p. balcánica 2: Kotor
La segunda etapa del viaje por la península Balcánica fue Kotor, en Montenegro, una ciudad preciosa.
De Dubrovnik a Kotor
Después de haber pasado día y medio en Dubrovnik tocaba ir a Kotor en Montenegro. Desperté pronto y marché andando hasta la central de autobuses, en el puerto moderno, a unos dos kilómetros de donde me alojaba, que fueron cuatro psicológicos por el incordio de la mochila, las cuestas de la ciudad y la calor que ya caía a las 8 de la mañana, que por entonces había una oleada de calor tremenda por todo el sur de Europa.
Llegué pronto, gasté los kunas que me quedaban en un café y un agua y me puse a leer en mi libro electrónico Stasiland, un ensayo muy interesante de Anna Funder en el que explica cómo funcionaba el régimen de terror policial en la Alemania comunista, una lectura que me había parecido apropiada para visitar los países del antiguo bloque comunista. Me ensimismé en la lectura y cuando levanté la vista ya habían subido todos al autobús, así que me tocó la última esquina de la última fila, justo encima del motor, dónde la temperatura era aún más alta. Mal asunto, porque en aquel hornobus no había aire acondicionado ni una ventanilla abierta ni el menor resquicio de aire. Bueno, el trayecto es corto, me dije, Kotor está al lado de Dubrovnik, pero no podía estar más equivocado. Se demoró muchísimo en la frontera y al final tardamos más de cuatro horas en llegar.
A cambio, el último tramo por la bahía de Kotor, a apenas unos metros del mar fue fantástico con el autobús apenas a unos metros del mar y por el otro lado la montaña.
Kotor me gustó muchísimo y eché en falta haberle dedicado más tiempo. De hecho, a toro pasado, creo que habría funcionado mejor si en vez de permanecer en Dubrovnik día y medio, me hubiera quedado solo la tarde de la llegada y haber marchado a Kotor al día siguiente, lo que me habría permitido dedicarle un día completo, que bien lo vale, en lugar del medio día que me quedó después del viaje en autobús.
Algo de historia
Kotor existe al menos desde tiempos romanos, cuando se llamaba Ascrivium, y formó parte del imperio bizantino hasta el año 1002, que fue anexionada al imperio búlgaro. Siguieron tiempos convulsos y, tras un breve período que estuvo bajo control de la república de Ragusa, pasó al reino de Serbia hasta que se independizó en 1371.
En 1420, con los otomanos casi a las puertas de la ciudad, decidieron ponerse bajo protección de los venecianos y pasó a formar parte de la llamada Albania Veneciana, una zona que comprendía la bahía de Kotor y la franja litoral del lago Skoder. Comenzó así un largo período de tutela veneciana que se prolongó durante cuatro siglos, hasta 1797, cuando fueron conquistados por Napoleón Bonaparte.
Tras la caída de Napoleón, en el congreso de Viena de 1815, la bahía de Kotor quedó en manos del imperio austrohúngaro hasta después de la primera guerra mundial y poco después, en 1945, con el resto de Montenegro, se integró en el estado comunista de Yugoslavia, donde permaneció hasta la independencia de Montenegro en 2006.
Por la ciudad
Aunque Kotor es un destino muy popular y es asaltada por un par de cruceros diarios, el sobreturismo no es tan salvaje como Dubrovnik y termina en cuanto sales de intramuros.
Después de dar un paseo por fuera, por el puerto, comencé mi recorrido por la puerta principal del casco antiguo que va a dar a una plaza donde se encuentra la Torre del Reloj, que comenzó a inclinarse al poco de ser construida en 1602.
Muy cerca de la Torre se encuentra uno de los sitios que más me gustó, la Plaza del Álamo, llamada así por un álamo negro enorme que plantaron en 1667. En la plaza se encuentra también la pequeña iglesia de San Miguel, que fue levantada a finales del siglo XIV sobre otra iglesia mucho más antigua. Y también está aquí el cine de la ciudad, que no sé si por la noche hacen al aire libre por lo que se deducía de una pantalla puesta en una de las paredes.
Desde la Plaza del Álamo fui a la Iglesia de San Lucas, que se construyó en 1195. Es de una sola nave, muy pequeña y en un raro ejemplo de convivencia hasta el siglo XIX tenía dos altares, uno ortodoxo y otro católico.
A un lado de la iglesia de San Lucas está la iglesia de San Nicolás, de 1902, que no me pareció ni fu ni fa, pero rodeándola descubrí un rinconcito muy chulo.
También muy cerca, hacia el norte, se encuentra la iglesia de Santa Osana, en la plaza de la Madera, llamada así porque era el sitio donde los campesinos vendían leña. La iglesia es de 1221 y está dedicada a Osana di Cataro (1493 – 1565), una santa a la que atribuyeron intervenciones milagrosas como la defensa de la ciudad durante uno de los asedios turcos. Es muy interesante ver cómo en el cristianismo el papel de la divinidad protectora recae en los santos y las vírgenes y no en el dios principal, que en la práctica se retira de la escena una vez creado el universo. Escribiré sobre esto algún día.
Pero de todas las iglesias, la más destacada es la Catedral de San Trifon, un santo muy popular en el cristianismo ortodoxo. La iglesia se terminó en 1166 a partir de otra más antigua, pero quedó muy dañada por el gran terremoto de 1667, el mismo que arrasó Dubrovnik, y se reemplazaron los dos campanarios románicos y parte de la fachada.
Al igual que Dubrovnik, la ciudad estaba rodeada de una muralla, que sube por el monte que hay al norte formando una especie de triángulo. Arriba del todo al parecer hay unas vistas espectaculares, pero no tenía tiempo ni mucha gana de pegarme la subida padre después de la horneada matinal.
Me dejo para el final el sitio que más me gustó, el Museo Naval, donde se pueden ver entre otras cosas maquetas muy chulas de barcos y artefactos varios de navegación. Si te gustan las cosas de la mar es imprescindible.
¿Sobrevivirá Kotor?
Fuera de la muralla han puesto unas estatuas muy divertidas hechas con plástico con el objetivo de concienciar a la gente del daño que hace este material al ecosistema marino…
Pero el peligro que acecha a Kotor no es el plástico, sino el sobreturismo. Kotor es una ciudad muy bonita y tranquila, donde el turista puede comer bien y bañarse en el mar, que padece un problema muy grave: se puede llegar en crucero, una plaga que destroza todo a su paso. Falta un suspiro para que terminen como la cercana Dubrovnik, un parque temático donde el gusto ceporro de los turistas ha reventado la ciudad. La única solución es que sucediera un milagro y prohibieran de una vez que los cruceros se acercaran a las costas, pero no tiene pinta de que vaya a suceder. Una pena.
El turista hiperconectado
Poco antes de escribir esta entrada, durante una cena con Daniel Tubau y Alejandro Somoano hablamos sobre cómo se había perdido cierto encanto con las facilidades que te da Internet para viajar. Ahora puedes llevar toda la ruta prevista de antemano, hay aplicaciones que te permiten encontrar dónde dormir, cómo llegar a los sitios, dónde están los mejores restaurantes o los más baratos, mapas que te ubican en un santiamén… Viajar es mucho más fácil, pero menos aventurero.
No sé bien cómo deberían evolucionar las guías en este escenario nuevo, donde estás a un tiro de sim de tener Internet allá dónde vayas. Hasta en Etiopía y Kirguistán puedes encontrar una sim por poco dinero (cuestión aparte es que haya cobertura en todos los lados, claro). A mí me sigue gustando llevar una guía Bradt, que me encantan, quizás por lo que indicaba antes sobre la appificación del viaje, pero en este era imposible. Iba a pasar por 5 países y 5 guías iban a aumentar demasiado el peso de la mochila, que por lo general suelo llevar muy ligera para poder moverme con libertad. La que uso ahora es de 40 litros y me permite llevar ropa para una semana que voy limpiando por el camino: un par de pantalones de senderismo, unas 7 camisetas técnicas, que se secan enseguida, una sudadera, sandalias para cuando me aburro de las botas, ropa interior y poco más.
El caso, decía, es que no podía llevar 5 guías, solo tenía la de Albania, que era donde iba a pasar más días, por lo que me bajé una aplicación-guía para Kotor muy buena, que te va situando y detallando cada sitio histórico en un mapa. Como comentaba antes, me daba cierta pereza tanta app, pero en este caso me compensó, ya que hay muchos rincones que ver en la ciudad y es una lástima perdérselos por despiste.
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