¿Una gerantomaquia en San Michele?
¿Qué relación existe entre el laberinto de san Michelle, en Pavía, y el antiguo combate entre pigmeos y grullas?
Entrada escrita en La casa de Asterión (2009)
Desde hace tiempo ando intrigado por la representación de un hombre que se pelea con un ave en la esquina superior del laberinto de san Michele, en Pavía. En el foro de una web muy interesante –Círculo Románico–, donde estamos analizando el mosaico de san Orso, decía que tal vez podría estar relacionada con la Gerantomaquia.
El eterno combate entre grullas y pigmeos
En el folio 47 del libro de El libro de las maravillas del mundo o Los secretos de la Historia Natural, del francés Robinet Testard Cognac (1475-1523), vemos una escena de lo más curiosa en relación con el pueblo de los pigmeos, que sitúa por India: un grupo de hombrecillos que vive en unas cavernas está manteniendo una encarnizada batalla con una bandada de grullas enfurecidas. Los hombrecillos van montados en carneros, están armados con lanzas, arcos y garrotes y se defienden con escudos hechos con cráneos de cabra. El que parece ser el jefe va vestido con una túnica azul y está señalando a las aves enemigas; detrás de él, se alza un estandarte decorado con unos signos extraños. ¿Qué representa esto? ¿Por qué están tan enfadadas las grullas con los pigmeos? Es más, ¿quiénes son estos misteriosos hombrecillos tan pequeños como para cabalgar en carneros?
Esta fabulosa escena no fue producto de la imaginación de Robinet Testard, sino que el artista recogió una creencia habitual de la época que hablaba de una batalla mantenida desde tiempos inmemoriales entre grullas y pigmeos, como vemos por ejemplo en El libro de las maravillas del mundo, un relato de viajes muy entretenido que escribió el explorador medieval Jean de Mandeville hacia el año 1360. Entre los hechos reales y fabulosos que nos cuenta de su hipotético viaje por Egipto y diversos lugares de Asia, describe una tierra en India llamada Etiopía en la que hay una gente muy bajita, maestros en el arte de la seda y el algodón, que se enzarzan en frecuentes batallas con las grullas:
«De aquesta tierra se va hombre a la tierra de los pigmeos donde son las personas chicas que no tienen sino tres palmos de alto y son gentiles y graciosos; y como son de medio año engendran hombres y mugeres, y no biven sino seys años, y si biven ocho tiénenlo por muy viejo.
»Aquestas gentes d´esta estatura son buenos maestros de hazer seda y algodón y de otras cosas de que ellos biven; y tienen muchas vezes guerra con las grullas y con otras aves de rapiña que los toman y se los comen.
»Estos hombres assí tan pequeños no labran tierras ni viñas, mas ay entre ellos personas grandes como nosotros que labran y cavan las viñas; empero, d´estos grandes son pocos, y estos chicos hazen burla de los grandes assí como nosotros haríamos si [fu]éssemos gigantes.
»Allí ay una buena ciudad entre mil otras en la qual ay gran número d´estos hombres pequeños; y esta ciudad es muy grande y hermosa; y las gentes grandes que están entre ellos quando engendran hijos son mayores que los otros de la tierra, y esto causa la natura de aquella tierra. El gran Can haze guardar aquella ciudad porque ella es tal joya; estos pigmeos son pequeños, pero son razonables según su condición, y saben bien y mal assaz». (1).
Por lo que vemos, para finales de la Edad Media se pensaba que en la remota India vivía un pueblo de pigmeos que, por razones desconocidas, andaban todo el día peleándose con las grullas. Semejante fantasía parece resultado de los siglos de oscuridad que oscurecieron el pensamiento clásico tras la caída del imperio romano. Sin embargo, como en tantos otros elementos del imaginario medieval, las raíces de la leyenda arraigan en el mundo clásico, concretamente en una de las mentes más lúcidas de toda la historia del pensamiento: Aristóteles.
La Gerantomaquia
En el libro VIII de la Investigación animal, Aristóteles nos explica que muchos animales migran durante el invierno y que en el caso de las grullas marchan hasta lo más recóndito de Egipto, donde atacan a los enigmáticos pigmeos.
«Unos encuentran en los mismos lugares donde tienen la costumbre de vivir, los medios para protegerse contra los rigores del clima; otros emigran: después del equinoccio de otoño dejan el Ponto y las aguas frías para evitar el invierno inminente, y después del equinoccio de primavera vuelven de los países cálidos hacia las regiones frías por temor a los calores abrasadores. En ciertos casos los cambios de lugar ocurren desde un extremo a otro del mundo, como hacen las grullas. Pues su migración les conduce desde las llanuras de Escitia hasta las marismas del Alto Egipto, donde nace el Nilo. Se dice que allí incluso atacan a los pigmeos. Pues la existencia de este pueblo no es una fábula, sino que se trata de una raza de hombres, los cuales, según se dice, son de talla pequeña, y ellos con sus caballos viven metidos en cuevas». (2).
En realidad, Aristóteles nunca bajó hasta las fuentes del Nilo para comprobarlo sino que transcribió una creencia muy extendida en Grecia, donde se pensaba que entre los pigmeos había una mujer llamada Gérana o Enoe, según Antonino Liberal, que era muy soberbia y desagradable. Al haberle faltado el respeto a Hera, la diosa la castigó transformándola en grulla (géranos) y como el ave no se marchaba del lugar, tal vez para no abandonar a su hijo Mopso, los pigmeos trataron de ahuyentarla a pedradas. Desde entonces cada vez que las grullas migran al sur se pelean con los pigmeos en una batalla que suponemos pierden una y otra vez pues siempre regresan al norte. Esta gerantomaquia era antiquísima, pues ya se menciona en la Ilíada de Homero, y aparece en muchas representaciones, como en el magnífico Vaso François (datado hacia el año 570 a.C.).
Las grullas están muy relacionadas con el laberinto griego, que a su vez se convirtió en una metáfora del Infierno durante la Edad Media. Además, hay otro detalle interesante en este sentido y es que, al principio del cristianismo medieval, el Diablo se imaginaba relacionado con los etíopes, por lo menos en su representación iconográfica. Como dice Joaquín Yarza Luaces:
«Dentro de esta primera literatura monástica está la «Historia monachorum in Aegypto» (antes de 410). Macario, en ella, consigue por gracia especial ver a los demonios bajo forma de pequeños etíopes que corren, vuelan, hacen bufonadas, etcétera. Tal vez sea la existencia de este pequeño etíope un dato a considerar a la hora de descubrir como el diablo dignísimo de san Apolinar Nuovo, verdadero ángel oscuro, o el de los «Sermones» de San Gregorio Nacianceno (Paris. Bib. Nat., Grec. 510, h. 880), se convierte en el pequeño ser renegrido, menudo, vivaz, alado, que se encuentra, al menos desde el «Salterio Chludov», en la miniatura bizantina». (3).
¿Podría ser, entonces, que efectivamente la escena del mosaico de San Michele hiciera referencia a la Gerantomaquia?
Notas
1. El Libro de las maravillas del mundo de Mandeville está editado en Siruela (2002). Además, se puede consultar una edición on line realizada por Estela Pérez Bosch y José L. Canet a partir de la edición de Valencia de Ioan Navarro (1540).
2. Aristóteles. Investigación animal. Libro VIII, 597a4. Traducción de Julio Pallí Bonet. Gredos, Madrid, 1992.
3. José Joaquín Yarza Luaces. Del ángel caído al diablo medieval. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología. Tomo 45, 1979 , pags. 299-316. Ver PDF.
Sin comentarios