El códice Boturini: 6. Toltecas
Análisis de las láminas 6 y 7 del códice Boturini, donde se cuenta la llegada de los mexicas a Tula.
Después de un viaje largo que nos ha llevado desde Aztlán hasta Coatepec, vamos a ver dos láminas clave, quizás las más importantes de toda la Tira de la peregrinación, al menos si la interpretamos como un recorrido entre el mito y la historia que dio forma a la identidad de un pueblo.
Anticipo disculpas porque una vez más el capítulo es muy extenso y en algunas partes espeso, pero el tema es complejo y es imposible resumir más algunas ideas sin que se pierdan conceptos fundamentales.
Lámina 6
En la sexta lámina del códice vemos que pasan los años. Una a una se van sucediendo las teselas del calendario solar xiuhpohualli que vimos en el primer capítulo. Es un calendario en el que para formar la cuenta de los años se van combinando 13 números con una serie de cuatro signos: pedernal (tecpatl), casa (calli), conejo (tochtli), y caña (acatl).
Toda la acción que hemos visto hasta ahora se ha desarrollado en un solo año, 1 pedernal, que equivale a ese tiempo intemporal donde suceden los mitos, pero en Coatepec ha comenzado a correr y se han ido sucediendo los años: dos casa, tres conejo, cuatro caña, cinco pedernal, seis casa y así hasta que pasan 28 años y de nuevo se pone nuestro grupo en marcha en el año 3 pedernal para llegar al siguiente destino, Tula o Tollan, que veremos más adelante.
In illo tempore
En su Historia de las Indias (II, 27), Diego Durán recogía una leyenda muy curiosa sobre Coatepec, la montaña sagrada donde había nacido Huitzilopochtli. Según cuenta Durán, el huey tlatoani Moctezuma Ilhuicamina, que gobernó México Tenochtitlan entre los años 1440 y 1469, quería tener noticias sobre la madre de Huitzilopochtli, Coatlicue, que seguía viviendo en Coatepec, así que le pidió a su consejero principal, un hombre llamado Tlacaélel, que organizase una expedición hacia la montaña sagrada. Tlacaélel le explicó que no sería fácil y que, para llegar al sitio donde habían vivido plácidamente sin volverse viejos ni cansarse, antes debían buscar «brujos, encantadores y hechiceros», pues desde que habían salido de allí el lugar se había llenado de espinas y árboles puntiagudos. Hasta las piedras estaban afiladas para que nadie pudiera volver allí.
Moctezuma hizo caso de su consejero, reunió a un grupo de encantadores y hechiceros y les mandó en búsqueda de Coatepec con numerosas ofrendas para Coatlicue. Para alcanzar su destino, antes tuvieron que transformarse en bestias feroces, como leones, tigres y adives, pero los brujos, recuperada ya su forma humana, consiguieron llegar a la montaña, donde le entregaron los presentes a la diosa, «una mujer de grande edad según mostraba su aspecto, y la más fea y sucia que se puede pensar ni imaginar: traía la cara tan llena de suciedad y negra, que parecía cosa del mismo infierno», pues desde que se había marchado su hijo Huitzilopochtli no se había lavado ni peinado ni cambiado de ropa de tan grande que era su tristeza.
Los brujos escucharon atentos, le contaron lo que había pasado desde entonces y le dieron las ofrendas. Luego regresaron y mientras bajaban por la montaña descubrieron maravillados que su guía cambiaba de edad y envejecía a medida que iban descendiendo, pues el tiempo no pasaba en lo alto del cerro.
Curiosamente, parece suceder lo mismo en la narración de la Tira de la peregrinación, pues hasta ahora todo ha sucedido en un tiempo atemporal, sin movimiento, y en este sentido cobra mucha importancia un símbolo extraño que hay al lado de una de las teselas de los años.
Fin de un ciclo
Poco antes de abandonar Coatepec, en el penúltimo año, dos caña, hay un pictograma a la derecha. Como explica Marc Thouveno, está formado por unas volutas de humo (popoca) que salen de una tabla para hacer fuego (tlecuahuitl), sobre la que hay una flecha (mitl). Es un signo conocido y se sabe con certeza que representa la «ceremonia del fuego nuevo» (1).
La combinación de los 13 números con los cuatro signos forma un ciclo de 52 años antes de volver a repetirse. Es el llamado «siglo azteca», que en Tenochtitlan se celebraba con gran expectación los años 2 caña durante la xiuhmolpilli o «atadura de los años». El apogeo de aquella ceremonia llegaba al anochecer. Se apagaban todos los fuegos de Tenochtitlan y alrededores y se encendía uno en lo alto del cerro de Huizachtepetl, que hoy en día se denomina cerro de la Estrella. Es probable que aquel fuego se preparase con herramientas atesoradas en el bulto sagrado, el tlaquimilolli, y se hiciera sobre el pecho de un cautivo que moría sacrificado. Luego los sacerdotes preparaban teas y marchaban a encender fuegos en los templos de toda la zona.
Al igual que en la Navidad cristiana, se suelen hacer propósitos de año nuevo, como dejar de fumar o adelgazar, al percibirse como el fin de un ciclo y el comienzo de otro, en la atadura de los años se solían desechar objetos cotidianos, como muebles y vestidos, así como las imágenes sagradas, y se cambiaban por otros nuevos. De hecho, el festejo estaba relacionado con la fertilidad, con el maíz y todo aquello que está esperando a nacer.
La ceremonia se celebraba en su origen durante la veintena de ochpaniztli, la «fiesta del barrimiento», que vimos en el capítulo anterior, en la que se rendía homenaje a tres diosas de la tierra relacionadas con el ciclo del maíz y la fertilidad —Atlan Tonan, Chicomecóatl y Toci—, donde unos mimixcoa y cuexteca hipersexualizados aparecían en el transcurso de un ritual en el que probablemente se consumase algún tipo de acto sexual con Toci, que era también Tlazolteotl, la diosa lunar por la que se habían sacrificado a los cuextecas en Cuextecatl Ichocayan, el sitio anterior por el que habían pasado los mexicas antes de llegar a Coatepec en la Tira de la peregrinación.
Este batiburrillo de nombres puede resultar algo confuso, por lo que vamos a quedarnos solamente con que el fin del ciclo de 52 años era un momento de gran transcendencia, el comienzo de una era, en el que se renovaba el ciclo de la vida. Y aquí aprovecharon los dirigentes tenochcas para engarzar el nacimiento de Huitzilopochtli.
Como explica Michel Graulich, en un principio, la atadura de años se celebraba el año 1 pedernal, justo cuando volvía a comenzar el ciclo, que era además un momento relacionado con el ciclo de las Pléyades y Venus, que también estaba asociado con el maíz por el dios Cinteotl-Itztlacoliuhqui, hijo de Toci-Tlazolteotl.
Sin embargo, en el año 1506, Moctezuma Xocoyotzin, el huey tlatoani de México Tenochtitlan, al poco de haber ascendido al trono del imperio mexica en su mayor apogeo, trasladó la fiesta al año 2 caña, que era en el que pensaban que había nacido Huitzilopochtli, el dios principal de los tenochtlas, y, además, cambió el momento de su celebración, que dejó de hacerse durante la veintena de ochpaniztli para festejarse durante la veintena de panquetzaliztli, la misma, como vimos en el capítulo anterior, en la que se honraba a este dios y se recreaba la peregrinación legendaria de los mexicas bajo su guía y protección. Y esto explica por qué el tiempo no haya comenzado a correr antes de que los mexicas llegasen a Coatepec.
El autor de la Tira de la peregrinación quería situar todos los acontecimientos que hemos visto hasta ahora en un primer ciclo, un plano mítico, que nace en Aztlan-Chicomoztoc y muere y renace en Coatepec, donde comienza la era de Huitzilopochtli. En aquel recorrido por las lindes del mundo de los dioses, donde todo puede suceder, los aztecas se han diferenciado de los demás grupos, se han separado del «otro» y han adquirido su identidad como mexicas guerreros al asumir el deber cósmico de alimentar al Sol mediante sacrificios de cautivos apresados en la guerra.
Ahora, una vez que han terminado de nacer, que han adquirido una identidad propia afirmando y negando quiénes son, ya están listos para comenzar a recorrer el mundo de los seres humanos, el plano histórico, en este nuevo ciclo que comienza en Coatepec. El tiempo empieza a correr, en suma, porque se pasa del plano de los dioses al plano de los seres humanos, porque ya ha nacido Huitzilopochtli después de matar a sus 400 hermanos lunares y con él, los mexicas después de matar a los 400 mimixcoa que no querían alimentar al Sol. Y en este sentido cobra aún más importancia el siguiente sitio de su recorrido, quizás el más relevante en la memoria histórica de los mexicas.
Lámina 7
El siguiente sitio donde llegan los mexicas está representado por una planta herbácea que crece sobre una laguna en la que hay un pez. No cabe duda de que se trata de Tollan-Xicocotitlan, «el Lugar de tules cerca del cerro de Xicoco», también conocida en español como Tula, uno de los lugares más importantes del imaginario histórico mexica, donde según la Tira permanecieron 19 años, desde el año 4 casa hasta el 9 caña.
La cultura tolteca
La Tollan histórica se encontraba en un valle regado por el río Tula, en el estado actual de Hidalgo, y era una ciudad pequeña, pero de gran trascendencia en el devenir cultural de Mesoamérica. Hacia el año 850, tras el declive de Teotihuacán, la cultura tolteca vivió su mejor período. En Tollan se levantó un gran centro ceremonial con estructuras monumentales formidables y la ciudad, que podría haber albergado hasta 60.000 personas, se convirtió en uno de los centros principales de una amplia red comercial y cultural que llegaba hasta Chichen Itzá en el Yucatán maya (2).
Hacia 1140, sin embargo, la civilización tolteca encontró un abrupto final. se desmoronaron sus estructuras territoriales y Tollan fue conquistada por los pueblos bárbaros del norte, grupos de habla náhuatl entre los que quizás se encontraban los futuros tenochtlas entre otros pueblos mexicas. Siguió un tiempo de decadencia y despoblamiento hasta que, a principios del período conocido como Azteca Tardío, hacia 1500, la ciudad volvió a repoblarse con contingentes mexicas y llegó alcanzar unos 20.000 habitantes.
La cultura tolteca está muy relacionada con el dios mesoamericano Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, la divinidad que creó a los seres humanos y les consiguió maíz según algunos mitos, tal y como vimos en el capítulo segundo. Este dios patrono de la humanidad se solía representar como una serpiente con barba y plumas o como un hombre con una máscara con forma de pato muy característica. Además del maíz, había proporcionado a los seres humanos el fuego y el calendario y era el señor del viento, de Venus y del amanecer (3).
Asociado con el dios Quetzalcóatl, pero con entidad propia, es el personaje legendario Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, que quizás nació a partir de un caudillo real, aunque es más probable que fuera el título que recibieron diversos gobernantes civiles o religiosos. En torno a Ce Ácatl se fueron formando varios mitos en los que se le hacía un gobernante–sacerdote fabuloso de Tollan, todo devoción, sabiduría y justicia, al mismo tiempo que se idealizaba la cultura tolteca, que terminó por representar en el imaginario mexica todo un cúmulo de virtudes complementarias a su reivindicación identitaria chichimeca.
Veamos esto con más detalle, pues es clave para entender esta lámina de la Tira de la peregrinación.
Lo mejor de lo bueno
Con la tecnología y los conocimientos actuales parece complicado asegurar qué pasajes del relato sobre las migraciones legendarias de los mexicas sucedieron realmente, sobre todo los primeros episodios, como la salida de Aztlan o el paso por Chicomoztoc; pero sí es muy probable que las corrientes migratorias que en general se produjeron en el siglo XII desde el norte hacia el centro de México hubieran provocado la caída de Tollan, pues en el registro arqueológico hay indicios suficientes para saber que fue conquistada hacia 1140 y prácticamente abandonada poco después, lo que se tradujo en una gran crisis económica y demográfica.
Sin embargo, con el tiempo, los mexicas fueron construyendo una imagen cada vez más idealizada de aquella cultura que había caído cuando comenzaron a desplazarse. En cierta manera, sucedió algo parecido a las invasiones bárbaras que terminaron con el imperio Romano de Occidente. Aunque francos, visigodos, ostrogodos y una montonera más de pueblos paganos conquistó y se asentó en los territorios del Imperio y aunque la misma ciudad de Roma fue saqueada, al poco construyeron una imagen idealizada de la ciudad y adoptaron algunas costumbres, instituciones, el idioma y hasta la religión de los antiguos romanos. Así, por ejemplo, trescientos años después de la caída de Roma, Carlomagno, el rey de los francos, se hacía coronar como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el sumo pontífice cristiano en la ciudad de Roma.
De igual manera, los mexicas también idealizaron a los toltecas, a los que hicieron maestros y artífices de todas las artes. En el libro X del Códice Florentino de Sahagún, por ejemplo, donde recordemos se recogieron las creencias y opiniones de la antigua clase dirigente mexica, se cuenta que los toltecas habían sido «los primeros en llegar a estas partes que llaman tierras de México» y sigo citando adaptando un poco las grafías y los giros estilísticos (4):
«Y estos toltecas, no tenían otro nombre particular, sino el que tomaron de la curiosidad y el primor de las obras que hacían, que se llamaron tultecas, que es tanto como si dijéramos “oficiales pulidos y curiosos”, como ahora los de Flandes. Y con razón por que eran muy sutiles y primorosos en todo lo que hacían, que todo era muy bueno, curioso y gracioso».
Además de ser unos grandes artesanos, eran expertos en medicina y realizan con gran destreza todos los oficios:
«Tenían así mismo grandísima experiencia y conocimiento sobre las calidades y virtudes de las hierbas, que sabían cuáles eran de provecho y cuáles eran dañosas y mortíferas, y las que eran simples. Y por la gran experiencia que tenían de ellas dejaron señaladas y conocidas las que ahora se usan para curar, porque también eran médicos […].
»Y tan curiosos eran los dichos tultecas que sabían casi todos los oficios mecánicos, y en todos ellos eran únicos y primos oficiales, porque eran pintores, lapidarios, carpinteros, albañiles, encaladores, oficiales de pluma, oficiales de loza, hilanderos y tejedores. Ellos mismos también como eran de buen conocimiento, con su ingenio descubrieron y alcanzaron a sacar y descubrir las piedras preciosas y sus calidades y virtudes […]».
Por si fuera poco, conocían a la perfección el ciclo de los astros y el calendario adivinatorio tonalpohualli, que era fundamental en la cultura mexica.
«Eran tan hábiles en la astrología natural que ellos fueron los primeros que tuvieron cuenta [calendario] y la compusieron de los días que tiene el año, y las noches, y sus horas, y la diferencia de tiempos, y que conocían y sabían muy bien los que eran sanos y los que eran dañososos, lo cual dejaron ellos compuestos por veinte figuras o caracteres. También ellos inventaron el arte de interpretar los sueños. Y eran tan entendidos y sabios que conocían las estrellas de los cielos y les tenían puestos nombres y sabían sus influencias y calidades, y sabían los movimientos de los cielos, y de las estrellas».
Pero no solo eran sabios y hábiles, sino que además eran guapos, fuertes, altos, respetuosos y de gran virtud.
«Y eran buenos hombres y allegados a la virtud, porque no decían mentiras, y su manera de hablar y saludarse unos a otros era: “señor” y “señor hermano mayor” y “señor hermano menor”, y su habla en lugar de juramento era: “es verdad”, “así es”, “así está averiguado”, y sí por sí, y no por no […].
»Y además eran altos y fuertes, de más cuerpo que los ahora viven, y buenos cantores y muy devotos y grandes oradores».
En síntesis, según pensaban los mexicas, los antiguos toltecas gobernados por Quetzalcoatl habían alcanzado grandes logros en todos los campos y representaban todas las virtudes de su espectro moral. Entonces, ¿cómo explicarse que hubieran terminado por sucumbir?
La caída de Tollan
La cultura tolteca se derrumbó por la suma de diversos factores, entre los que quizás se encuentran una larga serie de sequías y hambrunas que provocaron varios tsunamis migratorios y la incapacidad para contenerlos, pero no nos interesa ahora analizar las causas reales de aquel colapso, sino las que encontraron los mexicas tiempo después.
Debían de circular numerosas versiones que explicaban el fin de Tollan. Una de las más interesantes se incluye en el Códice Florentino de Sahagún (libro III, caps. 4 – 14) y tiene como protagonista a un cuexteca o tohuenyo, que como vimos significaba también «extranjero». Según se cuenta en el tercer libro, en aquella época Tollan estaba gobernada por el sacerdote Quetzalcóatl, señor de lo divino, y el rey Huemac, señor de lo civil.
Andaba un día por el mercado de Tollan un cuexteca desnudo, con el pájaro al aire, vendiendo chiles cuando fue visto por una princesa tolteca, la única hija del rey Huemac. La princesa quedó tan aturullada, tan atraída, por aquel cuexteca que cayó enferma y el rey Huemac mandó llamar en su busca para aliviar a su hija. El cuexteca fue llevado a palacio y se casó con la princesa, que recuperó la salud; pero tiempo después los cortesanos, molestos por la presencia de aquel salvaje en la corte, urdieron un plan con Huemac para desembarazarse de él.
Estaba por entonces Tollan en guerra con Coatepec y Huemac envió su ejército contra ellos, incluido al cuexteca, que puso al frente de un batallón compuesto por pajes enanos y cojos. Cuando iba a comenzar la batalla, las tropas toltecas se retiraron y dejaron solo al cuexteca, que lejos de arredrarse se lanzó contra el enemigo y terminó con todos. Cuando regresó a palacio fue cubierto de honores y todos quedaron muy contentos por tenerlo entre sus filas.
Sin embargo, el tohuenyo, que era un gran nigromante, comenzó entonces a preparar grandes embustes y trampas que iban a cambiar la fortuna de los toltecas. Un día se llevó a muchos a la sierra de Tzatzitépec y allí les animó a cantar y danzar mientras tocaba el tambor. Los toltecas se emborracharon y, aprovechando su confusión, hizo que se despeñasen por un barranco y al caer se convirtieron en piedras. Otro día les animó a ir a una huerta llamada Xochitla y allí mató a muchos de ellos, que al intentar escapar tropezaron unos con otros y cayeron muertos.
También hubo confusión y borrachera en el siguiente engaño. El tohuenyo adoptó la forma del dios Tlacahuepan y marchó al mercado, donde hizo bailar sobre la palma de su mano a un niño que era Huitzilopochtli. Atraídos por el espectáculo, se acercaron los toltecas y el tohuenyo les hizo escuchar una voz apremiándoles a que los matasen. Enloquecidos, los toltecas los mataron a pedradas y de los cadáveres de Tlacauepan y Huitzilopochtli comenzó a salir un hedor espantoso que el viento repartió por todos los lados provocando la muerte de los toltecas. Trataron entonces de alejar el cuerpo de la ciudad con ayudas de cuerdas, pero pesaba mucho y no había manera de moverlo. Por fin, por consejo del tohuenyo, consiguieron alejarlo gracias a una canción mágica, pero por el camino se rompió una cuerda y murieron varios toltecas aplastados por una de las vigas que estaban usando. Sin embargo, «los supervivientes volvieron a sus casas como si nada hubiera pasado; estaban como ebrios».
Después de unas cuantas desgracias de esta naturaleza, Quetzalcóatl quedó muy apesadumbrado al comprender que había cambiado su fortuna y los toltecas abandonaron Tollan para marchar hasta un lugar llamado Tlapalla, donde llegaron pasado un tiempo después de haber navegado por mar en una balsa hecha de serpientes llamada coatlapechtli.
Como habrá supuesto el lector, aquel cuexteca que provocó la caída de los toltecas no era un mero mortal, ni siquiera un poderoso hechicero, sino un dios, el más astuto de todos, Tezcatlipoca, que había urdido aquel plan junto con los dioses Huitzilopochtli y Tlacahuepan.
Tezcatlipoca, Espejo Humeante, era una de las divinidades más importantes de los mexicas. Como suele suceder con las divinidades mesoamericanas, era un dios polifacético relacionado con la hechicería y la guerra, con la valentía y con la juventud, con los peligros de la noche. Podía transformarse en cualquier criatura, pero solía asumir aspectos terroríficos, como un hombre decapitado con el pecho abierto, un gigante o un cráneo. Era un dios malicioso y caprichoso que se reía de los seres humanos y si le contrariaban podía darle un vuelco a la fortuna del desdichado y convertir al amo en esclavo, al rey en súbdito. Era un dios nocturno, relacionado con las tinieblas y la Luna, que podía provocar enfermedades provocadas por el aires de la noche. Además, como Tezcatlipoca Yáotl era un dios de la guerra, que acompañaba a los guerreros a la batalla.
No era la primera vez que Tezcatlipoca y Huitzilopochtli conspiraban contra el reino tolteca. Ya antes, cuentan los informantes de Sahagún, Tlacahuepan se había disfrazado de anciano y había conseguido emborrachar a Quetzalcotal con vino de maguey, quien quedó muy triste y fue así como se formó en su cerebro la idea de irse.
En los códices y las crónicas se cuentan otras versiones sobre la caída de Tollan, pero en esencia el esquema mítico es siempre muy parecido. Tezcatlipoca o divinidades relacionadas con este dios provocan que Quetzalcoatl, el sabio señor de Tollan, o figuras muy relacionadas con él, como Huemac, cometan algún acto de gran bajeza moral para la rígida y conservadora mentalidad mexica, por lo general relacionados con el sexo y la embriaguez. En la versión Sahagún, por ejemplo, la gran transgresión de Huemac fue ceder a la lascivia de su hija y dejar que se casara con un extranjero, por añadidura cuexteca, para aliviar su apetito sexual, así como las distintas borracheras que parecen cogerse los toltecas en los distintos episodios que auguraban su final.
Y este enfrentamiento entre Tezcatlipoca y Quetzalcoatl está a su vez relacionado con la leyenda de los 5 Soles y quizás también con la de Tamoanchan y la expulsión de los dioses del paraíso, pero nos llevaría demasiado lejos de la Tira de la peregrinación adentrarnos por esas veredas, así que vamos a recuperar el hilo de nuestra historia, que tras la caída de Tollan se sitúa en Culhuacán.
Culhuas y tepanecas
Como acabamos de ver, en el siglo XII se produjo un vacío de poder en el centro de México y una crisis económica generalizada que provocó un gran de movimientos migratorios desde el norte hacia el sur, en general, más fértil y desarrollado.
Tras la caída de Tollan, el altepetl más poderoso del centro de México pasó a ser Culhuacan, que según las crónicas recibió a los gobernantes caídos de Tollan, por lo que se convirtió así en la heredera oficial de los toltecas. No importa ahora si esto sucedió de verdad o no, si los reyes toltecas derrotados marcharon a Culhuacan o no, sino que así quedó en la memoria histórica de los pueblos del centro de México durante el postclásico tardío, aproximadamente entre los años 1250 y 1520, tal y como se afirma en diversas crónicas y documentos (5).
Poco a poco, las aguas se fueron calmando y en el centro de México fueron surgiendo distintos altépetl, ciudades Estado, en los que se mezclaba la tradición tolteca con la cultura chichimeca y la de los distintos pueblos que habitaban cada zona, como los otomíes, aunque en el discurso oficial identitario solo se reconocieron y reivindicaron las dos primeras.
Culhuacan fue reconocida como la heredera directa de la cultura tolteca, pero con los años el altepetl que alcanzó mayor poder fue Azcapotzalco, que habían fundado los tepanecas, uno de los varios pueblos nahuas que llegaron al centro de México con las migraciones del siglo XII.
Desde Azcapotzalco, los tepanecas fueron adquiriendo cada vez más poder y terminaron por formar el denominado imperio Tepaneca, precursor en muchos aspectos del imperio posterior que iban a liderar los mexicas de Tenochtitlan, un tipo de organización basada en el control de territorios y personas mediante un sistema de vasallajes y tributos que respetaba las autoridades subordinadas en tanto que les servían para controlar un territorio. Y entre estos vasallos se encontraban los tecnochas, que terminarían por rebelarse con el tiempo.
La formación ideológica de un imperio
Entre los pueblos que se desplazaron del norte al sur cuando cayeron los toltecas, se encontraban los mexicas de Tenochtitlan que durante mucho tiempo deambularon de acá para allá al amparo y perjuicio de pueblos más poderosos hasta que se asentaron definitivamente en un islote del lago Texcoco hacia el año 1325 en lo que debía ser una zona medio pantanosa llena de mosquitos y bastante insalubre (6). Por entonces, aquella zona estaba controlada por el altépetl tepaneca de Azcapotzalco y los tenochcas apenas eran un pueblo tributario más de su imperio.
A tenor de lo que contaban en sus propias historias, los mexicas de Tenochtitlan pasaron décadas de penurias, pero hacia 1428 su suerte comenzó a cambiar gracias a una política diplomática muy hábil, el talento para la guerra, la buena fortuna y quizás el arrojo de quien no tiene nada que perder. Después de formar una alianza con los altépetl de Tezcoco y Tlacopan, la llamada Triple Alianza, derrotaron a los tepanecas de Azcapotzalco y a partir de ahí fueron concatenando cada vez más victorias para terminar formando el llamado imperio Mexica, una red de control de territorios, bienes y personas que se extendía por gran parte de México.
Aquel cambio en la trayectoria histórica de los tenochcas fue orquestado por dos personajes clave en la historia de los aztecas: el huey tlatoani Itzcóatl (1427-1440), la máxima autoridad civil del altépetl, y su consejero Tlacaélel, el mismo que décadas después organizó la expedición a Coatepec en tiempos de Moctezuma Ilhuicamina. Según cuentan las crónicas, ellos fueron quienes consiguieron tejer la red de alianzas que les iba a permitir derrotar a los tepanecas de Azcapotzalco y quienes persuadieron a los poderes fácticos tenochcas, como los ancianos jefes de los calpullis, que el mejor camino que podían emprender era la guerra.
Aparte de consideraciones materiales, la empresa de convertir un asentamiento de agricultores y pescadores en una potencia militar requería una elaboración ideológica tremenda. Internamente debían convencer a los tecnochas de que la guerra era el mejor camino que podían emprender y, externamente, arroparse de prestigio y fama para que los demás altépetl los temieran, obedecieran y respetaran.
Una de las acciones que emprendieron en este sentido fue reelaborar la historia de los mexicas de Tenochtitlan comenzando con la quema de todos los códices históricos que había hasta entonces, tal y como anota Sahagún en un comentario de pasada en el libro X del Códice Florentino:
«Por la tal cuenta no se puede saber qué tanto tiempo estuvieron en Tamoanchan, y se sabía por las pinturas que se quemaron en tiempo del señor de México, que se decía Itzcóatl, en cuyo tiempo los señores y los principales que había entonces acordaron y mandaron que se quemasen todas, porque no viniesen a manos del vulgo y viniesen en menosprecio»
Según explica Federico Navarrete (7), la quema de los códices no consiguió su objetivo, ni se destruyeron todos ni muchos menos se acabó con la memoria histórica, el recuerdo del pasado, que había entre los distintos calpullis de Tenochtitlan; pero el episodio sí nos revela el alcance de la reforma ideológica de Itzcóatl, su intención de reformular la historia de un pueblo que hasta entonces había sido modesta en comparación con las potencias que habían surgido tras la caída de los toltecas.
En un artículo formidable que lleva por título Itzcóatl y los instrumentos de su poder (8), María Castañeda de la Paz analiza en detalle aquel proceso y explica cómo debieron formularse por entonces los arquetipos más relevantes de la fase legendaria de la migración mexica, como la salida Aztlán, imaginada como reflejo de Tenochtitlan, o la trascendencia de Huitzilopochtli:
«Con mayor o menor éxito, parece que Itzcóatl logró unificar a su sociedad. Elaboró una historia que sin género de dudas seguía o imitaba los modelos históricos vigentes en Mesoamérica como más adelante tendremos oportunidad de corroborar. Por esta razón, dudo mucho que cuando Sahagún habla de una quema de documentos, se tratara de hacer tabla rasa del pasado como alguna vez se ha afirmado. No se trató de una mera destrucción sino de la creación de una historia oficial, basada en acontecimientos pasados, comunes a su pueblo y a todos los del área. [Como indica Federico Navarrete]: “La historia] no podía estar basada en una mentira y para los portadores de la tradición tenía un valor de verdad suprema… también debía ser capaz de convencer a los demás grupos, dentro de la sociedad mexicana y fuera de ella: su poder persuasivo dependía de su verosimilitud”.
»El resultado fue, por un lado, el de una historia que daba identidad a una heterogénea población, cuya identidad política y étnica se veía ahora engrandecida por los logros militares y políticos del nuevo dirigente. Esto me lleva a considerar que fue Itzcóatl quien ideó un lugar común de origen al que llamó Aztlan, que no es más que la proyección hacia el pasado de Tenochtitlan. Elevó a Huitzilopochtli, el dios de los calpulli de mayor importancia al templo principal de la ciudad, y elaboró un relato según el modelo mesoamericano donde el elemento sagrado ––por ello el de la divinidad–– era decisivo para legitimarlo. Por el otro, una historia en la que la dinastía de señores gobernantes quedara absolutamente legitimada, para lo cual, no sólo reivindicó la ascendencia culhua de éstos sino que les otorgó un carácter divino».
En síntesis, hacia 1428 se produjo un gran cambio en la trayectoria histórica de los mexicas de Tenochtitlan, que pasaron de ser un altépetl sujeto al imperio de los tepanecas de Azcapotzalco a ser la ciudad Estado más poderosa de todo México. Aquel cambio político y económico estuvo arropado por un discurso ideológico que debió de irse refinando y enriqueciendo con los años, pero es probable que ya por entonces contase con los grandes puntos de fuga que se advierten en los documentos más vinculados con el poder mexica que nos han llegado, como la Crónica Mexicayotl de Tezozómoc o la Tira de la peregrinación, los cuales podemos agrupar en dos grandes ideas fuerza: una, los tecnochas son los herederos directos de la cultura tolteca y, dos, son el pueblo destinado a señorear el mundo en tanto que son los elegidos por Huitzilopochtli, el dios más poderoso de todo el panteón.
Veamos estas dos ideas fuerza con más detalle.
Nuestros abuelos los toltecas
Como acabamos de ver, uno de los mitos que explicaba la caída de Tollan contaba que todo había sido una confabulación de los dioses Tezcatlipoca, Huitzilopochtli y Tlacahuepan. No parece casualidad que hayan sido precisamente estos tres dioses, pues, como advierte Guilhem Olivier en su gran ensayo Tezcatlipoca: burlas y metamorfosis de un dios azteca, eran precisamente los dioses tutelares de la Triple Alianza mexicana (9):
«Es posible que a través de la intervención de estas tres divinidades los informantes de Sahagún hayan querido significar el futuro poder de los miembros de la triple alianza, Huitzilopochtli como el dios de México, Tezcatlipoca como dios de los tezcocanos y, por último, Tlacahuepan, la divinidad de los tepanecas de Tlacopan».
Tollan cae por los pecados de sus gobernantes, que ya están viejos, que representan un orden antiguo que debe ser reemplazado por la nueva alianza. Pero no cae para desaparecer, sino para transformarse, para trasladarse mejor dicho, a Tenochtitlan, que al mismo tiempo se traslada a Tollan. Esta idea se refleja bien en las influencias de estilos artísticos entre ambos sitios, que Leonardo López Luján y Alfredo López Austin resumen en Los mexicas en Tula y Tula en Mexico-Tenochtitlan:
«La recuperación del pasado tolteca encontró en la imitación su mejor forma de expresión. Los artistas mexicas copiaron prácticamente todo tipo de vestigio que pasó frente a sus ojos: esculturas exentas de atlantes, portaestandartes, serpientes colosales y chacmooles; relieves de los llamados “hombres-pájaro-serpiente”, procesiones de personajes armados, serpientes ondulantes, aves rapaces y felinos; braseros de gran formato con la efigie de Tláloc o con protuberancias, y cenefas multicolores pintadas sobre aplanados de tierra y estuco. La inusitada cantidad y calidad de estas imitaciones nos hablan de una profunda compenetración con el arte de Tula. Por ello, no carece de sustento la observación de Octavio Paz, quien comentó que “si Tula fue una versión rústica de Teotihuacan, México-Tenochtitlan fue una versión imperial de Tula”».
Y lo interesante es que no fue solo una traslación de estilos artísticos con objetivos estéticos. Cuando copiaban un mural tolteco, era también una manera de incorporar la fuerza mágica y religiosa de los antiguos dioses de Tollan, de Quetzalcoatl, en sus propios espacios. Por esa misma razón, al mismo tiempo que «tolquetizaban» Tenochtitlan, se esforzaron por «mexicalizar» Tollan transformando los antiguos espacios religiosos toltecas en espacios sagrados mexicas mediante diversos rituales, tal y como explica la arqueóloga Shannon Dugan Iverson (10).
Desde 1400 aproximádamente, los aztecas fueron repoblando la antigua Tollan, que llegó a tener una población cercana a las 20.000 personas, y en paralelo a esta reocupación demográfica, la arqueóloga advierte una destrucción ritual de las estatuas y centros ceremoniales que tenía como objetivo «desacralizar» el lugar para reconstruir sus espacios y símbolos religiosos en clave azteca. Para entender aquel proceso podemos pensar en la Basílica cristiana de Santa Sofía de Estambul que fue transformada en mezquita cuando llegaron los turcos otomanos en 1453 o en la mezquita de Córdoba, que fue consagrada como catedral cuando los cristianos conquistaron la ciudad a los musulmanes. Los espacios sagrados se transforman mediante rituales, como una oración que consagra una iglesia, y la sustitución de símbolos de un marco religioso y cultural a otro. En palabras de Shannon Dugan:
«Elizabeth Boone ha interpretado la historia migratoria de los mexicas como un rito de paso destinado a «separar a los mexicas de su anterior condición [nómada], dotarlos de la aptitud espiritual y mental para gobernar y devolverlos así cambiados al mundo en Tenochtitlán». Aunque Boone argumenta que se trata de una actuación metafórica ceremonial, sugiero que al menos una parte de este empeño —es decir, la desacralización de Tula— se realizó de forma literal. Este acto fue llevado a cabo por los propios mexicas o por otros pueblos de la Cuenca de cuya versión de la historia se apropiaron posteriormente los aztecas. No podemos saber si este acto fue una conmemoración (una memoria), una manipulación (un relato inventado) o ambas cosas. Tampoco podemos saber con certeza si la historia migratoria es verdadera. Sin embargo, lo que podemos saber es que la desacralización constituyó el primer efecto arqueológicamente visible de la producción histórica de los mexicas (o de la Cuenca) en Tula».
En paralelo a estas influencias culturales, desde un principio los mexicas trataron de emparentar a sus gobernantes con la dinastía culhua, que recordemos eran los herederos oficiales de los toltecas, o directamente con la dinastía que había sobrevivido en Tollan a la crisis del siglo XII. De hecho, las uniones matrimoniales entre dinastías gobernantes era una práctica habitual desde tiempos mayas, tal y como explica José Luis de Rojas: «la información proporcionada por la lectura de los textos mayas nos permite suponer que los procedimientos adoptados por los mexica tenían una honda raigambre en Mesoamérica y no fueron un invento suyo. La política estaba marcada por una extensa red de parentesco entre los señores, que llegaba a constituir una especie de “internacional de las élites”, o como la llamaba Pedro Armillas “una clase aristocrática panmesoamericana”» (11).
Así, por ejemplo, Acamapichtli, un nombre que vendría a significar «puño cerrado con cañas», que fue el primer huey tlatoani o señor supremo de los mexicas de Tenochtitlan estaba emparentado con la dinastía culhua y ya antes, según se cuenta en la Crónica Mexicáyotl, se había producido un gran intercambio de matrimonios entre mexicas y culhuas cuando habían pasado por allí, tal y como veremos en próximos capítulos.
«Quedábanse pues los mexicanos, y tomaban por nueras a las hijas doncellas de los Culhuacanos, y los Culhuacanos tomaban por yernos a los hijos de los· mexicanos. siendo así en verdad hijos propios».
Los sucesores de Acamapichtli se siguieron casando con princesas culhuas y toltecas, algo fácil de hacer cuando se practica la poligamia, hasta que se llegó a hablar de los mexicas-culhuas para referirse a los tecnochas. Incluso cuando ya había caído Tenochtitlan tras la llegada de los españoles y se había establecido un nuevo sistema de poder en México, Pedro de Moctezuma Tlacahuepantzin, hijo de Moctezuma II, reivindicaba la encomienda de Tollan por haber sido su madre una princesa de la familia gobernante tolteca.
En síntesis, para emular una cultura idealizada en la que aspiraban convertirse, en general los pueblos chichimecas que llegaron al centro de México tras la caída de Tollan, entre ellos los tenochtlas, incorporaron elementos culturales y religiosos toltecas a su cultura, como estilos artísticos o las formas de organizarse. Además, las dinastías gobernantes trataron de emparentarse con las dinastías toltecas y sus herederos oficiales culhuas para reforzar su poder interno y legitimar sus políticas expansionistas.
Dado este contexto, resulta natural preguntarse ¿no deberían estar más presentes Quetzalcoatl y los toltecas en el relato de las migraciones legendarias, incluida la Tira de peregrinación?
Quetzalcoatl y la migración de los mexicas
Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl asoma de forma fugaz en algún pasaje de las crónicas mexicas, incluida quizás la Tira, pero no termina de ser tan evidente como la figura de de Huitzilopochtli. Veamos un par de ejemplos.
En la Crónica Mexicayotl se cuenta que antes de pasar por Coatepec, Huitzilopochtli abandonó a su hermana Malinalxoch, que era una gran hechicera que se comía los corazones de la gente por la noche y tenía tratos con ciempiés y arañas. Malinalxoch y los suyos se establecieron entonces en Texcaltepetl, donde la mujer parió a un hijo llamado Copil cuyo padre era Chimalcuauhtli, rey de Malinalco.
A los aztecas les fueron pasando diversas aventuras y por fin llegaron al lugar donde iban a fundar tiempo después Tenochtitlan, el lugar elegido que les había prometido Huitzilopochtli desde que se habían puesto en camino. Entonces Copil marchó contra los mexicas para vengar la afrenta de su tío, pero no llegó muy lejos. Huitzilopochtli le cortó la cabeza, que luego clavó en un estaca en Acopilco, y le arrancó el corazón. Luego le pidió a uno de sus teomamas más fieles, cuyo nombre podía ser Cuauhcoatl o Cuauhtlequetzqui, que lo enterrase en el sitio donde más adelante iban a fundar Tenochtitlan, el lugar de la tuna en la piedra. Y lo interesante es que aquel lugar, según Tezozomoc, descendiente directo de los tlatoanis tecnochas, está asociado con Quetzalcóatl:
«En cuanto le hubo muerto Huitzilopochtli echó a correr con el corazón de Copil, yendo a encontrarle el teomama llamado Cuauhtlequetzqui, quien al encontrarle le dijo: “¡Pasaste trabajos, oh sacerdote!”, le respondió él: “Oh, Cuauhtlequetzqui, ven, he aquí el corazón del bellaco de Copil, a quien fuí a matar; corre y llévatelo dentro del tular, del carrizal. donde verás un tepetate sobre el cual descansara Quetzalcoatl cuando se marchó; de sus sillas la una es roja y la otra negra; allí te colocarás en pie cuando arrojes el corazón de Copil”» (12).
La marcha de Quetzalcoatl agotado y viejo, sin fuerzas para enfrentarse a Tezcatlipoca, rumbo a Tlapallan un sitio mítico ubicado en el este, debió de inspirar algunos topónimos como Temacpalco, un lugar donde se sentó en una piedra grande y dejó las marcas de sus manos o Tepanoaya, un sitio donde mandó hacer un puente para cruzar un río. Y por lo que cuenta Tezozomoc los tenochcas también asociaron la esplendorosa Tenochtitlan con un pasaje de aquel éxodo, el lugar donde Quetzalcóatl se sentó en su silla roja y su silla negra, una expresión cargada de significado.
Entre los antiguos mexicas era frecuente recurrir a una fórmula lingüística que Ángel María Garibay Kintana denominó difrasismo y que viene a ser la suma de dos palabras para formar una expresión distinta que puede estar o no relacionada con las anteriores. Así, por ejemplo, el difrasismo «el agua, el metate» podía hacer referencia a la mujer y el difrasismo «la ceiba, el ahuehuete», al padre. Y la combinación de las palabras rojo y negro —sobre todo si anda Quetzalcóatl de por medio— sin duda están relacionadas con los códices y, en general, la sabiduría que viene de los ancestros (13). El pasaje, en suma, nos está diciendo que los tecnochas se consideraban herederos de la sabiduría de Quetzalcoatl y, al mismo tiempo, guerreros chichimeca ejemplares que vencen sin esfuerzo al enemigo que viene contra ellos para ofrecer su corazón a los dioses.
Un segundo ejemplo lo encontramos en la Crónica Mexicana (cap. 103), también de Tezozomoc, cuando un cihuacoatl, un consejero del rey, da un discurso en Tetzcoco y afirma que Quetzalcoatl fue el señor de Aztlan:
«Y mira, hijo, el origen y prinçipio de los que nos rigieron, gobernaron, los dioses y señores, en Aztlan Chicomoztoc, llamado el uno Çe Acatl y Nacxitl y Quetzalcoatl, que de esta manera reinaron y gobernaron el mundo, a la gente chichimeca de los mexitin, que agora son llamados mexicanos, y por este estilo y orden vinieron señoreando Tula y en Cuauhtlan».
Un tercer ejemplo lo encontramos precisamente en la Tira de la peregrinación. Si volvemos unos pasos atrás, podemos recordar que había cuatro teomamaque encargados de guiar los aztecas y que uno era una mujer llamada Chimalma, que debía de ser muy importante, pues aparece también en Aztlán al lado del caudillo de los aztecas.
Chimalma no es un personaje que aparezca en muchas fuentes. Pero sí hay una mención muy curiosa en los Anales de Cuauhtitlan, una de las obras que componen el llamado Códice Chimalpopoca, escrita quizás por Alonso Vegerano y Pedro de San Buenaventura, dos colaboradores de Bernardino de Sahagún que habían nacido en Cuauhtitlan. Y es curiosa porque en los Anales se indica que Chimalma era ¡la madre de Quetzalcoatl! y, al igual que la madre de Huitzilopochtli, se quedó embarazada ella sola después de comerse, en este caso, una piedra esmeralda.
«[…] nace Quetzalcóhuatl, que por eso fue llamado Topiltzin y sacerdote Ce Acatl Quetzalcóhuatl. Se dice que su madre tenía por nombre Chimanan; y también se dice de la madre de Quetzalcóhuatl que concibió porque se tragó un chalchihuitl».
En fin, sea o no en nuestro caso Chimalma la madre de Quetzalcoatl, lo que está fuera de toda duda es que los mexicas y sobre todo los mexicas de Tenochtitlan, construyeron una imagen idealizada de los toltecas y la idealizaron precisamente porque se consideraron los justos herederos de aquella cultura. Es decir, cuanto más perfectos eran los toltecas, más sentido adquiría querer ser como los toltecas y cuánto más «evidente» resultaba que eran los herederos de Tollan, más énfasis pusieron en las virtudes de los toltecas. Queda clara, espero, esta gran idea fuerza, vamos con la segunda.
El ascenso de un dios menor
Sobre la segunda gran idea fuerza de la construcción ideológica imperial de México Tenochtitlan, ya hemos visto sus grandes pinceladas en los capítulos precedentes. Huitzilopochtli es el dios más poderoso de todo el panteón y los mexicas son su pueblo elegido. Este es el contexto, por ejemplo, en el que debemos interpretar el discurso que da Huitzilopochtli a los mexicas según la Crónica Mexicana de Tezozómoc cuando se detienen en Coatepec (cap. 2):
«Ea, mexicanos, que aquí ha de ser vuestro cargo y oficio, aquí habéis de aguardar y esperar, y de cuatro partes cuadrantes del mundo habéis de conquistar, ganar y avasallar para vosotros, tened cuerpo, pecho, cabeza, brazos y fortaleza, pues os ha de costar asimismo sudor, trabajo y pura sangre, para que vosotros alcancéis y gocéis las finas esmeraldas, piedras de gran valor, oro, plata, fina plumeria, preciados colores de pluma, fino cacao de lejos venido, lanas de diversos tintes, diversas flores olorosas, diferentes maneras de frutas muy suaves y sabrosas, y otras muchas cosas de mucho placer y contento, pues habéis plantado y edificado vuestra propia cabeza, cuerpo, gobierno, república, pueblo de mucha fortaleza en este lugar de Coatepec».
La lectura es muy sencilla y no necesita mayor explicación. Lamentablemente se ha repetido en innumerables ocasiones a lo largo de la historia. Una población quiere conquistar o destruir a otra y arropa el discurso militar en un contexto religioso. Lo que no está tan claro es la historia de Huitzilopochtli antes de convertirse en ese gran dios de la guerra, lo cual entronca con una cuestión que planteaba en el capítulo anterior: ¿Coatepec es una montaña sagrada porque allí nació Huitzilopochtli o, al revés, allí nació Huitzilopochtli porque ya era una montaña sagrada?
No puedo más que moverme por conjeturas llegados a este punto, pero supongo que el dios colibrí también experimentó un gran cambio durante la campaña propagandística de Itzcóatl y Tlacaélel. En general, el dios o diosa principal de un pueblo o localidad está relacionado de alguna manera con sus actividades económicas o culturales más relevantes. Por ejemplo, entre los cananeos una de sus divinidades más destacadas, Baal, estaba relacionada con la lluvia y el ciclo agrícola, pues eran un pueblo que dependía del campo; Atenea, diosa de la sabiduría y el pensamiento, era la patrona de los filosóficos atenienses; y el belicoso Odín y sus valkirias se ajustaban a la perfección al espíritu guerrero de los vikingos del siglo X.
Si lo que contaban los tecnochas de su historia fue más o menos cierto y desde la fundación de la ciudad podemos pensar que reflejaba acontecimientos reales, no termina de cuadrar un dios tan vinculado con la guerra con las inquietudes de un pueblo que va sobreviviendo como buenamente puede de lo que pesca y cultiva en un lago empantanado y lleno de mosquitos.
Algunos especialistas han sostenido que Huitzilopochtli fue un personaje real, un teomamaque o un gran caudillo militar, que a su muerte fue divinizado. Podría ser, pero en cualquier caso seguiríamos teniendo el mismo problema. No encaja aquel dios belicoso en el contexto cultural de una población lacustre que al menos durante un siglo no emprende aventura militar alguna digna de mención.
Carezco del tiempo necesario para emprender una investigación tan compleja, pero sospecho que también fue reescrita la historia de Huitzilopochtli durante la reforma ideológica de Itzcóatl y que antes debía de ser o bien un dios menor o bien una divinidad con otras funciones y leyendas diferentes. Si fuera un dios menor, es probable que la posición principal estuviera reservada a Tlaloc, una divinidad relacionada con el agua y todo lo que crece. Pero si hubiera sido un dios distinto, podría ser interesante investigar a un dios llamado Opochtli, que significa el zurdo.
Según se recoge en el Códice Florentino de Sahagún (Libro I, cap. 17), Opochtli era un tlaloque, uno de los dioses ayudantes de Tlaloc que se encargaba de repartir el agua por el mundo. Había dado a los seres humanos las redes para la pesca, los remos de las barcas, un lazo para atrapar aves y una especie de tridente llamado minacachalli que servía para pescar y cazar animales acuáticos. Pero además de estar relacionado con la pesca y la caza lacustre, también era patrón de las chinampas, una especie de balsas acuáticas que permitieron a los mexicas cultivar maíz en la superficie de los lagos. En suma, era la divinidad que tutelaba todas las actividades económicas de los tecnochas preimperiales que les permitían subsistir.
Por otra parte, es interesante destacar que entre los personajes más antiguos y legendarios que aparecen en las crónicas figuran algunos llamados Opochtli, lo que probablemente significase que eran sacerdotes de este dios. Entre ellos se encuentra Opochtli Iztahuatzin, marido de la princesa culhua Atotoztli, hija del rey Coxcoxtli de Culhuacan, y este Opochtli fue nada más ni nada menos que el padre Acamapichtli, el primer tlatoani de Tenochtitlan.
¿Podría ser entonces que Huitzilopochtli hubiera sido en un origen Opochtli? Si fuera así sería muy interesante, porque confirmaría la hipótesis de María Castañeda sobre la identidad del caudillo que lidera a los aztecas que salen de Aztlán en la Tira de la peregrinación, ya que Amimitl y Opochtli están muy relacionados en tanto que los dos son dioses de la caza acuática. En cualquier caso, no deja de ser curioso que en la Historia de los mexicanos por sus pinturas se cuente que uno de los pocos amigos de Huitzilopochtli fuera precisamente Opochtli, dios chichimeca del agua, quien le habría dado unas armas entre las que quizás se encontraba el poderos atlatl (una tiradera).
«[…] de allí vinieron camino de Huilzilopochco, que es dos leguas pequeñas de México, el cual pueblo se llamaba Huitzílatl en lengua de chichimecas, porque de ellos estaba poblado, los cuales chichimecas tenían por dios a Opochtli que era dios del agua; y este dios del agua topó al indio que traía el mastel y manta de Huitzilopochtli, y como le topó le dio unas armas, que son las con que matan las ánades, y una tiradera, y como Huitzilopochtli era izquierdo como este dios del agua, le dijo que debía [de] ser su hijo, y fueron muy amigos. Y mudóse el nombre del pueblo do se toparon, que como primero se llamaba Huitzílatl, de allí adelante se llamó Huitzilopochco».
En suma, sospecho que Huitzilopochtli tal y como lo conocemos fue una divinidad relativamente moderna y que desde la reforma de Itzcóatl se fueron añadiendo leyendas, patronazgos y funciones a un dios que hasta entonces se movía en el ámbito de la economía lacustre, quizás Opochtli u otro similar. Y entre las leyendas que se fueron tejiendo en torno a este dios —muchas inspiradas en el dios de la guerra Tezcatlipoca Yaotl—, se formó de alguna manera la del nacimiento en Coatepec, que quizás ya era una montaña sagrada desde tiempos toltecas, tal vez en el cerro de Hualtepec como apunta Yami Gelo (14).
Y no parece casualidad que se produjera precisamente en Coatepec aquel nacimiento o renacimiento después de haber terminado con los hermanos que querían matarle en el transcurso de la fase legendaria del relato sobre la migración mexica. Aquella montaña era la antesala de Tollan, cuyo legado iban a reivindicar los tenochcas, quienes nacen como su dios para enfrentarse victoriosos contra quien trate de oponérseles, empezando por Azcapotzalco.
En síntesis, hasta aquí la Tira de la peregrinación nos ha ido contando la evolución de la identidad mexica, la cual se ha ido formando a través de una serie de transformaciones. Primero fueron aztecas y andaban con otros pueblos desde que habían salido de Chicomoztoc. Luego se diferenciaron del resto, que siguió otro camino, quizás en Tamoanchan, y más adelante se convirtieron en mexicas, un pueblo chichimeca guerrero y cazador cuando asumieron el deber cósmico de alimentar al Sol con cautivos obtenidos en la guerra. Por último, pasaron a ser también toltecas–culhuas al cruzar del plano legendario al histórico en el paso por Coatepec y Tollan, una transición que se refleja en la primera celebración del fuego nuevo que aparece en la Tira de la peregrinación, el inicio de una nueva era, un nuevo Sol, un nuevo escenario protagonizado ahora por los mexicas. Es una lectura que podían haber firmado Itzcóatl y Tlacaélel.
Bueno, de momento vamos a dejarlo aquí.
Posible lectura de la lámina
Los aztecas-mexicas pasaron varios años en Coatepec, hasta que celebraron la atadura de años que conmemoraba el «siglo azteca».
Luego fueron a Tollan.
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Notas y referencias
1. Sobre la atadura de años ver:
Elson, Christina y Smith, Michael E. Archaeological Deposits from the Aztec New Fire Ceremony. En Ancient Mesoamerica, 12. 2001. Consultar.
Graulich, Michel. Las fiestas del año solar en el Códice Borbónico. En Itinerarios, 8, 2008. Consultar.
Thouvenot, Marc y Villejuif, Celia. Estructuras y lecturas del “Xiuhtlalpilli” o ligadura de los años. En Estudios de cultura Náhuatl, 34. 2003. Consultar.
Vargas López, Miguel Ángel. De Ochpaniztli a Panquetzaliztli: El cambio de año del xiuhmolpilli y su celebración en el Cerro de la Estrella. 2016. Consultar.
Además aunque abarcan un tema más amplio que la atadura de los años, para comprender los ciclos del tiempo recomiendo las lecturas de:
Boone, Elizabeth Hill. Ciclos de tiempo y significado en los libros mexicanos del destino. Fondo de Cultura Económica, México, 2016.
Kenrick Kruell, Gabriel. La concepción del tiempo y la historia entre los mexicas. En Estudios Mesoamericanos, 2, 2019. Consultar.
Tena, Rafael. El calendario mesoamericano. En Arqueología Mexicana, 41, págs. 4-11.
2. La bibliografía sobre los toltecas es muy extensa. Por empezar por algún lado recomiendo:
Davies, Nigel. The Toltecs, until the fall of Tula. University of Oklahoma Press, 1977.
Florescano, Enrique. La saga de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcoatl. En Relaciones, 95, págs. 201-234, 2003. Consultar.
Graulich, Michel. Los reyes de Tollan. En Revista Española de Antropología Americana, 32, págs. 87-114, 2002. Consultar.
Guadalupe Mastache, Alba; Cobean, Robert H.; Jiménez García, Elizabeth. Tula. Fondo de Cultura Económica, 2013. Consultar fragmentos en GB.
Healan, Dan M. (ed.). Tula of the Toltecs: Excavations and Survey. UIP, 1989. Consultar en GB.
Navarrete, Federico. Chichimecas y toltecas en el Valle de México. En Estudios de cultura náhuatl, 42, 2011. Consultar.
Sterpone, Osvaldo José. Tollan a 65 años de Jorge R. Acosta. INAH, UAEH, 2007.
3. Respecto a Quetzalcóatl recomiendo leer un ensayo delicioso de López Austin, que además está muy relacionado con las migraciones mexicas:
Alfredo López Austin. Hombre-Dios: religión y política en el mundo náhuatl. México. Edición electrónica, 2015 UNAM, INAH. Consultar.
Además, es muy interesante consultar el ensayo de López Austin y López Lujan Mito y realidad de Zuyuá (Fondo de Cultura Económica, 1999), de precio asequible, en el que explican cómo se pudo extender el culto de Quetzalcoatl por gran parte de Mesoamérica en el nuevo sistema cultural y político que surgió tras el colapso de Teotihuacán: un sistema que se caracterizaba entre otras peculiaridades por la formación de ciudades multiétnicas y el establecimiento de alianzas confederadas, como la que tiempo después firmaron Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. Y es probable que el culto se extiendese, explican, gracias a ciudades santuario, así como a movimientos migratorios que tuvieron entre otros centros neurálgicos Tollan, Cholula y Chichén Itzá.
4. Las citas de Bernardino de Sahagún provienen de la edición de Juan Carlos Temprano en Historia 16 (1990).
On-line se puede consultar la traducción del siempre interesante León-Portilla: La historia del tohuenyo. Consultar
Además, es muy recomendable leer el análisis que hace al respecto Guilhem Olivier en Tezcatlipoca. Burlas y metamorfosis de un dios azteca, FCE, 2004.
5. La puerta de entrada más sólida que conozco al mundo tepaneca es la tesis muy interesante de Carlos Santamarina:
Carlos Santamarina Novillo. El sistema de dominación azteca: el Imperio Tepaneca, 2006. Consultar.
6. En realidad, según el registro arqueológico, el asentamiento donde se fundó Tenochtitlan ya existía desde antes de 1325 y es probable que fuera una antigua localidad otomí. En palabras de Michel Smith (2006: 271):
«El material azteca temprano indica que la isla estuvo ocupada antes de 1325, lo cual contrasta con las narraciones indígenas. Esto sugiere que, o bien los mexicas llegaron a la isla antes de 1325, o que otro grupo vivió allí antes de la llegada mexica en 1325. Estos depósitos del periodo Azteca Temprano aparecen muy removidos por la ocupación posterior, y no sobrevive arquitectura de dicho periodo.
»Para la ciudad de Tenochtitlan pueden identificarse hasta tres fundaciones diferentes. La primera es la ocupación inicial de la isla. Aunque este evento no ha sobrevivido en ninguna narración histórica, los materiales del periodo Azteca Temprano mencionados proporcionan evidencia arqueológica para esta primera fundación. La segunda fundación es la que describe la historia oficial mexica con el águila y el nopal, que presumiblemente tuvo lugar en 1325 d.C. Esta fue la fundación formal religiosa de la ciudad, sancionada por el dios Huitzilopochtli y estuvo acompañada por la construcción de un templo. La tercera fundación de Tenochtitlan fue una fundación política formal señalada por el establecimiento de la primera dinastía mexica legítima (proveniente de los toltecas) con la ascensión del rey Acamapichtli en 1372».
7. Federico Navarrete Linares. Los libros quemados y los nuevos libros. Paradojas de la autenticidad en la tradición mesoamericana. En La abolición del arte. XXI Coloquio Internacional de Historia del Arte, UNAM, págs. 53-71, 1998. Consultar.
Sobre la quema de códices perpetrada por Itzcóatl, ver también:
Clementina Battcock. Acerca de las pinturas que se quemaron y la reescritura de la historia en tiempos de Itzcóatl. Una revisión desde la perspectiva simbólica. En Estudios de cultura Náhuatl, 43. Consultar.
8. María Castañeda de La Paz. Itzcóatl y los instrumentos de su poder. En Estudios de cultura Náhuatl, 36, págs. 115-147, 2007. Consultar.
9. Es muy interesante ver que, en un pasaje de su prolija obra, Fernando de Alva Fernando de Alva Ixtlilxóchitl también recoge este mito de los nigrománticos que provocan la caída de Tollan. Pero en este caso solo hay dos, ¡falta Huitzilopochtli!
«[…] los inventores de estos pecados fueron dos hermanos, señores de diversas partes, muy valerosos y grandes nigrománticos, que se decían, el mayor Tezclatlipuca (sic) y el menor Tlallauhquitezcatlipuca, que después los Tultecas los colocaron por dioses».
(pág. 47 de la desordenada edición de Alfredo Chavero de 1891).
Sospecho, por lo tanto, que en la versión más antigua del mito solo estaría Tezcatlipoca, lo que formaría parte de una tradición más antigua en la que se van alternando este dios y Quetzalcoatl en el gobierno del Sol y del mundo. Y, más adelante, los mexicas encajaron a su dios patrono en esta leyenda que debía de estar extendida, cuanto menos, por todo el Valle de México.
10. Sobre la relación de los tenochcas con los toltecas, recomiendo ver:
Dugan Iverson, Shannon. The Enduring Toltecs: History and Truth During the Aztec-to-Colonial Transition at Tula, Hidalgo. En Journal of Archaeological Method and Theory 24, págs. 90 –116, 2017. Consultar en inglés, consultar en español.
León-Portilla, Miguel. Tula Xicocotitlan: historia y arqueología, conferencia dada en El Colegio Nacional de México el 15 de mayo de 2008. Consultar.
López Luján, Leonardo y López Austin, Alfredo. Los mexicas en Tula y Tula en México-Tenochtitlan. En Estudios de cultura Náhuatl, 38, págs. 33-83, 2007. Consultar.
Ramírez Calva, Verenice Cipatli y Jiménez Abollado, Francisco Luis. Dos generaciones: Don Pedro Moctezuma Tlacahuepantzin, Don Martín Cortés Motlatocazoma y Don Diego Luis Ilhuitl Temoctzin. Fundación y pugnas de un mayorazgo indio, 1540-1587. En Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas, 352-353, págs. 523-556., 2012. Consultar.
Smith, Michael E. La fundación de las capitales de las ciudades-estado aztecas: la recreación ideológica de Tollan. En Nuevas ciudades, nuevas patrias: fundación y relocalización de ciudades en Mesoamérica y el Mediterráneo antiguo, págs. 257-290. Sociedad Española de Estudios Mayas, 2006. Consultar.
11. José Luis de Rojas. Cambiar para que yo no cambie: La nobleza indígena en la nueva España. Sb editorial, 2016.
12. La obra de Tezozómoc está publicada on-line por la UNAM. Consultar la Crónica Mexicana, consultar la Crónica Mexicáyotl.
132. Mercedes Montes de Oca Vega. Los difrasismos: un rasgo del lenguaje ritual. En Estudios de cultura Náhuatl, 39, 2008. Consultar.
14. Yami Gelo. El Cerro Coatepec en la Mitología Azteca y Templo Mayor, una Propuesta de ubicación. En Arqueología, 47, 2014. Consultar.
Si los chichimeca de Huitzílatl tenían por dios a Opochtli parece como que la combinación del dios y la ciudad da Huitzilopochtli, ¿no? “Opochtli de Huitziílatl”.
Muy interesante, como siempre
Gracias!
Hay un tlatloani previo a Izcoatl que se llamaba Huitzilíhuitl… yo sospecho que el dios colibrí era una advocación de Opochtli, como Yaotl de Tezcatlipoca, y cuando comenzaron la senda militarista con Izcoatl y más aún con su sucesor, su sobrino Moctezuma Ilhuicamina, adquirió sus rasgos guerreros, incluido el mito del nacimiento en Coatepec. Hay que investigar : )