El códice Boturini: 1. La isla blanca
Análisis de la primera lámina del códice Boturini
Introducción
Durante siglos, la organización territorial compleja más extendida en Mesoamérica fueron las ciudades Estado, centros urbanos desde los que se controlaba un territorio más o menos extenso que podía incluir otro tipo de asentamientos menores, desde pueblos a pequeñas aldeas. En el centro de México este tipo de ciudad Estado se conocía como altépetl, que literalmente significa «cerro agua», y solía agrupar a personas con la consciencia de pertenecer a un mismo grupo étnico, como los mexicas del altépetl de Tenochtitlán. Según Federico Navarrete, solo en el valle de México existían probablemente más de cincuenta altépetl en el siglo XVI, cuando se produce la conquista española, entre los que podemos destacar Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan, aunque a lo largo de estas entradas veremos muchos más.
Muchos de aquellos altépetl se formaron durante el llamado postclásico tardío, un período que en el centro de México abarca aproximadamente desde el 1200 hasta 1521, año en el que cayó Tenochtitlán. Y es muy probable que su origen estuviera relacionado con un vacío de poder que se produjo hacia el siglo XII en el área central de México, lo que permitió que diversas tribus del norte, llamadas genéricamente chichimecas, marcharan desde sus desérticas e inhóspitas tierras hacia el sur, mucho más fértil.
Aquel desplazamiento de pueblos es objeto de debate y hay incluso quien lo pone en duda, pero, al menos, así era la historia oficial de cada altépetl y así la transmitieron en sus libros, primero, y más adelante en las crónicas que recopilaron y prepararon nativos y conquistadores.
Una de las fuentes que habla de aquella migración quizás real quizás legendaria es el Códice Boturini, también denominado Tira de la peregrinación, que fue realizado a mediados del siglo XVI, probablemente como copia de un códice prehispánico. El códice forma una larga tira que se divide en 22 láminas y me parece fascinante.
A lo largo de las siguientes entradas de esta serie trataré de ir analizando los detalles principales de cada lámina y, aunque en las conclusiones habrá más dudas que certezas, espero que su lectura sirva al menos para despertar el apetito por la investigación de los códices mesoamericanos. Pero antes de comenzar con la primera lámina, recordemos aunque sea a vuelapluma qué son aquellos libros llenos de figuras.
La palabra pintada
A diferencia de los mayas, los mexicas o aztecas no desarrollaron un sistema de escritura propiamente dicho. A pesar de la complejidad de su modelo económico, donde el control de los tributos resultaba fundamental, y de su sofisticado modelo religioso, les bastaba con una escritura pictográfica, en la que se combinaban dibujos con algunos signos jeroglíficos.
Los códices donde dibujaban esta escritura peculiar solían realizarse en papel de amate y piel de venado. De esta labor se encargaban unos trabajadores especializados que se llamaban tlacuiloque, en singular, tlacuilo. Los códices se doblaban a modo de biombos y se protegían con cubiertas de madera.
Durante las primeras décadas de la conquista, muchos códices fueron destruidos por el temor que despertaban en algunos religiosos estos «libros pintados», las biblias paganas de los indios, pero por fortuna más adelante comenzaron a cuidarse con celo por parte de la administración colonial, ya que les resultaban de gran ayuda para resolver problemas legales, sobre todo los relacionados con la propiedad de la tierra, y para comprender la cultura que pretendían dominar.
Se han conservado unos 550 códices, de los que menos de 20 data de época prehispánica. Por áreas culturales, son:
- Mayas: Códice de Dresde, Códice de París o Peresiano, Códice de Madrid o Tro-cortesiano.
- Mixtecos: Códice Becker I, Códice Bodley, Códice Colombino, Códice Nuttall, Códice Vindobonensis, Manuscrito Aubin nº 20, Códice Waldeck, Códice Selden.
- Del centro de México: Códice Borgia, Códice Cospi o de Bolonia, Códice Fejervary-Mayer, Códice Laud, Vaticano B, Códice Borbónico, Tonalamatl de Aubin, Matrícula de Tributos.
Terminada ya esta introducción, vamos ya con la primera lámina del códice Boturini.
Lámina 1
La primera lámina de la Tira de la peregrinación está formada por cuatro escenas interrelacionadas. A la izquierda se encuentra una pequeña isla, luego hay un hombre cruzando el agua en una canoa y a continuación un recuadro con un signo. Por último aparece una montaña con la cima torcida y un personaje en el centro. Vamos a verlas con más detalle.
La isla blanca
Aunque no está representada con ningún pictograma, los especialistas identifican sin dudar la isla con Aztlan, el lugar de garzas, o el lugar de las aguas blancas, que se menciona en numerosas crónicas como el sitio primigenio desde donde salieron los aztecas.
En el centro de la isla hay un templo coronado por un pictograma y debajo, hay una pareja. De la cabeza de la mujer sale una línea que lleva al signo que designa su nombre. Representa un escudo de mano, una rodela, en náhuatl, chimalli y, como está unido a la mujer por una línea, nos indica que se trata de su nombre, Chimalma (1).
El hombre, en cambio, no aparece nombrado, pues no hay línea alguna que lo ligue con el dibujo del templo de arriba. Esto resulta muy extraño. Es de suponer que esta pareja son dos personas muy importantes, algún tipo de ancestro mítico, por lo que no se explica que no se diga quién es el hombre. De hecho, sin la parte del templo, el símbolo que está en su cabeza lo volveremos a encontrar más adelante identificando claramente a un personaje que detenta una posición muy importante, pues será el encargado de oficiar un ritual de sacrificios y de expulsar a una parte del grupo.
María Castañeda de la Paz (2), una gran experta en códices mesoamericanos que ha estudiado en profundidad la Tira de la peregrinación, sostiene que se trata del sacerdote de Amimitl, «Dardo de agua», un dios relacionado con el dios de la caza Mixcoatl:
«El elemento que predomina en la escena es el de un templo que se alza entre ellos. Éste ha sido interpretado en alguna ocasión como un séptimo calpulli o bien como el glifo de Aztlán, pero la iconografía no engaña y lo que el pintor dibujó es claramente un templo, no una casa. Un templo en forma de tablero-talud con unas escalinatas, en cuya parte superior vemos una flecha o caña con agua. Siguiendo a Barlow, el conjunto de estos elementos nos proporcionaría el nombre de Amímitl [flecha de agua]. Estaríamos por tanto ante el templo de esta deidad, relacionada con la pareja que está sedente a sus pies.
»La figura sedente es Chimalma, a quien reconocemos por su glifo de un escudo (chimalli). Él no tiene glifo, pero el hecho de ella esté sentada detrás de él es una indicación de que son pareja y, por lo tanto, una pista para identificarlo.
»De acuerdo con Johansson, el personaje masculino debe tratarse de Mixcóatl, dios de la caza y de la guerra, quien según la Leyenda de los Soles y la Historia de los mexicanos por sus pinturas estaba casado con Chimalma y eran padres de Quetzalcóatl. Pero además, el hecho de que a él se le dibuje a los pies del templo es una indicación de que no se trata de la deidad misma sino del sacerdote de este templo […].
»Sea como fuere, cabe entonces formularse qué hace Mixcóatl y un templo del dios Amímitl en la isla. La clave para descifrar esta pregunta se encuentra en la Historia de los mexicanos por sus pinturas, documento que nos ilumina al decir que Amímitl era la vara del dios Mixcóatl y que a ésta llevaban por dios los de Cuitláhuac […] Esto significa que lo que la Tira de la peregrinación representa es al dios Mixcóatl venerado aquí a través de su vara».
Es probable que, como señala Castañeda, el personaje se trate efectivamente de Amimitl y el templo está dedicado al dios Mixcóatl, esposo de Chimalma según algunas versiones, pero quedan algunas incógnitas por despejar.
El hecho de que la mujer aparezca detrás del hombre no implica necesariamente una relación matrimonial. Quizá sólo sea fruto de la necesidad compositiva. Es decir, en algún lado tenía que pintarla el tlacuilo y ¿por qué iba a pintarla debajo o encima del templo?
Por otro lado, como veremos, tampoco es seguro que la traducción del glifo sea necesariamente Amimitl. Como señala Guilhem Oliver (3), existían varias formas de nombrar a las flechas en función de su uso:
«De alguna manera, la variedad del vocabulario relativo a las flechas vuelve a quedar manifiesta en las diferentes lecturas posibles del glifo “flecha” en los códices. En un estudio minucioso, Marc Thouvenot (1999:161) encontró para lo que llama “el elemento mitl”, nada menos que trece valores fónicos: “aca-, cacal-, chichimeca, cotz-, itz, mamalhuaz, mi-, mic, min, mitl, tlacoch, zo”».
Por lo tanto, de momento vamos a denominar a este personaje simplemente como «el jefe de los aztecas» y más adelante volveremos a esta cuestión cuando hayamos conocido algo mejor al dios Mixcóatl.
En marcha
En torno al signo del templo vemos seis pequeños pictogramas representando casas, calli, que denotan «pueblo», «tribu», «lugar», «casa». Es muy probable que en este contexto hagan referencia a los calpulli, cuya traducción literal sería «casa grande», una unidad social característica de la sociedad mexica que era una especie de clan o agrupación de linajes. Su número e importancia fue variando a lo largo del tiempo y es probable que los líderes de los calpullis hubieran tenido al principio un gran peso político, aunque poco a poco fueron perdiendo relevancia a medida que los emperadores tenochcas se fueron haciendo más poderosos (4). Lamentablemente, el tlacuilo no consideró necesario añadir información sobre cuáles eran aquellos calpullis.
Al lado de esta isla está representado un hombre, pintado de negro, a bordo de una barca. El pelo largo y anudado y el color negro indican que se trata de un sacerdote. A su lado, ya en la orilla, están representadas unas pisadas. Este signo es muy frecuente, sirve para ir ligando las distintas escenas y equivale a «marcha», «camino», «viaje», por lo que nos está indicando que están saliendo de Aztlan.
La cuenta del tiempo
Encima de las pisadas hay un cuadrado en el que hay un dibujado un redondel y el signo de una piedra de pedernal. Para entender qué significa vamos a recordar cómo funcionaban los calendarios mexicas.
En Mesoamérica el cómputo del tiempo constituyó uno de los ejes principales de la cultura y la religión. Los mexicas integraron la medición del tiempo en su sistema de creencias religiosas, aunque sin llegar al extremo obsesivo de los mayas. Su principal calendario religioso era el tonalpohualli, «la cuenta de los destinos». Constaba de 260 días resultantes de combinar 13 números con 20 nombres de día. Solo los sacerdotes tonalpouhque, «los lectores del destino», sabían cómo interpretar los augurios de cada día y qué rituales se debían seguir para contrarrestar las influencias nefastas.
Al igual que sucedía con los mayas, este calendario lunar se complementaba con uno solar, de 365 días, el xiuhpohualli, para computar un ciclo de 52 años, el siglo azteca. Este ciclo de 52 años se obtenía de la combinación de 13 numerales con una serie de cuatro signos: pedernal (tecpatl), casa (calli), conejo (tochtli), y caña (acatl). Los numerales se indican mediante círculos con un punto dentro y son: 1 – ce, 2 – ome, 3 – yei, 4 – naui, 5 – macuilli, 6 – chicuace, 7 – chicome, 8 – chicuey, 9 – chicunaui, 10 – matlactli, 11 – matlactlionce, 12 – matlactliomome, 13 – matlactliomei.
Así, por ejemplo, el primer año de este gran ciclo era el 1 pedernal y luego seguían el 2 casa, 3 conejo, 4 caña, 5 pedernal, etcétera. Al cabo de 52 años, el ciclo concluía y volvía a empezar con el año 1 pedernal.
Por lo tanto, ese signo nos está indicando que la migración empezó en el año ce tecpatl, «uno pedernal».
El cerro torcido y el dios colibrí
Las huellas se dirigen al interior de una especie de cerro torcido. Es un sitio que aparece en otras fuentes y recibía el nombre de Culhuacan, que estaba formado por colli, «antepasado» o coliui, «curvado», el sufijo posesivo hua «del» y el sufijo locativo can, «lugar», es decir, «el lugar «de los antepasados» o «el lugar de la montaña curvada».
En el interior de Culhuacan hay una cueva en cuyo interior se encuentra un templo realizado con un material rústico, quizás madera y cañas, en el cual hay una cabeza de un señor que sale del pico de un colibrí. Del templo salen nueve vírgulas, que son el signo que utilizaban para representar las palabras y, por extensión, el habla.
Este personaje se trata sin duda de Huitzilopochtli, cuyo nombre se forma a partir de los vocablos huitzilin, que significa colibrí y opochtli, «izquierdo, zurdo». Huitzilopochtli era el dios de la guerra y era la principal deidad de los mexicas de Tenochtitlán, por lo menos de las clases gobernantes y los estamentos militares. Si no tenía forma humana, se solía representar como un colibrí o un águila y, en caso contrario, coronado con un gran tocado de plumas preciosas de color verde y armado con un escudo y su poderosa Xiuhcoatl, serpiente de fuego.
En gran parte de los relatos sobre la migración legendaria de los mexicas, la salida de Aztlán viene motivada por el mandato de Huitzilopochtli, como parece ser nuestro caso. De hecho, Huitzilopochtli fue acompañando a los aztecas durante todo el viaje desde Aztlán hasta la fundación Tenochtitlán indicándoles el camino que debían seguir. Y aquí se encuentra la quintaesencia de la relación de los tenochcas con su dios patrono. Es un acuerdo parecido al que llegan los hebreos con Yahvé según se cuenta en la Torah: Los mexicas seguirán el mandato divino, obedecerán sus órdenes, y a cambio el dios les conducirá por un camino de gloria y victorias militares. Los aztecas que todavía no están en el mundo, que se encuentran en Aztlán, un lugar más allá del plano de los seres humanos, cruzarán el umbral de la existencia por designio de Huitzilopochtli.
Y según la Tira de la peregrinación este acuerdo se realiza en otro lugar cargado de simbolismo en la imaginería mesoamericana, una cueva que, al estar en el interior de Culhuacan, podemos identificar como Chicomoztoc, «el lugar de las siete cuevas », de chicome «siete» y oztotl «cueva» (5).
Chicomoztoc
Chicomóztoc es un sitio legendario cargado de significados simbólicos que aparece en muchos códices y crónicas relacionado con el origen legendario de los pueblos. Aunque en nuestro caso solo hay una cueva, en general se describe con siete, cada una correspondiente a un pueblo histórico como los matlatzincas, los chalcas o los tepanecas. Así, por ejemplo, en el Origen de los mexicanos, una crónica que escribió en el año 1578 el sacerdote jesuita Juan Tovar a partir de fuentes indígenas, se cuenta lo siguiente sobre Chicomoztoc (6):
«… los cuales hallaron los nahualtaca [los aztecas] viniendo de otra tierra hacia el norte, donde ahora se ha descubierto un reino que llaman el Nuevo México. En esta tierra están dos provincias: la una llamada Aztlan, que quiere decir “Lugar de garzas”, y la otra se dice Teuculhuacan, que quiere decir “tierra de los que tienen abuelos divinos”, en cuyo distrito están 7 cuevas de donde salieron 7 caudillos de los nahualtaca que poblaron esta Nueva España, según tienen por antigua tradición y pinturas.
»Y es de advertir que aunque dicen que salieron de siete cuevas no es porque habitaban en ellas, pues tenían sus casas y sementeras con mucho orden y policía de república, sus dioses, ritos y ceremonias por ser gente de muy política como se echa bien de ver en el modo y traza de los de Nuevo México de donde vinieron, que son muy conformes en todo. Usase en aquellas provincias de tener cada linaje en su sitio y lugar conocido: el que señalaban en una cueva diciendo la cueva de tal o cual linaje, o descendencia como en España se dice: la casa de los Velasco, de los Mendoza, etcétera»
Entre las representaciones gráficas de Chicomóztoc, la más espectacular es la que se encuentra en la Historia tolteca-chichimeca, un códice histórico del siglo XVI. Como es habitual, la cueva se muestra en el interior de una montaña cortada de perfil y tiene forma polilobulada.
En cada nicho hay un grupo y en la parte inferior, pintados de negro, se encuentran los dos caudillos legendarios Quetzalteueyac e Icxicouatl que les habrán de conducir. En la parte superior, un sacerdote cubierto con la piel de un animal está realizando la ceremonia del fuego nuevo, que veremos más adelante, y en la superficie, junto al característico cerro torcido de Culhuacan hay un paisaje desértico formado por cactus, mezquites y biznagas, unas plantas que también aparecerán más adelante en la Tira de la peregrinación. Es un paisaje árido y agreste, característico del paisaje del norte de México donde habitaban los chichimecas, que recuerda a la descripción que se hace de Chicomoztoc en la Crónica Mexicayotl (7):
«Y allá en Quinehuayan se llama Chicomoztoc la roca, que tiene por siete partes agujeros, cuevas adjuntas al cerro empinado; y de allá es de donde salieron los mexicanos, quienes trajeron a sus mujeres, cuando salieron de Chicomoztoc por parejas; era aquél un lugar espantoso, puesto que allí predominaban las innumerables fieras ahí establecidas: osos, tigres, pumas, serpientes; y está repleto de espinos, de magueyes dulces, de pastales, Chicomoztoc».
También es muy interesante la representación de Chicomoztoc que aparece en el Códice Mexicanus, un códice de forma oblonga y tamaño pequeño que se preparó a finales del siglo XVI, en el cual se abordan distintos temas. La salida legendaria de Aztlán y Chicomoztoc se extiende desde las láminas 18 a la 21 y, como apunta Federico Navarrete (8), la manera de mostrar el paso por Chicomoztoc es muy curiosa.
El tlacuilo juega con la línea horizontal en la que va situando las teselas de los años para mostrar que se encuentra abajo, que en este contexto podemos interpretar también como «adentro». Las huellas del grupo se dirigen también hacia abajo, hacia Chicomoztoc, lo mismo que Huitzilopochtli, representado por un colibrí. De los nichos de la cueva salen líneas rojas que van hasta los pictogramas de los grupos que se unen a los aztecas en este lugar legendario. En el centro de la cueva hay una línea rosa que no consigo entender qué es y en el centro un gran árbol que cruza la línea del tiempo para emerger en el plano de los seres humanos.
En suma, Chicomoztoc era un lugar legendario que se describía como una cueva con siete grutas donde habían vivido distintos pueblos que más adelante se repartirían por el centro de México. Se encontraba en un paisaje árido, semidesértico, donde abundaban animales peligrosos como los osos y los pumas. Y lo fascinante es que se han encontrado también referencias sobre Chicomoztoc como lugar ancestral más allá del mundo mexica: entre los mixtecas, los tarascos y hasta en textos mayas, como el Popol Vuh y los libros de Chilam Balam, con el nombre de Tulan Wuqub’ Pek, Wuqub’ Siwan, «Tula, las Siete Cuevas y las Siete Cavernas». ¿Cómo se explica entonces la extensión de este mito? ¿Existió de verdad un lugar relacionado con las cuevas desde el que habían salido distintos pueblos a poblar Mesoamérica?
¿Dónde estaba Chicomóztoc?
Desde hace décadas, los especialistas mantienen un debate cada vez más sofisticado sobre la existencia de Chicomoztoc, que en esencia se puede resumir en dos posiciones. Una, que podemos denominar evemerista, sostiene que el lugar debió de existir realmente o, al menos, un sitio parecido y con el tiempo se fue adornando con matices míticos. Es el caso por ejemplo del americanista Paul Kirchhoff, quien propuso que Chicomoztoc debía de localizarse en las cercanías del cerro del Culiacán, al sur del estado actual de Guanajuato.
La otra posición, por el contrario, sostiene que todo el pasaje debe interpretarse en clave simbólica y que no existió un Chicomoztoc físico y real, sino su recreación mitológica. De hecho, las cuevas son espacios muy sugerentes y misteriosos, por lo que no resulta extraño que en muchas mitologías se asociasen con los dioses. Son un punto de encuentro entre la superficie terrestre, donde viven los humanos, y el inframundo subterráneo, morada de todo tipo de criaturas extraordinarias, entre las que destacan las figuras relacionadas con la maternidad y la fertilidad. Y es probable que este Chicomoztoc esté relacionado con esta idea de nacer, pues, como veremos, al emigración de los aztecas representa al fin y al cabo el nacimiento de un pueblo. En este sentido se encuentra la interpretación en clave simbólica de Alfredo López Austin en El hombre dios, donde explica cómo esta cueva puede entenderse como un gran útero de la madre tierra desde el que nacerán, como en un parto, los distintos pueblos.
Sin ser excluyente con lo anterior, Federico Navarrete ha propuesto que Chicomóztoc estaba relacionado con algún tipo de ritual que se realizaba antes de comenzar un gran proceso migratorio (2019: 85):
«Chicomóztoc, más que un lugar singular, era un topónimo que se podía aplicar y agregar a cualquier sitio donde se realizaran las ceremonias que hemos descrito. Chicomóztoc no existía: se fabricaba por medio de la acción ritual. En ese sentido los diferentes pueblos indígenas crearon sus respectivos Lugares de las Siete Cuevas, en diferentes tiempos y espacios, siempre que tuvieron que borrar su pasado para adquirir una nueva identidad étnica e iniciar una migración. La analogía más obvia sería con Atenas, una ciudad que simboliza el origen de la civilización clásica y occidental, y cuyo nombre ha sido agregado a o asociado con diferentes lugares que supuestamente emulan su esplendor y confirman la raigambre clásica de sus inventores».
Aunque me encantaría que hubiera existido Chicomoztoc y que se localizase y se hicieran hallazgos fabulosos, me temo que comparto la opinión de Austin y Navarrete y que ubicar en un espacio geográfico real Chicomoztoc tiene el mismo sentido que intentarlo con el Paraíso cristiano, los Campos Elíseos griegos o el Valhalla vikingo. Pero es que en cualquier caso, aunque hubiera existido, sería imposible encontrar ese sitio con pruebas arqueológicas que demostrasen sin lugar a dudas que alguna vez había sido el lugar ancestral desde el que habían salido los chichimecas.
De hecho, si aceptamos que debemos interpretar Chicomoztoc en clave mitológica, surgen otras preguntas más interesantes, como ¿por qué se mantuvo esa creencia de manera entre pueblos tan dispares a lo largo del tiempo?
López Austin retomó Chicomoztoc tiempo después en un ensayo que escribió junto con Leonardo López Luján titulado Mito y realidad de Zuyuá, en el cual proponen que el mito de Chicomoztoc formaba parte de un conjunto de ideas religiosas y políticas que se extendió por toda Mesoamérica durante el período Epiclásico (650-900 d.C.), tras la caída de Teotihuacan. Fue el llamado «sistema zuyuano», sobre el que se fundamentaron la religión y la ideología de muchas culturas que vinieron después, como la tolteca y más adelante, la mexica.
Durante el Epiclásico, el mito de los orígenes estaba relacionado con el dios Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada (9), del que aún quedaban ecos en los relatos que se transcribieron siglos después en los primeros tiempos de la conquista. Así, por ejemplo, tomando la primera parte y la segunda parte del nombre de los dos caudillos que se mencionan en la Historia tolteca-chichimeca, Quetzalteueyac e Icxicouatl, se obtiene el nombre de Quetzal-couatl y en la Tira de la peregrinación tiene un gran protagonismo Chimalma, que, según algunas versiones mitológicas, era la madre de Quetzalcoatl.
Cuando llegaron los pueblos chichimecas al centro de México en el siglo XII asimilaron gran parte de la ideología y la religión del sistema zuyuano, pero adaptada a sus propias creencias y costumbres, como debieron de hacer los tenochcas incorporando a Huitzilopochtli, su dios patrono, en el mito de los orígenes en lugar de Quetzalcoatl.
Bueno, de momento vamos a dejarlo aquí.
Posible lectura de la lámina
En el año uno pedernal, una mujer y un hombre, líderes religiosos de Aztlan, cruzaron la laguna que rodeaba la ciudad y llegaron hasta Culhuacan – Chicomoztoc, donde les habló el dios Huitzilopochtli. La mujer podría llamarse Chimalma y el hombre podría tratarse de Amímitl o Mixcoatl o quizás ninguno de los dos.
Notas y referencias
1. Galarza (Tecolote, 13, 1999) pensaba que en nuestro caso, al tener el interior escudo las rayas características de un tipo de estera denominada petlatl, el nombre de esta mujer sería más bien Petlachimaltzin, añadiendo la partícula reverencial -tzin. Podría ser, pero también es cierto que en unas glosas del códice Mendoza específicas para este tipo de escudo, el autor transcribió el dibujo simplemente como escudo, no como escudo estera. Y, por otra parte, en casi todas las fuentes el nombre de esta mujer mítica es Chimalma.
2. María Castañeda de la Paz. La Tira de la peregrinación y la ascendencia chichimeca de los tenochca. Estudios de cultura Náhuatl, nº 38. 2007. Consultar.
3. Pág. 316. De flechas, dardos y saetas. Mixcóatl y el simbolismo de las flechas en las fuentes nahuas. En De historiografía lingüística e historia de las lenguas. Siglo XXI. México DF, 2004. Consultar.
4. Ver por ejemplo, Rudolf Van Zantwijk. Principios organizadores de los mexicas. Una introducción al estudio del sistema interno del régimen azteca. En Estudios de Cultura Náhuatl, 4, 1963. Consultar.
5. La bibliografía sobre Chicomoztoc es muy prolija. Como puerta de entrada sugiero empezar por la exhaustiva tesis de Carla de Jesus Carbone, Chicomoztoc, o Lugar das Sete Cavernas, nas histórias nahuas do início do período colonial (1540-1630). Sao Paulo, 2014. Consultar.
Otras referencias que menciono al respecto son:
López Austin, Alfredo. Hombre-Dios: religión y política en el mundo náhuatl. Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, 2015. Consultar.
López Austin, Alfredo y López Luján, Leonardo. Mito y realidad de Zuyuá. FCE, 2017.
Navarrete Linares, Federico. El lugar de las siete cuevas. En Revista de la Universidad de México, 1, págs. 79-86, 2019.
6. Origen de los mexicanos. Libro I, pág. 36. Edición de Germán Vázquez Chamorro. Historia 16, 1987.
7. La UNAM ha publicado online la Crónica mexicáyotl de Tezozómoc en una edición estupenda. Consultar.
8. Navarrete Linares, Federico. The path from Aztlan to Mexico, on visual narration in Mesoamerican codices. En Aesthetics and Anthropology, 37, pags, 31-48, 2000. Consultar.
9. Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, es uno de los dioses más antiguos y extendidos de Mesoamérica. José Luis de Rojas y Juan José Batalla Rosado lo resumen de la siguiente manera:
«El Tezcatlipoca Blanco o Quetzalcoatl es una de las figuras más complejas de Mesoamérica. Parte de nuestra confusión es que aparece como uno de los dioses principales, con muchos aspectos y una participación decisiva en los grandes momentos de la humanidad, pero también es el nombre de los señores toltecas, al que se atribuye la oposición a los sacrificios humanos y que figura como gran héroe civilizador. Su representación como Serpiente Emplumada, que es uno de los significados de su nombre, aparece desde muy antiguo y es muy notoria en lugares como Teotihuacan y Xochicalco en el centro de México y Chichén Itzá en la península de Yucatán. Como Quetzalcoatl suele ser representado con barba y pintado de negro, como los sacerdotes de su culto, al tiempo que lleva en la mano un sahumador con forma de serpiente y una bolsa de copal. También es muy característico su gorro cónico y el pectoral en forma de caracol cortado. Como Ehecatl, el dios del Viento, lleva una máscara característica que llamamos de pico de pato».
La religión azteca (Pág. 32). Trotta. Madrid, 2008.
Nota 2020: al alcance de todos
En mayo de 2010 me propuse analizar lámina a lámina el códice Boturini, uno de los códices mesoamericanos que más me gustan, sin embargo, por una razón u otra, no conseguí sacar tiempo para ir más allá de la primera lámina de las 22 que tiene. En abril de 2020 por fin pude retomar este estudio y en el momento de escribir estas líneas he terminado con el análisis de la segunda lámina.
Hasta hace poco, el estudio de los códices estaba reservado al ámbito especialista, pues las ediciones facsímiles eran pocas y muy caras y la literatura al respecto apenas circulaba más allá de las bibliotecas universitarias. Pero después de volver al tema pasados diez años descubro que se ha producido un cambio formidable y ahora se puede acceder por Internet a muchísimas fuentes y estudios. De hecho, para un lector voraz como es mi caso es tanta la información que puede incluso llegar a abrumar.
Así, he añadido a esta entrada un apartado con varias referencias bibliográficas. No es ni será un listado exhaustivo y trataré de aconsejar solo las obras que se puedan consultar on line de forma gratuita, pero confío en que sea más que suficiente para que el lector interesado pueda adentrarse en este mundo fascinante que son los códices mesoamericanos.
Bibliografía general
En cada capítulo iré añadiendo bibliografía específica de cada lámina. En esta selección solo menciono obras de carácter general que, en cualquier caso iré ampliando ahora que hay disponibles tantos recursos on line.
Diccionarios
Hay varios diccionarios on line en los que se pueden consultar los términos nahuas.
- Una página web muy potente es el Gran Diccionario Náhuatl de la UNAM. A veces va muy lenta por problemas técnicos, pero es muy exhaustiva.
- También me gusta la web pueblos originarios, que va muy rápida.
- Además, para aprender algo de gramática se puede consultar entre otras la web nawatl.com.
- También es muy útil el estudio Las partículas del náhuatl de Víctor M. Castillo Farreras, Karen Dakin y Roberto Moreno de los Arcos. En Estudios de cultura Náhuatl, núm. 6, 1966, pág. 83.
- Además, en la wiki hay una entrada formidable sobre gramática náhuatl.
- Ya para profundizar en el náhuatl se puede consultar: Thelma D. Sullivan. Compendio de gramática náhuatl. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2014. Consultar.
Sobre códices mesoamericanos y su lectura
Batalla, Juan José. Las falsificaciones de códices mesoamericanos: una revisión de su censo: una revisión de su censo. Conflicto, negociación y resistencia en las Américas, 17-30, 2018. Consultar online.
Batalla, Juan José. Los códices mesoamericanos: métodos de estudio. Itinerarios: revista de estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos, 8, págs. 43-65, 2008. Consultar.
Batalla, Juan José. La importancia de la escritura en Mesoamerica. Los códices o libros pintados. Mitificadores del pasado, falsarios de la historia: historia medieval, moderna y de América, págs. 203-256, 2011. Consultar.
Galarza, Joaquín. Estudios de escritura indígena tradicional azteca-náhuatl. Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 1988. Consultar.
Johansson K., Patrick. La imagen en los códices nahuas, consideraciones semiológicas. Estudios de cultura Náhuatl, 32, 2001. Consultar.
Johansson K., Patrick. La palabra y la imagen en los códices nahuas. Bibliología e iconotextualidad estudios interdisciplinarios sobre las relaciones entre textos e imágenes, UNAM, 2019. Consultar.
Oudijk, Michel R. De tradiciones y métodos: investigaciones pictográficas. En Desacatos, 27, págs. 23-138, 2008, pp. 123-138. Consultar.
Thouvenot, Marc. Imágenes y escritura entre los nahuas del inicio del XVI. En Estudios de Cultura Náhuatl, 41. 2010. Consultar.
Sobre el Códice Boturini
Castañeda de la Paz, María. Y se fundó Tenochtitlan. Análisis pictográfico y alfabético del Grupo de la Tira de la Peregrinación. Quaderni di Thule III, Vol. 3, no. 2, 29-40, 2005. Consultar.
Castañeda de la Paz, María. El Códice X o los anales del grupo de la Tira de la Peregrinación. Evolución pictográfica y problemas en su análisis interpretativo. Journal de la société des américanistes 91, n° 1, 2007. Consultar on line.
Castañeda de la Paz, María. La Tira de la peregrinación y la ascendencia chichimeca de los tenochca. Estudios de Cultura Náhuatl, 38, 2007. Consultar online.
Johansson K., Patrick. La imagen de Aztlan en el Códice Boturini. Estudios de Cultura Náhuatl, 51, 2016. Consultar online.
Tena, Rafael. La cronología de la Tira de la peregrinación. En Estudios de Cultura Náhuatl, 40. Consultar online.
Además, el INAH ha publicado una web fantástica con muchos recursos sobre el códice: http://codiceboturini.inah.gob.mx/. De aquí provienen las imágenes generales de las láminas que muestro en estas entradas.
Sobre la emigración e historia de los aztecas
Navarrete Linares, Federico. Los orígenes de los pueblos indígenas del Valle de México. UNAM, 2011. Consultar online.
Smith, Michael E. The Aztlan Migrations of the Nahuatl Chronicles: Myth or History? Ethnohistory, 31, 153-186, 1984. Consultar online.
Otros códices
Hay tres webs con proyectos magníficos de recopilación y análisis de los códices mesoamericanos:
Excelente artículo. Científicamente muy bien fundamentado. El análisis profundo. Felicidades!!
Gracias, muy amable Enrique. Ahora estoy escribiendo sobre la segunda lámina y probablemente retoque algunos detalles de esta primera lámina.
gracias