La saga de los feroeses
Breve reseña de La saga de los feroeses, traducida al español por González Campo
Las islas Feroe son un grupo de 18 islas que se encuentran en el Atlántico, casi a medio camino entre la isla de Gran Bretaña e Islandia. Parece ser que ya hacia el año 625 estaban habitadas por un pequeño grupo de monjes irlandeses, pero fue a lo largo del siglo IX cuando realmente empezaron a poblarse por colonos vikingos, sobre todo noruegos.
Durante un par de siglos, los feroeses se mantuvieron independientes. Las islas estaban gobernadas por caudillos que llegaban al poder por la fuerza de las armas y la meticulosa tradición jurídica escandinava. En el año 1180, después de tres décadas de aproximaciones diversas, las islas Feroe pasaron a formar parte del reino de Noruega y en el año 1380 del reino danés, aunque sus habitantes siempre han mantenido una fuerte personalidad cultural.
La historia de la anexión noruega de las islas se recoge en una saga muy entretenida, La saga de los feroeses, de la que disponemos una traducción al español en una edición muy cuidada de Mariano González Campo (Miraguano Ediciones, 2008). Según este gran especialista en la Escandinavia medieval, «parece seguro que la composición original de la Saga tuvo lugar entre los años 1210 y 1215 y que su autor fue probablemente oriundo de Eyjafjördur, en Islandia», aunque la mayor parte de la saga no se puso por escrito sino hacia 1390 (en el Libro de Flatey).
La saga se centra en la vida de Þrándr de Gata, un hombre astuto, cobarde y traicionero, que una y otra vez trata de zafarse del dominio noruego. Su mayor empeño es conseguir no pagar los impuestos que pretende cobrar el rey y que las islas se mantengan fieles al paganismo frente al cristianismo de los noruegos. Su mayor rival es Sigmundr, a quien vendió como esclavo cuando era niño después de colaborar en el asesinato de su padre. Después de diversas peripecias, enviados por el rey noruego Ólafr, Sigmundr y su hermano Þórir regresan a las islas Feroe como gobernadores. Bajo amenaza de cortar la cabeza a quien rechazara la nueva religión, Sigmundr consigue que los feroeses abracen el cristianismo y paguen impuestos, pero Þrandr urde diversos planes para recuperar el poder.
La saga de los Feroeses nos aporta muchas pistas sobre la vida política y cultural de la antigua Escandinavia, y una de ellas nos conduce al fascinante mundo de la magia. Sigmundr es un hombre de gran fortaleza y coraje, pero Þrándr es un mago que jamás da un paso en falso. Así, según el autor de la saga, probablemente un hombre cristiano de finales del siglo XIII, Þrándr poseía diversas habilidades mágicas. Sabía cómo invocar a los muertos, tenía ciertas dotes premonitorias, podía seguir un rastro empleando tan solo el olfato y era capaz de invocar tormentas. Como explica González Campo:
«Þrándr hace gala de lo que se denomina en varias sagas germingaveodr, es decir, cambios producidos en el tiempo atmosférico mediante magia con el fin de perjudicar a los enemigos o beneficiar a los amigos. Es posible que Þrándr invocase al dios Þórr, responsable en la religión nórdica antigua de influir en las corrientes marinas y en los vientos».
Así, en el conflicto entre estos dos personajes se advierte, a modo de ejemplo, la dura pugna entre el mundo pagano y sus magos y sacerdotes contra el cristianismo que se estaba implantando a punta de espada desde la monarquía noruega.
Además de leer la saga, si estás interesado en las islas Feroes o Escandinavia, te recomiendo la página web de González Campo: El cuaderno del Feroés.
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En su gran edición de La Saga de los Feroeses, Mariano González Campo incluye una leyenda muy interesante. Al igual que sucedió con Islandia, las islas Feroes no tardaron en quedar deforestadas cuando llegaron los colonos vikingos hacia el siglo IX. Los suelos de estas islas eran muy frágiles. En cuanto empezaron a talar árboles para conseguir pastos para el ganado, la erosión se llevó la capa nutriente al mar. Sobre este desastre, en las islas Feroe se transmitió durante generaciones una leyenda, que V.U. Hammershaimb transcribió en el año 1891:
«Las Islas Feroe estaban antaño cubiertas de bosques; se hallan aún en la tierra grandes raíces de árboles en la turba de las turberas y en el interior de la hulla se ven gruesas ramas y hojas; esto demuestra que han crecido bosques allí antes, pero ahora está todo hundido en la tierra.
»Se cuenta que cuando el rey Ólavur el Santo gobernaba Noruega, fueron unos mensajeros de las Islas Feroe a su encuentro. Aquel les dijo que creía que eran muy pocos los impuestos que le llegaban desde las islas; les preguntó qué crecía en las Islas Feroe. Los enviados le contaron con desdén que allí no había nada excepto pedruscos y guijarros, pantanos y brezos.
»Cuando el rey oyó esto, gritó: “¡Que sea como se cuenta! Que se hunda lo que había encima y que emerja lo que abajo había!” Entonces los bosques se sumieron en la tierra y en aquellas bellas llanuras aparecieron pantanos, lodazales y pedruscos. Por eso están las islas ahora así. Las columnas de basalto que hay en un risco de Mikines parecen árboles; se dice que eran árboles que se convirtieron en piedra cuando el rey Ólavur les dijo “¡Que sea”” a los enviados que le contaron que no crecían bosques en las Islas Feroe».
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