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El lapidario de Alfonso X

El cosmos y el ser humano en la edad media

El lapidario de Alfonso X
Detalle de una copia del Lapidario de Alfonso X del siglo XVI

Los lapidarios del mundo clásico

Se denominan lapidarios a los tratados sobre las propiedades  de las piedras, un término que abarcaba en la antigüedad una gran cantidad de sustancias —como el carbón, el cuerno de unicornio, las perlas o los fósiles—, dado que no era necesario que tuvieran un origen inorgánico, como sucede hoy en día, sino que bastaba, groso modo, con que fuera un elemento duro y compacto. De hecho, se pensaba que, al igual que las plantas, muchas piedras nacían y crecían de forma natural ya fuera en el interior de la tierra, en la profundidad del mar o en el seno de algún animal, tal y como sucedía por ejemplo con la farfiri, que surgía de la espuma del mar.

Los principales lapidarios del mundo clásico que se han conservado son:

a. El lapidario órfico, un largo poema de 774 versos que fue compuesto por un autor anónimo (1), tal vez, hacia el siglo II, aunque también se barajan fechas más tardías. Además de realizar una firme defensa de la magia, este lapidario describe 28 piedras, algunas de las cuales sirven como amuleto para propiciar el favor de los dioses, como el Ágata arbórea: «Y si llevases en tu mano un trozo de piedra con dibujo de árboles, más podrías ablandar la mente de los dioses inmortales» (2).

b. El lapidario de Damigeron-Évax, probablemente escrito en época imperial a partir de tratados más antiguos. Incluye un catálogo de 80 piedras. Este lapidario ya relaciona las propiedades de las piedras con los signos del zodíaco, al igual que debía de hacerlo un lapidario de un tal Jenócrates de Éfeso, hoy perdido, que menciona Plinio (3).

c. Los libros XXXIII al XXVII de la Historia Natural de Plinio el Viejo (siglo I).

d. El libro V del De Materia Medica, de Dioscorides, un médico de origen cilicio que vivió en el siglo I. (4). Este lapidario, junto con el de Plinio, se caracteriza por su espíritu científico. Salvo alguna excepción, como la piedra serpentina, son sustancias reales y la descripción se limita a enunciar sus posibilidades terapéuticas, al margen de la vertiente mágica y astrológica que veremos en el lapidario de Abolays. Para hacernos una idea del estilo, valga como ejemplo la descripción de la rúbrica sinópica (míltos sinopikē):

«La rúbrica sinópica mejor es espesa y de peso, de color de hígado, sin piedras, de color uniforme, muy suculenta al desleírse. Se recoge en Capadocia en ciertas cuevas. Una vez filtrada, se lleva a Sínope y se vende, por lo que ha tomado esa denominación. Tiene virtud, desecativa, opilativa, astringente, por lo cual precisamente se mezcla en los emplastos de heridas y en las pastillas desecativas y retentivas. Restaña el vientre si se toma envuelta en huevo y aplicada como lavativa. Se les administra también a los enfermos del hígado».

Médico preparando un elixir. Detalle de un folio de una copia árable de la Materia mecia de Dioscorides (c. 1224). (metmuseum)

El lapidario de Alfonso X

El lapidario de Alfonso X es un tratado de alquimia práctica (5) sobre las propiedades mágicas y terapéuticas de unas 360  piedras clasificadas según las constelaciones del zodiaco. Se conservan tres códices de esta singular obra, dos de ellos se guardan en Monasterio de San Lorenzo de El Escorial —el h-I-15 (c. 1250) y el h-I-16 (c. 1276)— y una tercera copia más tardía en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Según se cuenta en el prólogo del manuscrito escurialense h-I-15, el tratado es una traducción al castellano de un antiguo manuscrito caldeo, pueblo al que se solía vincular con la magia, traducido al árabe por un misterioso personaje llamado Abolays, del que solo se nos dice que era musulmán.

«Y entre todos los sabios que se más de esto trabajaron, fue uno que hubo nombre Abolays. Y como quiere que él tenía la ley de los moros, era hombre que amaba mucho los gentiles, y señaladamente los de tierra de Caldea, porque de allí fueran sus abuelos. Y porque él sabía hablar aquel lenguaje y leyola su letra, págase mucho de buscarlos sus libros y de estudiar por ellos; porque oyera decir que en aquella tierra fueran los mayores sabios que en otras del mundo.

»Mas, por las grandes guerras y las otras muchas ocasiones que y acaecieron, muriera la gente, y ficaron los saberes como perdidos; así que muy poco se hallaba de ello. Y este Abolays había un su amigo que él buscaba estos libros y se los hacía haber. […]

»Ende cuando Abolays halló este libro, fue con él muy ledo, ca tuvo que hallara en él lo que codiciara hallar de este saber de las piedras. Y desde que hubo por él mucho leído, él entendió lo que en él era, trasladolo de lenguaje caldeo en arábigo. Y en su vida puñó de probar aquellas cosas que en él yacen, y hallolas ciertas y verdaderas, ca él era sabidor del arte de astronomía y de la natura de conocer las piedras».

Tras la muerte de Abolays, el libro debió de circular por diversos lugares hasta que, finalmente, terminó en manos del rey Alfonso X el Sabio. Hacia el año 1250, Alfonso X encargó al médico judío Yudah Mosca el Menor y a Garci Pérez, un «clérigo que era otrosí mucho entendido en este saber de astronomía», que lo tradujeran al castellano.

De todas maneras, a pesar de ser una traducción, dadas las numerosas referencias a piedras de la península Ibérica, parece seguro que los autores de la traducción alfonsí, u otros eruditos de la época, añadieron sus propios contenidos. Como señalan Eladio Liñán y María Aponte:

«Por las múltiples referencias que se hace a las localidades españolas donde se encuentran las piedras opinamos que no fue una copia literal sino que probablemente se incluyeron en él algunos de los conocimientos que tenían los copistas» (6).

Piedras, estrellas y magia

El manuscrito h-I-15 incluye cuatro lapidarios. En los tres primeros, las piedras se clasifican atendiendo a criterios astrológicos y son el Libro de las piedras según los grados de los signos del zodíaco, el Libro de las piedras según las fases de los signos y el Libro de las piedras, según la conjunción de las planetas. El cuarto, atribuido a un naturalista árabe llamado Mahomad Aben Quich, se ordena alfabéticamente, tal y como se indica en el título, Libro de las piedras ordenadas por el ABC.

Aunque se han perdido algunas descripciones, en el primer lapidario, el más importante, se analizan 360 piedras, agrupadas de treinta en treinta según los signos del zodiaco. Además, cada piedra se corresponde a uno de los 30 grados de cada signo. En la descripción de las piedras se suele repetir la misma estructura. Tomemos como ejemplo el prasma.

Primero indica a qué signo pertenece y cómo se denomina, por lo general, en árabe, latín o caldeo:

«Del deciseteno grado del signo de Tauro es la piedra a que dicen zavarget en arábigo, y en latín prasma».

Luego explica sus características físicas, como el color, la textura y la naturaleza (fría, caliente, húmeda, seca).

«Ésta semeja en el color a la esmeralda, y es hallada en aquellas minas mismas del oro que las otras hallan, pero a las vegadas la hallan en otras. Y es terrena y pedreña en complexión. De natura es fría y seca, y la su verdura y la su resplandor es muy mejor que de la otra esmeralda».

Sigue una descripción de sus propiedades terapéuticas y el modo de uso. En este caso, da valor y combate los peligros del parto.

«Y su virtud es tal, que, si la ataren a la mujer a la cosa al tiempo del parir, pare ligeramente y sin peligro. Y aun hace ál, que el que la trae consigo, hácele perder el miedo que los hombres han de noche cuando están señeros; y esto es porque esfuerza y conhorta mucho el corazón».

A veces, antes de terminar incluye también alguna peculiaridad llamativa. En nuestro ejemplo, que está enfrentada al jaspe verde.

«Esta piedra ha gran enemistad con la otra que dijimos, a que lo dicen adehenie en arábigo, y en latín jaspe verde. Pero son ambas de una color, más la mejor de ellas, y la más hermosa, es este prasma. Y cuando quieren probar de cual guisa se quieren mal, toman estas dos piedras y allegan las una a otra. Y a poca de sazón, hallan en el prasma gotas negras. Y eso mismo hace la esmeralda con esta piedra que es dicha dihenie».

Por último, explica con qué estrella mantiene una relación más estrecha. Cuando esta estrella se encuentra en determinada posición, aumenta el poder de la piedra.

«Y la estrella que es en el talón del pie diestro de la imagen de Perseo, ha poder sobre esta piedra, y de ella recibe la fuerza y la virtud. Y por ende, cuando esta estrella fuere en el ascendente, mostrará esta piedra más manifiestamente sus obras».

Las propiedades mágicas de las piedras abarcan un amplio espectro terapéutico. El taroc, por ejemplo, sirve para curar picaduras de arañas, avispas y tábanos. 

«Y su virtud es contra todos los tósigos de los animales que no son mucho emponzoñados, así como arañas y avispas, y tábanos, y estas cosas menudas atales que nacen de la tierra, casi dieren de ella a beber, sana luego. Y si la colgaren sobre la herida o mordedura de estos animales, tolle el dolor y sana a poco de tiempo».

Más útil parece la preciada siphe, que cura y previene el dolor de estómago.

«Y su virtud es tal, que sana del dolor de estómago y de los intestinos a quien la trae colgada sobre ellos. Y si la trajere antes que haya la enfermedad, será seguro de no haberla; y si al que la ha, dieren de ella a beber, sana luego al hora. Y porque tamaña salud viene de ella, por eso le pusieron este nombre. Y por esta razón es contada por una de las piedras más preciosas». 

Los efectos del tarmicon recuerdan a la actual Viagra.

«La virtud de esta piedra es tal, que si la mete el hombre en la boca, en cuanto la y tuviere, enderezásele el miembro varonil, y yacerá con la mujer cuantas veces quisiere, que no se le abajará, ni enflaquecerá, ni hará mal. Y si la molieren con alguna cosa húmeda, y untaren con ella aquel miembro, hace su obra más fuertemente».

La alcarabe servía para ralentizar la descomposición de un cadáver al retener la sangre, una virtud por la que también se recomienda para el dolor de corazón y de estómago, así como la fractura de huesos.

«De natura es fría y seca. Y su virtud es tirar las pajas. Y cuando la muelen, y echan los polvos de ella sobre cuerpo de hombre muerto, guárdale de podrecer; y esto hace ella, por la propiedad que ha en sí de retener y de enjugar, y por esta misma razón, veda la sangre que corre de las narices, o de cualquier otro lugar del cuerpo y otrosí veda el camiar. Y bebiendo de ella, sana de la enfermedad a que llaman coriza, y de la tremor del corazón, y del dolor del estómago, y otrosí de hendidura, o de quebrantadura del hueso, poniéndola molida sobre él».

Folio del manuscrito escurialense h-I-15.

La lógica de la magia

Aunque hoy en día el lapidario de Abolays nos pueda parecer un disparate inconexo, en realidad es coherente con el conocimiento de la época, incluida la manera en que concebían Universo. De hecho, una característica fascinante de la magia culta del Medioevo es que consigue relacionar elementos tan dispares como las piedras y las estrellas en sistemas coherentes. Como señala Daniel Tubau en su brillante ensayo sobre las sociedades secretas:

«La principal similitud entre la magia y la ciencia es que ambas son materialistas o mecanicistas; ambas creen en las relaciones de causa y efecto: las cosas no suceden porque sí, por puro azar, pero tampoco por designio de un Dios caprichoso» (7).

Las relaciones de causa y efecto del lapidario alfonsí son complejas. Alguna habrá que de verdad cumpla las propiedades terapéuticas que se indican, como el mercurio, el «argente vivo», que «mata al que lo bebe», o la piedra abortiva que llaman movedor, que «cuando la pulen, y toman lo que sale de ella, y lo dan a beber a mujer que sea preñada, morirá luego la criatura, y la echará de sí muerta o viva, de cual guisa quiere que esté».

En algunos casos se advierte con claridad lo que en antropología se conoce como la ley de semejanza (7). Este tipo de magia, denominada imitativa u homeopática, se basa en la creencia de  que, por simpatía, lo semejante produce lo semejante. Por ejemplo, la «piedra del hígado», que «semeja al hígado en color y en facción», tiene la virtud de sanar el hígado con tan sólo mantenerla suspendida sobre esta víscera:

«Si la colgaren sobre el hígado que sea enfermo, sana; y si bebieren del agua que de ella sale, hace otro tal y guarece. Y generalmente sana a todo mal del hígado, y abre las carreras de él por colgarla o por beberla».

Es el mismo mecanismo que explica las propiedades médicas de la magnitad, el imán, que cura las heridas provocadas por hierro.

«Y en el arte de física es muy provechosa, ca si a algún hombre dieren a beber limadura de hierro, o alguna otra manera de tósigo en que haya hierro mezclado, o fuere herido con hierro emponzoñado, moliendo de esta piedra, y haciendo la polvos, y mezclándola con cual olio quisiere, y dándola a beber al que lo es entosigado, saldrá el tosco por parte de yuso, y sanará luego. Eso mismo hará si la pusieren molida sobre la llaga del que fuere entosigado».

Otro ejemplo es la piedra yemení (una variedad del azufaratiz), probablemente un fósil, que, al encontrarse dentro de otra piedra, propicia el embarazo.

«Y es de color negra, y liviana de peso, y ha figura de agalla. Y no la hallan sino en la ribera del río de aquella tierra. Y es blanda, y ligera de quebrantar. Y cuando la quebrantan, hallan dentro otra piedra que es dura y fuerte de quebrantar. Y ha tal virtud que si molieren aquella piedra que hallan dentro, y la volvieren con la leche de la mujer, y mojaren en ella una poca de lana, y la pusieren en la natura de la mujer, cuando yaciere con ella el hombre, empreñarse de la primera vez. Y eso mismo hará cual animal quiere si la piedra fuere mezclada con la leche de la hembra que fuere de natura de él».

Además de por semejanza, esta magia simpática se produce también cuando dos elementos son diametralmente opuestos, tal y como se explica en el lapidario alfonsí hablando del imán, sustancia caliente, que atrae al hierro, de naturaleza fría:

«Esta piedra ha naturalmente virtud en sí de tirar el hierro con muy gran fuerza. Y porque semeja gran maravilla a los que no saben la natura de las propiedades de las cosas, que esta piedra, que es caliente y seca, pueda tirar el hierro que es frío y seco, decimos que no se deben maravillar por ello; casi bien parar en mientes a los dichos de los sabios, hallarán que todas las cosas que tiran unas a otras, lo hacen en dos maneras; o por semejante o por el contrario».

Es el caso también de la piedra que llaman secutaz, de naturaleza húmeda y caliente, que provoca el efecto contrario, mantener seco y frío el pene durante la noche. 

«De natura es caliente y húmeda, pero es más en ella la calentura que la humedad. Y ha tal virtud, que, el que la trae consigo, encartonada en plata, no le aviene en sueños polución, y si la ha por alguna enfermedad, trayéndola, sana. Y eso mismo hace, si hacen de ella emplasto, y ponen sobre mordedura de can rabioso o de otra bestia ponzoña».

También se advierte en el lapidario la ley del contacto. Esta magia, que se denomina contamínate o contagiosa, supone que dos cosas que estuvieron alguna vez en contacto siguen interactuando entre sí a pesar de la distancia. El ejemplo más claro es la manera en que la posición de los astros vinculados a cada piedra acrecienta su poder, pero, por mostrarlo con un caso menos enrevesado, veamos la piedra que aparece en el mar cuando se pone Venus, cuyo brillo depende de la posición de este planeta:

«Del XVI grado del signo de Libra es la «piedra que parece en la mar cuando se pone Venus», y escóndese cuando nace. Y ésta hallan en la Mar Tenebrosa, donde son halladas las otras piedras en que se muestra la virtud de las planetas. Y hállanla en aquella tierra, a la parte oriental, orilla de la mar. De color es amarillo muy tinta, y goteada de gotas cárdenas. Fuerte es y dura de quebrantar, de guisa que otro cuerpo no la quebranta sino solamente el oro.

»De grosa sustancia es, y muy pesada. Hermosa es mucho de color, y clara y lucia. Y la fuerza de Venus parece en ella contraria de ella otra en, e ya hablamos en el quinceno grado de Tauro, ca ésta se alza, y nada sobre el agua desde que se pone Venus hasta que sube, y desciende al fondo desde que sube hasta que se pone, y así hace todavía.

»Y aún muestra la su virtud más manifiestamente; que cuando la sacan fuera, a la tierra, oscurece cuando sube Venus, y desde que se pone, esclarece. Y ha tal virtud, que quien la trae consigo, es seguro de no morir en agua ahogándose en ella.

»Siempre la hallan en forma de pilar, pero los maestros tajan de ella cual forma quieren. Y otrosí, quien la mete en zumo de caña hueca, que es una manera de coles, sueltas, mezclándose con ello, y hácese agua. Y si untan con ella al gato, cáenle todos los cabellos y el cuero, y sana de aquella enfermedad; y si dan a beber, hace otro tal. Pero el que la bebe, pierde voluntad de yacer con mujer».

Ahora bien, en la mayor parte de los casos resulta muy complicado advertir a primera vista las razones por las que se atribuyen determinadas propiedades a una piedra, entre otras razones, porque ni siquiera sabemos en muchas ocasiones a qué elemento real puede corresponderse (9). Así, por ejemplo, es difícil saber qué lógica subyace tras la piedra del azul.

«Del XXII grado del signo de Capricornio es la «piedra del azul». Ésta es muy conocida, y hállanla en muchos lugares. De color es muy cárdena, y la mejor de todas es la que hallan en tierra de Horacen y la más preciada es aquella en que parecen venas o gotas de color de oro.

»Ligera es de quebrantar, y cuando la ponen cerca de oro, o los vuelven en uno, parece cada uno más hermoso por sí. Y su virtud es tal, que, si ponen los polvos de ella en los ojos, presta mucho. Y otrosí, poniendo un pedazo de ella en el fuego, que sea sin humo, álzase de ella llama cárdena, y recibe en sí gran calentura y gran agudeza, como quiere que ella sea fría y seca. Y otrosí recibe fuerza de retenimiento. Y si dieren los polvos de ella a beber, purga todo humor grueso, y es buena contra toda enfermedad que viene por melancolía. Y otrosí ha virtud de hacer venir su flor a la mujer en el tiempo que debe, tan bien por beberla, como por ponerla en la natura, y presta otrosí al dolor de la vejiga. Y hace otra cosa, que si la vuelven con agua, y lavan con ella la cabeza, hace los cabellos crespos. Piedra es que entra mucho en la obra de física.

»Y la estrella postrimera de las dos que son en el espinazo de Capricornio, ha poder en esta piedra, y de ella recibe la virtud. Y cuando es en el ascendente, muestra esta piedra más cumplidamente sus obras».

Aún más complicado es entender en qué puede haberse inspirado el autor para describir la piedra que huye de la miel.

«Del quinceno grado del signo de Cancro es la «piedra que huye de la miel». Ésta es de natura fría y húmeda, y hállanla en la isla que dicen Merutaz, que es en la Mar bermeja, por donde pasaron los hijos de Israel; pero esta isla es despoblada, más las naves pasan cerca de ella en yendo y viniendo. Y allí ha muchas maneras de piedras, de que nombraremos de algunas de ellas en este libro, cada una en su lugar donde conviene. Mas esta de que hablamos es dura y pesada, y de color cárdena como azul, fuera ende que tira ya cuanto a bermejura; y hallan de ellas grandes, y otras pequeñas.

»Su propiedad es tal, que aborrece la miel, así que, cuando la ponen cerca de ella, salta y huye cuanto puede. Y hay otra prueba; que si esta piedra muelen, y la mezclan con agua, incorpórase con ella, de manera que no la pueden ende partir, sino tomando la miel, y mezclándola con ella, ca entonces deja el agua y pártese de ella».

El humor de las estrellas

Una pista para entender la relación de causa y efecto de las propiedades de algunas piedras es por su «naturaleza». Como hemos visto, las piedras se corresponden a una constelación del zodíaco, de la que toman su naturaleza. El secutaz y el delmenicari,por ejemplo, son de naturaleza caliente y húmeda porque se corresponden al signo de acuario.

Signo Naturaleza
Aries Caliente y seca
Tauro Fría y seca
Géminis Caliente y húmeda
Cancro Fría y húmeda
León Caliente y seca
Virgo Fría y seca
Libra Caliente y húmeda
Escorpión Fría y húmeda
Sagitario Caliente y seco
Capricornio Fría y seca
Acuario Caliente y húmedo
Piscis Fría y húmeda

Estos tipos de naturaleza derivan de los tratados hipocráticos del siglo IV a.C., en los que se sostenía que la salud humana dependía del equilibrio entre los cuatro líquidos que pensaban que tenemos los seres humanos: la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema (10).

«El cuerpo del hombre tiene sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra: en ese hecho reside su naturaleza y es el que crea la salud y la enfermedad. Existe esencialmente salud cuando esos elementos están en justa proporción de combinación, de vigor y cantidad, y cuando su mezcla es perfecta; existe enfermedad cuando uno de esos principios está en exceso o, en defecto o cuando aislándose en el cuerpo, no se combina con los demás».

Hipócrates y sus seguidores, como Teofastro, pensaban que estos humores tenían un estado natural —frío, caliente, seco y húmedo—, que estaba asociado a su vez a uno de los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego. Una parte de las enfermedades se producían cuando se rompía el equilibrio entre estos estados o elementos.

«Mientras están combinados el frío y el calor no perjudican, debido a que el calor se equilibra y atempera con el frío, y el frío con el calor. Cuando uno de ellos se disgrega, entonces perjudica» (11).

Humor ElementoOrganismoCarácter
Sangre Aire CorazónSanguíneo
Bilis amarillaFuegoHígadoColérico
Bilis negraTierraBazoMelancólico
FlemaAguaCerebro, pulmónFlemático

La teoría de los humores

Esta teoría de los humores constituyó la premisa de partida de la medicina occidental durante siglos y también inspiró a su reverso irracional, es decir, a la magia, a pesar de que el propio Hipócrates detestaba a los «magos, purificadores, charlatanes y embaucadores» (12).

Así, por ejemplo, en el Picatrix, otro libro de magia que tradujeron los eruditos de la Escuela de Toledo en época de Alfonso X, se explican algunas relaciones derivadas de esta teoría de los humores. En un cuadro sinóptico del misterioso autor del tratado:

Naturalezas simplesCalorFríoHumedadSequedad
Primeras naturalezas compuestasCalienteFríoHúmedoSeco
Segundas naturalezas compuestasCalor secoFrío húmedoCalor húmedoFrío seco
Terceras naturalezas compuestas (elementos)El fuegoEl aguaEl aireLa tierra
Cuartas naturalezas compuestas (estaciones)El veranoEl inviernoLa primaveraEl otoño
Quintas naturalezas compuestas
(seres humanos y animales)
La hiel
(bilis amarilla)
La flemaLa sangreLa atrabilis
(bilis negra)
Sextas naturalezas compuestas
(plantas)
El unteLas semillasEl aceiteLas raíces

La teoría de los humores y las cuatro naturalezas según el Picátrix (13).

Ahora ya podemos comprender algunas relaciones de causa y efecto que antes se nos escapaban. Nuestra enigmática piedra del azul, por ejemplo, cura las enfermedades que vienen de la melancolía porque tiene su misma naturaleza fría y seca. Es el mismo razonamiento, por poner otro caso, del coral, que pertenece al signo de tauro. Es una piedra de naturaleza fría y seca, asociada por lo tanto al bazo y a la bilis negra, por lo que «quien la bebe con algún licor deshará la postema que se hace en el bazo».

La teoría de los humores no explica las propiedades de todas las piedras, al igual que no lo hacen las leyes de semejanza y contagio, pero de momento vamos a dejarlo ahí para analizar la relación de las piedras con los astros.

La octava esfera

En varios pasajes del lapidario de Abolays se dice que las piedras reciben sus «virtudes» de los signos del zodíaco a los que se corresponden, con los cuales están ligados mediante «ataduras». Como explica sobre todo en el tercer prólogo, todos los elementos del universo adquieren sus propiedades de «las figuras que son en el cielo ochavo» (las constelaciones) y estas propiedades se ven potenciadas cuando el sol pasa por la constelación correspondiente en su aparente movimiento alrededor del zodíaco:

«Ca ésta es regla general de todas los planetas, y de las estrellas fijas, y de las piedras que se acuerdan con ellas, y de las yerbas y de los animales, ca todas han virtud y fuerza, que reciben de Dios por mano de los sus ángeles, y por virtud de los cielos, y de las estrellas que en ellos son, y después de los cuatro elementos, y así, hasta que llega toda cosa a alcanzar, por la virtud, nacimiento, y crianza, y mantenencia […]

»Y por ende, cuando el sol pasa por las fases de los signos, o alguna de las otras seis planetas, recibe la piedra virtud de los rayos que desciende de las figuras de las estrellas, en cuyo derecho corre la fase de aquel signo, donde según se muda el cambiamiento de las figuras, así se mudan y se cambian todas las cosas que reciben virtud de ellas, tan bien las vivas como las que no han alma.

»Ca, según dijo Ptolomeo, y los otros que fueron sabidores del arte de astronomía, toda la fuerza y la virtud que envían los cielos y las estrellas sobre las otras cosas que son so ellas, toda, es que ellas sean aparejadas para obrar. Las unas, para recibir, a que llaman materia, y las otras para obrar, a que llaman forma. Ende los cuerpos de yuso, son bajos, y por mezclamiento que han unos con otros se hacen todos así como una cosa fuerte y pesada, y por ende son de vil materia, y aman siempre recibir fuerza de la virtud de los cuerpos, altos y nobles, celestiales. Y maguer siempre la hayan en sí, porque no podrían ser hechos, ni mantenerse sin ella, pero con todo eso, más la reciben cuando están aparejados, y son en estado para recibirla cumplidamente».

Para entender esta idea es necesario que sepamos antes cómo pensaban que era el universo en la Antigüedad y la Edad Media. Cualquier persona que haya viajado en tren, seguro que ha experimentado una curiosa sensación justo en el momento de salir de la estación: siendo aún imperceptible físicamente el traqueteo del tren por su baja velocidad, mirando por la ventanilla se puede pensar que es la estación la que se está desplazando mientras uno permanece inmóvil. Con los movimientos de rotación y traslación de la Tierra ocurre lo mismo. En vez de pensar que el planeta se mueve en torno al Sol, una persona sin los conocimientos astronómicos necesarios podría imaginar que son el Sol y el resto de astros del firmamento los que giran en torno a la Tierra. Esta concepción del cosmos, denominada geocéntrica, fue la preponderante durante siglos, hasta que Copérnico demostró lo contrario en el siglo XVI.

Así, en la antigüedad pensaron que el Sol seguía un recorrido anual, llamado eclíptica, a lo largo de la bóveda celeste y las constelaciones por las que pasaba en su aparente movimiento fueron agrupadas en el zodiaco. Esta eclíptica solar era empleada para calcular los meses y marcar los equinoccios, que son los dos puntos por los que la eclíptica corta el ecuador celeste y anuncian el paso a la primavera y el otoño. Los solsticios vienen marcados por la altura del Sol: el día en que está más alto al mediodía en su movimiento diario es el de verano y en el que está más bajo, el de invierno.

La eclíptica y zodíaco

Si un observador que gira en torno a un monumento enclavado en el centro de una plaza pensase que él es el que permanece estático, podría imaginar que el monumento va pasando por distintos edificios a medida que va completando una vuelta. Esto es lo que pasó en la Antigüedad con el Sol y las constelaciones.

Además, pensaban que este universo en cuyo centro se encontraba la Tierra se dividía esferas concéntricas. Otro día explico esto en detalle, de momento, quedémonos con que la Tierra constituye la primera esfera. Siguen las esferas de la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, las estrellas y, por último, el cielo móvil (14), tras el que se encuentra Dios.

El universo ptolemáico
El universo ptolemáico

Las esferas del universo

Para astrólogos y magos, la esfera más importante era la octava, donde se sitúan las estrellas y las constelaciones del zodíaco, pues creían cada elemento se vincula con otros verticalmente en una especie de malla por la que se transmiten propiedades y virtudes de forma progresiva y descendente. Así, por ejemplo, pensaban que los nacidos bajo el signo de Aries, dios de la guerra y belicoso, tendían a ser violentos por haber recibido parte de las propiedades de esta constelación, filtradas a medida que van descendiendo desde la octava esfera a la primera, donde se encuentra la Tierra.

Bueno, en realidad, todo esto es mucho más complejo, pero vamos a dejarlo ahí y otro día seguimos viéndolo con más calma. Quedémonos con que al final hemos descubierto que, en realidad, el lapidario mágico de Abolays no es tan extraño, sino que resulta coherente con la manera en que concebían el ser humano y el universo.

¡Cuidado!

Termino con una advertencia que, probablemente, a muchos lectores les parezca irrelevante, pero, tal y como está el patio, es importante aclarar que ningún remedio del lapidario de Alfonso X sirve para nada más que para dañarse la salud. El hecho de que sea un documento antiguo no supone que sea más válido que la ciencia médica actual; todo lo contrario, por entonces, la esperanza de vida media no llegaba a los cuarenta años. Es decir, que nadie sea tan insensato de tomarse perlas avinagradas o infusiones de antracita. Las Flores de Bach, por ejemplo, son una superchería, pero son inofensivas; sin embargo, estos remedios medievales pueden perjudicar gravemente la salud.

Notas

1. Sobre todo a partir del helenismo, fue frecuente atribuir a Orfeo la autoría de algunos textos pseudo-científicos, sobre todo si estaban relacionados con la magia, para que se tomaran en serio dado el prestigio de este personaje legendario. En palabras de Raquel Martínez Hernández:

«Por nuestra parte pensamos que este texto pertenece al amplio grupo de escritos de la Antigüedad que, al carecer de autor conocido, se atribuyen en época tardía a un autor de prestigio dependiendo de su temática. El nombre de Orfeo se fue ligando, con el transcurso del tiempo, tanto a la magia como al género científico en que se acumulan los textos lapidarios o los herbarios. Al convertirse Orfeo en garante de efectividad de conjuros y salmodias, y creyendo que este cantor fue en realidad un personaje histórico y no mítico, se le considera autor de libros que circulaban como anónimos para asegurar el prestigio de las enseñanzas transmitidas en estos escritos que sólo alcanzaron fama por ser obras del gran bardo tracio».

Martínez Hernández, Raquel. El orfismo y la magia. Tesis doctoral. Dirección de Alberto Bernabé Pajares. UCM.  Madrid, 2006. Leer on line.

2. El lapidario órfico está editado por Gredos.

Anónimo. Lapidario órfico. Biblioteca Clásica Gredos, 134. Traducción, introducción y notas por Carmen Calvo Delcán. Madrid, 1990.

3. Que yo sepa, no existe traducción alguna en español (al menos, en la Biblioteca Nacional) del Damigeron-Évax. En latín, se puede consultar una edición on line de la Universidad de Giessen. Al parecer, la mejor edición (en francés) es:

J. Schamp et R. Halleux. Les Lapidaires grecs Lapidaire orphique. Kerygmes. Lapidaires d’Orphée. Socrate et Denys. Lapidaire nautique. Damigéron. Evax. Les Belles Lettres. París, 1986.

4. El Dioscórides se puede leer on line en una gran edición de la Universidad de Salamanca.

5. Sobre la consideración alquímica del lapidario, ver:

Rosario Delgado Suárez. La Alquimia en el Lapidario del Alfonso X El Sabio. Espéculo. Revista de estudios literarios. UCM. Madrid, 2008. Leer on line.

6. Eladio Liñán y María Aponte. Criptopaleontología y terapéutica contenida en el lapidario del rey Alfonso X “El Sabio” (1279). El primer tratado de literatura paleontológica en lengua castellana. En Rev. Real Academia de Ciencias. Zaragoza. 61: 147–179, (2006). Leer on line.

7. Daniel Tubau. La verdadera historia de las sociedades secreta. Alba. Barcelona, 2008.

8. Para una explicación extensa, y muy amena, sobre los principios de la magia homeopática y contaminante, ver La rama dorada de J. G. Frazer, que en español está editado por el Fondo de Cultura Económico.

9. Tratar de identificar a qué sustancia real se corresponden las piedras del tratado parece realmente complicado. Me apunto esta nota para mí, para recordarme que tengo que preparar una base de datos sobre esto.

10. Ver en particular Sobre la naturaleza humana, de Pólibo. Está editado en Gredos en el último volumen de los tratados hipocráticos.

11. Tratados hipocráticos. Sobre la medicina antigua. Gredos.

12. Tratados hipocráticos. Sobre la enfermedad sagrada (2). Gredos.

13. Seudo Maslama el madrileño. Picátrix. Marcelino Villegas. Orán, 1978.

14. El nombre, disposición y número de las esferas podía variar según cada autor. Para la astrología, las esferas superiores a la octava, donde se ubica el zodíaco, resultaban irrelevantes. Como escribíaen 1410 Pierre d´Ailly en su Ymago Mundi:

«El mundo es de forma esférica o redonda y ofrece gran variedad en sus diveras partes. En primer lugar, se compone de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego; en segundo lugar, de nueve esferas: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno, el Firmamento y el primer Cielo móvil, más allá del que ciertos filósofos ponen un décimo Cielo inmóvil. Sobre ellas se dice que está la Esfera cristalina y después de todas la última Esfera, la Empírea, donde se halla la sede de Dios y la morada de los Santos. Pero estas dos últimas no atañen a la consideración de los filósofos y astrónomos, pues hablan en términos naturales. Pocos astrólogos hacen consideraciones sobre el décimo Cielo inmóvil, y sus especulaciones tratan más bien sobre las restantes esferas.

»Por eso colocan la novena Esfera o el primer Cielo móvil donde no aparece ninguna estrella. El movimiento de esta Esfera es regular y uniforme alrededor de toda la tierra durante un día natural y con su movimiento arrastra a todas las otras esferas desde oriente a occidente…

»Las esferas antes citadas y especialmente la octava es el principal objeto de estudio del astrólogo, porque su influencia es fuerte y poderosa, y porque en ella o debajo de ella están todas las estrellas».

15. Las citas del lapidario alfonsí provienen de la edición digital de la
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Alicante, 2004. Ver. Además, también se puede consultar en la Biblioteca Digital Hispánica una versión ilustrada del siglo XVI.

Of line, la mejor edición del texto, es:

Lapesa Rafael y Rodríguez Montalvo Sagrario. Lapidario según el manuscrito escurialense H.I. 15. Gredos, Madrid, 1981. 

16. Escribí este texto en 2010.

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