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Kirguistán 1: marshrutkas y centauros

Primera entrada de dos sobre el viaje a Kirguistñan

Kirguistán 1: marshrutkas y centauros

Después de pasar varios días en Uzbekistán, tocaba ya pasar a Kirguistán, un país -o al menos un viaje- que disfrutamos de lo lindo. La frontera se puede cruzar en avión, claro, o a pie, yendo en coche al paso del norte o el del sur. Nosotros lo hicimos por abajo, ya que queríamos ir subiendo desde Osh. Llegamos a la frontera mientras anochecía hacia las 7 de la tarde. El paso es algo tedioso, hay que mostrar el pasaporte varias veces, pero los controles no son tan estrictos como al parecer eran hace años y la verdad es que todos los policías se mostraban amistosos cuando veían que éramos españoles. Se ve que no van muchos por ahí.

Nuestro recorrido por Kirguistán

Ya del lado kirguís, preguntamos por un autobús para Osh y, tras hacernos entender mediante dibujos, un policía nos indicó donde coger una marshrutka. El conductor no nos quiso cobrar, primera señal de lo que nos íbamos a encontrar de ahí hasta el final del viaje por el país, una cordialidad extraordinaria, de la que valga como ejemplo lo que nos pasó al llegar a esta ciudad tras unos 20 minutos de recorrido. Aunque el conductor de la marshrutka nos dejó bien, no sé cómo nos perdimos tratando de llegar al albergue que habíamos buscado y preguntamos cómo se llegaba a un chico que había en una academia de inglés que nos topamos por casualidad. El chico estuvo consultando en su móvil cuál era el camino y al final decidió que lo mejor era coger un taxi. No solo se subió con nosotros para asegurarse de que llegábamos bien, si no que también lo hubiera pagado si no conseguimos disuadirle.

Arslanbob

Al día siguiente marchamos pronto hacia Arslanbob, un pueblo pequeño más al norte, al que se llega transbordando en dos o tres marshrutkas, que son una especie de furgonetas de tres hileras, dos a un lado y otra al otro, de varias filas que son en el modo de transporte público más habitual junto con los “taxis” compartidos, coches que te llevan de un sitio a otro por una cantidad pequeña y que salen cuando están llenos.

Una marshrutka moderna. Por el sur están algo más desvencijadas.
La otra manera de desplazarse por Kirguistán son los “taxis” compartidos, conductores con coches que te llevan por un precio acordado de antemano y que salen cuando están llenos. Aunque no eran tan baratos como Uzbekistán, son una buena manera de moverse cuando tienes prisa.

En Arslanbob buscamos una casa para dormir gestionada por la CBT, una red de turismo sostenible que hay por todo el país, y fuimos con intención de hacer un trekking por la zona, donde hay dos cascadas muy chulas y el mayor bosque de nueces del mundo. Además, esperábamos encontrar a la gente del pueblo recolectando nueces por la fecha en la que estábamos. Vimos la primera cascada, que está cerca del pueblo, y luego subimos un cerro para tener una perspectiva general del sitio. Pero mientras bajábamos comenzaron los problemas.

Una cascada espectacular en Arslanbob

Somo empezó a sentirse cada vez peor por una indigestión gastrointestinal que me daría a mí también algo menos fuerte poco después. Algo de lo que comimos, quizás unas empanadillas callejeras mientras íbamos por el valle de Fergana de Uzbekistán, nos sentó fatal y nos pasamos unos días muy debilitados, con fiebre, tiritonas y yendo al baño cada dos por tres.

Nuestra morada en Arslanbob. Los anfitriones fueron lo más amables. Trataron de curar las dolencias de Somoano con vasos de miel, que a mi amigo no le gustaba nada, por lo que me tocó zamparme un par a escondidas para no hacerles un feo.

Lo más sensato quizás sería habernos parado un par de días a descansar y recuperar fuerzas, pero como nos quedaba mucha carretera por delante y tanto daba estar tirado en una cama que en una marshrutka, a la mañana siguiente nos pusimos de nuevo en marcha. Fue una decisión acertada, aunque la visita a los servicios de las estaciones de marshrutkas fueron un tanto tremendas. El problema no es tanto la suciedad indescriptible, que también, sino que una vez que has entrado en el cubículo de los chicos o las chicas, se acabó la intimidad. Es decir, tú estás ahí de cuclillas haciendo tus cosas maldiciendo al dios de las diarreas y al lado tienes un kirguiso que te sonríe con sus dientes de oro y su largo tocado.

El pueblo desde lo alto del cerro que subimos.
Una vaca por Arslanbob.

Toktogul

Nuestro mayor objetivo en el viaje era llegar al lago Song Kol, que está un poco más arriba del centro del país, en una excursión a caballo. Para eso sabíamos que hay dos puntos de partida: uno es el pueblo de Kyzyl-Oi, al oeste del lago y otro, el pueblo de Kochkor, al noreste.

Dado que veníamos del suroeste, nuestra intención era llegar a Kyzyl-Oi para ir al día siguiente al lago Song Kol, pero eran muchas horas de carretera para hacerlas de una tacada en el estado en el que estábamos, así que por la tarde nos paramos a medio camino en Toktogul, un pueblo pequeño cerca de un lago. Pasamos la noche en el hostel Rahat, un sitio muy acogedor llevado por la señora María y su marido, que se comunican con los huéspedes con la aplicación de Google traductor pasando las frases del ruso al inglés y viceversa.

Con el marido de la señora Maria.
El lago de Toktogul.
La plaza del pueblo.

Pensamos en dar un paseo hasta el lago, que está a solo 5 kilómetros, pero aún andábamos muy jodidos, sobre todo Somo, que aún no sé cómo diantres fue capaz de aguantar aquel tute tal y como estaba. Por cierto, nos habíamos olvidado el botiquín habitual de un viaje en casa (nota mental, nunca más viajar sin Fortasec), así que recurrimos a la farmacopea local, unas pastillas rusas llamadas Lexin, que de algo sirvieron aunque fue mucho más efectivo un remedio que descubrimos al día siguiente.

Tras pasar noche en Toktogul, le preguntamos a Maria cómo podíamos llegar a Kyzyl-Oi.

-¿marshrutka?

-niet.

-¿taxi?

-niet.

Quizás por la altitud de los puertos que hay que cruzar, no hay ninguna marshrutka que salga de Toktogul para llegar al Song Kol y los taxis compartidos solo van a Biskek, así que decidimos ir hacia la capital y pararnos en un cruce, desde donde debíamos seguir hasta Suusamyr y Kyzyl-Oi haciendo autoestop. Sin embargo, el clima comenzó a empeorar a medida que subíamos al puerto y cuando llegamos a la cima caía una ventisca de cuidado. No llevábamos nada de abrigo, así que cambiamos de planes y decidimos seguir hasta Biskek para ir luego a Bokonbayevo a orillas del Issyk Kul y volver a intentar llegar al Song Kul en un par de días. Fue una decisión acertada.

Se supone que por aquí debíamos parar para hacer autoestop.

Bokonbayevo y el Issyk Kul

Llegamos a Bokonbayevo de noche, después de una jartá de horas de carretera por caminos muy chulos, y nos alojamos en el yurta camp Bel-Tam, de aspecto algo cutre comparado con los que había alrededor, pero muy divertido y acogedor. Allí la regenta nos descubrió el remedio infalible para todos nuestros males: un vodka de más de 50 grados que preparan de forma artesanal. Unos cuantos chupitos y no hay bicho que quede vivo en tu estómago.

Amaneció con buen tiempo y aprovechamos para dar un paseo mientras amanecía por el Issyk Kul, que, con 182 km de largo por 60 km de ancho es el segundo lago de montañas más grande del mundo después del Titicaca. Anque era ya septiembre el agua no está muy fría y te puedes bañar en medio de unas montañas espectaculares. De hecho, la orilla norte es un destino habitual de vacaciones, sobre todo para los rusos, desde tiempos de la ocupación soviética. Precisamente por eso creo es más interesante la orilla sur, que está más asilvestrada. Los viajeros suelen ir hasta Karakol, en la punta este, desde donde salen rutas de senderismo muy bonitas, pero a nosotros no nos daba tiempo a llegar si queríamos ir al Song Kul.

A la vuelta nos pegamos un desayuno pantagruélico para recuperar lo que habíamos perdido en los últimos días y nos acoplamos a una demostración de cetrería con águila que habían contratado dos chicas francesas muy simpáticas. 

Además, nos dejaron practicar con un arco kirguís hecho con cuernos. Los arcos mongoles muy elásticos y potentes eran como las ametralladoras de la Edad Media. A lomos de sus caballos, los guerreros conseguían disparar con una rapidez y puntería endiablada.

Después de la demostración, pasamos el resto de la mañana haciendo un trekking de unas 4 horas y después de comer a toda pastilla unas patatas con carne y salsa picante fuimos a unos juegos ecuestres tradicionales que costeaban unos japoneses que habían llegado por la mañana. Estuvo genial.

La primera prueba consistía en una especie de pulso a caballo en el que gana el que tira antes al otro.

El que consiguió ganar tumbó al jinete y al caballo y por un momento pensamos que el jinete se había roto una pierna, pero luego se levantó y siguió participando en los juegos.

La segunda prueba se conoce como Kyz kuu o kyz kuumai y son carreras entre un hombre y una mujer a caballo en la que sale uno antes que el otro. Gana el perseguidor si toca con la fusta en la espalda al perseguido. Son otras maneras de ligar.

En el tercer juego los participantes tenían que coger a todo galope unos banderines clavados en el suelo, lo cual es realmente complicado.

El cuarto juego fue el más espectacular. Se conoce como buzkashi o kokpar y está muy extendido por Asia Central. Dos equipos de varios jinetes cada uno se enfrentan por conseguir introducir una cabra sin cabeza ni extremidades en la portería contraria, que aquel día hicieron con unas ruedas de camión.

La cabra pesa unos cuantos kilos, pero esos centauros conseguían cogerla del suelo a todo galope con una facilidad pasmosa. Una vez que uno consigue la cabra, la protege con el muslo apoyándola en el lomo del caballo y se lanza a la portería contraria mientras los rivales tratan de cortarle el paso zafándose a ostia limpia con los están libres. A veces el juego se traba en una melé de caballos y jinetes un tanto ininteligible, pero la verdad es que cuando se ponen a correr es espectacular.

Terminamos la tarde bañándonos en el lago. Hacía un frío que pela, pero no podíamos dejar Kirguistán sin nadar en el Issyk Kul. Luego estalló una tormenta y nos refugiamos en la yurta comedor junto con un variopinto grupo de turistas, el más numeroso que encontramos en el viaje, y nos entregamos a conciencia a la terapia recomendada a base de vodka y cerveza.

Dos chicas alemanas acababan de bajar del Song Kul y nos enseñaron unas fotos preocupantes. En los puertos que hay que atravesar para llegar al lago caía un vendaval de nieve de cuidado y nosotros no llevábamos ropa adecuada. Bueno, siempre podíamos intentar encontrar algo antes de subir, nos dijimos, y en el peor de los casos podíamos usar calcetines como guantes y apañar unos chubasqueros con bolsas de plástico. Para el resto bastaba con usar un encebollado de camisetas, sudadera y los plumas ligeros que llevábamos. Pero esta historia la contaré mejor en la siguiente entrada de este viaje por Kirguistán, un país que me dejó fascinado.

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