió la creencia mesoamericana del tiempo cíclico, en el que soles y dioses se van alternando en el gobierno del cosmos. Su dios principal era Quetzalcóatl y le rendían culto en lo alto de las montañas, como llevan haciendo todos los pueblos desde tiempos inmemoriales en tanto que son punto de encuentro entre el plano celestial y el terrenal.
A los chichimecas también les convencía aquella manera cíclica de concebir el paso del tiempo, ya sea porque traían la creencia de casa, ya sea porque la tomaron de los toltecas. Y en ese engranaje encajaron a los dioses que llevaban en la mochila, como quizás fue el caso de Xólotl, y a los que asimilaron a medida que iban bajando hasta el centro de México, al igual que los romanos asumieron sin dificultades deidades tan exóticas como Isis o Mitra.
Sospecho, y no tengo más datos para afirmarlo que los hasta aquí expuestos, que los acolhuas, una confederación de diversos pueblos, debieron de formar parte de las primeras oleadas chichimecas que llegaron al lago Texcoco, lo que explicaría tal vez su amplia extensión al este del lago, que hubiera sido más complicada si hubiera estado más poblada.
En cualquier caso, los acolhuas de Texcoco formularon un relato para contar sus orígenes que parece correr paralelo al papel del dios Xólotl como estrella de la tarde. Al igual que el dios perro acompaña a Quetzalcóatl en su viaje nocturno por el inframundo al final del atardecer, el rey perro surge en el ocaso de la cultura tolteca de Ce Acatl Topiltzin para recoger su testigo y comenzar un nuevo ciclo. Y en este sentido es muy interesante que el rey Xólotl pase por Coatlicamac antes de llegar a Tollan.
Es muy probable que Coatlicamac hubiera sido un santuario dedicado a Quetzalcóatl y que existiera una leyenda en la que aparecía relacionado con Cuextecatl Ichocayan. Al igual que el coatlepantli de Tollan separaba el espacio sagrado del profano, Coatlicamac representaría además el límite simbólico con el otro, el huasteco, que quizás ya en tiempos toltecas se veía como un enemigo de costumbres extrañas que vivía más allá del territorio controlado. Y si esto explicaría por qué Xólotl conquista antes Coatlicamac que Tollan, pues en la tradición mesoamericana el control de una localidad pasaba por la posesión simbólica de sus espacios sagrados.
Los mexicas escucharon aquel discurso, se apropiaron de algunos pasajes y reformularon otros que les resultaban incómodos. No sabemos bien quiénes fueron los primeros mexicas y cuáles eran sus creencias originales, pero parece que fueron un pueblo chichimeca más y que durante mucho tiempo tuvieron un papel secundario. Fueron deambulando de acá para allá, expulsados en más de una ocasión como veremos cuando abordemos la guerra de Chapultepec, hasta que consiguieron un sitio donde asentarse definitivamente, el cual estaba bajo dominio de vecinos mucho más poderosos.
Aguantaron décadas así, hasta que consiguieron reunir fuerzas y fraguar alianzas que les permitieron liberarse de los tepanecas, como hicieron los tlaxcaltecas con ellos tiempo después, y en el momento en que empezaron aquella nueva etapa reformularon su pasado para armar ideológicamente su futuro, el cual se preveía dictado por la guerra y el acallar cualquier conato de rebelión.
En aquella reelaboración se enfrentaron fuerzas ideológicas formidables. Había que contar el pasado, pero debía de retratar bien a los mexicas y, además, dejar clara la ascendencia tolteca por vía culhua y sin que eso fuera óbice para destacar sus virtudes guerreras en tanto que procedían de los chichimecas. Y todo ese discurso debía encajar, o al menos no colisionar, con el de los vecinos, algunos de los cuales eran aliados, que, además, se vanagloriaban de unos gobernantes que provenían por linaje directo de Xólotl, el hombre-dios, el gran rey chichimeca, la contrapartida de Quetzalcóatl.
Así, en el discurso oficial tenochca que se elaboró a lo largo del siglo XV y principios del XVI, se fueron articulando distintas piezas, entre las que no se encontraba Xólotl, silenciado, relegado al olvido, como sucedió con todo lo que provenía de los tepanecas, los tlatelolcas o cualquier otro enemigo pasado o futuro. Y una de estas piezas fue la suplantación sistemática de Quetzalcóatl por Huitzilopochtli, cuyos designios en última instancia venían a justificar la política expansionista de los gobernantes tenochcas.
Entre 1440 y 1520, aproximadamente, los tenochcas fueron tenochctizando Tollan. Desacralizaron sus espacios sagrados y volvieron a sacralizarlos, como está haciendo el gobierno turco mientras escribo estas líneas con la antigua Santa Sofía, para reafirmar reinventada en clave mexica la cultura de los admirados toltecas. Y uno de los espacios que reconvirtieron fue un cerro relacionado con Quetzalcóatl llamado Coatlicamac, que se convirtió en Coatepec, la montaña donde nació Huitzilopochtli, en la antesala de la capital tolteca. De ahí la tremenda confusión que hay en las fuentes del siglo XVI, donde la fusión entre Coatepec y Coatlicamac aún estaba a medio camino.
Y hasta aquí llegan mis conjeturas sobre este asunto.
Aún faltan por descubrir muchos detalles de principios del posclásico mesoamericano. Aunque se han identificado los grandes hitos, como el colapso tolteca o la irrupción de los chichimecas, todavía se desconocen muchos acontecimientos pequeños, como el momento exacto en que se asentó cada pueblo en el centro de México y la relación real que estableció con sus vecinos. Los relatos que se recogen al respecto en las crónicas y los códices de los siglos XVI y XVII hay que interpretarlos con mucha cautela, pues, cuanto más retroceden en el tiempo, más se adentran en la leyenda en detrimento de la historia (15). Sin embargo, a falta de nuevos hallazgos arqueológicos es saludable que aventuremos hipótesis de trabajo que nos permitan avanzar algo más en la investigación.
Notas y referencias
1. Para la Historia de la nación chichimeca sigo una edición estupenda de Germán Vázquez publicada en Historia 16 en 1985. En cambio, para las relaciones no he encontrado disponible más que una edición un tanto desordenada de Alfredo Chavero de 1891. Consultar.
2. En la web de Marc Thouvenot se puede encontrar la tesis de este investigador sobre el Códice Xólotl. Consultar.
Además, a modo de introducción, sugiero consultar:
Maribel Soto Díaz. Breve historia del Códice Xólotl. H. Ayuntamiento de Tlalnepantla de Baz 2009 – 2012. Consultar.
Clementina Battcock y Maribel Aguilar. Algunas consideraciones sobre la llegada de Xólotl a la Cuenca de México: problemas e interrogantes. En Perspectivas Latinoamericanas, 10, págs. 25 – 34. Consultar.
3. Federico Navarrete Linares. Los orígenes de los pueblos indígenas del Valle de México. UNAM, 2011. En particular el primer y el segundo capítulo. Consultar.
4. En la edición de Chavero se atribuye el pasaje a la segunda relación (pág. 83):
«Llegando con su ejército [Xólotl] a Cuextecatlychocayan, pasó a Cohuatlicamac y de allí a Tepenec, y de este lugar se fue a Tula, ciudad cabecera que fue muchos años de la monarquía de los tultecas».
5. En la edición de Miguel León Portilla, disponible en la web de la UNAM:
«Quedó en el gobierno del reino de Amaqueme su hermano [de Xólotl] Achcauhtzin, que no debió de quedar poco contento en verse solo gobernando. Ellos fueron arando toda la tierra y por todas las partes que pasaban dejando gente en los lugares más acomodados, sin hacer mansión que fuese de consideración hasta llegar a un lugar que llaman Cuextecatl ychocayan en el cual camino gastaron tiempo de un año; y de allí pasó adelante. siguiendo el propósito que había sacado de su tierra (que era buscar los moradores de la tierra) y llegó a otro lugar llamado Cohuatlycamac y pasó a otro, al cual pusieron por nombre Tepenenetl; y de allí pasaron al sitio (donde ahora es el pueblo de Tula a doce leguas de la ciudad de México) en el cual lugar y sitio hallaron muchas ruinas de edificios y casas antiguas. que daban a entender haber sido habitadas de otras gentes antecesoras y entre las casas muchos tiestos de ollas y loza de diversas maneras».
(Libro I, capítulo 16).
6. Según explican Richley Crapo y Bonnie Glass-Coffin, que se han encargado de la primera edición en habla inglesa de esta obra, el Anónimo Mexicano se encontraba en la colección de Lorenzo Boturini y quizás sea una traducción al náhuatl de algunos pasajes de la Monarquía Indiana de Torquemada. El autor parece de procedencia tlaxcalteca y quizás escribió esta obra en el siglo XVI o el XVII. Consultar la edición de Alfredo Chavero Consultar la edición inglesa.
7. Una buena introducción a la Historia tolteca – chichimeca es el artículo:
Cecilia Rossell. Estilo y escritura en la Historia tolteca chichimeca. En Desacatos, 22 , 2006. Consultar.
8. Para una bibliografía introductoria sobre la cultura tolteca, ver notas del capítulo anterior. En cuanto a las pinturas rupestres y la evolución del Valle del Mezquital, algunas referencias son:
Lara Galicia, Aline. Estado del arte en las manifestaciones rupestres del valle del mezquital. En Estudios de Antropología e Historia. Arqueología y patrimonio del Estado de Hidalgo, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, págs. 45-55, 2010. Consultar.
Lara Galicia, Aline. El redescubrimiento de las manifestaciones gráfico rupestres del Valle del Mezquital, Hidalgo. En Rupestreweb. Consultar.
Valdovinos Rojas, Edla Vanya. Bok´yä, la Serpiente de la lluvia en la tradición ñähñü del Valle del Mezquital. Tesis de licenciatura, México, 2009. Consultar.
9. Sobre Hualtepec ver:
Gelo, Yamil. Hallazgo de una escalinata en el cerro Hualtepec, sitio del mítico Coatepec. En Arqueología, 50. Consultar.
Gelo, Yami. El Cerro Coatepec en la Mitología Azteca y Templo Mayor, una Propuesta de ubicación. En Arqueología, 47, 2014. Consultar.
VVAA. Cerro Hualtepec: Reminiscencias de un antiguo Centro de Culto Otomi en el Suroeste del Estado de Hidalgo. En Tloque Nahuaque Revista de Estudiantes de Etnohistoria, 6, págs 30-46, 1998. Consultar.
10. El año mexica constaba de 18 meses de 20 días cada uno, y un mes con sólo cinco días considerados nefastos (nemontemi). Cada día estaba regido por un dios o diosa y eran: Cipactli (caimán), Ehécatl (viento), Calli (casa), Cuetspallin (lagartija), Cóatl (serpiente), Miquistli (muerte), Mázatl (venado), Tochtli (conejo), Atl (agua), Itzcuintli (perro), Osomatli (mono), Malinalli (hierba), Ácatl (carrizo), Océlotl (ocelote), Cuauhtli (águila), Coscacuauhtli (águila real), Ollin (movimiento), Técpatl (pedernal), Quiáhuitl (lluvia) y Xochitl (flor).
11. Javier Rosado Pascual. La representación de Xolotl en los códices del centro de México. En Conflicto, negociación y resistencia en las américas. Ediciones Universidad de Salamanca, 2018. Consultar.
12. Las citas de Bernardino de Sahagún provienen de la edición de Juan Carlos Temprano en Historia 16 (1990).
13. La Historia eclesiástica indiana de Jerónimo de Mendieta se puede consultar en una edición online de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Consultar.
14. Se puede encontrar un repaso muy interesante sobre el nacimiento de los astros en la tradición náhua en:
Guy Stresser-Péan, Guilhem Oliver (ed). La leyenda azteca del nacimiento del sol y de la luna. En Viaje a la Huasteca con Guy Stresser-Péan. Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 2008. Consultar.
15. La problemática de la veracidad histórica de los relatos de las migraciones chichimecas es bastante compleja. Una referencia para adentrarse en esta problemática es:
Pedro Carrasco. Sobre mito e historia en las tradiciones nahuas. En Historia Mexicana, El Colegio de México, 70. Consultar.
Fantástico capítulo. Me ha gustado mucho.
Muchas gracias : )