Filosofía cortesana moralizada
El juego de la oca más antiguo de Europa trataba sobre las miserias de la vida en la Corte.
Hace unos años me interesé por la Filosofía cortesana moralizada, uno de los juegos de la oca más antiguos que se conocen y transcribí el texto en una versión on-line que publiqué en Scribd.
Hace un par de días descubrí que han encontrado una copia del tablero impresa en 1588 por un tal Marius Cartarius en Nápoles. En estos momentos de mi vida apenas dispongo de unas pocas horas a la semana para hacer algo que no sea trabajar, por lo que no puedo estudiar en detalle las ilustraciones y ver qué relación guardan con el texto. Me lo apunto para un futuro donde consiga recuperar algo de tiempo y aprovecho para recuperar aquí la introducción que escribí al texto.
La referencia más antigua que se ha encontrado, por el momento, sobre el juego de la oca proviene de un libro de Pietro Carrera titulado Il giuoco de li scacchi, publicado en Militello en 1617, en el cual se dice que hacia 1580 Francesco dei Medici envió a Felipe II, rey de España, “Il nuovo e molto dilettevole giuoco dell’Oca”. Esta referencia no se ha podido contrastar por ninguna otra fuente, pero sí es probable que fuera cierta teniendo en cuenta que menos de diez años después Alonso de Barros publicó su peculiar versión del juego de la oca, que veremos más adelante. La siguiente referencia es una inscripción del 16 de junio de 1597 en la que se habla una vez más “Il nuovo e molto dilettevole giuoco dell’Oca”, que fue llevado a Londres por un tal John Wolfe (1). A partir de aquí se irán multiplicando por toda Europa. Valgan dos ejemplos más como síntoma de esta rápida difusión: en Francia, un tal Héroard, médico y preceptor del futuro rey Luis XIII, menciona en sus memorias, publicadas en 1612, que al infante le gusta relajarse jugar a la Oca; y, en Italia Michelangelo Vaccari menciona un “Gioco dell’Oca” en un inventario de imágenes profanas y religiosas que publica en 1614 (2).
El tablero más antiguo que ha llegado hasta nuestros días fue publicado en Venecia, en 1640, por Carlo Coriolani y llevaba por nombre “Il dilettevole gioco di loca”. El dibujo no es muy bueno, lo que podría denotar su carácter popular. Consta de 63 casillas, más la de llegada, y en el centro se muestra a una familia sentados a comer. Las casillas normales van en blanco y entre las especiales se distinguen ya algunas que serán habituales del juego: el puente (6), la posada (19), los dados (26), el pozo (31), el laberinto (42), la muerte (58), y las ocas, que duplican el movimiento. En síntesis, el origen del juego es incierto. Tal vez fue inventado, efectivamente, en Florencia hacia 1580, pero es probable que se basara en un modelo mucho más antiguo, quizás proveniente de oriente, como explica la catedrática Sagrario López Poza (3): “Entre lo mucho que se ha escrito sobre el juego de la oca, parece que su origen primigenio pudo estar en China, en un juego inventado bajo la dinastía Ming (1368-1644) llamado Shing Kunt t’o, que puede traducirse como la promoción de los mandarines”. En cualquier caso, parece seguro que para principios del siglo XVII ya se había extendido con gran rapidez por Europa. Parte de este éxito se debió, probablemente, al terreno abonado que había dejado la literatura emblemática.
Tebeos morales: la emblemática
En 1531 se publicó en Augsburgo una obra titulada Emblematum liber que en seguida alcanzó gran éxito. Una tras otra se sucedieron las ediciones en diversos idiomas y por toda Europa se escribieron libros similares. El libro consistía en una serie de dibujos simbólicos acompañados de una frase y una breve enseñanza moral. Por ejemplo, en uno de estos dibujos o emblemas, el llamado In astrologos, se muestra un astrólogo y en el texto se explica que, como le sucedió a Ícaro, estos impostores también caerán de cabeza de tanto acercarse a las estrellas. La popularidad del Emblematum liber se debió a un golpe de fortuna y el buen tino de un editor. Su autor se llamaba Andrea Alciato y en un principio carecía de ilustraciones. Estaba dedicado a Maximiliano Sforza, duque de Milán, y fue pasando de mano en mano hasta que lo recibió un impresor llamado Steyner. Intuyendo que al libro le faltaba algo para estar completo, Steyner decidió publicarlo incluyendo 99 grabados acompañando al texto. No se equivocó. En apenas dos siglos se duplicaron los grabados, se superaron las 175 ediciones y, por toda Europa, los autores humanistas se lanzaron entusiastas a escribir nuevos libros de emblemas, como La Filosofía cortesana de Alonso de Barros que, además es un juego.
Alonso de Barros
En un artículo brillante sobre Alonso de Barros y su Filosofía cortesana (4), José Martínez Millán nos explica que nació en Segovia hacia 1552. Su padre, Diego López de Orozco, había trabajado como ayudante de cámara gentilhombre de Cámara del emperador Carlos V, lo cual le abrió las puertas de la corte. En 1563 entró a trabajar como aposentador de la casa real y hasta su muerte, en 1604, estuvo vinculado con la corte, primero con Felipe II y después con Felipe III. No fue un autor prolífico. Apenas tenemos constancia de unas tres obras suyas, aunque quizá algún día se encuentre alguna que otra más, pues resulta algo extraño que sea tan parca. La más conocida es La perla de los proverbios morales y, como indica el título, es una recopilación de citas moralizantes, expuestas a modo de pareados moralizantes concatenados por la conjunción “ni”.
Ni más bebedora esponja
que la sed del usurero.
Ni más perdido dinero
que el del recién heredado.
Ni valeroso soldados
sino es ambicioso de honra.
Ni verdadera deshonra
sin la culpa del paciente […]. (1050).
Al lado de cada pareado, incluye la cita latina de la fuente correspondiente: Aristóteles, san Agustín, Apolodoro, Boecio, Cicerón, Eclesiastés, Luciano, Macrobio, Petrarca, Platón, Propercio, etcétera (5). Sobre la segunda obra conocida de Alonso de Barros, que lleva por título Memorial sobre el reparo de la milicia, me permitirá el lector que pase de largo, a pesar de que el contenido promete ser tan apasionante como emparejar calcetines. El tercer libro suyo, La filosofía cortesana moralizada, en cambio, es el que vamos a ver en detalle en cuanto conozcamos un poco mejor la corte castellana en tiempo de los Austrias.
La corte laberíntica
La idea de que la corte es un nido de víboras, donde resulta imposible medrar sino es a fuerza de engaños, hipocresías y traiciones, constituye un tema recurrente en algunos literatos españoles del siglo XVI. Un ejemplo paradigmático es el emblema 31 de los Emblemas morales de Sebastián de Covarrubias, en el que vemos a un cortesano perdido en el laberinto que supone la corte. El lema reza Tanta est fallacia tecti, “Tan grande es la trampa de aquel edificio”, el cual proviene del libro octavo de las Metamorfosis de Ovidio (168), justo del pasaje en el que está describiendo cómo Dédalo construyó un edificio tan complicado que casi ni él mismo consiguió escapar. El texto explicativo en verso termina de aclarar la enseñanza:
Mañana, es otro, partiré a mi casa,
dice el entretenido Cortesano.
Un año y otro en este medio pasa,
porque salir de allí, no es en su mano.
La salud gasta, la hacienda abrasa,
con pretensión de un pensamiento vano,
y el más prudente y cortesano viejo,
pierde la vida, y deja allí el pellejo. (6)
Es decir, la Corte es un peligroso laberinto del que resulta imposible escapar y, mientras espera en vano ascender un peldaño, pierde la salud y el dinero hasta el más prudente de los cortesanos (7). De entre los varios ejemplos más que abordan el tema (8), destaca, por calidad y por pionero, el Menosprecio de corte y alabanza de aldea (Valladolid, 1539) de Antonio de Guevara (9). Con esta obra se popularizan algunas bases del tema, como la corte laberíntica de la que sólo se puede escapar con una voluntad férrea.
“Viniendo, pues, al propósito, es de notar que el proverbio más usado entre los cortesanos es decir a cada palabra: “A la verdad, señor compadre, quiero ya esta maldita de corte dejar e irme a mi casa a morar, porque la vida de esta corte no es vivir, sino un continuo morir. “¡Oh!, a cuántos he oído yo esta palabra prometer y a cuán poquitos la he visto cumplir, porque el anzuelo de la corte es de tal calidad, que al que una vez prende dale cuerda, mas no le suelta”. (Cap. 3).
Aunque es tarea en la que bien vale emplearse pues:
“El que deja la corte y se va a su casa, con más razón puede decir que se va a vivir que no se va a morir; porque en escapar de la corte ha de pensar que escapa de una prisión generosa, de una vida desordenada, de una enfermedad peligrosa, de una conversación sospechosa, de una muerte prolija, de una sepultura labrada y de una república confusa”. (Cap. 4).
Otro tópico del género es la ruina de la vida en la corte frente a la saludable vida en el campo.
“¡Oh!, cuán bienaventurado es aquél a quien cupo en suerte de tener qué comer en el aldea; porque el tal no andará por tierras extrañas, no mudará posadas todos los días, no conocerá condiciones nuevas, no sacará cédula para que le aposenten, no trabajará que le pongan en la nómina, no tendrá que servir aposentadores, no buscará posada cabe palacio, no reñirá sobre el partir la casa, no dará prendas para que le fíen ropa, no alquilará camas para los criados, no adobará pesebres para las bestias, ni dará estrenas a sus huéspedas. No sabe lo que tiene el que casa de suyo tiene; porque mudar cada año regiones y cada día condiciones es un trabajo intolerable y un tributo insufrible”.
En suma, que la corte saca lo peor de cada uno:
“En la corte no sólo se mudan las complexiones, más aun las condiciones. Para probar esta sentencia no hemos menester a Platón que lo diga ni a Cicerón que lo jure, pues vemos de cuerdos tornarse locos; de mansos, presuntuosos; de abstinentes, golosos; de pacientes, mal acondicionados; de nobles, maliciosos; de pacíficos, revoltosos; de callados, chocarreros; de honestos, amancebados; de ocupados, vagabundos; y aun de devotos, tibios cristianos”. (Cap. 9).
Y encima todos viven a disgusto:
“En la corte ninguno vive contento y no hay quien no diga que está agraviado, porque se queja del rey que no le hace mercedes, del privado que no le es amigo, del émulo que se lo estorba, del pariente que no le ayuda, del amigo que no le habla, del presidente que no le despacha, del aposentador que no le aposenta, del portero que no le abre, del contador que no le libra, del tesorero que no le paga, del alguacil porque le desarma, del trapero porque no le espera, del banquero porque le ejecuta, y aun del truhán si le dijo alguna malicia”. (Cap. 9).
Es lo que se dice un auténtico lodazal.
“Hay en las cortes de los príncipes tantos vagabundos, furiosos, desalmados, blasfemos, tramposos y mentirosos, que no nos escandalizamos ya de ver tantos malos, sino que nos maravillamos topar con algunos buenos. No tiene ya el mundo en sus rosales sino espinas, en sus árboles sino hojas, en sus viñas sino rampojos, en sus bodegas sino heces, en sus fraguas sino cisco, en sus graneros sino paja y en sus tesoros sino escoria. ¡Oh, siglos dorados!, ¡oh, siglos deseados!, ¡oh, siglos pasados!, la diferencia que de vosotros a nosotros va es que antes de nosotros veníase el mundo perdiendo, mas ahora en nuestros tiempos está ya del todo perdido. En ti, ¡oh, mundo!, cada uno dice lo que quiere, inventa lo que quiere, toma lo que quiere, emprende lo que quiere, hace lo que quiere y, lo que es peor de todo, vive como quiere y se sale con lo que quiere. Poco hay ya en ti, ¡oh, mundo!, que conservar, poco que defender, poco que gozar y muy poquito que guardar, y por otra parte hay en ti mucho que desear, mucho que enmendar y aun mucho que llorar. Gozaron nuestros pasados del siglo férreo y quedó para nosotros, ¡míseros!, el siglo lúteo, al cual justamente llamamos lúteo pues nos tiene a todos puestos del lodo”. (Cap. 19).
Otro caso lo encontramos en el divertido y extenso poema Aula de cortesanos (10), del poeta mirobrigense Cristóbal de Castillejo (1490-1550). Un joven llamado Lucrecio, por lucro, quiere emprender una carrera que le reporte pingües beneficios, así que piensa ir a la corte, donde ve que todos los chicos…
llegan sin inconviniente
a ser muy grandes y ricos
y dichosos,
y los veo andar pomposos,
ufanos y bien vestidos
honrados y poderosos,
privados y favoridos
y contentos […] (vs. 410)
Pero, como alguna duda le queda, lo consulta con un pariente suyo llamado Prudencio, por prudencia, que ha sido cortesano durante más de cuarenta años, desde que apenas contaba quince años de edad. Durante el resto del poema, Prudencio insistirá en lo espantoso del ambiente cortesano, donde todos andan angustiados por si bajan un escalón en el escalafón social como resultado de la voluble fortuna, una fuerza que escapa al margen de maniobra de los seres humanos.
aunque no es como pensáis,
todo oro lo que reluce,
ni es igual
a todos en general
en palacio la fortuna;
que a unos es parcial,
y a otros brava, importuna;
a unos da muy por tasa
los bienes bien merescidos,
con otros excede y pasa
de los límites debidos
de favor. (vs. 463)
Ni siquiera los que parecen más afortunados son felices, pues
todos andan de cuidados,
congojas y ruinas llenos, no bastante
bien ninguno, aunque abundante,
a que no pene por más,
y por pasar adelante
o por no volver atrás,
y crecer […] (vs. 480).
Sigue Prudencio con la descripción de los cuatro tipos de personas que hay en la corte. Unos son los nobles y caballeros, que “gastan sus dineros por su placer y deporte”. A estos sólo les atormentará la envidia, el miedo y el ansia por medrar en sociedad, pero parece que están a salvo de penurias físicas. Otros hay, como Lucrecio, que piensan salir bien parados gracias a su tesón y talento, pero no se rige la corte por la igualdad de oportunidades, y, sin dinero, su destino es terminar en la miseria, alimentados en un hospital en el mejor de los casos. Tampoco les aguarda mejor destino a los que llegan, peregrinos, desde alguna corte extranjera con una misión encomendada, ya que…
padescen de mil maneras,
y prueban bien a qué sabe ser fatores;
por servir a los señores
o negociar de otra suerte,
sufren duelos y dolores,
y algunas veces la muerte
temerosa,
tras la justicia dudosa,
andando contino en vela,
o como la mariposa
en torno de la candela
deslumbrados […]
Aunque también es cierto que son los únicos que pueden aferrarse esperanzados a recobrar la libertad algún día.
mas los menos mal librados
son estos a la verdad,
pues los pleitos acabados,
vuelven a su libertad.
El cuarto grupo está formado por los que ejercen algún cargo importante “y de sudores ajenos se enriquecen”, son los que mandan “y en pos de ellos se ya la gente golosa”. Aunque pudieran parecer afortunados, en realidad también lo pasan mal, pues viven muy preocupados por cualquier giro de fortuna que les rebaje un ápice el estatus social y nunca se conforman con la situación en la que están.
Como Lucrecio no termina de comprender cuan terrible es la vida en la corte, Prudencio continúa su exposición estableciendo una analogía metafórica entre la corte y la navegación por un mar de moralidad inmunda, la cual recuerda a la Nave de los necios que formularan El Bosco y Sebastian Brandt entre otros. En resumen, la corte, como el Infierno, es un lugar terrible, del que no se puede escapar una vez que se ha probado apenas una migaja.
¿Qué sabéis,
Lucrecio, si lo podréis
hacer como lo pensáis,
y si de corte saldréis
si una vez en ella entráis
a probar
lo que sabe su manjar? (vs. 3185)
La filosofía cortesana moralizada
En 1587, Alonso de Barros publicó un juego que llevaba por título Filosofía cortesana moralizada. Era una especie de juego de la oca, pero adaptado a la visión de la corte como un hervidero de intrigas y mezquindades. Las casillas especiales hacían referencia a los vericuetos de la corte y la manera de pasarlos con menor dificultad, la cual, en palabras de Barros, consistía en emplear liberalidad, adulación, diligencia y trabajo. De hecho, frente a las visiones fatalistas de Antonio de Guevara y Cristóbal de Castillejo, que, poco más o menos que se rinden ante los caprichos de la Fortuna, motor de la corte, la cual sólo puede ser guiada mediante un esfuerzo ímprobo de la voluntad, Barros propone una filosofía algo más optimista. Si bien es cierto que la corte es un laberinto lleno de peligros, en el que un giro de Fortuna nos puede enviar al punto de partida, también es verdad, según Barros, que mediante el trabajo se puede salir adelante e, incluso, coronar la cima de las esperanzas cortesanas, la palma del éxito. El tablero se ha perdido y del juego apenas queda el manual de instrucciones, que es lo que se conoce como Filosofía cortesana moralizada. Por lo que se indica en este manual, el pliego del tablero debía de ser bastante grande, acorde con el tamaño de las fichas y la abundancia de textos e ilustraciones, por lo que Alonso de Barros recomendaba clavarlo a una tabla. Por analogía con los tableros más antiguos que se han conservado, podemos suponer que quizá siguiera un recorrido en espiral. Constaba de 63 “casas”, es decir, casillas, “que son los años de la vida”.
Tres esquinas estaban decoradas con sendas ilustraciones. En una se mostraba un delfín arrastrando un ancla, símbolo de la velocidad y firmeza. En otra, una mujer con cabellos en la frente y rasurada la coronilla, la cual denotaba la ocasión. En la tercera una mano señalando las horas de un reloj, con una frase que decía “Hasta la postrera” (la Muerte). En su conjunto, con estas tres ilustraciones se
“quiere decir: “que porque en el discurso de una pretensión no hay cosa segura hasta el fin de ella, le es necesario al que pretende asista en lo comenzado con gran solicitud y firmeza, sin temer trabajo ni costa, ni perder ocasión ni tiempo, porque lo que de esto se pierde jamás se cobra; y ninguno es tan mal perdido como aquel en que por desconfianza se dejan de hacer diligencias. Pues hasta la postrera hora, y no más, se nos concede tiempo de poderlas hacer; las cuales, como fueren, serán después de la muerte testimonio de la vida”.
Como fichas bastaba con emplear cualquier objeto pequeño que identificase a su propietario – como un reloj, una moneda o una sortija – y se jugaba con dos dados de seis caras.
Podían participar tantos jugadores como quisieran. Al principio de la partida cada jugador ponía una cantidad de dinero estipulado de antemano, la “polla” que dice Alonso de Barros, que se situaba en el centro del tablero. A medida que transcurría el juego, los jugadores podían ganar tantos de este monto o tener que sumar otros al caer en casillas fatídicas. El primero en alcanzar la casilla 63, la Palma del éxito, se llevaba la banca. Por lo menos las casillas especiales, si no todas, constaban de una ilustración y un pareado, separado del dibujo por una raya horizontal. Barros describe las siguientes casillas especiales. Entre paréntesis, la posición en el tablero; justo debajo, el mote del emblema:
Puerta de la opinión (0 ó 1)
A los pies mira razón
y a la rueda la opinión.
La casilla muestra una puerta en cuyo vano hay un cisne pisando un esqueleto, símbolo de la muerte. Además, quizá hubiera una trompeta de la que salía una máxima invitando al jugador a conocerse a sí mismo, para que luego no se queje si es desafortunado, pues, en el fondo, viene a decir, la Fortuna no nos provocará grandes desastres si somos de recta intención.
Pródigo (7)
El pródigo tiene amigos
cuanto come con testigos.
La imagen muestra a un pelícano de cuyo pico están alimentándose unos gatos, pues el pródigo da de comer hasta a sus enemigos naturales.
Adulación (10)
Muestra fina y falso paño
vende adulación y engaño.
Estaba representada por una sirena, monstruo de la mitología clásica cuyo canto era la perdición de los navegantes, con un espejo en una mano y en la otra un camaleón, pues el adulador se cambia de color al gusto del engañado.
Paso de la esperanza (15)
Te conducía a la casilla 26, del Privado, pero había que pagar dos tantos a la banca, uno “por la buena esperanza que se le ofrece” y otro “por el favor que espera”. Si la casilla del Privado ya estaba ocupada por una ficha, ésta se quita y se pone en la posición desde la que salió la recién llegada antes de caer en esta casilla de la esperanza.
Diligencia (20)
Cuanto trabajo y procura,
el mundo todo es basura.
Está representada por un escarabajo pelotero empujando una bola de estiércol.
Privado (26)
(¿?) No pidas la mano ajena
si la tuya no va llena.
Azar (28)
Si no hay dicha en negociar,
la suerte se vuelve azar.
Esta casilla parece inspirada en la de los Dados, del juego estándar de la oca (26), pero en sentido inverso, ya que en vez de enviar para adelante, es receptora de una posterior.
Pozo del olvido (32)
El ingrato echa en olvido
cuanto bien ha recibido.
En la versión estándar del juego de la oca hay un pozo en la casilla 31, en el que probablemente se inspiró Alonso de Barros para diseñar el suyo.
Es una casilla bastante mala, pues el jugador que cae en el pozo del olvido pierde una mano y debe pagar un tanto a cada uno de los demás y dos más a la banca, para pagar las sogas con que sacarle de ahí.
¿Qué dirán? (36)
El que sirve al “¿qué dirán?”
tome el pago que le dan.
Al caer en esta casilla se retrocede hasta la 28.
Falsa amistad (39)
Dando gracias por agravios,
negocian los hombres sabios.
Al caer en esta casilla fatídica se retrocede hasta la séptima, el Pródigo.
Mudanza de ministros (43)
Quien limita su esperanza
sufra el golpe de mudanza.
Esta casilla te hace retroceder hasta la décima, Adulación.
Muerte del valedor (46)
El hombre que en hombres fía
queda cual ciego sin guía.
La peor casilla de todas, pues te lleva de nuevo al punto de partida, al igual que sucede con la casilla de la Muerte (58) en el juego estándar. Estamos en el siglo XVI y la muerte, claro está, no podía faltar en un juego relacionado con la fortuna.
La fortuna (51)
Todo está a disposición
de fortuna y permisión.
Se vuelven a tirar los dados.
La diosa fortuna con una banda en la que dice “Yo trueco y mudo el consejo”.
Pensé qué (55)
Del “Pensé que” huye ventura,
y la que tiene no dura.
Se vuelve a la diligencia (20). Está representado por un asno, que no prevé nada.
Pobreza (60)
Pobreza seca el humor
de la raíz del favor.
La imagen muestra una tierra seca. Se vuelve a la casilla 53, pero todos los jugadores deben darle un tanto por limosna.
La palma del éxito (63)
Para entrar en esta casilla, meta del recorrido, hay que sacar una tirada justa. En caso de que se saque una tirada mayor, hay que retroceder los puntos sobrantes pagando un tanto a la banca por cada uno de ellos, salvo que el rebote conduzca a la casilla de la pobreza, en cuyo caso, como vimos, son los demás quienes deben pagar un tanto al jugador.
Debía de constar de varios dibujos y emblemas. El principal era una palmera en cuyo tronco estaba escrito “Ni lo mucho, ni lo poco”, máxima aristotélica esta del término medio, la templanza, que resulta acorde con la puntuación que había que sacar para alcanza la casilla, es decir, la justa medida. Quizás, por algún lado de este dibujo estaba el lema:
Cuando tengas más fortuna,
mira que es como la luna.
Además, sujetándose a las ramas de la palmera en una isla estaba un hombre tratando de alzarse (con la victoria). A su lado, quizá se encontrase un pez, otro símbolo de su triunfo, pues lo ha pescado en el mar de su trabajo, aunque en el intento ha perdido un zapato, para que se entienda que todo cuesta y nada es en balde. El lema que le acompaña dice:
Nunca subirá gran cuesta
quien mirare lo que cuesta.
Por último, en el mar, que se llama Sufrimiento, tal vez, estaba una tercera locución moral:
Quien pretende ha de sufrir,
como quien nace morir.
Casillas del Trabajo
Estaban representadas por dos bueyes unidos por un yugo, del que pendía unos frutos (los del trabajo). Equivalen a las casillas de la oca del juego actual. Al caer en ellas, el jugador avanza tantas casillas como la tirada que le ha llevado hasta allí. Por ejemplo, si ha sacado un cuatro para llegar a la casilla, avanza cuatro casillas. Había nueve casillas de este tipo, lo cual quizás esté relacionado con la combinación de “tres veces tres”, tan cara al neoplatonismo imperante de la época, como se puede apreciar en El Escorial. Alonso de Barros no explica en qué posición se encontraban, pero es de suponer que se repartían de forma equidistante a lo largo del tablero cada 6 ó 7 casillas. Cada una llevaba su propio pareado moralizante:
Frutos del trabajo justo
son honra, provecho y gusto.
Del ocio nace pobreza
y del trabajo riqueza.
No es grande trabajo aquel
que basta a sacarnos de él.
Al fin se rinde fortuna
si el trabajo la importuna.
El fruto de la esperanza
por el trabajo se alcanza.
Trabajo es no le tener
el que de él ha de comer.
Trabajo es no le tener,
el que de él ha de comer.
Aunque fortuna es mudable,
al trabajo es favorable.
El trabajo gana palma
y quita el orín del alma.
Además, en general, cuando una ficha caía en una casilla ocupada por otra, esta última debía retroceder a la casilla desde la que había salido la que acababa de llegar.
Bueno, pues hasta aquí por hoy. Otro día analizamos la relación entre Fortuna, predestinación y voluntad durante la Edad Media y el humanismo.
Notas
1. Referencia reportada por Murray en el clásico A History of Board Games other than Chess. Oxford University Press, 2002.
2. Un resumen atinado sobre el origen del juego de la oca y las primeras fuentes documentales es el artículo de Domini Donatino “Il Gioco dell’Oca”, en Berti, Giordano; Vitali, Andrea. “La vite e il vino. Carte da gioco e giochi di carta”. Fondazione Lungarotti- Edigraf. Roma, 1999. On line, la mejor web al respecto, que conozco, es la de Luigi Ciompi y Adrian Seville: www.giochidelloca.it, con abundantes documentos gráficos y escritos.
3. Sagrario López Poza. Expresiones alegóricas del hombre como peregrino en la tierra. En De oca a oca… por el Camino de Santiago. Xunta de Galicia. Santiago de Compostela, 2004. (Leer PDF).
4. José Martínez Millán. Filosofía Cortesana de Alonso de Barros (1587). En “Política, religión e inquisición en la España moderna: homenaje a Joaquín Pérez Villanueva”. 1996. (Leer PDF).
5. Se puede leer una edición on line de la Junta de Andalucía. François par Sebastien Hardy tradujo este libro al francés en una edición parisina de 1639, la cual lleva por título Desengagño [sic] de cortesanos. Está recogida en Google y hay una copia en la BNE.
6. Desde Archive.org se puede descargar una versión PDF de la edición de 1610, muy recomendable.
7. Por otro lado, como explico en El laberinto, historia y mito, quién sabe si el propio Sebastián de Covarrubias no se sentiría identificado en este emblema. Sebastián y su hermano Juan provenían de una ilustre familia de eruditos, teólogos y arquitectos, muy ligada a Felipe II por parte de su tío Diego. Ambos tenían un problema para medrar en la Corte: su padre descendía de una familia de judíos conversos. Quizá por esto, en su vida profesional siempre trató de mantener un precario equilibrio entre el deseo de obtener el favor real, el cual obtuvo primero con Felipe II y más tarde con Felipe III, y la necesidad de mantenerse lo más alejado posible de la rancia corte castellana, donde no habrían tardado en hostigarle los demás cortesanos si le hubieran percibido como un peligro para sus respectivas carreras.
8. Explica José Martínez Millán que: “Fue durante el período de los Trastámara – sobre todo en el reinado de Juan II – cuando surgió este género literario que trataba de explicar las contradictorias situaciones por las que atravesaban los más relevantes cortesanos; si bien, en aquella época, la evolución de la fortuna se explicaba desde un plano moral; es decir, la próspera o adversa fortuna se proyectaba al comportamiento moral del cortesano. A este propósito, la vida de don Álvaro de Luna, [un favorito caído en desgracia], servía como paradigma adecuado según se desprende de las numerosas obras, aparecidas a finales del siglo XV y durante el siglo XVI, con dicho argumento”.
Menciona Milián tres ensayos claves sobre esta relación entre la fortuna y los avatares de la corte castellana:
- Jesús Gutiérrez. La “Fortuna bifrons” en el teatro del Siglo de Oro.
- Juan de Dios Mendoza Negrillo. Fortuna y Providencia en la literatura castellana del siglo XV. Madrid, 1973.
- Raymond R. Mac Curdy. The tragic fall: Don Álvaro de Luna and the other favorites in Spanish golden age drama. Chapell Hill, 1978 (caps. 4º y 5º).
En cuanto a las obras clásicas, además de los casos expuestos , destacan:
- Martín de Córdoba. Compendio de la Fortuna. [Publicado por Biblioteca de autores españoles; t. 171. Prosistas castellanos del siglo XV / edición y estudio preliminar de Mario Penna, Fernando Rubio].
- Diego Valera. Tratado de la Providencia contra Fortuna. [Publicado en el mismo volumen de la BAE]
- Juan de Mena. Laberinto de Fortuna. (Publicada on line por la Biblioteca Cervantes).
- Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. Bías contra la Fortuna. (Edición facsímil, un tanto ilegible, por la Biblioteca Cervantes). Complemento de esta obra es el artículo de Álvaro Alonso. El estoicismo y el debate de Bías contra Fortuna. En Dicenda: Cuadernos de filología hispánica, nº 4. 1985. (Leer on line).
9. Del Menosprecio de corte y alabanza de aldea se puede consultar una buena edición on line de Emilio Blanco en www.filosofia.org.
10. El poema Aula de cortesanos está editado on line por la Biblioteca Cervantes.